lunes, 30 de diciembre de 2013

El reloj de la Puerta del Sol



Ahora que se acerca el día de Nochevieja, voy a rescatar una pequeña joya que encontré por casualidad en las estanterías más recónditas del desván de la Casa Usher. Después de quitarle el polvo pude leer su título: “El reloj de la Puerta del Sol”. Se trata de un libro escrito por Luis Alonso Luengo en los primeros años del siglo XX, por cierto, con una prosa que ya quisieran muchos escritores de hoy. Y más que del reloj, de lo que habla este libro en realidad, en sus poco más de 160 páginas, es de su relojero, José Rodríguez Losada, y de la vida que llevaron los españoles exiliados en Londres durante el siglo XIX. Podríamos decir por tanto que Luis Alonso Luengo ha escrito con la excusa del reloj, sobre esa parte olvidada de la historia de España.

Apenas nos esboza el autor en unos pequeños párrafos la vida de José Rodríguez Losada en sus primeros años en el pequeño pueblo de Iruela, cercano a Astorga, donde pasó su infancia. Las primeras referencias que se tienen de él datan de cuando tiene que huir de España, durante la llamada década ominosa y que supuso el regreso del absolutismo más feroz: fueron los años que transcurrieron entre 1823 y 1833, es decir desde la venida de los Cien mil hijos de San Luis hasta la muerte de Fernando VII. Ahí vemos a un José Rodríguez Losada, como militar liberal, desesperado por emprender la huida hacia el exilio. En un episodio más propio de una novela (y aquí, sospecho que a Luis Alonso Luengo se le fue la mano echando a volar su imaginación), el superintendente José Zorrilla, que a la sazón era el padre del famoso poeta Zorrilla, puso precio a la cabeza del militar. Y Losada tuvo que huir hacia Londres para salvar la vida.
Allí se estableció como ayudante de un relojero local, que al morir sin descendencia, tomó las riendas del negocio. A veces los caprichos del destino juegan con el azar de una forma irónica. Y es que en 1855 fue Losada quien esta vez ofreció ayuda económica al poeta José Zorrilla, que se encontraba en Londres en una situación precaria y gracias a ese dinero pudo subsistir en la capital inglesa. Como agradecimiento, el poeta le dedicó varios de sus poemas. Y se hicieron grandes amigos. Tan es así que estando Zorrilla en Cuba todavía recordaría a su amigo Losada y aún le dedicaría varios versos. Sarcasmos te da la vida.
En esa época Losada ya era un reconocido ilustre: fue el primer cronometrista de Inglaterra de la época, y proveedor de cronómetros para la Marina Española. Llegó a recibir honores por ello. Ya en la época isabelina se desarrolló la tertulia del habla española, en la relojería londinense de Losada. Una tertulia que a lo largo de los años, llegaría a recibir la visita de muchos exiliados españoles: Prim, Ramón Cabrera, Luis de Altamirano, el Duque de Montpensier…
La victoria de la Unión Liberal en 1859 provocó el regreso de gran parte de los exiliados a España, entre ellos el propio Losada. Al ver el estado ruinoso en que estaba el reloj del palacio de la gobernación, concibió la idea de construir allí un gran reloj que diera la hora a todos los españoles y condujera con felices augurios la vida de España. Que no consiguiera este último objetivo, no es achacable a él, pero desde luego puso mucho empeño en conseguir que ese nuevo reloj marcara las horas con precisión suiza.
Tras visitar Astorga y su pueblo natal, Iruela, como hijo pródigo y regalar un retablo para la iglesia (que aún se mantiene), se llevó de vuelta a Londres a dos sobrinos, que le sucedieron en el oficio.

En esta España que tan acostumbrada nos tiene a olvidar a esos personajes ilustres que pasearon su nombre por el mundo, muy pocos saben que le debemos a un leonés que vivió en Londres, la existencia desde 1866 de este reloj de la Puerta del Sol, que cada 31 de diciembre congrega a miles de personas para recibir el nuevo año. Si fuéramos de otra manera, a personajes como José Rodríguez Losada,  lo estudiaríamos en los libros de historia y le habríamos dedicado películas y series de televisión. Si fuéramos de otra manera habríamos hecho como los ingleses, que al saber de su muerte en 1870, se preguntaron con zozobra: ¿”Qué ocurrirá ahora con la industria relojera británica?”
Si fuéramos de otra manera, quizá no seríamos españoles.


viernes, 13 de diciembre de 2013

Dionne Warwick



Con “Walk on by”, canción de 1964, Dionne Warwick consiguió uno de sus mayores éxitos. Con una voz educada en el gospel (inagotable cantera de grandes voces negras), Dionne sólo necesitaba de buenos compositores que escribieran canciones adecuadas a su enorme potencial. Los encontró en Burt Bacharah y Hal David, que firmaron las canciones de los primeros discos de Dionne y que regalaron además para otros cantantes éxitos como “Close to you” (The Carpenters) o “Raindrops keep falling on my head” (B.J.Thomas), que les valieron sendos Oscar.
Tras un pequeño bajón en su carrera durante los 70 (ya sin Bacharah ni David), Dionne regresó con fuerza en 1982, de la mano de Bee Gees, con “Hertbreaker”. Para entonces, la malograda Whitney Houston ya apuntaba buenas maneras para tomar el relevo de su tía Dionne. De casta le viene al galgo.

Aquí la vemos, recibiéndonos en una cama, con plumas y ventiladores... Aún están por descubrir los cientos de tesoros que el formato Scopitone, precursor de los actuales videoclips (aunque mucho más morbosos, picarones y con un toque kitsch) nos ha dejado para los nostálgicos.
Seguiremos buscando...

sábado, 9 de noviembre de 2013

Ignacio Ferrando gana el X Premio Setenil


Ignacio Ferrando ha ganado los 10.000 Euros del premio Setenil de este año, con el libro “La piel de los extraños”. Un galardón que tarde o temprano iba a caer en sus manos, ya fuera con éste o con los próximos libros de cuentos que a buen seguro nos seguirá regalando en el futuro. Aún no me he leído “La piel de los extraños” (por cierto, firmado por él en la pasada feria del libro de Madrid), pero si tiene el nivel de “Ceremonias de interior”, con el que ganó el premio Tiflos en 2006, sé que me aguarda una lectura de altísima literatura.

Es seguro que quienes en su día pusieron en duda el certamen, autores y editores incluidos, callarán ahora y dejarán de patalear. 

