viernes, 23 de diciembre de 2011

Brenda Lee



El caso de Brenda Lee es el colmo de la precocidad. Cuando en 1960 grabó este "I'm sorry", su sello discográfico (Decca Records) hubo de retrasar su estreno varios meses porque consideraba que, con 15 años, Brenda aún no alcanzaba la madurez necesaria para cantar una letra que habla de los errores cometidos por amor. Quizá por eso escondieron la canción en la cara B del single "That's all you gotta do". No sospechaban entonces que "I'm sorry" se convertiría en uno de los grandes clásicos de todos los tiempos. Pese a su popularidad y su larguísima y exitosa carrera, Brenda Lee no ha conseguido ganar ni un sólo premio Grammy.
Aquí la vemos en un escenario que recuerda a "Singing in the rain", del gran Gene Kelly. Por cierto, no se pierdan la ternísima escena con los perritos... Dan ganas de adoptar uno.
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lunes, 19 de diciembre de 2011

El extranjero (y 3)

El sentido de la vida es una cuestión pendiente que aún no han respondido nuestros filósofos con la profundidad que se merece. Allí estaba yo, en medio de la nada. Me sentía extranjero en la tierra que me había visto nacer y quizá debido a ello había emprendido un viaje a los orígenes de mis ancestros, en busca de alguna respuesta que reconfortara mi espíritu. Pero no la había hallado y nada indicaba lo contrario. No negaré que en tales circunstancias mi desaliento llevara a considerarme un apestado. Confundido y abatido, recorrí la ciudad en medio de la podredumbre y los buitres. Era evidente que el dinero de Argantonio no había servido para detener el avance de los persas, pero sí había unido a los focenses en la esperanza, mientras levantaban las murallas y fortificaban la ciudad. Y ese detalle me reconfortó. Al llegar al puerto observé a un grupo de personas que reunía víveres en torno a un barco de las mismas características de los que tantos había visto surcando las aguas de Tartessos. Me presenté y les conté mi peripecia. Y se mostraron sorprendidos y orgullosos de encontrar a alguien tan audaz entre los suyos. Me dijeron que estaban preparándose para partir hacia el exilio. Eran los últimos que quedaban, pues los demás supervivientes habían salido ya hacia Alalíe. De modo que otra vez tomé un barco para cruzar los mares trufados de piratas y tempestades, como si no pudiese huir de mi condición helena, como si algo en mi interior me llevase a buscar odiseas y aventuras quiméricas.


Al llegar a Sicilia abandoné su compañía con todo mi dolor, pues viví con ellos los mejores días de mi vida, y continuaron su viaje hacia la isla de Córcega, lugar que los focenses habían elegido para fundar la colonia de Alalíe veinte años atrás. Yo tenía intención de regresar a Tartessos y contar de primera mano lo acontecido en Focea durante los últimos cinco años. Había pasado mucho tiempo desde que abandoné Tartessos y esperaba poder recuperar mi vida, como si el tiempo hubiese detenido su avance a mi capricho. Pero no llegué a sospechar hasta qué punto la historia se muestra implacable con los hombres. Argantonio, el rey que había hecho de Tartessos un imperio floreciente colmado de riquezas y al que todos los pueblos mediterráneos miraban con envidia y respeto, había muerto con la seguridad de sus súbditos de no hallar jamás un soberano de su inteligencia y magnanimidad. Las honras fúnebres se habían prolongado durante semanas, mientras la incertidumbre iba ganando sitio en todo el reino. Su sucesor había decidido promulgar nuevas leyes que cambiaba la concepción de justicia que muchos teníamos, después de un período tan dilatado de estabilidad. Así que no pasó mucho tiempo sin que se produjesen destierros y represalias por agravios pasados. Es seguro que yo no me habría librado tampoco de sufrir los rencores de quienes creían tener más derecho que yo a ocupar puestos tan importantes como el que tenía, siendo extranjero como era. Tampoco el procurador principal de justicia siguió en su cargo, pues he sabido que fue desterrado a las regiones del interior, más allá del Betis. Su hija Lisístrata, que había alimentado los sueños de mi regreso, que aún mantenía vivo mi vínculo con Tartesos, había contraído matrimonio con un almirante cartaginés de la vecina Gadir, persona ingrata que ya conocía de mis tratos con la colonia fenicia. Cierto es que no le guardo rencor, pues sólo a mi indolencia puedo achacar su decisión de buscar el calor en brazos de otro. Pero no es menos cierto que nadie podrá quitar la espina que lacera mi corazón.

Ya no tenía nada que hacer en Tartessos y cinco años después de mi partida volvía a salir, esta vez con la seguridad de no volver. Atravesé las columnas de Hércules por última vez, dejando atrás mi vida y los sueños que en tantos griegos había despertado Kolaios de Samos con el descubrimiento de aquella Atlántida lejana. He llegado a Alalíe hace dos semanas bordeando la isla de Córcega por el sur para evitar a los piratas de Etruria.

Solicito, pues, me sea concedida la hospitalidad del pueblo focense, que tantos y tan buenos hijos ha dado. No albergo malas intenciones, pero si quieren referencias mías pregunten a Eumenes, Parménides, Seleuco o Quilón a los que acompañé hasta Sicilia en su último viaje. Ellos abogarán por mí. Espero vuestra clemencia.

viernes, 16 de diciembre de 2011

El extranjero (2)

Todo hubiese sido distinto si los focenses hubieseis aceptado el ofrecimiento de Argantonio. Recuerdo aquel día como si fuese ayer. Era la vigésima legación comercial que Focea enviaba en busca de estaño. Y a todos nos embargó la preocupación después de escuchar las malas noticias que traían sus emisarios: decían que los persas, en su afán expansivo, amenazaban con engullir Focea, como ya habían hecho con otras ciudades griegas de Anatolia. Todos sabíamos que no habría otra solución que el exilio, salvo la aniquilación de nuestro pueblo en caso de acudir a la guerra. Entonces emergió la figura de Argantonio, tan generosa como longeva, inteligente y acreedor del respeto de sus enemigos.


Sabed que llegó a ofrecer las tierras de su imperio para que pudieseis estableceros sin condición alguna, en un gesto que jamás olvidaré. No niego que en el ofrecimiento existiesen otros cálculos políticos, con el fin de minar el terreno a sus posibles sucesores, más proclives a establecer alianzas con los cartagineses. Pero es así como ha logrado ejercer su reinado durante más de cincuenta años, y así le ha ido bien. Tampoco sé si este detalle que acabo de escribir de mi puño y letra es de vuestro entero conocimiento. El hecho es que vuestros emisarios rechazaron la oferta de Argantonio y se volvieron a Focea con las bodegas de las naves cargadas de talentos, dinero que Argantonio había regalado como compensación, para fortalecer las defensas de la ciudad ante el ataque inminente de los persas.

Este último encuentro con los focenses, de los que de alguna manera me sentía deudor, debido quizá al origen de mi padre, puso un punto de desasosiego en mi ánimo que fue engordando con el paso del tiempo. No pasaba un día sin que mis pensamientos viajasen hasta el otro lado del Mediterráneo y acompañaran en su desamparo a mis compatriotas, haciendo mío un sentimiento de añoranza que no tendría que tener si no fuera porque algo en mi interior enervaba mi sangre griega. Así que al cabo de un año decidí armarme de valor y embarqué rumbo a Focea, una decisión en la que más pudo el corazón que la cabeza. En Tartessos dejaba mi vida con la esperanza de volver a retomarla, como si yo pudiese controlar desde la lejanía los efectos de mi ausencia. Luego comprobé que mi insignificancia apenas me impedía vadear las dificultades que iban sucediéndose una tras otra, como una cascada. Pues al día siguiente de hacerme a la mar caí enfermo, víctima de los mareos que me producían los vaivenes de la embarcación. Tras dos semanas de travesía arribamos a las costas de Sicilia, donde una tempestad redujo a tablas nuestra nave. Allí permanecí un tiempo que no sé precisar, quizá un mes, puede que dos. Quiso la fortuna que allí hiciese escala un barco fenicio, que procedente de Cartago, regresaba a Tiro. Engañé a la tripulación y me admitieron entre ellos, con la falsa excusa de cumplir una importante misión diplomática para la colonia fenicia de Gadir. Al llegar a Tiro me escabullí entre el gentío del puerto y decidí seguir la línea de la costa para llegar hasta Focea. Creyendo estar próximo a mi destino no sabía que aún habría de pasar mucho más tiempo del que ya había empleado en llegar a Fenicia. Sufrí caídas, mordeduras de serpientes y alacranes, pasé hambre, sed y frío, padecí enfermedades y ataques de bandidos.

Con mis fuerzas al límite, mi ropa hecha jirones y una barba de náufrago, llegué al fin a las puertas de Focea, una ciudad que imaginaba idílica, dinámica y cosmopolita, capaz de acoger al hijo pródigo que regresa con una fe ciega en sus orígenes, que no renuncia a ellos a pesar de una vida pasada de opulencia tartésica. Pero lo que encontré al otro lado de los riscos que delimitan la bahía de Focea fue un panorama de desolación y muerte. Apenas una docena de casas se sostenía en pie en medio de las ruinas y las cenizas en que los persas habían convertido mi patria.
 
                  .............(Continuará)............

sábado, 10 de diciembre de 2011

El extranjero

Muy señor mío:


Con humildad me dirijo a la autoridad de Alalíe, para que me conceda la gracia de un aplazamiento de mi expulsión. Quiero demostrar que mi origen jonio no es inventado, a pesar de venir de tierras tartésicas. Los bandazos con que nos sacude la vida hacen de nuestro peregrinar un camino imprevisible, y así como vosotros llegasteis al exilio de Alalíe huyendo de los persas desde oriente, yo he venido también a parar aquí, pero en mi caso huyendo de los cartagineses desde el otro lado de las columnas de Hércules. Reconozco, sin embargo, que he nacido en Tartessos, que allí me he criado, he aprendido su lengua, sus costumbres y también allí me he enamorado y poco después me han destrozado el corazón. Pero no quiero ampararme en la desgracia para solicitar lo que considero de justicia, así que apelaré a mis orígenes.


