martes, 5 de diciembre de 2017

Todo lo que era sólido



Al calor de la reciente crisis económica, de la que ya empezamos a escribir en pasado, fueron saliendo multitud de libros que abordaron el fenómeno desde distintos puntos de vista e incidiendo en diferentes aspectos sobre su repercusión, tanto en los niveles más cercanos al individuo y que afectan a la economía familiar, como al referido a los estamentos financieros y a la estructura misma de la economía global. Es evidente que con una oferta tan amplia de textos, la variedad de criterios con los que se ha analizado esta crisis, hace que a menudo hayamos perdido la perspectiva y no tengamos muy claro con cuál de ellos quedarnos para tener una explicación racional de lo acontecido.  

En “Todo lo que era sólido”, Muñoz Molina se aleja de los grandes datos económicos y estadísticos y se queda con lo nuclear, esto es, con lo que él llamaría la “raíz del mal”. Se aleja de la frialdad de esas cifras para acercarnos a la realidad diaria que él ha vivido como funcionario de la administración desde finales de los años 70 del pasado siglo hasta nuestros días. Porque para él, la crisis económica no vino motivada tanto por el despilfarro de dinero público (con el consiguiente endeudamiento), o por la corrupción de los poderes públicos en los años previos. Sino que todo esto es más bien consecuencia de la pérdida de principios éticos de una sociedad occidental entregada a la arcadia feliz que prometió ese capitalismo desatado, que no solo tiene al hombre como objetivo para procurarle el bien, sino que también se sirve de él, convirtiéndolo en esclavo, para mantener una estructura en beneficio de los más poderosos.

Y es a través de esa experiencia como funcionario como Muñoz Molina nos explica la manera en que ha visto cambiar la sociedad española y los criterios o los valores que rigen la vida de la gente en relación con sus semejantes y con el estado. Cuenta que en esa primera etapa de la democracia, desde la misma administración y el cuerpo funcionarial, había un anhelo de cambiar las cosas y las estructuras de poder después de 40 años de dictadura. Había mucha ilusión por parecernos a los países europeos más avanzados que ya llevaban en democracia desde el final de la segunda guerra mundial. Pero ya entonces se percató de un doble problema que impediría el cumplimiento de dicho objetivo. Por un lado, el crecimiento de los nuevos partidos políticos que se erigieron como verdaderas maquinarias de poder, que en muchos casos vinieron a sustituir en la práctica a los organismos de control propios de un estado, con lo que aquellos fueron fagocitándolos y anulando en muchos casos los límites legales que impedían comportamientos caciquiles y arbitrarios. Y por otro lado, apenas unos años después, se produjo la llegada de ingente cantidad de dinero público procedente de Europa al integrarnos en la Comunidad Económica Europea, que hizo que la tentación del despilfarro y la corrupción aumentara, como así se ha visto.

Muñoz Molina se lamenta de haber perdido una oportunidad única como país, especialmente en esos primeros años de democracia, de asentar los cimientos de una sociedad más justa. Y pone como ejemplo a Francia, país que ofrece una titulación universitaria específica para aquel que quiera desarrollar su carrera profesional dentro de la función pública, algo que en España no existe y jamás se ha planteado. Y estoy de acuerdo con él en que esa sería una buena sugerencia con la que se habrían evitado muchos de los males que hoy aquejan a nuestro país.

Pero, claro, que en estos casos conviene hacer una simulación práctica e imaginarse a cualquiera de los partidos políticos del congreso defender en el parlamento una reforma en este sentido. Y me cuesta verlo, la verdad, porque eso supondría primero hacer un ejercicio de autoafirmación de la nación y Constitución españolas, reconocer su plena soberanía, fortalecer las estructuras del estado, delimitar claramente las competencias de las autonomías y las corporaciones locales, cuando no devolverlas al estado, y un largo etcétera que en el fondo vendría a atar las manos a los políticos en sus manejos partidistas. Y me cuesta verlo porque no veo a ningún partido político hacer semejante muestra de respeto a la patria común (ya no pido amor a la patria, simplemente respeto), sacrificando sus propios intereses particulares. Ni la derecha, por sus complejos históricos y para que no la señalen como facha. Ni la izquierda, porque en el fondo se siente incómoda, como si le diera urticaria, de hacer esa defensa pública de la nación. Ni los nacionalistas, por motivos obvios de odio a España. Nadie… Así pues, señor Muñoz Molina, usted ha puesto el dedo en esa llaga, pero usted sabe que esa solución sería inviable, aunque no lo diga. Pero no se preocupe, ya estoy yo para decirlo.
         
