Con humildad me dirijo a la autoridad de Alalíe, para que me conceda la gracia de un aplazamiento de mi expulsión. Quiero demostrar que mi origen jonio no es inventado, a pesar de venir de tierras tartésicas. Los bandazos con que nos sacude la vida hacen de nuestro peregrinar un camino imprevisible, y así como vosotros llegasteis al exilio de Alalíe huyendo de los persas desde oriente, yo he venido también a parar aquí, pero en mi caso huyendo de los cartagineses desde el otro lado de las columnas de Hércules. Reconozco, sin embargo, que he nacido en Tartessos, que allí me he criado, he aprendido su lengua, sus costumbres y también allí me he enamorado y poco después me han destrozado el corazón. Pero no quiero ampararme en la desgracia para solicitar lo que considero de justicia, así que apelaré a mis orígenes.
Yo era consciente de mi condición de extranjero desde que tenía uso de razón, no sólo porque veía a mi padre cada tres años, sino porque mi educación se alejaba de lo establecido para los niños nacidos en Tartessos. Estudié oratoria y filosofía, y ello me permitió abrir las puertas para codearme con las élites locales. Fui maestro y poeta reconocido, y entre mis alumnos había sacerdotes, hijos de jueces y consejeros reales.
También figuraba Lisístrata, merecedora de ocupar en el Olimpo un puesto junto a la diosa de la belleza, y por cuyo amor me encuentro ahora llamando a las puertas de Alalíe, solo y derrotado. Su padre era el procurador principal de justicia y mano derecha de Argantonio, rey que gobernaba Tartessos desde hacía decenios. Dada mi facilidad para los idiomas, el rey también me encomendaba tareas diplomáticas, y ya fuera para recibir a los mercaderes extranjeros o para tratar con los cartagineses que venían de Gadir a exigirnos un impuesto de protección (¡los dioses los confundan!), mis servicios se cotizaban generosamente en dinero y en especie. Mi vida estaba bien orientada, gozaba de reconocimiento y era un secreto a voces que mi relación con Lisístrata derivaría en un compromiso formal en breve plazo. Pero la armonía y los años de bonanza de Tartessos iban a durar mientras Argantonio siguiera con vida, y a pocos se nos escapaba que los cartagineses habían estado tejiendo durante años una tupida red de intereses que estaba ya a punto de caer sobre nosotros.
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