Mi nombre es Heráclito, hijo de Heráclito de Eneas, el navegante, personalidad que ha dado los mayores tiempos de gloria a los focenses y que sin duda los más viejos deberían recordar y venerar como se merece, aunque su tumba se encuentre ahora en aguas de Sicilia, a setenta codos de profundidad. Fue mi padre de los primeros focenses que vinieron a parar a estas tierras, llamado por los cantos de sirena que trajo en su nave Kolaios de Samos, a su regreso del lejano occidente. Eran cantos de sirena tan tangibles como una nave repleta de tesoros por valor de sesenta talentos. Me han contado, y es posible que lo hayáis visto, que en acción de gracias por el feliz regreso logrado tras aquel largo y accidentado viaje, los samios mandaron construir un magnífico caldero de bronce, coronado con cabezas de grifos y sostenido por tres gigantes, de tal tamaño que aun arrodillados, medían siete codos de alto. Mi padre lo vio en el santuario de Hera y allí prometió entregar su vida a hacer de Focea una potencia comercial conocida y respetada en todo el Mediterráneo. Y pienso que cumplió su palabra con creces. Pero ya que he hablado de mi padre en tono elogioso, también habré de referirme a otros aspectos que no hacen de él un ejemplo a seguir precisamente. Y es que siendo un hombre unido en matrimonio, con la promesa de fidelidad que ello conlleva, faltó a su compromiso y descuidó sus obligaciones. Sí, lo reconozco, soy hijo ilegítimo de Heráclito el navegante. Pero de él he heredado su nombre y su amor a Focea, su tierra de origen. Desconozco si en otros puertos habrá engendrado más hijos que reclamen ahora su amparo, pero sin que sirva de disculpa, tal vez su proceder respondiera a una estrategia de colonización que no hemos sabido valorar. Quizá haya buscado establecer con las autoridades locales otros lazos distintos a los meramente comerciales y que han demostrado ser muy útiles y necesarios. Y para corroborar mi afirmación contaré mi caso.

Yo era consciente de mi condición de extranjero desde que tenía uso de razón, no sólo porque veía a mi padre cada tres años, sino porque mi educación se alejaba de lo establecido para los niños nacidos en Tartessos. Estudié oratoria y filosofía, y ello me permitió abrir las puertas para codearme con las élites locales. Fui maestro y poeta reconocido, y entre mis alumnos había sacerdotes, hijos de jueces y consejeros reales.
También figuraba Lisístrata, merecedora de ocupar en el Olimpo un puesto junto a la diosa de la belleza, y por cuyo amor me encuentro ahora llamando a las puertas de Alalíe, solo y derrotado. Su padre era el procurador principal de justicia y mano derecha de Argantonio, rey que gobernaba Tartessos desde hacía decenios. Dada mi facilidad para los idiomas, el rey también me encomendaba tareas diplomáticas, y ya fuera para recibir a los mercaderes extranjeros o para tratar con los cartagineses que venían de Gadir a exigirnos un impuesto de protección (¡los dioses los confundan!), mis servicios se cotizaban generosamente en dinero y en especie. Mi vida estaba bien orientada, gozaba de reconocimiento y era un secreto a voces que mi relación con Lisístrata derivaría en un compromiso formal en breve plazo. Pero la armonía y los años de bonanza de Tartessos iban a durar mientras Argantonio siguiera con vida, y a pocos se nos escapaba que los cartagineses habían estado tejiendo durante años una tupida red de intereses que estaba ya a punto de caer sobre nosotros.

                ................ (Continuará) ...................

viernes, 25 de noviembre de 2011

El himno de Riego


La editorial “Rey Lear” ha recuperado de los anaqueles del olvido esta novela de José Esteban, que ya había sido publicada en 1985 por “Argos Vergara”. Celebramos el acierto de rescatar este título que nos acerca a uno de los episodios capitales en la convulsa historia de España en el siglo XIX. “El himno de Riego” narra los últimos momentos del teniente Rafael del Riego en prisión, poco antes de ser llevado al cadalso. En esos días de reclusión el militar español escribe unas memorias en las que repasa sus vivencias al frente del ejército que se sublevó en Cabezas de San Juan en 1820 para dar lugar a los 3 años de régimen liberal. No sólo cuenta sus impresiones y recuerdos sino también la tensa relación que estableció en la corte con Fernando VII tras la restitución del régimen constitucional.

Es indudable el conocimiento de la historia de que hace gala José Esteban y el manejo de la ingente información de las fuentes consultadas, como él mismo apunta en el prólogo. Por eso debo advertir para aquellos que esperan una historia asequible que la novela se ve encorsetada por el carácter de testimonio político-histórico que le da José Esteban. En “El himno de Riego”, el protagonista es más un personaje histórico que un personaje de novela. Sin embargo este detalle acrecienta el interés de quienes queremos conocer la historia.
Nacido en Asturias en 1775, Rafael del Riego ya se había significado en la guerra de la Independencia contra el invasor francés. Fue hecho prisionero y llevado a Francia donde cumpliría varios años de condena. Se especula que allí entró en contacto con la masonería pues a su regreso a España lo señalaban como masón, una acusación especialmente grave en la España absolutista de Fernando VII. Por tanto él debía cuidarse de ocultarlo si quería seguir en el ejército. José Esteban nos muestra a un Rafael del Riego idealista y muy comprometido con la defensa de la libertad y la nación española, dos conceptos que desde la Constitución de Cádiz de 1812 van a ir inseparablemente unidos. Pero la llegada al trono de Fernando VII supuso un regreso al absolutismo más exacerbado, la Constitución de Cádiz quedó abolida y los defensores de las ideas liberales que la inspiraron sufrieron una de las persecuciones más atroces que se han producido en la reciente historia de España. Pese a tanta adversidad, hubo varios levantamientos militares para restituir el orden constitucional. Y precisamente gran parte de “El himno de Riego” trata sobre los recuerdos de Rafael del Riego en los momentos previos y posteriores al pronunciamiento que triunfó en Cabezas de San Juan, en enero de 1820.
José Esteban pone en boca del militar las inseguridades que vivió durante esos meses, en un viaje que lo llevó por Ronda, Antequera, Grazalema, Utrera, Málaga, Algeciras… con la idea de entrar victorioso en Cádiz, símbolo de la Constitución. Pero para ello debía hacer frente al ejército realista, a algunas deserciones en sus propias filas, a la falta de carreteras que pudieran transmitir las noticias de la sublevación al resto de España, a sus dudas y al desánimo, etc.
Pese a todo, el levantamiento triunfó al fin. Pero luego, una vez que el rey aceptó jurar la Constitución, (con esa famosa frase llena de cinismo salida de su real boca: “…Marchemos, francamente, y yo el primero, por la senda constitucional…”), la tarea que se presentaba por delante no era fácil porque los mismos que habían gobernado debían ahora respetar la Carta Constitucional. Y los vicios despóticos y las malas costumbres después de tantos años de gobierno absolutista eran difíciles de salvar. Estaban en juego muchos privilegios antiguos y en general había poco interés entre la clase dirigente por los cambios. Rafael del Riego se enfrentaba por tanto a unos manejos de la política a los que no estaba acostumbrado. Y lo pagó.
En un momento de su confesión, el militar admite que él siempre creyó en la monarquía constitucional y que nunca tuvo aspiraciones republicanas. En “El himno de Riego”, José Esteban nos habla también de Antonio Alcalá Galiano y Juan Álvarez Mendizábal, personajes a los que del Riego conocía y a los que consideraba verdaderos conspiradores, pues se movían por esos terrenos como pez en el agua. Ellos sí buscaban gloria y popularidad, e incluso el derrocamiento de la monarquía, mientras del Riego se consideraba un militar al que el destino había colocado en el momento adecuado. Sin embargo él siempre tuvo claro que entregaría el protagonismo al poder civil, único depositario de la voluntad popular. Este idealismo o candidez, (si puede decirse así), de Rafael del Riego supo aprovecharlo Fernando VII en su favor para crear disensiones entre los liberales, llegando incluso a provocar una guerra civil.
Y precisamente son esas páginas las que destacaría de la novela: esos momentos de enfrentamiento dialéctico entre el rey y el militar, llenos de trampas, verdades a medias, reproches ocultos, confidencias perversas… todo con el fin de encontrar un pretexto que le sirviera a Fernando VII para acusar a del Riego por alta traición, algo que al fin conseguiría. De esa manera nos dibuja un perfil psicológico del monarca muy acusado, que lo sitúa entre lo peor de nuestra historia.
“El himno de Riego” es una interesante lectura para saber un poco más y reflexionar.

Pondré para terminar las palabras que Rafael del Riego pronunció en Cabezas de San Juan. Pasados 200 años desde entonces, estas palabras siguen abrigando un mensaje noble y moderno:

“...España está viviendo a merced de un poder arbitrario y absoluto, ejercido sin el menor respeto a las leyes fundamentales de la nación. El rey, que debe su trono a cuantos lucharon en la Guerra de la Independencia, no ha jurado, sin embargo, la Constitución. Es necesario, para que España se salve, que el rey jure y respete esta Constitución de 1812, afirmación legítima y civil de los derechos y deberes de los españoles… de todos los españoles, desde el rey al último labrador.”

Amén.

domingo, 20 de noviembre de 2011

Mary Hopkin



La galesa Mary Hopkin cantaba en un grupo folk hasta que ganó un concurso musical de televisión. Debutar con 18 años, y hacerlo con la bendición de Paul McCartney, productor de su primer disco en solitario en 1968, debía suponer un responsabilidad demasiado grande para una desconocida. Tras unos años prometedores, en los que logró el 2º Premio en los festivales de San Remo y Eurovisión, desapareció del gran público a principios de los 70 para dedicarse a su familia. Muy celosa de su vida privada, se sabe sin embargo que ha seguido vinculada a la música poniendo voz de fondo en las producciones musicales de su marido, entre ellas en varios discos de David Bowie.
Aquí la vemos, como una Nancy y a todo color, en 1969 interpretando esta versión (mejorada, a mi juicio) de "In my life", canción de The Beatles... Qué quieren que les diga: ¡está para comérsela! Con guitarra y todo.

martes, 8 de noviembre de 2011

Méritos, vacunas y globos aerostáticos


Edward Jenner se agachó y tiró de la lona para llevar esa esquina al lado opuesto. Una vez hecha la operación, sólo tenía que pasar las cuerdas por los orificios de los extremos y atarlas a los enganches de la cesta.
- Sujeta aquí.- Le dijo a su amigo.
- No podremos los dos solos. Pesa mucho.
- Nada hay imposible. Si eres un hombre de ciencia, lo deberías saber. Sujeta, anda.