      Con un estilo ameno, “Todo lo que era sólido” contiene numerosas anécdotas vividas en primera persona por el autor que explican de manera gráfica y sencilla cómo hemos llegado a la situación de crisis, no tanto económica (que también), como moral. Desde su visión ideológica de la izquierda más clásica, Muñoz Molina señala los males, procurando buscar siempre una justificación histórica y propone algunas soluciones desde su óptica, incidiendo sobre todo en la extensión y afirmación de los derechos adquiridos en materia laboral y social y en la necesaria reforma de la educación, para desterrar a la Iglesia de toda influencia (hace 50 años esa lucha podría tener sentido, pero hoy eso no es un problema. ¡Ay, las obsesiones!)

Dejando aparte la discrepancia que me despiertan muchas de sus ideas, este es un libro lúcido y recomendable para conocer desde otra perspectiva la dimensión y origen de esta última crisis económica.

miércoles, 15 de noviembre de 2017

Pedro Ugarte gana el XIV Premio Setenil de libros de cuentos



Hace tres semanas se falló el XIV Premio Setenil de libros de cuentos. El jurado, compuesto por Pilar Adón, Carmen Valcárcel, Aurora Gil Bohórquez y Manuel Moyano, ha elegido la obra "Nuestra historia" de entre las 117 presentadas por editoriales y autores de toda España, en la que ha sido la edición más concurrida del premio.

El escritor galardonado, Pedro Ugarte (Bilbao, 1963), estudió Derecho y Economía, pero siempre ha trabajado como periodista, actualmente en la Universidad del País Vasco. Junto a otros géneros, ha dedicado buena parte de su trabajo literario a la narrativa breve, con libros como Los traficantes de palabras, Manual para extranjeros,La isla de Komodo, La expedición o Guerras privadas, que fue Premio NH de libros de relatos. Sus piezas cortas figuran en numerosas antologías. Finalista del premio Herralde, ha ganado entre otros los premios Euskadi de Literatura, Lengua de Trapo y Julio Camba.

El libro que ha obtenido el XIV Premio Setenil, "Nuestra historia", se desarrolla en el paisaje de la sociedad actual, golpeada por una crisis económica cuyos efectos se extienden a todos los órdenes de la vida, pero el valor de sus narraciones trasciende cualquier limitación geográfica o temporal. Los personajes aparecen retratados en sus virtudes y defectos, en su afán cotidiano y sus obsesiones, logrando el autor un perfecto equilibro entre humor y melancolía. Las páginas de "Nuestra historia" se revelan como una reflexión sobre la felicidad.

Los ganadores de las anteriores ediciones del Setenil, considerado uno de los premios más importantes de cuento en el panorama literario nacional, han sido Alberto Méndez, Juan Pedro Aparicio, Cristina Fernández Cubas, Sergi Pàmies, Óscar Esquivias, Fernando Clemot, Francisco López Serrano, David Roas, Clara Obligado, Ignacio Ferrando, Javier Sáez de Ibarra, Emilio Gavilanes y Diego Sánchez Aguilar.

El acto de entrega del XIV Premio Setenil tendrá lugar en diciembre de 2017, en el Salón de Plenos del Ayuntamiento de Molina de Segura.

Enhorabuena, Pedro. Leeremos tu libro con interés.


lunes, 23 de octubre de 2017

Timi Yuro



Nacida en Chicago en 1940 y de ascendencia italiana, irrumpió en escena con 21 años con esta versión de “Hurt”, una canción que popularizó Roy Hamilton la década anterior. La cara B del single fue “Smile”, canción de Charles Chaplin. De resultas de su debut fue nominada el año siguiente para el Grammy como artista revelación, premio que finalmente se llevó Peter Nero. Aquellos que no habían oído hablar de ella no podían sospechar el torrente de voz que ocultaba esta chica de aspecto frágil y poco más de metro y medio de altura. Tal fue la impresión que el público, conforme fue sacando nuevos singles, la terminó ubicando más en el estilo cabaret que en el soul. Algo que no corrigió hasta bien entrada la década, cuando productores como Phil Spector (otra vez) o Burt Bucharch y Hal Davis, le proporcionaron otro tipo de canciones y un estilo más elegante, que se ajustaba mejor al canon del soul de la época. Tal vez tanto derroche de voz, la llevó a padecer un cáncer en las cuerdas vocales que acabó con su carrera a principios de los 90, aunque ya se había retirado 6 años antes. Triste destino el suyo, que a cambio nos dejó momentos como este.

