miércoles, 11 de mayo de 2011

En el hospital


Tengo una vecina que desde hace un mes dedica dos horas diarias a atender a un niño enfermo, ciego y tetrapléjico a consecuencia de un accidente. Me dice que se le rompe el alma al escucharle cuando se queja de la fatalidad que le impide hacer ahora todo lo que le gustaba: correr, saltar, jugar en el parque con su perro, leer tebeos y pintarlos, mirar el cielo estrellado en la noche de San Juan, llegar a ver el mar por primera vez… Nada se le ocurre a mi vecina que le sirva al niño de consuelo, y la veo apurada y compungida cuando me la encuentro en el descansillo al volver del hospital.
- ¡Angelito, no puede hacer nada!.- Me dijo un día al borde de la lágrima.
Y yo también sentí gran pesar. Aunque aquella noche, pensando en ello mientras escuchaba mi disco favorito, llegué a la conclusión de que para soñar yo cierro los ojos y me tumbo sobre la cama.
Todavía puede hacer muchas cosas.

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