Su amigo resopló resignado. Era demasiado obeso, pero sobre todo estaban en 1776. Aún faltarían muchas décadas para hacer ese trabajo sin ayuda. Tras varios intentos, Edward no tuvo más remedio que desistir. Entonces se sentaron a la sombra de un castaño.

- Tienes razón… Lo dejaremos para mañana. Avisaré a sir James y a Lord Hawthorne para que nos echen una mano. Le prometí a mi esposa que haría volar el globo para su cumpleaños… y lo conseguiré.
- Lo siento, Edward. Tanto sir James como Lord Hawthorne están ahora en Londres con el doctor Smith. Les está instruyendo en el arte de la cirugía.
- Cierto, se me olvidaba.
- Claro, es que hace tiempo que no vienes a las charlas del doctor Smith. ¿Sabes qué nos contó la semana pasada? No te lo vas a creer. Escucha…
El amigo de Edward Jenner se arremangó e iluminó el semblante, dispuesto a narrarle una aventura extraordinaria. Le contó que hacía unos 50 años Lady Mary Wortley regresó de un viaje por Turquía y que allí aprendió la manera de proteger a sus hijos de la viruela. Y lo hizo nada menos que inoculándoles un líquido con la forma más benigna de la enfermedad. Sí, sí, les hizo enfermar a propósito.


-¿Te lo puedes creer, Edward? ¿Qué madre puede hacer eso con sus hijos?... Pero lo curioso del caso es que los hijos de Lady Mary se libraron de contraer la forma más maligna de la viruela, y eso que los exponía sin tomar precauciones. El doctor Smith sugiere que aquí hay una vía de investigación para detener las epidemias. Pero qué quieres que te diga, Edward, yo me niego a pensar que los turcos tengan algo digno que enseñarnos, ¿no crees?

Edward llevaba poco tiempo dedicándose a la medicina. Como hombre ilustrado de su época había dispersado su interés en demasiados campos: estudió geología, sabía música, tocaba varios instrumentos, escribió poesía y hasta se interesó en el estudio de las leyes. Incluso años atrás había renunciado por amor a ser el naturalista oficial en el segundo viaje del capitán Cook por los mares del sur. Pero ahora, sentía la necesidad de centrarse en el estudio de algo provechoso.


Él era médico y la historia de Lady Mary Wortley merecía ser investigada. El doctor Smith tenía razón: erradicar una epidemia tan mortífera como la viruela sería un avance indiscutible para la humanidad.
A partir de aquí, la historia ya es conocida. Edward Jenner se puso manos a la obra y al cabo de 20 años consiguió crear la vacuna para la viruela. El remedio llegó tarde para Luis XV, rey de Francia, que murió de esa enfermedad; y para George Washington, que logró sobrevivir pese a las terribles secuelas de un rostro sembrado de volcanes.

Sin embargo, los méritos de Edward Jenner no le sirvieron para ingresar en el selecto Colegio Oficial de Médicos de Londres. Murió en 1823 sin que llegaran a admitir su candidatura. No sabemos si murió apenado por ello. Lo que sí sabemos es que el globo aerostático que construía con su amigo aquella tarde de 1776 sí logró surcar el cielo en la fiesta de cumpleaños de su mujer.
Desde luego, ese día sí se sintió feliz.

jueves, 3 de noviembre de 2011

Paparazzi

Atención, acabamos de recibir en la redacción del desván esta "Blog-Pifia" de última hora:

"Un juez de Barcelona ha condenado al señor Soler, fotógrafo profesional de prensa rosa, a pagar una indemnización de 90.000 Euros a la señorita Scarlett Johanson por atentar contra su honor. En el controvertido reportaje se veía a la actriz completamente vestida saliendo de una misa que tuvo lugar en la iglesia de Santa María Recatada el pasado mes de abril.
Recordemos que el señor Soler ya estuvo en el centro de la polémica por vender unas fotos del príncipe Alberto de Mónaco comiéndose a besos a su esposa Charlenne. Pese a las numerosas condenas, el fotógrafo sigue asegurando que él nunca hace montajes.
Ya ni los jueces de Barcelona le creen."

¡Qué país!

jueves, 27 de octubre de 2011

David Roas gana el VIII Premio Setenil


El jurado del VIII Premio Setenil al Mejor Libro de Relatos Publicado en España 2011, reunido el día 26 de octubre, ha acordado conceder el galardón a David Roas por su libro Distorsiones, publicado por la editorial Páginas de Espuma (Madrid). El jurado, compuesto por Fernando Iwasaki, Antonio Parra Sanz, Gontzal Díez y Manuel Moyano, eligió esta obra de entre las 64 presentadas por editoriales y autores de toda España.

El escritor galardonado, David Roas (Barcelona, 1965) es profesor de Teoría de la Literatura y Literatura Comparada en la Universidad Autónoma de Barcelona. Entre sus obras se cuentan la novela Celuloide sangriento (1996), el volumen de cuentos y microrrelatos Horrores cotidianos (2007) y el libro de crónicas humorísticas Meditaciones de un arponero (2008). Especialista en literatura fantástica, ha publicado diversos ensayos y antologías sobre el género.

El jurado del VIII Premio Setenil considera que el libro ganador, Distorsiones, que reúne 19 piezas de dispar extensión, ''se caracteriza tanto por su frescura y agilidad, como por los riesgos narrativos que asume su autor, conteniendo varios relatos memorables que tienen la fantasía y el humor como rasgos principales''.

El acto de entrega del VIII Premio Setenil tendrá lugar el 13 de diciembre de 2011.

Los ganadores de las anteriores ediciones del Setenil, considerado uno de los premios más importantes de cuento en el panorama literario nacional, han sido Alberto Méndez, por Los girasoles ciegos, Juan Pedro Aparicio, por La vida en blanco, Cristina Fernández Cubas, por Parientes pobres del diablo, Sergi Pàmies, por Si te comes un limón sin hacer muecas, Óscar Esquivias, por La marca de Creta, Fernando Clemot, por Estancos del Chiado, y Francisco López Serrano, por Los hábitos del azar.

viernes, 14 de octubre de 2011

El ahorcado: Cuentos de espanto


Ediciones B, en su colección de Zeta Bolsillo, nos presenta en este libro una antología de relatos de Orson Scott Card, autor norteamericano especializado en terror y ciencia ficción. Y como especialista del género, ha explorado todas las vertientes.
En una interesantísima introducción, Scott Card diserta sobre el sentido de escribir cuentos de miedo. Dentro de este género diferencia claramente entre espanto, terror y horror. Aunque para el profano en la materia puedan parecer términos similares, Scott Card sostiene que el espanto es la forma de miedo más sugerente y la más poderosa. Porque lo identifica con esa tensión, ese compás de espera que se produce cuando sabemos que hay algo que temer pero aún no lo hemos identificado con algo concreto. Según él, otra vertiente del miedo es el terror, que es el que sentimos cuando ya vemos y le hemos puesto cara a aquello que tememos. Así, terror sentiríamos al ver al intruso que nos ataca con un cuchillo, o cuando vemos los faros de un coche que se nos echa encima… es decir, sabemos lo que podemos esperar. Y por último queda la otra vertiente, el horror, que es la más débil de todas, que identifica con las consecuencias, con los vestigios, una vez que ha ocurrido lo que temíamos: un cadáver despedazado o víctimas que ya han dejado de ser personas.
El autor concluye esta introducción haciendo una encendida defensa del cuento de espanto, que es el verdadero arte del miedo: lograr que el público se identifique con un personaje hasta el punto de compartir sus temores. Desde luego, en términos de Orson Scott Card, este libro es claramente una colección de cuentos de espanto. Son cuentos que hablan de la culpa, que surgen a partir de pesadillas o de situaciones cotidianas que ha vivido el propio autor.
En este sentido, “Criadero de gordos” tiene tintes autobiográficos, como en realidad casi todos los cuentos, como él mismo justifica en una apostilla al final del libro.
En “Sepulcro de canciones”, el autor se nos muestra en su estado más desgarrado. Esa historia de una adolescente sin brazos ni piernas, condenada a vivir en una silla de ruedas, que contagia alegría y vida, conmueve desde la primera página. Y más aún si sabemos que en la realidad el propio autor vive una situación similar con uno de sus hijos. Como él mismo asegura al final del relato, una vida es digna de vivirse si brinda algún bien a los demás y recibe alguna alegría de ellos.
Esas experiencias parecen tener también algo que decir en otros cuentos como “Euménides en el lavabo del cuarto piso”, “Niños perdidos”, “Ejercicios de respiración profunda” o “Finiquito”, donde el peso de la culpa atenaza el proceder del protagonista en el día a día y es capaz incluso de seguir estando presente en sus sueños y de torturarlo.
Sin embargo, “Juegos de carretera” tiene otra cadencia. En él, el protagonista lleva una vida aparentemente normal, integrado en la sociedad, pero se convierte en una especie de monstruo cuando se sienta al volante de un coche. Y acosa en la carretera a otros conductores que han cometido pequeñas infracciones, pero no saben que sufrirán fatales consecuencias por ello. Se lee a ritmo de road movie, con carreras, frenazos y justicieros sobre ruedas. Se respira en el ambiente del relato una angustia latente que va creciendo hasta llegar a un final apocalíptico.
En definitiva, estamos ante un libro que en ciertos momentos me ha recordado al mejor Stephen King (hablo de “Eclipse total”, de "La zona muerta" o “Misery”), un autor que sugiere más de lo que muestra. Como el propio Scott Card sostiene: “Vosotros, los lectores, presos del espanto, imaginaréis cosas mucho peores de las que yo podría mostrar”. Lean “El ahorcado. Cuentos de espanto” y quizás le den la razón.