El acto de entrega tendrá lugar el 10 de diciembre en el salón de plenos del ayuntamiento de Molina de Segura, y contará con la asistencia de los ganadores de las 10 ediciones del premio.

Enhorabuena, Ignacio.
Me alegro en el alma.

lunes, 21 de octubre de 2013

La emperatriz Eugenia en Zululandia


            Hace unos años cayó en mis manos esta novela que fue premio Azorín del año 1993. El hecho de que estuviera avalada por un premio de tanta relevancia no fue para mí un reclamo tan grande como saber que el autor de la novela era Vicente Muñoz Puelles, un escritor que nunca me ha defraudado. No goza del bombo mediático que disfrutan otros y es una pena: yo sí lo tengo entre mis escritores favoritos en la actualidad. Autor todo terreno, Muñoz Puelles ha tocado casi todos los géneros: desde la literatura infantil y juvenil (auténtico best-seller en este campo), hasta la novela erótica, pasando por la novela de intriga e incluso la novela histórica.

            “La emperatriz Eugenia en Zululandia” se podría inscribir dentro de este último género… aunque no sólo, y diré por qué. Cuenta la historia del príncipe Eugenio Luis Napoleón, hijo del emperador de Francia Napoleón III y de Eugenia de Montijo. Una vez muerto el emperador, y con la esposa y el hijo en el exilio de Inglaterra, a la espera de que regresen los tiempos de los grandes imperios, Eugenio Luis Napoleón siente que debe justificarse ante la historia. Sabe que tiene un apellido muy pesado a sus espaldas (ya que es el hijo del sobrino de Napoleón) y decide emprender un viaje al sur de África, a luchar en la tierra de los grandes guerreros Zulúes, en contra de los intereses de Francia, que está regida en aquel entonces por una república. Es la época en que las grandes potencias europeas se disputan los territorios de África para ensanchar sus dominios. Pero el príncipe Eugenio Luis Napoleón, que se toma la vida con la ligereza del inconsciente, se lanza a esta aventura con una mirada bisoña, propia de un romanticismo tardío y decadente, lo que le llevará a un final trágico. Se produce un choque entre el sueño y la realidad, entre la juventud y la madurez, entre los deseos y la historia. Una batalla desigual e implacable.

            Y ese es el toque que Vicente Muñoz Puelles sabe explotar en esta novela. Basándose en este episodio real (la muerte del hijo de Eugenia de Montijo en una escaramuza con los zulúes) transforma el relato de los hechos en una evocación de toda una época, plagada de sueños, de glorias pasadas, de desafíos ante un futuro incierto. Su prosa, dotada de una sugerencia lírica muy propia de los gustos estéticos de finales del siglo XIX encaja muy bien con ese mensaje que se desprende de la lectura de esta novela: el mensaje de que estamos ante el final de una época, de un siglo, de una forma de ser… El romanticismo ya quedó atrás, y los grandes imperios tienen los días contados. Pero es que además, Vicente Muñoz Puelles tiene especial cuidado en escoger esos detalles, esos momentos de tensión dramática para embellecer la narración, como cuando el príncipe, durante su viaje a Zululandia, se desvía para visitar la isla de Santa Elena, donde estuvo recluido su antepasado Napoleón; o cuando desliza una posible pulsión homosexual del protagonista, nunca declarada, pero sí sugerida, con una elegancia que se echa de menos en la literatura actual; o como cuando Eugenia de Montijo viaja a la tierra Zulú en el aniversario de la muerte de su hijo para ver el lugar donde cayó, una escena simbólica y llena de lirismo... Por eso digo que “La emperatriz Eugenia en Zululandia” es algo más que una novela histórica.

           Vicente Muñoz Puelles siguió explotando esa veta en novelas posteriores, como en “El cráneo de Goya”, novela en la que introduce la investigación policial en un contexto histórico muy sugerente, referido además a un hecho real curioso: la desaparición de la calavera de Goya cuando fueron a trasladar los restos del pintor, enterrado en Burdeos. En otra novela, “Los amantes de la niebla”, nos traslada a finales del siglo XIX para contar una historia de amor entre Dante Gabriel Rossetti y la modelo que dio vida al cuadro más famoso del pintor prerrafaelista. Y lo resuelve con una elegancia acorde con el rigor estético que exige una historia como la que plantea Muñoz Puelles. Aquí, el amor, la muerte y el arte son los tres ejes que vertebran la historia.
            Pero donde sin duda condensa todo su potencial para dar ese toque evocador del que hablo es en la colección de biografías “El último deseo del jíbaro y otras fantasmagorías”, una espléndida muestra de estilo y curiosidad por el conocimiento. Y lo consigue con una sencillez abrumadora, sin alardes, invitando al lector a acunar con una mirada tierna a los personajes que transitan por esas páginas, auténticos parias del mundo.  

Y precisamente, como si se tratase de una de esas pequeñas biografías cierra Vicente Muñoz Puelles la novela “La emperatriz Eugenia en Zululandia”. A modo de epílogo, cuenta en unas pocas páginas la historia de Cetawayo, el último rey de los zulúes, el gran guerrero que derrotó a Eugenio Luis Napoleón, y juega además con la posibilidad de se trate del famoso hombre negro disecado del museo de Bañolas, que tanta polvareda levantó en su día.

            Háganme caso: no dejen de visitar a Vicente Muñoz Puelles en cualquiera de estos libros. No pueden permitirse el lujo de perdérselo.

jueves, 12 de septiembre de 2013

Finalistas del X Premio Setenil 2013

Ya han sacudido el árbol del que colgaban los 62 libros que se presentaron al premio Setenil de este año. Y el jurado presidido por Juan Manuel de Prada ha recogido estos 10 títulos:

1.- “La tristeza de las tiendas de pelucas”, de Patxi Irurzun (Pamiela); 2.- “Aquí yacen dragones”, de Fernando León de Aranoa (Seix Barral); 3.- “Lazos de sangre”, de Lola López Mondéjar (Páginas de Espuma); 4.- “Interior azul”, de Anna R. Ximenos (Fondo de Cultura Económica); 5.- “Las batallas silenciosas”, de Juana Cortés Amunárriz (Baile del Sol); 6.- “Vae victis”, de Luis del Romero Sánchez-Cutillas (Tantin); 7.- “Vigilias efímeras”, de Sergio Coello (Atlantis); 8.- “La piel de los extraños”, de Ignacio Ferrando (Menoscuarto); 9.- “La soledad de los gregarios”, de Miguel Sánchez Robles (Diputación de Cáceres); 10.- “Polvo en los labios”, de Montero Glez (Lengua de Trapo)

Podría jugar a adivino, dejarme llevar por la intuición y apostar por tal (Juana Cortés), cual (Ignacio Ferrando) o pascual (Miguel Sánchez Robles)… Pero ¿para qué? No me he leído ninguno de los finalistas, tampoco tengo amigos o enemigos entre ellos, no soy nadie para dar una opinión con criterio y para colmo se me dan muy mal las quinielas, ya que sólo acierto cuando no cobran los de 11… Así que no merece la pena.