miércoles, 20 de septiembre de 2017

Finalistas del XIV Premio Setenil 2017

El XIV Premio Setenil 2017 al Mejor Libro de Relatos Publicado en España ya tiene sus diez finalistas de entre un total de 117 títulos, en la edición más concurrida de su historia.
Convocado por la Concejalía de Cultura del Ayuntamiento de Molina de Segura y dotado con 10.000 euros, se decidirá este año entre estos títulos elegidos por la comisión de preselección. Son los siguientes: 
1.- “Aprenderé a rezar para lograrlo”, de Víctor Balcells Matas (Delirio); 2.- “La condición animal”, de Valeria Correa Fiz (Páginas de Espuma); 3.- “El mosquito de Nueva York”, de Daniel Díez Carpintero (Sloper); 4.- “Peces de charco”, de Ana Esteban (Baile del Sol); 5.- “La vuelta al día”, de Hipólito G. Navarro (Páginas de Espuma); 6.- “Teatro de sombras”, de Fermín López Costero (Nazarí); 7.- “O”, de Alejandro Pedregosa (Cuadernos del Vigía); 8.- “La acústica de los iglús”, de Almudena Sánchez (Caballo de Troya); 9.- “La mirada del orangután”, de Chelo Sierra (Diputación de Cáceres) y 10.- “Nuestra historia”, de Pedro Ugarte (Páginas de Espuma).
En esta decimocuarta edición preside el jurado la escritora madrileña Pilar Adón, siendo también vocales Carmen Valcárcel, profesora titular de Literatura de la Universidad Autónoma de Madrid, y Aurora Gil Bohórquez, escritora y catedrática de Lengua y Literatura de Secundaria. Me da que este año están muy bien situadas Chelo Sierra, Valeria Correa e Hipólito G. Navarro. Pero como siempre, habrá que esperar acontecimientos. El fallo se emitirá a partir de octubre, y el acto de entrega tendrá lugar a finales de año en Molina de Segura.
Suerte a los que quedan. 

viernes, 1 de septiembre de 2017

Violeta sabe a café



Ahora que se acerca el momento de conocer los finalistas del premio Setenil de este año, voy a recomendar la lectura de este volumen de cuentos de Manuel Pozo Gómez, “Violeta sabe a café”, editado por Premium Editorial. El libro, (con buena tipografía de letra y una portada realmente atractiva), reúne nueve cuentos que han sido premiados en diferentes certámenes de relato corto, algunos de ellos de bastante relevancia como el “Cuentos sobre Ruedas”, “Puente Zuazo”, “Villa de Iniesta” o el “Federico García Lorca”. Son historias ambientadas en entornos bélicos, o bien se desarrollan en tiempos de paz, pero con el poso que dejan los conflictos en cualquier época y lugar. Con una prosa sencilla, sin artificios ni alharacas, con una buena cadencia y fluidez narrativas,Manuel Pozo nos demuestra que con estos mimbres se pueden trazar muy buenas historias porque sabe cómo construir personajes y dotarlos de gran humanidad, con perfiles diferentes y complejos. Y porque un buen cuento ha de sostenerse en los detalles, (aspecto éste que todo buen cuentista debería tener siempre presente), Manuel Pozo pone especial atención en esos instantes, esos gestos, en una palabra o una mirada, en una pequeña nota manuscrita, en definitiva en esos pequeños detalles que sirven para elevar la tensión dramática y conducirla hacia un desenlace que tiende más bien a abrir una rendija a la esperanza. Manuel Pozo se empeña con estos cuentos en convencernos de que merece la pena seguir confiando en el ser humano, que alberga en realidad un buen fondo, pese a los muchos precedentes que a lo largo de la historia se han encargado de llevarle la contraria, guerra tras guerra.