domingo, 9 de octubre de 2011

Dalida



Yolanda Giglioti (Dalida) nació en El Cairo, de familia italiana. El título de Miss Egipto en 1954 le sirvió de trampolín para el cine y la música. Se trasladó a París, donde fue telonera de Charles Aznavour y disco de oro en 1957. Lectora voraz e interesada en la filosofía, fue adquiriendo una imagen de artista elegante y sofisticada. Sin embargo, su vida se vería marcada por un trágico suceso: en el festival de San Remo de 1967 participaba con la canción “Ciao Amore”, compuesta por Luigi Tenco que era su pareja de entonces. Al no conseguir el premio, Luigi montó en cólera y acusó al jurado de manipulación y a la organización de venderse por dinero. Para mayor escándalo, esa misma noche Luigi se suicidó en su habitación del hotel. Meses más tarde, y aún destrozada, Dalida quiso seguir sus pasos. Afortunadamente fracasó y en 1971 nos dejó esta “Le temps des fleurs”, adaptación de una canción tradicional rusa. Por desgracia, otra ingestión de barbitúricos sí conseguiría acabar con ella en 1987… ¡Qué obsesión con la química!

miércoles, 21 de septiembre de 2011

La puerta de Heródoto


La taberna del Frasco, cerca del embarcadero, es el lugar al que acuden esos hombres de mar, gente ruda, sacrificada y de pocas palabras. La taberna aún conserva ese olor a fritanga de aceite usado, de pescaíto frito y tabaco de contrabando, de restos de espuma que gotea desde los tiradores de cañas. Ese olor que te impregna la ropa durante las partidas de dominó y te deja la huella del Frasco, como si te hubiera abrazado desde el otro lado de la barra antes de servirte las gambas de rigor como primera tapa. Ese olor sigue siendo el mismo pese a que el Frasco ya no está al frente de su taberna.
Era verano cuando desapareció. Salió hace dos años con su pequeño bote una mañana de mar en calma. Llevaba todo su equipo de buceo a pulmón libre: unas aletas de pala ancha, machete, cinturón de plomo, un fusil de pesca submarina y unas gafas que hacían agua. Sus amigos, entre los que me encuentro, compartíamos con él su afición por el submarinismo desde niños, pero el paso del tiempo fue ordenando nuestras prioridades, y al final el buceo ya sólo tenía interés para el Frasco. Antes de las 9 solía regresar con su barca repleta de sargos, jibias, palometas y algún mero que superaba los dos kilos. Así conseguía ampliar la carta de raciones de pescaíto para su taberna.
- Mirad lo que traigo hoy… Este cachivache debe ser de los fenicios.
Sostenía entre sus manos una pequeña figura de obsidiana, tan acribillada de lapas y algas que se hacía difícil adivinar por debajo la forma de una sacerdotisa. Nos miramos, incrédulos, al pie de la barca. Hay que ver qué suerte tiene el Frasco, era el sentir general.
- Estaba enredada entre los tentáculos de este pulpo. ¡Fijaos, menudo ejemplar!.- Corroboró alzando los ocho kilos de cefalópodo.
Esa tarde, con nuestra promesa de guardar silencio, nos llevó a su bodega, que tenía habilitada como un muestrario arqueológico del lugar. Tenía ordenados por épocas todos los objetos que fue encontrando a lo largo de los años. Desde tablillas tartésicas, figurillas cartaginesas y ánforas romanas, pasando por flechas y diademas árabes, monedas acuñadas en las indias, restos de las guerras napoleónicas y hasta la hélice de un avión de la guerra civil. Junto a centenares de joyas, calaveras, mosquetones y balas de cañón, había un esqueleto completo vestido con su uniforme de guardia de corp. Aún se distinguía en la sisa de la pechera el agujero abierto por el sable que lo mató… Quizá, en la batalla de Trafalgar.
Un día, el Frasco me desveló su secreto.
- He encontrado una cueva a los pies del acantilado. Y no puedes imaginarte lo que esconde. Hay todo un mundo por descubrir.- Me susurró al oído con sigilo.
Yo no quise contribuir a alimentar su ego. Sólo me limité a seguirle la corriente por cortesía.
- ¿Y no crees que sería mejor donar las piezas a un museo?.- Le pregunté.
- No me he explicado bien. No se trata de restos arqueológicos. Más bien diría que son las pruebas de que los grandes mitos de la humanidad son más reales de lo que parecen. A través de esa cueva he accedido a un mundo subterráneo plagado de Golems y fuentes de la eterna juventud. La Atlántida existió, también Eldorado. Ahora están ahí abajo, junto a antiguas civilizaciones que desaparecieron de la tierra sin dejar rastro. Creo que personajes como Heródoto, Nostradamus, Juanelo o Julio Verne supieron de la existencia de este mundo interior. Las piezas que habéis visto en mi bodega no son más que quincalla para fetichistas.
Me dolía la cabeza y seguí con mi partida de dominó. Cada loco con su tema. Pobre Frasco, pensé mientras daba cuenta de los salmonetes a la plancha que pescó esa misma mañana. Entonces no podía saber que el Frasco tomaría su bote al día siguiente y desaparecería dejándonos huérfanos de su compañía, aunque su taberna siguiera oliendo a historias de mar.
Dicen que se ahogó, pero aún no han encontrado su cuerpo. Pasados dos años desde entonces, yo más bien pienso que bajó a la cueva y atravesó la puerta de Heródoto en busca de la Atlántida. Espero que algún día la encuentre y regrese para contarlo.

viernes, 16 de septiembre de 2011

Finalistas del Premio Setenil 2011

El ayuntamiento de Molina de Segura ha hecho pública la lista de los 10 finalistas que optarán al premio Setenil al mejor libro de cuentos publicado en 2010.
Entre los finalistas hay escritores con una sólida carrera literaria a sus espaldas, otros quizá más conocidos por su poesía, y los hay que se han curtido ganando certámenes de relato corto a diestro y siniestro.
Pero queda confirmado (como ya ocurrió el año pasado), que cada vez se le presta más atención al microrrelato, y de nuevo hay opciones para que en esta edición se premie una obra de este género en alza.
El jurado fallará a principios de noviembre. Ardua labor.
Suerte a los elegidos:

1.- "Los ojos de los peces", de Rubén Abella (Menoscuarto); 2.- "Vidas prometidas", de Guillermo Busutil (Tropo); 3.- "Pasadizos", de Juan Herrezuelo (Instituto de Estudios Almerienses); 4.- "Tanta pasión para nada", de Julio Llamazares (Alfaguara); 5.- "Los pobres desgraciados hijos de perra", de Carlos Marzal (Tusquets); 6.- "El heladero de Brooklyn", de Fernando Molero Campos (Alhulia); 7.- "Los muertos, los vivos", de Beatriz Olivenza (Torremozas); 8.- "Ficcionarium", de Fernando Palazuelos (Baile del sol); 9.- "Distorsiones", de David Roas (Páginas de Espuma); 10.- "Cuentos rusos", de Francesc Serés (Mondadori)

domingo, 11 de septiembre de 2011

En la estación


Las puertas del vagón se abren y una marabunta de personas arrastra a Ignacio al interior, recordándole que están en plena hora punta. El aire acondicionado no funciona, el calor es agobiante y las caras de sueño evidencian la pesadez del ambiente: algunos dormitan, otros leen con aburrimiento y los hay incluso que conversan animadamente, a pesar de hora tan temprana. El tren inicia la marcha, e Ignacio que no ha encontrado asiento, mantiene el equilibrio a duras penas. Tiene las dos manos ocupadas y sus reflejos ya no responden como antaño. Una mujer le ofrece su asiento, pero él declina con dignidad de orgullo herido. Sólo son dos estaciones y prefiere viajar de pie, como lo ha hecho durante muchos años… Tantos, que ya no recuerda cuantos son. En la estación de Lavapiés se baja del metro. Espera en pie, en medio del andén, que el trasiego de la gente le permita avanzar sin obstáculos hacia el último banco, antes de llegar a la escalera de salida. Entonces alza la vista hacia el fondo y allí está ella, sentada con el bolso en su regazo, leyendo una novela de amores, de esas que tanto le gustan.
- Disculpe, joven. ¿Tiene hora?.- Le pregunta Ignacio al llegar a su altura.
Y ella, que ha salido una hora antes de la casa que ambos comparten desde hace cincuenta años, le contesta:
- Si se da prisa, llegará a tiempo a su trabajo.
- No importa, creo que hoy llegaré tarde… Igual que entonces, ¿recuerdas?
Ella sonríe, como aquel día, e Ignacio le da un beso y le coloca una rosa en el ojal. Y juntos, de la mano, dirigen sus pasos achacosos hacia la salida para hacer de su aniversario un día para recordar.