A finales de octubre se sabrá quién de estos finalistas se lleva los 10.000 euros del premio.

Suerte a todos. Ya sólo queda el último sprint…

lunes, 2 de septiembre de 2013

El extremo de las cosas



           “El extremo de las cosas” es la quinta y última entrega de una serie de cinco novelas policíacas que ha ido publicando Siruela en los últimos años. Son historias protagonizadas por Efisio Marini, un médico y embalsamador italiano que vivió en la segunda mitad del siglo XIX. Este doctor elaboró un método personal de momificación que permitió dar una elasticidad y color naturales a los cadáveres. Pero debido a esas prácticas, no gozaba de buena fama entre el pueblo llano. Rescatar a este personaje real le ha servido a Giorgio Todde para exponer las contradicciones de una sociedad anclada en las viejas tradiciones, que acoge con recelo los avances en medicina y los nuevos métodos de investigación criminal conseguidos con el análisis de los cadáveres.
La historia arranca con un encargo que le hacen a Efisio Marini para embalsamar el cadáver de la hija de una rica familia de Sicilia, una costumbre generalizada entre las familias pudientes de la época. En esas primeras páginas se nos muestra al doctor como un personaje atormentado por las culpas, de carácter algo arisco y escéptico, propenso a la melancolía y dotado de un humor negro que saca a pasear en los momentos más dramáticos. Es un personaje con el que el lector tiene difícil conectar, porque así suelen ser los personajes que se saben adelantados a su tiempo: unos inadaptados, incómodos para el entorno, y que no dudan en hacer valer su superioridad a la mínima ocasión.
A lo largo de las cinco novelas, Efisio Marini sufre una evolución en su estado anímico como consecuencia de los palos que la vida le ha ido arreando. Pero Giorgio Todde no hace sangre de estos detalles ni los emplea como excusa para que el lector sienta compasión del protagonista. Es simple información que el autor dosifica en pequeños destellos para aliviar la tensión que va acumulándose con el desarrollo de las tramas.
Porque si por algo destacan las novelas de Giorgio Todde, y en especial “El extremo de las cosas”, (sobre todo por un hecho crucial que no voy a desvelar) es por la cantidad de personajes y acontecimientos, y el ritmo trepidante con que van sucediéndose. Esta novela de apenas 170 páginas se desarrolla en lugares tan dispares como Sicilia, Austria o París; y describe un crimen o intento de asesinato cada 25 páginas… Y todo ello sin tener el menor indicio de prueba, salvo unas cartas manuscritas y unos pinchazos diminutos que detecta el doctor Marini al realizar las autopsias a los cadáveres. Para que todo esto pueda tener cabida en una historia con tan pocas páginas, Giorgio Todde utiliza un estilo muy directo, de frases cortas y plagado de diálogos y elipsis.
Son tantas las novelas de género negro que se escriben hoy día que uno, como lector, tiende a buscar y valorar aquello que la hace diferente respecto de esa gran mayoría de historias que se ajustan al canon de la novela negra: es decir,  tramas sórdidas que destapan la corrupción del hombre o de la sociedad y detectives desencantados, mostrados como antihéroes. Eso ya está muy visto y leído. Lo que no lo es tanto, es el desarrollo de una trama delirante, que por momentos roza la parodia y el empleo de un detective basado en un personaje real.
Eso hace de esta serie de novelas una lectura recomendable, al menos como curiosidad. Haberlas ambientado también en la Italia profunda del XIX le da un cierto aire exótico, y a la vez nos ilustra sobre los usos y costumbres de esa sociedad en general supersticiosa que daba más valor a los remedios tradicionales que a los descubrimientos farmacéuticos de la época. Algo por lo que el doctor Marini hubo de sufrir no sólo el destierro de su Cagliari natal, sino la incomprensión del mundo académico: no fue aceptado ni por unos, ni por otros.

Como nota informativa diré que existió en España otro doctor, coetáneo de Efisio Marini, que también realizaba momificaciones de seres humanos: el doctor Velasco, un reputado médico y antropólogo que además fundó el Museo Nacional de Antropología. Sobre él, (aparte de las leyendas que hablan del embalsamamiento y exhumación de los restos de su propia hija), el escritor Vicente Muñoz Puelles escribió una pequeña pero fantástica biografía en su libro: “El último deseo del jíbaro y otras fantasmagorías”, que editó Valdemar. Desde aquí animo a Muñoz Puelles a escribir una novela con el doctor Velasco como protagonista. No tengo dudas de que le saldría una gran novela… O cinco.

lunes, 5 de agosto de 2013

Jeannie C. Riley


Nacida en Texas, esta cantante country rompió la clásica imagen que se asociaba al estilo country de siempre: el vestido “gingham”, que no debía subir del tobillo. “Harper valley PTA” fue el primer gran éxito de Jeannie C. Riley, canción de 1968 que en principio iba a cantar Skeeter Davis. El éxito de la canción fue tal que Riley consiguió el disco de oro en solo 4 semanas, y es unas de las pocas cantantes country que a lo largo de la historia han sido nominadas al Grammy en la categoría pop, como mejor álbum y mejor artista novel. Además, la canción dio origen a una película y una serie de television en los años 70. Sin embargo, sus éxitos siguientes no alcanzaron el nivel de su lanzamiento y poco a poco fue dando un giro a su carrera hacia el gospel y la música de contenido religioso. Años más tarde, una fuerte depresión, de la que se recuperó, le hizo engordar más de 20 tallas. Nada que ver con el aspecto que luce en esta actuación para la televisión, ataviada como una Barbarella de lo más sexy. Atentos al guiño de humor de Bob Hope.  

miércoles, 10 de julio de 2013

Participantes en el X Premio Setenil 2013

Ya hay listado de participantes en el X Premio Setenil de libros de cuentos que cada año convoca el ayuntamiento de Molina de Segura. El jurado vuelve a estar presidido por Juan Manuel de Prada, (algunos bufarán de rabia, ¡cómo me gusta!). Ya lo presidió en su primera edición, que como recordaremos, concedió el premio a Alberto Méndez por “Los girasoles ciegos”.