Conocí a Manuel Pozo Gómez gracias a un certamen literario celebrado en Villalar de los Comuneros, en 2014. Ya entonces llevaba una trayectoria exitosa que le había reportado un buen puñado de importantes galardones por toda España. Le pregunté por curiosidad si no estaba interesado en reunir sus relatos en un volumen. Y me sonrió, entre humilde y pudoroso, tal vez pensando en lo inalcanzable de ciertas quimeras, o en que quizá ya se sentía satisfecho con el reconocimiento de los diferentes jurados. Pero supongo que como el buen vino, los libros de cuentos requieren de tiempo para madurar. Claro que sin vendimiadores que los recolecten, como Premium Editorial, se condena a buenos caldos al limbo de lo que podría haber sido y no fue, como sucede con demasiada frecuencia con los libros de cuentos.

Afortunadamente no es el caso de “Violeta sabe a café”, libro que hay que catar despacio, sin prisas, como el buen vino, para apreciar las historias con todos sus matices. Como el relato que da título al volumen, el más corto pero no por ello menos intenso, con ese giro final, una última frase,  que emociona. O “Endika”, enmarcado en la guerra de los balcanes, que es uno de sus mejores relatos y acaso el más descarnado. Destaco también “Sin goles en el frente”, donde narra un frustrado partido de fútbol, en una especie de tregua, entre los dos bandos que se enfrentan en las trincheras durante la guerra civil española. Y “La fuga del 23 de diciembre”, una trepidante historia que cuenta la huida en autobús de un grupo de personas que quiere cruzar a la parte occidental del muro de Berlín en vísperas de navidad. Es un relato de un ritmo vertiginoso y en el que se palpa una tensión creciente hasta el final. Cierra el volumen “Los ojos de Endika eran verdes”, un relato que amplía la historia que cuenta en “Endika”, con un estilo diferente, y donde prima la intriga en una investigación periodística que introduce otros temas de interés, como la inmigración ilegal o la prostitución, derivados de los conflictos bélicos; o ese otro asunto no menos interesante que se refiere al duro regreso a casa de los soldados desplazados en misiones internacionales y sus secuelas emocionales. Un relato magnífico que me hubiera gustado escribir a mí y que daría para una buena novela. De hecho es el más largo de la colección.

No sé lo que decidirá el jurado de este año del premio Setenil. Es muy difícil colarse entre los 10 finalistas, siendo 117 los candidatos de esta edición. Pero en realidad no importa: lo consiga o no, “Violeta sabe a café” es un libro totalmente recomendable, y Manuel Pozo Gómez un escritor que sabe captar con su mirada la grandeza y las miserias de la condición humana. Denle una oportunidad. No se arrepentirán.


lunes, 24 de julio de 2017

Rércord de participación en el XIV Premio Setenil

Bueno, señoras y señores, ya está aquí la lista de libros que este año se han presentado en el XIV Premio Setenil de libros de cuentos. En total, 117, lo que supone un récord considerable, si tenemos en cuenta que hace unos años se estableció la anterior marca de participación, con 82 libros. Este auge por el cuento merece un comentario. ¿Estamos viviendo una época dorada en el género? ¿Por fin se ha cotizado en el mercado (no me gusta esa palabra), o en la crítica como se merece? Solo el tiempo lo dirá. 
Lo que sí podemos decir es que este hecho tiene que ver con la proliferación de talleres literarios que ha habido en los últimos años, tanto presenciales como a través de la web, con la buena acogida que cada año tiene la convocatoria de este premio y seguramente también con la "facilidad" que hoy en día hay para autopublicarse el puñado de cuentos en los que uno ha invertido su tiempo y su talento (y en muchos casos hasta su falta de él). Hace 10 o 15 años no había tanta oferta. Sin duda, eso ha disparado la participación. Porque si solo nos fijamos en los libros que publican las editoriales tradicionales que arriesgan su dinero, no vemos que haya una gran diferencia de participación respecto a otros años. ¿Eso significa que la masificación empeora la calidad media de las obras? Probablemente sea así, aunque no tiene por qué. Pues yo creo que no tardará en llegar la edición en la que resulte ganadora (o casi) una obra autopublicada. Será cuestión de tiempo. De hecho, creo recordar que Fernando Clemot ya ganó el Setenil con “Estancos del Chiado”, un conjunto de relatos que se financió el mismo. Aunque dicho sea en honor a la verdad, que él ya llevaba varios años escribiendo cuentos, concursando y ganándolos. De hecho los cuentos que forman parte de ese libro fueron premiados en importantes certámenes. Es decir, no era un recién llegado, no era uno de esos que se creen escritores solo porque tienen un libro que se han pagado ellos mismos de su bolsillo.
Este año, el jurado estará presidido por Pilar Adón. Ardua tarea la suya. Le esperan por delante varios meses de lectura. Como cada año, en septiembre se dará a conocer la lista de los 10 finalistas. Y en noviembre se desvelará el ganador de los 10.000 euros del premio.
Suerte a todos.
Estos son los participantes por orden de llegada.