viernes, 2 de septiembre de 2011

Una vuelta al mundo


Este libro de viajes, escrito a dos manos en 1928, no tendría su interés si no fuera por la relevancia de sus autores y el momento histórico en que se escribió. Erika y Klaus Mann eran los dos hijos mayores del ya por entonces famoso escritor alemán Thomas Mann. Su novela “La montaña mágica” había elevado las expectativas de conseguir el premio Nobel (lo que finalmente conseguiría en 1929) y a sus hijos, Erika y Klaus, les abrió las puertas de la vida cultural alemana y europea. Cuando decidieron emprender este viaje del que trata el libro que nos ocupa, ella tenía 22 años y él 21. ¿Quién en esa época podía permitirse un viaje de 9 meses alrededor del mundo, atravesando el atlántico, los Estados Unidos, el pacífico, las islas de Japón y toda la Unión Soviética a través de Siberia?
Aunque ellos no lo cuentan en estas páginas, se sabe gracias a un epílogo escrito por Uwe Naumann, que los dos hermanos tenían como objetivo principal darse a conocer en Hollywood y establecerse en la meca del cine. Pese a su juventud, Klaus Mann era crítico de teatro y autor de varias obras que se habían estrenado en Alemania antes de emprender el viaje. Y su hermana Erika era una actriz de teatro. Por aquel entonces los dos atravesaban por un momento crítico en sus vidas: ella debía digerir el fracaso de su reciente matrimonio, y él las pésimas críticas de sus últimos estrenos. Este viaje, por tanto, podría definirse como una huida hacia delante.
Y con ese objetivo de cambiar de aires parecieron tomarse este viaje, que nada tiene que ver con el que emprendieron los grandes viajeros europeos apenas unos años antes, en el siglo XIX. No les movía un ansia por conocer nuevos mundos o formas de vida diferentes, integrándose en las comunidades que los acogían. Con este viaje no iban a transformar sus vidas, ni a emprender estudios antropológicos que los llevaran a comprender el origen y evolución de las civilizaciones que visitaban, como sin duda sí les ocurría a muchos de esos grandes exploradores. Al terminar de leer el libro, uno tiene la sensación de haber leído una crónica periodística sin mucha profundidad, una sucesión de anécdotas que alternan con reflexiones unas veces serias, otras algo frívolas, pero que aportan una visión acorde a la época y a su educación, a toda una forma de vida, la de los “locos años veinte”. La portada del libro se ajusta como un guante a lo que el lector se encontrará en sus páginas: con esta imagen de los dos hermanos, juntos y sonrientes, se presentaban en la sociedad americana como los hijos gemelos de Thomas Mann, una “travesura” divertida que se les ocurrió durante el viaje por el atlántico y que los periodistas americanos aceptaron sin saber que se trataba de una broma.
Otro aspecto que quisiera destacar es la visión “tan alemana” que tenían del mundo y de la vida. En todos los lugares que visitaban de Estados Unidos siempre coincidían con algún profesor alemán universitario, también diplomáticos, se reunían con empresarios, artistas e intelectuales alemanes, de manera que nunca dejaron de tener contacto con su propio mundo. Tenían tan interiorizada esta forma de ser que, a mi juicio, este viaje no les permitió tanto “conocer mundo”, como sí “ver mundo”. Diría que se tomaron esta vuelta al mundo con predisposición de turistas ricos y cultos de la época, como genuinos personajes salidos de las páginas de E. M. Foster, Evelyn Waugh o Somerset Maugham.
Y ese detalle es el que considero más interesante de “Una vuelta al mundo”: Erika y Klaus Mann dieron una visión ácida y desenfadada de las sociedades americana, japonesa y rusa, una visión condicionada por su educación germana. Y todo ello, lejos de saber que apenas 12 años después de escribir el libro, estas 4 naciones se verían involucradas de lleno en una nueva guerra mundial.
Pero para entonces, tanto Erika como Klaus ya llevaban varios años exiliados en los Estados Unidos, país que los acogió tras la llegada de los nazis al Reichstag en 1933. Nunca cumplieron su sueño de establecerse en Hollywood, pero al menos consiguieron huir del régimen nazi y de ese ambiente que ahogaba a la crítica independiente y eliminaba la libre expresión artística que se les supone a los intelectuales. Precisamente sobre ello, Klaus Mann escribió en 1936 la novela “Mefisto”, donde ajusta las cuentas al mundo de la cultura de su país y denuncia esa bastarda entrega a los nazis por parte de los escritores y artistas alemanes de su época.
Este es un libro que no deja de tener su interés, no tanto por lo que cuenta como por el punto de vista de sus autores y el momento histórico elegido: ese tiempo de precarios equilibrios entre las naciones (y falsamente feliz entre la alta sociedad europea), que lleva incubando desde el final de la 1ª Guerra Mundial una continuación devastadora que nadie parecía intuir.

sábado, 27 de agosto de 2011

Helen Shapiro



En el rescate de voces femeninas de los 60 que he emprendido hace más de un año llama la atención la precocidad de muchas de estas cantantes. Es el caso de Helen Shapiro, que logró situarse en el nº3 de la lista británica de éxitos con su primer single. Le ayudó a ello una potente voz, muy apropiada para el soul y el blues, pese a contar sólo 14 años.
Sin embargo, este éxito no se prolongó en el tiempo. La irrupción de otras nuevas cantantes como Dusty Springfield, Cilla Black, Lulu o Sandie Shaw , que sí supieron evolucionar en la música pop, les hizo ver al público que Helen Shapiro no había tomado ese tren y en general la consideraban como una estrella pasada de moda, un emblema de la época pre-Beatles. Pese a todo, cosechó bastante éxito con canciones como "Queen for tonight", "You don't know" o "Walking back to happiness". Aquí la vemos en 1963 (¡con 17 años!) cantando en directo "It might as well rain until september", tema original de Carole King.

miércoles, 27 de julio de 2011

El esposo impaciente


Esta novela de Grazia Livi muestra los detalles más íntimos de una de las personalidades más influyentes de la literatura rusa en la Europa de finales del siglo XIX y principios del XX. Cuando se casó en 1862, León Tolstoi tenía 34 años y una carrera literaria muy asentada y reconocida. Él mismo era consciente de su importancia como intelectual. Pero esta seguridad en la fuerza de sus ideas contrastaba con una casi enfermiza inseguridad cuando intentaba relacionarse con las mujeres. Y es este el aspecto que Grazia Livi ha querido resaltar de la peculiar personalidad del escritor ruso. “El esposo impaciente” narra el viaje que realizan los recién casados desde Moscú hasta la residencia de la tía del escritor, a la que venera desde su infancia.
Este íntimo trayecto le sirve de excusa a la autora para mostrar el lado más humano del escritor y de su joven esposa, Sofía Bers, que por entonces sólo tenía 18 años. Junto a las anécdotas del viaje, Grazia Livi alterna pasajes de la vida de ambos antes de su boda y otros que hacen referencia al futuro, cuando llevan varios años de casados. Pese a estos saltos en el tiempo, se trata de una lectura fácil de seguir porque el objetivo de la autora no es contar una historia lineal en el tiempo, sino exponer la complejidad de una relación, con altibajos en los estados de ánimo de los personajes, una relación trufada de celos, choques de mentalidad y períodos de entendimiento apasionado. Y esto lo consigue porque en medio de estos pasajes la autora inserta pequeños apuntes, pensamientos y fragmentos de diarios íntimos de los personajes que retratan el estado de ánimo concreto por el que pasan sus protagonistas. Pasajes que están sacados de documentos reales, escritos de la mano de León Tolstoi y Sofía Bers, y que dan más valor a la novela.
En “El esposo impaciente” encontramos a un León Tolstoi inseguro cuando compite con un militar por el favor de Sofía. Se nos muestra a un Tolstoi maniático, lleno de prejuicios, condescendiente. En sus diarios, Tolstoi va anotando las impresiones que le producen las mujeres con las que trata en aras de un hipotético matrimonio. Se le ve deseoso de amar, pero al mismo tiempo se convence en esas anotaciones de que realmente no le conviene: está en permanente contradicción. Por eso a menudo se nos muestra preso de un amor enfermizo y otras veces como un perfecto misógino, pese a la veneración que siente por las mujeres de su propia familia: su hermana, que es institutriz en la casa del Zar; su madre, políglota y de gustos refinados; su tía a la que tiene como gran referente… La novela nos descubre también esa forma de vivir en la sociedad rusa del XIX, tremendamente clasista, casi feudal. Recordemos que Tolstoi pertenecía a la nobleza y tenía grandes posesiones y muchas personas (súbditos y sirvientes) a su cargo. Eso lastra la manera de relacionarse con su entorno más cercano y lo vemos sobre todo a la hora de proponer matrimonio a Sofía Bers, tan sólo un mes después de conocerla. Una relación que León Tolstoi entiende como un mero trámite, al que todos deben someterse, porque él ya ha decidido dar ese paso.
Si tengo que ponerle un pero a “El esposo impaciente” es que pese a la gran ambientación de la época y un retrato de personajes muy convincente, la novela se me hace larga. La intensidad de los sentimientos y el corto trayecto del viaje que da pie a la narración exigiría a mi entender un menor número de páginas: creo que con 120 ó 130 sería más que suficiente.
No obstante, Grazia Livi ha conseguido con esta novela mostrarnos una parte de la vida de León Tolstoi no muy conocida: la del escritor en su vida privada. Una fórmula que ya en el siglo XVIII utilizó Ana Magdalena Bach para sacar a la luz aspectos de la vida familiar de su marido, el maestro Juan Sebastián Bach, que no eran de dominio público. En su libro, “Pequeña crónica de Ana Magdalena Bach”, la autora cuenta cómo es Bach en su vida privada, las obsesiones por encontrar la perfección de sus composiciones y el enorme valor que concedía a su familia. Y sobre todo Ana Magdalena Bach se nos presenta como una mujer entregada a un amor que roza la veneración por su marido. Este sería un detalle que diferenciaría el matrimonio Bach del matrimonio de Tolstoi. Ambos artistas eran ya muy reconocidos cuando se casaron con mujeres bastante más jóvenes que ellos y tuvieron muchos hijos. Pero en el caso de León Tolstoi, su matrimonio navegaba en permanente vaivén, lo que da a su historia de amor una mayor riqueza.
Y esta novela de Grazia Livi, “El esposo impaciente”, así lo refleja.

viernes, 22 de julio de 2011

Lynne Randell



Lynne Randell, nacida en Liverpool, inició su carrera en Australia, lugar al que emigraron sus padres a principios de los años 50. (Por cierto, curioso fenómeno el de muchos cantantes ingleses de la época, que triunfaron primero en Australia antes de regresar a Europa: le sucedió también a Olivia Newton-John o a Bee Gees). En 1967, con 18 años, Lynne Randell sacó este "Ciao, Baby", que la lanzó definitivamente a la fama. Pero sus constantes problemas de salud, derivados de una adicción a los somníferos, truncó su carrera. Murió en 2007, a los 58 años.
Aquí la tenemos en una actuación de 1983, casi paródica, pero sin perder ese sabor del estilo que hizo famoso al mismo Tom Jones.
Que la disfruten.