Son 62 los libros que optan al premio de 10.000 Euros que se desvelará el mes de noviembre. Pero antes, el jurado que completan Ana Luisa Baquero Escudero y Ramón Jiménez Madrid, decidirán a la vuelta del verano el listado de los 10 finalistas que se jugarán los cuartos.

Estaremos atentos porque hay buenos candidatos, entre ellos algún Setenil (Fernando Clemot); un par de Tiflos (Ignacio Ferrando y Óscar Alonso); varias Huchas de oro (Juana Cortés y otra vez Ignacio Ferrando); autores multipremiados (Mar Sancho Sanz, Amado Gómez Ugarte, Lorenzo Luengo, Luis del Romero, otra vez Ignacio Ferrando, Miguel Sánchez Robles, autor de quien sabemos que De Prada guarda una buena opinión…); algunos más conocidos por su dimensión mediática (Carlos del Amor y Fernando León de Aranoa); y otros con una trayectoria bastante solvente (Ángel Olgoso, Pepe Cervera, Ignacio del Valle, Jesús Urceloy, Lola López Mondéjar, Montero Glez, Javier Sagarna, otra vez Ignacio Ferrando…).  También está el fallecido Félix Romeo, con un libro que agrupa sus mejores cuentos aparecidos en revistas y otras publicaciones, incluyendo alguno rescatado de su ordenador. Daría que pensar que Juan Manuel de Prada volviera a conceder el premio a un autor fallecido (algo que ya ocurrió con Alberto Méndez).

Quizá sea pronto para apostar, pero yo creo que este año el premio podría llegar con un cuarto de hora de antelación. Candidatos tiene. Y buenos... En fin, veremos.
De momento, desearemos suerte a todos.

Estos son los participantes por orden de llegada:


1.- “La tristeza de las tiendas de pelucas”, de Patxi Irurzun (Pamiela); 2.- “Los libros prestados”, de Xabier López López (Libros de Pizarra); 3.- “Los futuros imperfectos”, de Óscar Alonso (Libros de Pizarra); 4.- “Monos”, de Teresa Arroyo (Finis Terrae Ediciones); 5.- “Ratos de relatos”, de Consuelo Giménez Pardo (Visión Libros); 6.- “Kichay”, de Alejandro Romero (Chiado Editorial); 7.- “Alucinario”, de Lur Sotuela (Eneida); 8.- “Kiriwina”, de Ana Tapia (Fin de Viaje); 9.- “Los años de lluvia”, de Jesús Esnaola Moraza (Paréntesis); 10.- “Aquí yacen dragones”, de Fernando León de Aranoa (Seix Barral); 11.- “Caminando sobre las aguas”, de Ignacio del Valle (Páginas de Espuma); 12.- “Lazos de sangre”, Lola López Mondéjar (Páginas de Espuma); 13.- “Mujer perro”, de Carola Aikin (Páginas de Espuma); 14.- “Los que duermen”, de Juan Gómez Bárcena (Salto de Página); 15.- “Matar en casa y otros cuentos formidables”, de Jesús Urceloy (Casa de Cartón-Tres Rosas Amarillas); 16.- “Los bigotes de la Gioconda”, de Blas Matamoros (Casa de Cartón-Tres Rosas Amarillas); 17.- “El camino y otros pasos”, de César Gavela (Casa de Cartón-Tres Rosas Amarillas); 18.- “La última fiesta”, de David Baró (Sial), 19.- “Lo siento, la cocina está cerrada”, de Alan Grané (Ilarión); 20.- “Sentido sin alguno”, de Agustín Martínez Valderrama (Talentura); 21.- “Viaje imaginario al archipiélago de las Extinta”, de Susana Camps Peramau (Talentura); 22.- “Desarmadas e invencibles”, de Rosario Raro (Talentura); 23.- “El satanismo contado a los niños”, de Lorenzo Luengo (Tropo); 24.- “Leningrado tiene setecientos puentes”, de Mar Sancho Sanz (Tropo); 25.- “Interior azul”, de Anna R. Ximenos (Fondo de Cultura Económica); 26.- “Demasiados ríos por cruzar”, de Alfonso Cost (Dauro); 27.- “En otoño también amanece”, de Bárbara Fernández Esteban (Paralelo Sur); 28.- “Las batallas silenciosas”, de Juana Cortés Amunárriz (Baile del Sol); 29.- “Cuentos de amaneceres”, de Antonio Serrano García (Lonja de Letras), 30.- “Al sur de la nada”, de Herminia Luque (e.d.a Libros); 31.- “La última de todas las batallas”, de José Luis Espina (e.d.a. Libros); 32.- “Despacio”, de Remedios Zafra (Caballo de Troya); 33.- “Lugares que nos habitan”, de Marta María López (Baile del Sol); 34.- “Inframundos”, de Amado Gómez Ugarte (Baile del Sol); 35.- “Historias de seres que algún día nos pertenecieron”, de Jose A. Garzón (Obrapropia); 36.- “Itinerario de cuentos”, de Juan Ignacio Ferreras (La Biblioteca del laberinto); 37.- “Refranero zombi”, de Santiago Eximeno (Saco de Huesos), 38.- “Vosotros justificáis la existencia”, de Nuria C. Botey (Saco de Huesos), 39.- “El edificio”, de David Monteagudo (Acantilado); 40.- “El amor es una bala de plata”, de Francisco Garzón Céspedes (Comoartes); 41.- “La vida a veces”, de Carlos del Amor (Espasa); 42.- “Linaje oscuro”, de Isabel Martínez Barquero (Oblicuas); 43.- “Vae victis”, de Luis del Romero Sánchez-Cutillas (Tantín); 44.- “La sal y otros relatos”, de Juan Amancio Rodríguez (Castilla Ediciones); 45.- “Cuentos desde la umbría”, Maite González Sánchez (Atlantis); 46.- “Vigilias efímeras”, de Sergio Coello (Atlantis); 47.- “Con tinta de calamar”, de Luis Miguel Muñoz (Atlantis); 48.- “Gingival”, de Francisco Ferrer Lerín (Menoscuarto); 49.- “Ahora tan lejos”, de Javier Sagarna (Menoscuarto); 50.- “La piel de los extraños”, de Ignacio Ferrando (Menoscuarto); 51.- “Safaris inolvidables”, de Fernando Clemot (Menoscuarto); 52.- “Las frutas de la luna”, de Ángel Olgoso (Menoscuarto); 53.- “29 cadáveres”, de Pepe Cervera (Menoscuarto); 54.- “Disparos en el armario”, de Eva G. Vellón (Amargord); 55.- “Re-Cuentos”, de Jimmy Entraigües (Obrapropia); 56.- “Malgré Tout (A pesar de todo)”, de Ana María Vaultrín de Saint-Urbain Martín (Raíz); 57.- “Todos los besos del mundo”, de Félix Romeo (Xordica); 58.- “Algunos relatos casi policíacos”, de Ramón de Aguilar Martínez (Autoedición); 59.- “Como el ciervo huiste”, de Iago Fernández Ferrán (Delirio); 60.- “Mañana los amores serán rocas”, de Isabel Cienfuegos (Cuadernos del Vigía); 61.- “La soledad de los gregarios”, de Miguel Sánchez Robles (Diputación de Cáceres); 62.- “Polvo en los labios”, de Montero Glez (Lengua de Trapo).

