jueves, 7 de julio de 2011
De Post-It y candados
Hay veces que no todo es lo que parece. Cuando vemos parejas de enamorados las imaginamos felices porque ese es su estado natural y porque cultivamos en nuestro interior un anhelo de perfección que nos hace pensar que las historias de amor que vemos en los demás son mejores que las nuestras. Y fantaseamos con la posibilidad de que nos pase a nosotros. Y entonces sí añoramos ser sus protagonistas. Quizá porque hay veces que preferimos soñar a vivir.
Fue lo que pensé al enterarme de una historia de amor entre dos jóvenes que fue noticia hace unos meses: A salió de casa para ir a trabajar y encontró su coche enterrado en post-it con mensajes de amor escritos por B. “Te quiero”, “Eres la luz de mi vida”, “Te llevaré siempre en el corazón”, “Soy la esponja de tus lágrimas”, “El día que naciste me diste la vida porque vivo por ti y para ti”… Y así hasta cubrir con mensajes de este tenor hasta el último recoveco del coche. Más de 6.500 declaraciones manuscritas y ninguna repetida. Ante una historia tan conmovedora la gente en seguida se imagina en medio de una película romántica de las que tanto gustan en Hollywood, con encuentros casuales en galerías de arte, cenas a la luz de las velas, alguna excentricidad (tanto mayor cuanto más enamorados están), despedidas en aeropuertos y besos con sabor a final feliz.
En cambio, nadie quiere ver el lado oculto de una relación y prefieren quedarse con el solomillo, con lo que salta a la vista, que es acaso lo más fácil o lo más socorrido para reconciliarse con la vida. Por eso nadie se imagina a A maldiciendo a B mientras retira una por una cada nota, en esa madrugada de 6 grados bajo cero.
- Esta vez se lo pienso decir… Está loco de atar. ¡Dios mío, qué cruz!.- Se conjura A con los dedos helados.
Y sí, esta vez tras un año de relación o pesadilla, por fin A se atreverá a enfrentarse a la verdad. Que no quiere seguir sintiéndose acosada, que no es normal recibir 67 llamadas de B al día durante meses para repetir cuánto la quiere, que no necesita encontrarse con dos docenas de rosas en la mesa de su despacho cada mañana, que eso sólo se hace en fechas señaladas, y que por favor no vuelva a gastarse el dinero de cuatro meses para alquilar un restaurante entero en una cena para dos, qué vergüenza, todos los camareros pendientes de los dos, sin nadie alrededor, el sonido de los cubiertos entrechocando en los platos que retumba por todo el local…
- ¡Basta ya, B, hasta aquí hemos llegado!- Exclama A cogiendo el toro por los cuernos.
Entonces B, que ha nacido para amar a A, cae en una profunda depresión que le lleva a ingresar en un hospital psiquiátrico donde sólo espera la visita de Tánatos tras el plante de Eros. Pero estos detalles que forman parte de las cloacas de una relación (en realidad, de cualquier relación) se han ocultado para el gran público, porque sólo parece tener interés la romántica historia de un coche enterrado en mensajes de amor.
Pienso en esta historia cada vez que paso por este puente de los enamorados que debo tomar cada día camino de mi trabajo. El puente tiene ese peculiar nombre porque en la baranda que protege de la caída al río se entrelazan miles de candados como testimonio de otras tantas historias de enamorados. Y sus llaves descansan ahora en el fondo porque esos candados se cerraron con vocación de eternidad. Pero pocas cosas son para siempre y cada vez que paso por el puente miro hacia el río intentando distinguir entre sus turbias aguas la llave que me ligó durante un tiempo a una de esas fallidas historias, que ahora siento como una pesada argolla cada vez que veo cerrado mi candado.
Y estoy pensando seriamente en traerme mañana una cizalla.
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¿Es el inicio de algo? Suena bien... Un abrazo.
ResponderEliminarDiría que es más bien el final de algo que empezó... Claro que para terminarlo, necesito la cizalla.
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