viernes, 15 de julio de 2011

Participantes en el Premio Setenil 2011

Una vez cerrado el plazo, el ayuntamiento de Molina de Segura ha hecho pública la lista de los 64 libros que optarán este año al premio Setenil al mejor libro de cuentos publicado en España entre el 23 de abril de 2010 y el 22 de abril de 2011.
Aunque ha bajado la participación respecto al año pasado (cuando se presentaron 82), la verdad es que este certamen va ganando prestigio año tras año, lo que muestra la buena salud de que goza el género del cuento.
Este año el jurado está presidido por el escritor Fernando Iwasaki, al que acompañan el escritor, crítico y profesor Antonio Parra Sanz y el periodista y el escritor Gontzal Díez. A finales de septiembre harán pública la lista de los 10 libros que optarán a un premio de 12.000 Euros que se fallará en noviembre. Suerte a todos.
Esta es la relación de títulos por orden de llegada:

1.-“Cuentos rusos”, de Francesc Serés (Mondadori); 2.-“Ficcionarium”, de Fernando Palazuelos (Baile del Sol); 3.-“Dejemos el pesimismo para tiempos mejores”, de Diego Medrano (Pez de Plata); 4.-“Dinero gratis”, de Carlos Radial (Libros del Silencio); 5.-“El hacedor (de Borges), Remake”, de Agustín Fernández Mallo (Alfaguara); 6.-“Piel de plátano”, de José Manuel González (La Discreta); 7.-“Distorsiones”, de David Roas (Páginas de Espuma); 8.-“Antes de las jirafas”, de Matías Candeira (Páginas de Espuma); 9.-“El otro fuego”, de Inés Mendoza (Páginas de Espuma); 10.-“El perro que comía silencio”, de Isabel Mellado (Páginas de Espuma); 11.-“Antes del futuro imperfecto”, de Medardo Fraile (Páginas de Espuma); 12.-“Las noches de papel”, de Marta Gómez Mata (Ayto. de Montijo); 13.-“Los pobres desgraciados hijos de perra”, de Carlos Marzal (Tusquets); 14.-“Fuera de temario”, de Manuel Espada (Editores Policarbonados); 15.-“La soledad dejó de ser perfecta”, de Alberto de Frutos Dávalos (Editores Policarbonados); 16.-“Trece cuentos inquietantes”, de Felisa Moreno Ortega (Hipálage); 17.-“Con una pizca de luz y mucho de silencio”, de Antonio Garrido Domínguez (Cultural Giner de los Ríos); 18.-“Tanto amor”, de Lola Gracia (Tres Fronteras); 19.-“Tanta pasión para nada”, de Julio Llamazares (Alfaguara); 20.-"Variaciones en torno al tema del animal diabólico”, de Daniel Morales (Caja España y Caja Duero); 21.-“Sonría a cámara”, de Roberto Valencia (Lengua de Trapo); 22.-“Mañana nunca lo hablamos”, de Eduardo Halfon (Pre-Textos); 23.-“Breve teoría del viaje y del desierto”, de Cristian Crusat (Pre-Textos); 24.-“Cuarto menguante”, de Alfredo Leyva Almendros (Zumaya); 25.-“La enfermedad de las niñas rubias”, de Ignacio Borgoñós (Alfaqueque); 26.-“Palabra de árbol”, de María Bautista Sánchez (Diputación de Badajoz); 27.-“Habas contadas”, de José Antonio Ramírez Lozano (Diputación de Badajoz); 28.-“Designios”, de Fernando Palazuelos (Diputación de Badajoz); 29.-“Zoom”, de Manuel Espada (Paréntesis); 30.-“Pasadizos”, de Juan Herrezuelo (Instituto de Estudios Almerienses); 31.-“Horizonte de sucesos”, de Carmen Peire (Cuadernos del Vigía); 32.-“Todo es perfecto”, de Verónica Martín (Caja Segovia); 33.-“Cuentos cada vez más cortos”, de Elena M. (Comanegra); 34.-“Lo que cuentan las sombras”, de Francisco J Segovia Ramos (Alkaid); 35.-“El señor de los naufragios”, de Luis Manuel García Méndez (Algaida); 36.-“La calle Fontanills”, de
Juan Antonio Masoliver Ródenas (Acantilado); 37.-“El fabuloso mundo de nada”, de
Javier Mije (Acantilado); 38.-“Los muertos, los vivos”, de Beatriz Olivenza (Torremozas); 39.-“Llenad la Tierra”, de Juan Carlos Márquez (Menoscuarto); 40.-“Los ojos de los peces”, de Rubén Abella (Menoscuarto); 41.-“El prisionero de la avenida Lexington”, de Gonzalo Calcedo (Menoscuarto); 42.-“Los que llegan por la noche”, de Vicente Marco (Versos y trazos); 43.-“La hora de los padrastros”, de Jorge Saiz Mingo (Los Duelistas); 44.-“Andar por el aire”, de Julio Jurado (Gens); 45.-“La Avispa del Espacio”, de Carlos Sáiz Cidoncha (La Biblioteca del Laberinto); 46.-“La Pastilla Rosa”, de Rafael Romero Valcárcel (Autoedición); 47.-“El heladero de Brooklyn”, de Fernando Molero Campos (Alhulia); 48.-“Pampanitos verdes”, de Óscar Esquivias (Ediciones del Viento); 49.-“Fuera de lugar”, de Ricardo Reques (Ediciones Depapel); 50.-“Cuentos a través de otra lente”, de Emilia M. Domínguez (Atlantis); 51.-“El llanto de la vieja Hilda y otros relatos”, de Miguel Ángel Molina (Ediciones Que Vayan Ellos); 52.-“Porque digo tu nombre te llevo conmigo”, de Bárbara Fernández Esteban (La Fábrica de Libros); 53.-“Peligro de vida”, de Francisco José Martínez Morán (El Gaviero Ediciones); 54.-“Habitación doble”, de Luis Magrinyà (Anagrama); 55.-“La bicicleta estática”, de Sergi Pàmies (Anagrama); 56.-“Lectores compulsivos”, de Ramón Bascuñana (Agua Clara); 57.-“El fantástico hombre bala”, de Antonio Luis Ginés (El Páramo); 58.-“Taxidermia”, de Francisco Antonio Carrasco (El Páramo); 59.-“Vidas prometidas”, de Guillermo Busutil (Tropo); 60.-“Sesión continua”, de Luis Manuel Ruiz (Algaida); 61.-“Susurros en el tejado”, de Eva Díaz Riobello (Alhulia); 62.-“Agua quieta”, de Cristina Grande (Traspiés); 63.-“Texturas del miedo”, de Ignacio Cid Hermoso (Saco de Huesos); 64.-“El precio del barquero”, de Sergio Mars (Saco de Huesos)

martes, 12 de julio de 2011

Encargos


De pequeño soñaba con ser astronauta y que sería rico al tocarme la lotería. Soñaba con tener una colección de más de mil coches de lujo que disfrutaría por las carreteras de todo el mundo al regresar de mis viajes estelares.
Luego, cuando fui mayor, soñé con llegar a los cien años lleno de salud.
De siempre supe que mis sueños tenían trazas de realidad futura.
Y ahora que he sobrepasado el centenar, que no hay rincón de la Tierra ni del universo que no haya visitado; ahora que he alcanzado los cinco mil coches de lujo sin ningún achaque en el horizonte que socave mi salud, me he cansado de soñar cosas agradables para mí.
Ahora me alquilo para soñar por los demás perversiones y otras maldades. Pero eso nadie lo sabe y es mucho más divertido.

jueves, 7 de julio de 2011

De Post-It y candados


Hay veces que no todo es lo que parece. Cuando vemos parejas de enamorados las imaginamos felices porque ese es su estado natural y porque cultivamos en nuestro interior un anhelo de perfección que nos hace pensar que las historias de amor que vemos en los demás son mejores que las nuestras. Y fantaseamos con la posibilidad de que nos pase a nosotros. Y entonces sí añoramos ser sus protagonistas. Quizá porque hay veces que preferimos soñar a vivir.
Fue lo que pensé al enterarme de una historia de amor entre dos jóvenes que fue noticia hace unos meses: A salió de casa para ir a trabajar y encontró su coche enterrado en post-it con mensajes de amor escritos por B. “Te quiero”, “Eres la luz de mi vida”, “Te llevaré siempre en el corazón”, “Soy la esponja de tus lágrimas”, “El día que naciste me diste la vida porque vivo por ti y para ti”… Y así hasta cubrir con mensajes de este tenor hasta el último recoveco del coche. Más de 6.500 declaraciones manuscritas y ninguna repetida. Ante una historia tan conmovedora la gente en seguida se imagina en medio de una película romántica de las que tanto gustan en Hollywood, con encuentros casuales en galerías de arte, cenas a la luz de las velas, alguna excentricidad (tanto mayor cuanto más enamorados están), despedidas en aeropuertos y besos con sabor a final feliz.
En cambio, nadie quiere ver el lado oculto de una relación y prefieren quedarse con el solomillo, con lo que salta a la vista, que es acaso lo más fácil o lo más socorrido para reconciliarse con la vida. Por eso nadie se imagina a A maldiciendo a B mientras retira una por una cada nota, en esa madrugada de 6 grados bajo cero.
- Esta vez se lo pienso decir… Está loco de atar. ¡Dios mío, qué cruz!.- Se conjura A con los dedos helados.
Y sí, esta vez tras un año de relación o pesadilla, por fin A se atreverá a enfrentarse a la verdad. Que no quiere seguir sintiéndose acosada, que no es normal recibir 67 llamadas de B al día durante meses para repetir cuánto la quiere, que no necesita encontrarse con dos docenas de rosas en la mesa de su despacho cada mañana, que eso sólo se hace en fechas señaladas, y que por favor no vuelva a gastarse el dinero de cuatro meses para alquilar un restaurante entero en una cena para dos, qué vergüenza, todos los camareros pendientes de los dos, sin nadie alrededor, el sonido de los cubiertos entrechocando en los platos que retumba por todo el local…
- ¡Basta ya, B, hasta aquí hemos llegado!- Exclama A cogiendo el toro por los cuernos.
Entonces B, que ha nacido para amar a A, cae en una profunda depresión que le lleva a ingresar en un hospital psiquiátrico donde sólo espera la visita de Tánatos tras el plante de Eros. Pero estos detalles que forman parte de las cloacas de una relación (en realidad, de cualquier relación) se han ocultado para el gran público, porque sólo parece tener interés la romántica historia de un coche enterrado en mensajes de amor.
Pienso en esta historia cada vez que paso por este puente de los enamorados que debo tomar cada día camino de mi trabajo. El puente tiene ese peculiar nombre porque en la baranda que protege de la caída al río se entrelazan miles de candados como testimonio de otras tantas historias de enamorados. Y sus llaves descansan ahora en el fondo porque esos candados se cerraron con vocación de eternidad. Pero pocas cosas son para siempre y cada vez que paso por el puente miro hacia el río intentando distinguir entre sus turbias aguas la llave que me ligó durante un tiempo a una de esas fallidas historias, que ahora siento como una pesada argolla cada vez que veo cerrado mi candado.
Y estoy pensando seriamente en traerme mañana una cizalla.

