miércoles, 20 de septiembre de 2017

Finalistas del XIV Premio Setenil 2017

El XIV Premio Setenil 2017 al Mejor Libro de Relatos Publicado en España ya tiene sus diez finalistas de entre un total de 117 títulos, en la edición más concurrida de su historia.
Convocado por la Concejalía de Cultura del Ayuntamiento de Molina de Segura y dotado con 10.000 euros, se decidirá este año entre estos títulos elegidos por la comisión de preselección. Son los siguientes: 
1.- “Aprenderé a rezar para lograrlo”, de Víctor Balcells Matas (Delirio); 2.- “La condición animal”, de Valeria Correa Fiz (Páginas de Espuma); 3.- “El mosquito de Nueva York”, de Daniel Díez Carpintero (Sloper); 4.- “Peces de charco”, de Ana Esteban (Baile del Sol); 5.- “La vuelta al día”, de Hipólito G. Navarro (Páginas de Espuma); 6.- “Teatro de sombras”, de Fermín López Costero (Nazarí); 7.- “O”, de Alejandro Pedregosa (Cuadernos del Vigía); 8.- “La acústica de los iglús”, de Almudena Sánchez (Caballo de Troya); 9.- “La mirada del orangután”, de Chelo Sierra (Diputación de Cáceres) y 10.- “Nuestra historia”, de Pedro Ugarte (Páginas de Espuma).
En esta decimocuarta edición preside el jurado la escritora madrileña Pilar Adón, siendo también vocales Carmen Valcárcel, profesora titular de Literatura de la Universidad Autónoma de Madrid, y Aurora Gil Bohórquez, escritora y catedrática de Lengua y Literatura de Secundaria. Me da que este año están muy bien situadas Chelo Sierra, Valeria Correa e Hipólito G. Navarro. Pero como siempre, habrá que esperar acontecimientos. El fallo se emitirá a partir de octubre, y el acto de entrega tendrá lugar a finales de año en Molina de Segura.
Suerte a los que quedan. 

viernes, 1 de septiembre de 2017

Violeta sabe a café



Ahora que se acerca el momento de conocer los finalistas del premio Setenil de este año, voy a recomendar la lectura de este volumen de cuentos de Manuel Pozo Gómez, “Violeta sabe a café”, editado por Premium Editorial. El libro, (con buena tipografía de letra y una portada realmente atractiva), reúne nueve cuentos que han sido premiados en diferentes certámenes de relato corto, algunos de ellos de bastante relevancia como el “Cuentos sobre Ruedas”, “Puente Zuazo”, “Villa de Iniesta” o el “Federico García Lorca”. Son historias ambientadas en entornos bélicos, o bien se desarrollan en tiempos de paz, pero con el poso que dejan los conflictos en cualquier época y lugar. Con una prosa sencilla, sin artificios ni alharacas, con una buena cadencia y fluidez narrativas,Manuel Pozo nos demuestra que con estos mimbres se pueden trazar muy buenas historias porque sabe cómo construir personajes y dotarlos de gran humanidad, con perfiles diferentes y complejos. Y porque un buen cuento ha de sostenerse en los detalles, (aspecto éste que todo buen cuentista debería tener siempre presente), Manuel Pozo pone especial atención en esos instantes, esos gestos, en una palabra o una mirada, en una pequeña nota manuscrita, en definitiva en esos pequeños detalles que sirven para elevar la tensión dramática y conducirla hacia un desenlace que tiende más bien a abrir una rendija a la esperanza. Manuel Pozo se empeña con estos cuentos en convencernos de que merece la pena seguir confiando en el ser humano, que alberga en realidad un buen fondo, pese a los muchos precedentes que a lo largo de la historia se han encargado de llevarle la contraria, guerra tras guerra.

Conocí a Manuel Pozo Gómez gracias a un certamen literario celebrado en Villalar de los Comuneros, en 2014. Ya entonces llevaba una trayectoria exitosa que le había reportado un buen puñado de importantes galardones por toda España. Le pregunté por curiosidad si no estaba interesado en reunir sus relatos en un volumen. Y me sonrió, entre humilde y pudoroso, tal vez pensando en lo inalcanzable de ciertas quimeras, o en que quizá ya se sentía satisfecho con el reconocimiento de los diferentes jurados. Pero supongo que como el buen vino, los libros de cuentos requieren de tiempo para madurar. Claro que sin vendimiadores que los recolecten, como Premium Editorial, se condena a buenos caldos al limbo de lo que podría haber sido y no fue, como sucede con demasiada frecuencia con los libros de cuentos.

Afortunadamente no es el caso de “Violeta sabe a café”, libro que hay que catar despacio, sin prisas, como el buen vino, para apreciar las historias con todos sus matices. Como el relato que da título al volumen, el más corto pero no por ello menos intenso, con ese giro final, una última frase,  que emociona. O “Endika”, enmarcado en la guerra de los balcanes, que es uno de sus mejores relatos y acaso el más descarnado. Destaco también “Sin goles en el frente”, donde narra un frustrado partido de fútbol, en una especie de tregua, entre los dos bandos que se enfrentan en las trincheras durante la guerra civil española. Y “La fuga del 23 de diciembre”, una trepidante historia que cuenta la huida en autobús de un grupo de personas que quiere cruzar a la parte occidental del muro de Berlín en vísperas de navidad. Es un relato de un ritmo vertiginoso y en el que se palpa una tensión creciente hasta el final. Cierra el volumen “Los ojos de Endika eran verdes”, un relato que amplía la historia que cuenta en “Endika”, con un estilo diferente, y donde prima la intriga en una investigación periodística que introduce otros temas de interés, como la inmigración ilegal o la prostitución, derivados de los conflictos bélicos; o ese otro asunto no menos interesante que se refiere al duro regreso a casa de los soldados desplazados en misiones internacionales y sus secuelas emocionales. Un relato magnífico que me hubiera gustado escribir a mí y que daría para una buena novela. De hecho es el más largo de la colección.

No sé lo que decidirá el jurado de este año del premio Setenil. Es muy difícil colarse entre los 10 finalistas, siendo 117 los candidatos de esta edición. Pero en realidad no importa: lo consiga o no, “Violeta sabe a café” es un libro totalmente recomendable, y Manuel Pozo Gómez un escritor que sabe captar con su mirada la grandeza y las miserias de la condición humana. Denle una oportunidad. No se arrepentirán.