1.- “Manual de jardinería”, de Daniel Monedero (Relee); 2.- “Lo que no está”, de Jesús Barrio (Relee); 3.- “Papel, papel y tinta”, de Paloma Ulloa (Talentura); 4.- “Voces para un tiempo muerto”, de Miguel A. Zapata (Talentura); 5.- “La máquina enfurecida”, de Eduardo Cano (Talentura); 6.- “Perro verde”, de Mercedes Gutiérrez (Renacimiento); 7.- “Botella abierta”, de Francisco Garzón Céspedes (Comoartes); 8.- “Historia de la mujer de elegancia vienesa”, de Francisco Garzón Céspedes (Comoartes); 9.- “Rojas. Relatos de mujeres luchadoras”, de Carmen Barrios Corredera (Utopía); 10.- “La vuelta al día”, de Hipólito G. Navarro (Páginas de Espuma); 11.- “Fantasía Lumpen”, de Javier Sáez de Ibarra (Páginas de Espuma); 12.- “Nuestra historia”, de Pedro Ugarte (Páginas de Espuma); 13.- “Entre malvados”, de Miguel Ángel Muñoz (Páginas de Espuma); 14.- “La condición animal”, de Valeria Correa Fiz (Páginas de Espuma); 15.- “Maldita literatura”, de Lur Sotuela (Eneida); 16.- “Soledades”, de Sonia Gómez-Saiz (Ecogaia Creative); 17.- “Todas las derrotas”, de Ignacio Galaz Ballesteros (Autoedición); 18.- “Los cafés de la orquesta”, de Enrique García Revilla (Junta de Castilla y León); 19.-“Sobre la imposibilidad de publicar”, de Antonio Fernández York (Ediciones del Viento); 20.- “Las babas de don Gabriel”, de Mariluz Chacón (El Ojo de Poe); 21.- “El bombardero azul”, de Julio Jurado (Adeshoras); 22.- “Sopa de Fauno”, de Diego Prado (Adeshoras); 23.-“Los números imaginarios”, de Lola Morales (Adeshoras); 24.- “Ultramar”, de Rubén Santiago (Malbec); 25.- “¡Maldita sea!”, de Manuel Castillo Molina (Autoedición); 26.- “Palabra de general”, de Antonio Iglesias Martín (Círculo Rojo); 27.- “Literatura zurda”, de Antonio Guerrero Ruiz (Instituto de Estudios Almerienses); 28.- “Fotos de ciudades que amanecen”, de Jorge Díaz Leza (Cuadernos del Laberinto); 29.- “La mirada del orangután”, de Chelo Sierra (Diputación de Cáceres); 30.- “Africanos en Madrid”, de Nicolás Melini (Reino de Cordelia); 31.- “Pesadillas”, de Jose Manuel Muriel (Atlantis); 32.- “El aprendiz y la lluvia”, de David Castro Barbeito (Atlantis); 33.- “El expediente Altamirano”, de Víctor Celemín Santos (Atlantis); 34.- “Fundido a negro”, de Jesús de la Palma (Atlantis); 35.- “Relatos descatalogados”, de Adela Rubio Calatayud (Atlantis); 36.- “Saber moverse”, de Jorge David Alonso (Atlantis); 37.- “Historias que caen del firmamento”, de Alberto Espinazo (Atlantis); 38.- “Tiempos tormentosos”, de Paco Soto (Atlantis); 39.- “El verano ya no está aquí”, de Cristina Gálvez (Nazarí); 40.-“Segundas oportunidades”, de Guillermo Gómez Muñoz (Nazarí); 41.- “Imposibles impensables”, de Santi Pérez Isasi (Nazarí); 42.- “Voces de madrugada”, de Jone Miren Asteinza (Nazarí); 43.-“ Teatro de sombras”, de Fermín López Costero (Nazarí); 44.- “El ruido que haces al vivir”, de Mar Navarro G. (Nazarí); 45.- “Parapocos y perplejos”, de Manuel Montalvo (Nazarí); 46.