domingo, 23 de junio de 2013

Vuelo a casa



            Colección de cuentos que publica Alfaguara de este autor americano cuya obra más conocida es “El hombre invisible”. Nacido en Oklahoma en 1914, este autor de raza negra ha hecho de la denuncia de la desigualdad racial el objeto de su obra.
“Vuelo a casa” es una colección de relatos que ha sido concebida por el editor John F. Callahan a la muerte de Ralph Ellison en el año 1994, a partir de cuentos que fueron publicados en su época a principios de los años 40, a los que ha añadido varios cuentos inéditos. El propósito de Callahan es ordenar las historias de tal manera que el conjunto espacio-temporal narrativo transcurra de forma paralela, o al menos lo más parecido posible, a la vida de Ellison. Así, los primeros cuentos tienen a niños como protagonistas en una comarca indeterminada, que podemos identificar con el sur de los Estados Unidos, la tierra de origen de Ellison. A medida que se suceden las historias, sus protagonistas pasan a ser adultos que se han instalado en las grandes ciudades industriales del norte, como Chicago.
Aunque la tentación es grande, dado el trasfondo de su obra, el autor no hace un discurso de denuncia o político como tal. Simplemente se sirve de la narración pura y dura para escenificar algunos pasajes de la vida diaria de estos personajes, enclavados en una tierra y una época de prejuicios que han moldeado durante generaciones los caracteres y los códigos de conducta. Un método mucho más efectivo e ilustrativo para mostrar la realidad con todos sus matices.
Es por ello que pese a que el estilo es muy limpio, sencillo, de frases cortas y plagado de diálogos, la lectura deja un poso de amargura ante el panorama desolador de graves injusticias y desigualdades raciales amparadas por la sociedad.
“Vuelo a casa” arranca con dos cuentos que me parecen los mejores de la colección, pese a su dureza. En el primero de ellos, “Una fiesta abajo en la plaza”, describe el asesinato de un negro al que la comunidad de blancos ha acorralado, desnudado y quemado vivo. La historia la cuenta en primera persona uno de los participantes del linchamiento, un niño, que ante el horror al que asiste, intenta huir del lugar sin éxito. Llama la atención que uno de los personajes más activos sea candidato a sheriff del condado. Una forma de denunciar que el racismo no sólo está en los hombres sino también en la ley. Este es el único relato en que se muestra la violencia de una manera tan explícita. Los demás son mucho más sutiles en su tratamiento.
En el segundo de ellos, el mejor según mi criterio, “Un chico en tren”, cuenta la historia de una madre muy humilde que viaja en tren con sus dos hijos pequeños para iniciar una nueva vida tras la muerte de su marido. No dice cómo murió ni en qué circunstancias, pero desliza que el niño menor, siendo negro es de piel más clara que su hermano, lo que apunta a un drama familiar en el que tal vez se viera involucrado el capataz. Las lágrimas de la madre mientras mira el paisaje que deja atrás así lo sugiere. Y los niños juegan y ríen, ajenos a todo.
En el relato, “Si yo tuviera alas”, como nota curiosa destacaré esta frase que Ralph Ellison pone en boca de uno de los personajes: “¿Qué crees que le pasaría a tu pobre madre si los blancos se enteraran de que tiene un hijo negro que es tan insensato que habla de ser presidente?” El cuento fue escrito en 1943. 65 años después no sé qué pensó la madre de Barack Obama. Seguramente, que los tiempos han cambiado.
En otro de los cuentos, “El vigilante de Hymie”, la miseria iguala a varios indigentes, un blanco y varios negros que viajan como polizones en un tren de mercancías. Pero cuando el blanco asesina a uno de los vigilantes del tren, las autoridades se dedican a buscar al culpable únicamente entre los viajeros negros. Esa igualdad aparente sugerida al inicio del cuento salta por los aires cuando se ha de aplicar la justicia.
Conforme va situando a los protagonistas, ya adultos, en las grandes ciudades éstos toman conciencia de su situación como personas de segunda. Y no ahorra tampoco una autocrítica. Así, en el relato “Difícil mantenerse a su altura”, uno de los negros protagonistas viene a quejarse de que los negros “somos como lobos solitarios, cada uno tratando de actuar por su cuenta”. 
Y en ese tono se van sucediendo los cuentos. Ralph Ellison expone las situaciones con mucha crudeza y las resuelve con muy pocas concesiones a la esperanza, lo que lleva a una lectura angustiosa y desagradable por la realidad que describe.
Pero es un punto de vista que la literatura no ha tratado con la justicia que merece. Al menos, es la impresión que tengo. Cuando uno lee y habla sobre literatura sureña, enseguida se le vienen a la mente los grandes autores que diseccionan la América profunda: William Faulkner, Flannery O’Connor, Katherine Anne Porter, Tennesee Williams,…. Todos pusieron el foco en la sociedad sureña americana, lastrada soterradamente por unos complejos de culpa que quizá podrían tener su origen en las grandes cuestiones que llevaron a la Guerra de Secesión y a una posterior derrota que algunos, incluso, interiorizaron con orgullo. A grandes rasgos esos autores hablaban de personajes frustrados, con grandes contradicciones, inmersos en una sociedad en decadencia, que en muchos casos sabían injusta. Una sociedad en la que más de la mitad de la población es de raza negra.
Y sin embargo, ninguno de ellos escribió sobre el racismo desde esa perspectiva, desde ese lado de quien sufre la injusticia. ¿Acaso es que es necesario ser negro para escribir sobre la desigualdad racial?