miércoles, 22 de junio de 2011

Peligro de vida


Saludamos desde el Desván de la Casa Usher la apuesta de las editoriales independientes por autores nuevos que tienen algo que decir en el panorama literario. El Gaviero Ediciones, sello independiente de Almería, le ha dejado un hueco a Francisco José Martínez Morán, poeta ganador del premio Hiperión 2009. “Peligro de vida”, su nuevo libro, es una colección de 46 textos breves, reunidos en apenas 145 páginas. Podría decirse que esta obra se encuadraría en el difícil arte del microrrelato, y que por ello es de lectura sencilla y rápida: nada más lejos de la realidad.
Por definición, un microrrelato debe contar una historia de intensidad máxima con el menor número de palabras posible. El texto debe tener por tanto la fuerza suficiente para captar rápidamente la atención del lector, llevarlo del ronzal durante el desarrollo al lugar y al momento que le interesa al autor, y sorprender al lector (o “golpearle”, como me gusta decir a mí) con la última frase o palabra. Lograrlo no es fácil porque para contar con la complicidad del lector, el autor debe seducirlo con una historia impactante por su temática, o hacerle reír si el relato es hilarante, o asustarlo si es de terror, o bien moverlo a la reflexión, o llevarlo a territorios marcados por las reglas de un mundo fantástico o surrealista. Y para ello el autor debe contar siempre con la misma herramienta: la palabra justa y precisa. Cada palabra tiene su valor, su medida y su sonoridad.
Y de eso sabe Francisco José Martínez Morán, que ha logrado además con este “Peligro de vida” sacudir la conciencia del lector hasta límites que hacía tiempo no recordaba al leer un libro de microrrelatos. (Si acaso recordaría quizá la impresión que me causaron otros dos libros que leí hace tiempo: “Noticias de la frontera”, de Juan Gracia Armendáriz; y “El artista y su cadáver”, de Fernando Aramburu, dos magníficos ejercicios de estilo y contenido). En cada texto del libro que nos ocupa, Francisco J. Martínez Morán muestra una forma de destrucción del hombre… O más bien, de autodestrucción. El mal existe y está en el hombre, unas veces latente, otras de forma explícita, pero siempre acarrea consecuencias fatales. En sus páginas encontraremos ejecuciones, asesinatos, torturas, muertes absurdas y otras justificadas por la vileza, accidentes que vienen a compensar un mundo en precario equilibrio, y sobre todo la guerra y sus consecuencias, que a mi entender, marca claramente el sentido antibelicista del libro (Por cierto, un inciso: ¿cualquier guerra es mala por definición? ¿También la que se hace contra el mal absoluto, es decir, el nazismo? Yo creo que no, pero en fin…). Obviando este pequeño apunte, la verdad es que la lectura no da ninguna tregua y cada texto es una denuncia, un puñetazo al corazón, una ventana abierta a la realidad más sucia y mezquina de la condición humana.
En la presentación que hizo en la librería Arriero el pasado abril, a la que asistí, el autor admitió haber encontrado la inspiración al repasar las noticias de los periódicos, o en los telediarios, donde se muestra sin pudor esa cruda realidad mientras comemos. Una velada crítica a la banalización del mal, que es acaso otra manera de manifestarse. Este libro hay que paladearlo con calma, nos invita (o más bien, nos fuerza) a reflexionar tras cada relato, por eso debe saborearse despacio. Porque al mismo tiempo, nos daremos cuenta de que la factura de los textos, su ritmo, su sonoridad, está en consonancia con la altura de su compromiso moral: nada sobra, ni es casual. Este es un libro de poeta.
Lean “Peligro de vida” y lo comprobarán. Y después, relájense para reponerse.
Sólo tengo una duda que quizá me podría aclarar El Gaviero Ediciones. ¿Por qué la tirada de “Peligro de vida” es de 666 ejemplares numerados? ¿Tendrá que ver este hecho con el diablo, ese que una vez leído el libro, sospechamos que habita en todos nosotros?
En cualquier caso, espero que el ejemplar que tengo en mis manos, el 399, no tenga un especial significado… ¿O habré de temer algo?

domingo, 19 de junio de 2011

Regreso del hijo pródigo

Este año el fútbol hizo justicia al Granada.


¡¡¡Por fin, 35 años después regresamos a Primera!!!
A ver lo que duramos esta vez...

jueves, 16 de junio de 2011

¿Vivan las caenas?

A los amigos de los terroristas les hemos permitido sentarse en los ayuntamientos tras las últimas elecciones. Miles de millones de euros irán a parar a sus bolsillos para seguir aterrorizando a la sociedad.
Y aquí no pasa nada.
Al mismo tiempo, en las plazas de las principales ciudades y al abrigo de una protesta razonable que hace varias semanas dejó de serlo, se está llamando a la anarquía, a la insumisión y a la violación de la ley y las libertades.
Y aquí no pasa nada.
Decía Rafael del Riego, militar liberal español del S. XIX, que cuando no se sabe defender la libertad, tan duramente conseguida, los hombres no son merecedores de ella. Hoy, estamos lejos de merecerla.
Y aquí no pasa nada.
Quizá es que nunca hemos dejado de ser ese pueblo que al paso de Fernando VII, a su regreso del presidio en Francia tras la guerra de la Independencia, gritaba lleno de alborozo: ¡Vivan las caenas!

domingo, 12 de junio de 2011

Patsy Cline



Recuperemos ahora un clásico: “Crazy”. Esta balada escrita por Willie Nelson en 1961 se convirtió en todo un éxito gracias a la voz de Patsy Cline, que a esas alturas llevaba casi una década como estrella del Country. La revista Rolling Stones, ha colocado a esta canción en el nº 85 de entre las 500 mejores canciones de todos los tiempos. Pero la carrera de Patsy Cline se vería truncada en 1963 por un trágico accidente de aviación al regresar de un concierto en Kansas, apenas 3 años después de otro fatal accidente que se llevó a Buddy Holly y Ritchie Valens (una maldición, la de los accidentes aéreos, que en 1967 volvería a ensañarse, esta vez, con Otis Redding). A pesar de su temprana desaparición, Patsy Cline figura en el Guinness como artista femenina de todos los tiempos con más semanas en la lista americana de éxitos: 722 en total (251 como nº1).