lunes, 29 de abril de 2013

La vida errante




Marbot Ediciones nos trae con este libro una crónica de viajes que Guy de Maupassant realizó por el mediterráneo. Un viaje que para huir del París de la Exposición Universal de 1889, le llevó por Italia, Argelia, Túnez, Sicilia, Kairuán, Venecia e Isquia.
Celebrado por su ingente obra cuentística, ya que escribió cerca de 300 cuentos y está considerado junto a Chejov como uno de los grandes maestros del género, Maupassant también escribió 6 novelas, multitud de artículos periodísticos y hasta tres libros de viajes.
Este del que hablamos hoy, “La vida errante”, comienza con una frase contundente: “Me fui de París, e incluso de Francia, porque la torre Eiffiel terminó fastidiándome mucho”.
Pese a este inicio, que podría inducirnos a pensar que estamos ante una escritura espontánea o superficial, Guy de Maupassant nos demuestra que se puede escribir con una prosa natural, sin alharacas, pero al mismo tiempo dotar a sus ideas de una profundidad y una sensibilidad con un estilo directo, limpio y a la vez envolvente. Como prueba, esta frase: “Cuando el sistema nervioso no es sensible hasta el extremo del dolor o el éxtasis, no nos transmite más que conmociones mediocres y satisfacciones vulgares”. Una muestra muy clara de una personalidad extrema que ha vivido al límite muchas experiencias: sus conocidas orgías a orillas del Sena, sus turbias actividades en una sociedad secreta creada por él, sus terribles jaquecas, sus enfermedades reales o fingidas que le llevan a ser un adicto al opio y la morfina, sus varios intentos de suicidio o el penoso internamiento en un manicomio al final de su vida así lo demuestran.
Pero si uno se deja influenciar por estos episodios de su biografía se sorprendería de la lucidez con que están narradas estas crónicas. Igual que el resto de su obra, “La vida errante” está libre de  esos desequilibrios que podrían haber impregnado su prosa.
Guy de Maupassant queda prendado de la belleza de la arquitectura clásica italiana. Como él dice, de nada sirve escribir tales cosas, hay que verlas. Sin embargo, el autor se esfuerza en ello y lo consigue con frases tan bellas como esta: “Los italianos de aquella época sí supieron dar a su patria una Exposición Universal que visitaremos por los siglos de los siglos.”
Durante su estancia en Italia, Guy de Maupassant expresa un sentimiento enfrentado muy interesante: “Cuanto más arrebatados estamos por la seducción de este viaje a un bosque de obras de arte, más invadidos nos sentimos por la extraña sensación de malestar que se mezcla en seguida con el gozo de contemplar.” Esta reflexión proviene del asombroso contraste que según él existe entre la multitud moderna tan banal, tan ignorante de lo que mira y los lugares donde habita. Siente que el alma delicada y refinada del viejo pueblo asentado que habitó allí en tiempos, ya no habita en sus actuales moradas.
Es de reseñar que el autor hace sobre todo una descripción de paisajes y formas de los lugares que visita y deja en un segundo término las gentes del lugar y sus caracteres. Al contrario de lo que reflejó en su obra, “Viaje por España”, el escritor Hans Christian Andersen. En cambio, cuando desembarca en África, Maupassant sí habla de las gentes y costumbres en su etapa por Túnez.
Conociendo su personalidad, de una voracidad venérea irrefrenable, llama la atención un hecho curioso: a Guy de Maupassant le horroriza la danza del vientre. Resulta también interesante esta reflexión: mientras las catedrales cristianas van buscando a Dios en altura y belleza de líneas y proporciones, las mezquitas se extienden a baja altura, ocupando un mayor terreno, como una metáfora de una religión, de una cultura cuyo culto al Islam invade todos los órdenes de la vida. Y esto sí lo critica abiertamente Maupassant. Como también el hecho de que la mujer no tuviese libertad y viviera en sumisión al hombre. Precisamente en una época (finales del siglo XIX) en que todavía los derechos de la mujer estaban lejos de ser plenamente reconocidos en Europa. Pero ya entonces había conciencia de que esa era una cuestión pendiente de abordar.
Ya de regreso a Francia, pasa por Nápoles, de la que queda cautivado y allí es testigo de los devastadores efectos de un terremoto.
Las cerca de 300 páginas de “La vida errante” se leen con mucha frescura y evidencian que Maupassant disfrutó de su viaje como nosotros con su lectura.
Interesante libro de viajes de este maestro del cuento.

viernes, 12 de abril de 2013

Lectura de micro-relatos: "Amor y madurez"

Para celebrar el mes de las letras en Torrejón, colaboraré con la Asociación de Escritores de Madrid el próximo martes 16 de abril. Estrella Cuadrado pondrá la voz, y nosotros los textos.
Serán micro-relatos con el tema: "Amor y madurez".
Estáis invitados. Os esperamos.




jueves, 4 de abril de 2013

Las identidades veladas, en Torrejón de Ardoz

La semana próxima presentaré "Las identidades veladas" en el centro cultural "El Parque", de Torrejón de Ardoz. Allí estaré junto con Luis Góngora López, que presentará su novela "Proyecto Aurora". Hablaremos de libros, de nuestra experiencia literaria y responderemos a vuestras preguntas.
Será el miércoles 10, a las 19h.
Os esperamos. Lo pasaremos bien.


domingo, 10 de marzo de 2013

Luisita Tenor



Después de casi tres años rescatando voces femeninas de los 60, va siendo hora de darle a nuestra búsqueda un acento español. Luisita Tenor fue una cantante valenciana que hizo las maletas a principios de la década para viajar a Madrid y presentarse como chica ye-ye. Puso su voz limpia y aguda en la versión en español de las canciones de Mary Poppins, My fair lady y Fortunela. Uno de sus éxitos, “Primer amor”, también fue versionada por Francisco Heredero, valenciano como ella y que por esas casualidades de la vida o porque estaban predestinados, acabarían casándose. Aquí la vemos en 1964, en una actuación para Televisión Española, interpretando “El sol no brillará nunca más”. Cantando Luisita Tenor me extraña que el sol no brille.
Por cierto, ¿recuerdan los anuncios de televisión de Tulipán Negro y Bic Naranja/Bic Cristal?... Sí, sí. Cantaba ella.

Diamantes negros en Marbella


El pasado día 9 tuvo lugar en el hotel Andalucía Plaza, de Puerto Banús, la entrega de premios del Certamen de cuentos Ciudad de Marbella. Fue una noche doblemente agradable por los anfitriones (la gente de la Fundación José Banús y Pilar Calvo nos hizo sentir como en casa) y por la compañía, ya que tuve el placer de conocer a los otros premiados: Elena Román (1º Premio al mejor cuento infantil) y Juan Antonio Extramiana (2º Premio en la categoría general).
Como dije al recoger el premio por el cuento “Los diamantes negros”, figurar en la lista de los premiados en este certamen (Óscar Alonso Álvarez, Andrés Pérez Domínguez, mi admirado Félix J. Palma, Juan Jacinto Muñoz Rengel, Luis del Romero Sánchez-Cutillas…) es una gran alegría y una enorme responsabilidad. Estos son autores que ahora publican de manera habitual y entiendo este galardón como una oportunidad para empezar a ver publicada nuestra obra… En este sentido, Elena Román ya tiene bastante camino recorrido (por cierto, podéis daros una vuelta por su blog, muy interesante: http://elblogtardiodeelenaroman.blogspot.com).
Así que ya sabes, Juan Antonio: ahora nos toca a nosotros ponernos las pilas. Al final lo conseguiremos, ya lo verás.

               
                     
De izquierda a derecha: Carmen Díaz (concejala de cultura de Marbella), Elena Román (1º Premio cuento infantil), Cándido Fernández Ledo (presidente de la fundación), un servidor, Juan Antonio Extramiana (2º Premio categoría general), Jorge Arandes Masip (miembro de la fundación) y Constantino Mediavilla (presidente del jurado).
A todos, muchas gracias.

domingo, 27 de enero de 2013

Los años del abreviado



Antes de hablar de este libro permítanme una pequeña introducción.

Hace unos años, cuando aún no había abierto este desván en la Casa Usher y no había diseccionado los libros que colgaban de sus estanterías, tuve la oportunidad de vivir uno de esos descubrimientos de los que uno recuerda con orgullo. En cierta ocasión me ofrecieron participar en un certamen de novela corta desde el otro lado de la barrera, es decir, como jurado. Y acepté gustoso.
Como ya han pasado bastantes años (más de 6), no creo que haga mal a nadie si desvelo a medias un pequeño secreto. Recuerdo que de las 43 novelas que se presentaron había 4 ó 5 que por su calidad optaban al premio. Pero una de ellas destacaba clarísimamente por encima de las demás. Narraba la relación entre un niño y su tío, ferviente madridista, de los que van al campo de fútbol cada domingo. Al niño protagonista se le abrieron entonces las puertas de un mundo por descubrir: el del mundo del fútbol, pero también el de los adultos. Porque en realidad esa novela narraba el tránsito de la infancia a la madurez. Al mismo tiempo el autor aprovechó la ocasión para radiografiar la sociedad española en una época que iba desde mediados de los años 60 hasta finales de los 90. Un recorrido que incluía la historia del Real Madrid a través de sus jugadores y de sus títulos, y que marchaba paralela a una época de cambios en la sociedad. El autor hizo el esfuerzo de echar una mirada atrás, nostálgica a veces, para hacer un repaso de esos elementos que forman parte de nuestra memoria colectiva: la que todos en mayor o menor medida, hemos vivido a través de los periodistas de la radio, de los cromos de nuestra infancia, de los anuncios de televisión, de las revistas que marcaron una época, de los cantantes, de las marcas de tabaco y colonia, de los periódicos, de las prendas de moda…
Era una novela narrada con una gran sensibilidad, muy bien escrita, con personajes cargados de humanidad, y que además utilizaba el fútbol como motor de la historia. Hace falta ser valiente porque pocos autores escriben sobre el deporte. Por su estilo, también por su complejidad, era una novela de un escritor con mayúsculas. Así lo expuse a los demás miembros del jurado cuando nos reunimos para deliberar. Pero me quedé solo defendiendo su candidatura y el ganador fue otro (que para mi gusto, no le llegaba ni a la altura del zapato: ¡si no lo digo, reviento!). Una vez emitido el fallo solicité a la organización me desvelara la identidad de ese autor, con mi promesa de guardar silencio (hasta ahora): Carlos del Pozo Manzanares.
Y he aquí que la casualidad vino a encontrarse conmigo varios años después de aquella experiencia. Fue en la sección de librería de una gran superficie. En el cesto de libros de saldo (estaban a 1 euro) me encontré de nuevo con Carlos del Pozo, esta vez sin pseudónimo, y entonces no lo dudé: “Los años del abreviado” ha sido la compra más satisfactoria que he hecho en mucho tiempo. Porque a la vez, ha confirmado con creces la opinión que ya tenía de su autor.

Hecho este inciso, vayamos con el libro que hoy nos ocupa.
“Los años del abreviado” hace referencia a esa época en que empezaron a proliferar los llamados “jueces estrella” en la Barcelona postolímpica. El procedimiento abreviado era ese proceso por el cual se agilizaban los trámites y los tiempos judiciales en el que participaban procuradores, abogados, jueces y mucho dinero (y por tanto, corrupción) en el camino. El libro, a caballo entre la novela y la crónica negra judicial, cuenta en primera persona la historia de un joven abogado que se traslada desde Madrid a Barcelona para trabajar en un despacho de abogados en los años del gran despegue económico de principios de los 90. La inocencia del protagonista, su mirada limpia chocan con las formas de un mundo regido por las cartas marcadas de las pequeñas corruptelas en las que todos participan en mayor o menor medida.
El hecho de que Carlos del Pozo sea abogado en ejercicio dota de mucha credibilidad a la historia porque no escatima en detalles a la hora de contar las relaciones que se establecen dentro del estamento judicial: abogados, clientes, fiscales, secretarios, jueces...
Y como sucedía en esa novela inédita que tanto me gustó, el narrador también hace un repaso de la actualidad que retrata, orientada en este caso a la crónica negra judicial: los casos del violador del ascensor, el loco del chándal, el asesino de la ballesta; casos de corrupción como Banca Catalana; habituales de los juzgados como el Vaquilla o el empresario Javier de la Rosa; magistrados que fueron noticia por la excentricidad de sus sentencias, como los jueces Oubiña o Pascual Estevill… Una realidad que en muchos casos venía acompañada de una conjunción de intereses de amplios sectores del poder político, económico y de medios de comunicación (unas veces para hacerlos públicos y otras para taparlos).
Meterse en semejante jardín puede acarrear consecuencias. Por eso hace bien Carlos del Pozo en aclarar al final del libro que la historia del protagonista de la novela es totalmente ficticia. Son tales los detalles que revela que en muchos momentos de la lectura de “Los años del abreviado” he temido por la integridad física del autor, por aquello de las represalias.