viernes, 20 de mayo de 2011

Elegía a Gutemberg


El libro es un conjunto de ensayos y cada uno puede entenderse como una entidad independiente, pero el concepto como conjunto responde a una premisa básica, que es la de determinar en qué afecta a la práctica literaria (en concreto, la lectura) el impacto que suponen las nuevas tecnologías.
En una pequeña introducción, el autor se posiciona sin ambages: sus perspectivas son pesimistas porque habla desde el punto de vista de un lector impenitente que cree firmemente en el lenguaje como motor evolutivo del hombre frente a la tecnología. A ésta la ve como una amenaza que derriba los viejos presupuestos humanistas sobre la soberanía del individuo. Aunque es evidente, el autor reconoce que su implicación en la temática de la lectura (recordemos que Sven Birkerts es crítico literario), no le permite el distanciamiento de un observador imparcial. Hecha esta aclaración, vayamos al contenido.
El libro está dividido en tres partes. En la primera, el autor hace una reflexión sobre el lugar que ocupa la lectura y la sensibilidad lectora en nuestra cultura actual. Y lo hace contando su propia experiencia como lector desde la adolescencia, edad en la que se plantean las más profundas cuestiones existenciales.
No sólo en esta primera parte, a la que titula “El yo lector”, sino en todo el ensayo, Sven Birkerts hace referencia constantemente a autores que han supuesto algo importante en la formación de su propio concepto de la literatura, como Virginia Wolf, Henry James, Thomas Wolfe, Hemmingway, Herman Hesse, Conrad, Salinger, Jack Kerouac… Es innegable que el amor a la literatura se respira a lo largo de las páginas del libro.
En uno de los capítulos, el más largo de esta primera parte, hace un recorrido de sus años de juventud, desde sus estudios en el instituto hasta que acaba ejerciendo de crítico literario, oficio al que llega tras un frustrado intento por hacerse un hueco como autor de ficción. Curiosamente esos pasajes están narrados con un estilo que entra con facilidad en el lector, como si en lugar de un ensayo estuviera escribiendo una novela sobre su vida. (Creo adivinar que aún late en él el gusanillo de la escritura creativa).
Su objetivo en esta primera parte es constatar una realidad que él mismo ha vivido como profesor de un curso de relato corto para estudiantes de una universidad local: los jóvenes criados en la cultura electrónica, es decir, aquellos que han crecido viendo la televisión y manejando un ordenador antes de aprender a leer, son incapaces en su mayoría de entender el mensaje de un libro.
Considera además, que a medida que han ido evolucionando y ganando terreno las tecnologías de la información se ha ido produciendo una sustitución de lo vertical por lo horizontal, en el sentido de que ya no se hacen estudios o lecturas reposadas, con profundidad, con afán de entender el origen y repercusión de las ideas (lo vertical); sino que ahora existe una tendencia a abarcar más, a hacer una lectura más extensiva que intensiva (lo horizontal), con la consiguiente pérdida de profundidad.
Sven Birkerts justifica esta teoría al decir que el modo en que recibimos la información determina nuestra manera de experimentar e interpretar la realidad, ya que el soporte material ya no es el papel, el libro, el objeto que perdura en el tiempo, sino los circuitos electrónicos en constante evolución; del mismo modo que la página impresa se está viendo desplazada por la pantalla de un ordenador, voluble por definición.
En la segunda parte, titulada “El milenio electrónico”, el autor entra de lleno a enumerar los peligros que para la lectura tiene el desarrollo de las tecnologías, empleando un tono, a mi entender, alarmista. Sí estoy de acuerdo en su apreciación de que se está produciendo una degradación del lenguaje, y también en lo que él denomina “la pérdida del yo privado”, en una sociedad en pleno proceso de colectivización. Sin embargo, también dedica muchas páginas a hablar de otras serias amenazas, según él, como la audición de libros en cinta para sustituir a la lectura, o la aparición del hipertexto. Éste consiste en que el escritor ya no necesita trabajar sólo, pues la tecnología proporciona la opción de una escritura interactiva o en colaboración.
En la tercera parte el autor hace un balance de todo lo expuesto anteriormente que da pie como conclusión final a varias reflexiones.
Por un lado, la cultura actual está evolucionando hacia una nueva forma de comunicación, lo cual puede suponer una crisis semejante a la sufrida en la antigua Grecia al pasar de la cultura oral a la cultura escrita.
Por otro lado se refiere a la muerte de la literatura, que tantos debates ha suscitado ya. Sven Birkerts sostiene que las auténticas obras deben su importancia al hecho de que captan aspectos cambiantes de nuestro mundo, que nos ayudan a entenderlo y a reflexionar. Así en el siglo XIX, la novela sirvió como una lente de aumento aplicada a una sociedad de clases (Stendhal, Tolstoi, Víctor Hugo, Balzac, Dickens…). Después, en el siglo XX la novela trasladó su preocupación al individuo convirtiéndolo en un instrumento para la investigación psicológica (Wolf, Joyce, Conrad, Proust, Foster…). Pero no advierte que la novela haya evolucionado desde entonces, salvo algunas excepciones como Paul Auster, pues no ha sido capaz de mantenerse a la par de los cambios sociales. De ahí su pesimismo respecto a la supervivencia de la novela.
En líneas generales, me ha parecido un libro provocador, escrito desde el alma, desde el sentimiento, también a veces desde el resentimiento, pero me ha proporcionado una visión interesante, que sin duda se debe tener en cuenta, respecto a un problema que trasciende de lo puramente literario.
En mi opinión hace tiempo que los grandes grupos de comunicación de masas han sustituido a los escritores en el papel de cronistas de su tiempo. Antes el escritor era periodista, historiador, sociólogo, testigo, narrador y agitador de conciencias; pero ahora, aunque siga reivindicando ese papel, su influencia se diluye porque en una sociedad de la imagen, es la inmediatez, el eslogan, el mensaje directo lo que realmente (y tristemente) tiene peso. Pero no por eso se dejarán de escribir obras importantes en todos los ámbitos de la cultura: filosofía, historia, pensamiento político, novelas… En este punto disiento del autor: la novela no morirá, como no han muerto ni morirán la poesía o el teatro, cuyo origen es bastante anterior a aquélla. El escritor seguirá escribiendo novelas, pero sus obras estarán destinadas al entretenimiento o a satisfacer las expectativas de los distintos grupos de opinión. El escritor ya no puede entablar una lucha en solitario. Sólo sobrevivirá en la medida en que sea aceptado o sea capaz de integrarse en el grupo de comunicación que publica sus obras.

miércoles, 11 de mayo de 2011

En el hospital


Tengo una vecina que desde hace un mes dedica dos horas diarias a atender a un niño enfermo, ciego y tetrapléjico a consecuencia de un accidente. Me dice que se le rompe el alma al escucharle cuando se queja de la fatalidad que le impide hacer ahora todo lo que le gustaba: correr, saltar, jugar en el parque con su perro, leer tebeos y pintarlos, mirar el cielo estrellado en la noche de San Juan, llegar a ver el mar por primera vez… Nada se le ocurre a mi vecina que le sirva al niño de consuelo, y la veo apurada y compungida cuando me la encuentro en el descansillo al volver del hospital.
- ¡Angelito, no puede hacer nada!.- Me dijo un día al borde de la lágrima.
Y yo también sentí gran pesar. Aunque aquella noche, pensando en ello mientras escuchaba mi disco favorito, llegué a la conclusión de que para soñar yo cierro los ojos y me tumbo sobre la cama.
Todavía puede hacer muchas cosas.

sábado, 30 de abril de 2011

Françoise Hardy


Volvamos al sepia (que no al color) y recuperemos la canción francesa. “Tous les garçons et les filles” fue el primer éxito de Françoise Hardy en 1962. Tenía 18 años, una educación en un colegio de monjas y decenas de canciones escritas antes de cumplir los 15. Su familia la animó a tocar en clubes parisinos y a buscar discográfica. Fichó por Vogue, que quiso presentarla como chica ye-ye. Craso error: no era música de consumo lo que ella hacía. Era una cantautora. “Tous les garçons et les filles” habla del desamor, de la soledad no deseada, de una chica que camina sola entre muchas parejas de enamorados, y se pregunta cuándo encontrará a alguien que la quiera. Viéndola, tan guapa, tan dulce, tan francesa, me extraña que se lo pregunte.
Por cierto, curioso videoclip de coches de choque, norias y faldas al viento.

domingo, 17 de abril de 2011

En el café


Por aquel entonces, la puntualidad se erigía en un rasgo nada desdeñable de mi personalidad. A las ocho solía salir de la oficina y antes de marchar a casa me pasaba por el ‘Constantinopla’. Allí, la decoración me trasladaba a un mundo pretérito de sueños y melancolías y yo me dejaba llevar por los aromas que prometían noches de placer. Al otro lado de la barra, frente a la que me pertrechaba para escapar de la rutina, veía siempre a la misma mujer sentada a la mesa, solitaria y meditabunda, con un punto de elegancia discreta que la hacía más misteriosa y atractiva.
Una semana después supe que se llamaba Rosaura y al mes siguiente estábamos inmersos en una relación prometedora, a tenor de lo insaciable de nuestros encuentros. Pero pronto se trocó en una nave difícil de pilotar, a pesar de mi naturaleza permeable y sacrificada. Así que antes de acabar en la autodestrucción decidimos dejar que nuestros caminos discurriesen limpios de polvo y paja, en espera de que cicatrizaran las heridas que nos dejó la ansiedad y el dolor.
Hoy se cumplen tres años de nuestra despedida, y aquí, en el ‘Constantinopla’, nada parece haber cambiado. Acabo de salir de la oficina y antes de marchar a casa me dejo arrastrar por el aroma de mi sempiterno café, mientras me decido a averiguar el nombre de una extraña mujer sentada a la mesa, al otro lado de la barra, a la que llevo observando desde hace una semana.
Pero quisiera pensar que en el ‘Constantinopla’, los finales no siempre son los mismos

lunes, 11 de abril de 2011

La casa habitada


La editorial Algaida nos trae como viene siendo habitual en los últimos años (en edición bastante cuidada de encuadernación y formato de letra) las novelas premiadas en el XXVIII certamen Felipe Trigo. En la modalidad de novela corta se llevó el premio “La casa habitada”, de Carlos J. Climent. Como su título indica, esta novela narra la historia de una familia que se instala en una casa que ya está habitada. La situación de partida, que puede parecer chocante si la llevásemos al mundo real, se hace verosímil con el desarrollo de la trama por la buena caracterización de los personajes, a los que dota de un perfil psicológico muy marcado. Conforme avanza la acción y en la línea del cuento de Julio Cortázar, “Casa tomada” (del que es claro deudor), la evolución de los acontecimientos nos conduce hacia un final, no por previsible, menos impactante.
Sin embargo, en el cuento de Cortázar principalmente lo que prevalece es el misterio, pues desconocemos qué presencia extraña es la que invade la casa, con qué intenciones y por qué, o cómo terminarán los protagonistas. Estas incertidumbres dan a “Casa tomada” una mayor riqueza al sugerir muchas interpretaciones: algunos podrán ver en el mensaje del cuento una metáfora sobre la situación política argentina; otros sugieren que hay una especie de sombra del pasado que acecha a unos personajes cargados de culpas o miedos; e incluso hay quien ha visto en esa presencia extraña una biblioteca que crece sin control a medida que pasa el tiempo hasta amenazar con ocupar toda la casa. En cambio, en “La casa habitada” sabemos desde la primera página que es una familia ajena la que ocupa una parte de la casa del protagonista, lo que dirige la atención del lector hacia el desenlace final. Un desenlace que me ha hecho recordar el ambiente enrarecido que impregnan las novelas de Kafka. Por eso me atrevería a decir que “La casa habitada” es más deudora de “La metamorfosis” que del cuento “Casa tomada”. De hecho, en el epílogo de la novela el autor justifica que “la melancolía y cierta angustia de estar vivo debían circular por las palabras del texto”. Y en cierto modo, Carlos ha sabido reflejar el miedo del protagonista a vivir en un mundo regido por reglas que no entiende y lo proscriben. ¿Acaso hay algo más kafkiano que esto?
Carlos J. Climent ya había demostrado con sus obras anteriores (sobre todo con la deliciosa colección de cuentos “Conversaciones en el balneario”, que encontré por casualidad en un puesto de la cuesta Moyano) que es capaz de construir buenas historias con personajes creíbles y humanos. Sería interesante comprobar cómo se desenvuelve en narraciones más largas. Pero de momento, en esta novela corta que nos ocupa, consigue hacer una reescritura de uno de los mejores cuentos de Julio Cortázar. El reto, desde luego, es difícil por lo atrevido de la propuesta. Exponerse así al escrutinio de los que veneran al maestro en el altar de los ídolos de las letras denota en primer lugar mucha valentía por su parte y luego un cierto grado de provocación, tan necesario para mantener vivo el nervio de todo escritor que se precie.
A mi juicio, Carlos sale airoso de la prueba, aunque siempre haya algún inquisidor que se mate la vista intentando encontrar materia para condenar a Carlos J. Climent a la hoguera de los blasfemos.
Pues nada, que ladren mientras Carlos sigue escribiendo.
Todos lo agradeceremos.