Si les apetece una lectura inquietante por la realidad que describe, y a la vez agradable por la empatía hacia el protagonista que consigue del lector (algo que me parece de vital importancia y que no es fácil de lograr), hagan un hueco a este libro. Coincidirán conmigo en que Carlos del Pozo merece publicar todo lo que escriba. Yo, por mi parte, siempre le estaré agradecido a ese certamen de novela corta por haberme dado la oportunidad de descubrirlo, aunque al final no haya ganado el premio que sin duda merecía.

miércoles, 2 de enero de 2013

A orillas de un mar callado



“A orillas de un mar callado” es un libro de relatos escrito por Thomas Steinbeck, hijo del premio Nobel de 1962, John Steinbeck. Tienen como marco común la costa suroeste de los Estados Unidos, en el límite con Méjico. Son historias sencillas que remiten a esos grandes relatos de aventuras, anclados en la tradición oral, que supieron llevar al papel tantos escritores en lengua inglesa entre los siglos XIX y XX como Jack London, James Fenimor Cooper, Stevenson o Nathaniel Hawthorne. Narraciones de iniciación, que de alguna manera involucran al lector y le animan a seguir leyendo, como si estuviésemos sentados alrededor de un fuego. Historias a las que se les añade un punto de misterio por lo incontrolable de los elementos a los que se enfrenta el hombre de la región.
El suroeste de los Estados Unidos es una zona expuesta a la dureza del clima, unas veces seco e inclemente y otras azotado por tempestades catastróficas. Y es sacudida de vez en cuando por terremotos. Es además una tierra poblada por indígenas que comparten los días con los colonos americanos, buscadores de oro, granjeros, médicos ambulantes… En definitiva, una tierra que se ofrece abierta al mestizaje y donde los animales adquieren, casi en el mismo nivel que los hombres, el mar, la tierra y el clima, un protagonismo importante.
Los siete cuentos que forman “A orillas de un mar callado” transcurren entre finales del siglo XIX y primeros años del XX.
El libro arranca con dos relatos de corte muy parecido:“Un guía en la noche” y “El joven que vivía en las nubes”, dos historias de aprendizaje, que conllevan la pérdida de la inocencia del joven protagonista. El contrapunto lo pone un personaje legendario, Anselma Onésimo, perteneciente a una tribu local y que el protagonista verá como un compendio de sabiduría tradicional, que vive y actúa en perfecta comunión con la naturaleza.
Con “Mal fario” recuperamos el sabor de las grandes aventuras marineras y ese extraño magnetismo que ejerce el mar y sus secretos sobre los marineros y las gentes del lugar, pese a los disgustos que les reportan a menudo en forma de grandes catástrofes y naufragios. Pero es al mismo tiempo, y tal vez precisamente por eso, escenario para las epopeyas, que habrán de ser transmitidas de generación en generación.
Con “Un favor deshonroso” acompañamos a un doctor que va recorriendo la región, ofreciendo remedio a las enfermedades en una tierra dura poblada por gentes de caracteres muy variopintos y que aplican un sentido de la justicia algo peculiar. Un sistema de valores que se impone por la vía de los hechos consumados. De nuevo, en “Los vigías oscuros” volvemos a una historia iniciática, esta vez en la piel de un profesor universitario que se aventura durante unas vacaciones a labores arqueológicas para rescatar la memoria de los pueblos asentados allí desde tiempos inmemoriales. Sin embargo, el profesor acaba abandonando esta búsqueda porque no termina de admitir que vive en un mundo abocado a un enfrentamiento constante entre la tradición y la modernidad. En este relato, Thomas Steinbeck desliza una fina ironía, al exponer los prejuicios del protagonista, muy propios del hombre moderno. Unos prejuicios que le harán muy difícil asumir el cambio que el estado natural de las cosas acaba imponiendo.
Los dos últimos relatos, “Mercancía malograda” y “Sing Fat y la Duquesa Imperial de Woo”, hacen referencia a la inmigración de los chinos y el negocio de la esclavitud que lleva aparejado. Una contribución, la de la comunidad china, de vital importancia en el desarrollo de esas regiones americanas bañadas por el pacífico, y que no ha sido literariamente tan explotada como esos otros episodios que comúnmente se reconocen como esenciales en la construcción de la sociedad norteamericana: la conquista del oeste, la fiebre del oro, la construcción del ferrocarril, el nacimiento del cine…
En el aspecto formal, llevar al papel historias con sabor a tradición oral, tiene el riesgo de cansar al lector. Me explico: este tipo de narraciones se sirve del estilo indirecto cuando tiene que abordar un diálogo. De esa manera, la historia se viste de un tono de leyenda que funciona muy bien si hay pocos diálogos en el camino o si el relato es relativamente corto. Pero cuando las narraciones llegan a las 100 páginas y están plagadas de diálogos en estilo indirecto, como es el caso de “Sing Fat y la Duquesa Imperial de Woo”, tanto la lectura como el avance la acción, se hacen un poco tediosos.
Obviando este último apunte (puramente subjetivo), “A orillas de un mar callado” es una lectura muy recomendable, poblada de personajes de todo tipo, que se enfrentan a la naturaleza y a los hombres para hacer camino. Una lectura en la que a modo de guiño he creído ver un pequeño homenaje de Thomas Steinbeck a su padre John, que en 1948 se embarcó junto al científico y amigo Ed Ricketts a explorar las costas de la bahía de Monterrey. A bordo de un pequeño barco sardinero, recorrieron más de 4.000 millas, bordeando la península de la Baja California. La aventura, a medio camino entre la crónica de viajes, la revelación científica y un conjunto de reflexiones sobre el hombre y el lugar que ocupa en la naturaleza, quedó plasmada en un libro titulado “Por el mar de Cortés”.
¿Cómo iba a saber John Steinbeck, que su propio hijo escribiría 60 años después un libro de relatos que hablaría del origen, los usos y costumbres de los pobladores de aquellas tierras?