- “Aniversario”, de Agustín Lozano de la Cruz (Lupercalia); 47.- “Ya no estaremos aquí”, de Matías Candeira (Salto de Página); 48.- “Todo lo que ya no íbamos a necesitar”, de Maite Núñez (Base); 49.- “Relatos sobre las demás cosas”, de Rodrigo Martín Noriega (Azul); 50.- “5 Capitales”, de Luis Bagué Quílez (Algaida); 51.- “Azul nocturno”, de Rubén Martín Díaz (La Isla de Siltolá); 52.- “Relatos de las dos orillas”, de Alfonso Pardo (La Fragua del Trovador); 53.- “Lánguidos sueños”, de Carlos Manzano (La Fragua del Trovador); 54.- “La vida es lo que llueve”, de Pilar Galán (de la Luna Libros); 55.- “Perder el tiempo”, de Juan Ramón Santos (de la Luna Libros); 56.- “Vienen a por ti”, de Marta Junquera (Cazador de Ratas); 57.- “Desde mi ventana”, de Juan Enrique Ossorio Rajo (CLV Libros); 58.- “Rollos y picotas de Extremadura”, de Marino González Montero (de la Luna Libros); 59.- “El mosquito de Nueva York”, de Daniel Díez Carpintero (Sloper); 60.- “El llanto del trigo”, de Luis Miguel de Dios (Agilice Digital); 61.- “Están tocando nuestra canción”, de Carlos del Pozo (Ayuntamiento de Montijo); 62.- “La acústica de los Iglús”, de Almudena Sánchez (Caballo de Troya); 63.- “Masculino singular”, de Lola Clavero (Alhulia); 64.- “Entre andenes”, de Inma Martí (Líneas Difusas); 65.- “Todos los hombres que nunca seré”, de Santiago Velásquez (Playa de Ákaba); 66.- “Catorce lunas llenas”, de Manuel Cortés Blanco (Ayuntamiento de Miguelturra); 67.- “Querido miedo”, de Jesús Zomeño (Sloper); 68.- “Viajeros infrecuentes”, de Toni Brito (Autoedición); 69.- “La ruleta fría”, de Mario Gallego Sáez (Páramo); 70.- “Tipos duros”, de Andrés Ortiz Tafur (La Isla de Siltolá); 71.- “Lo que nos detiene”, de Blanca Bettschen (Baile del Sol); 72.- “Peces de charco”, de Ana Esteban (Baile del Sol); 73.- “Puro cuento”, de Yolanda Delgado Batista (Baile del Sol); 74.- “99 x 99”, de Miguel Ángel Molina López (Baile del Sol); 75.- “Koundara”, de David Pérez Vega (Baile del Sol); 76.- “Esferas”, de Abraham Pérez (Oblicuas); 77.- “El libro de las historias subterráneas”, de Pedro de Andrés (maLuma); 79.- “Maestros de la luz y las tinieblas”, de Luis del Romero Sánchez Cutillas (Atlantis); 80.- “Lo grotesco”, de Santiago Eximeno (Enkuadres); 81.- “Luna de perigeo”, de Elena casero Viana (Enkuadres); 82.- “Vosotros, los muertos”, de Ginés Sánchez Cutillas (Cuadernos del Vigía); 83.- “El laberinto de los mortales”, de Soledad Fresno (Círculo Rojo); 84.- “Stonher”, de Luis María Alfaro (Tabula Rasa); 85.- “Alguien debería escribir un libro sobre Alejandro Sawa”, de Pepe Cervera (Menoscuarto); 86.- “La lengua de los ahogados”, de Fernando Clemot (Menoscuarto); 87.- “El señor Bambú. Historias de café”, de Margarita Wanceulen (M.A.R); 88.- “Ciudadano o soldado”, de Mireia Giménez Higón (Ojos Verdes); 89.- “Sala de terapia”, de Blanca Libia Herrera Chaves (Saco de Huesos); 90.- “La margen incierta”, de Fernando Lafuente Clavero (Saco de Huesos); 91.- “Quién tiene miedo a morir”, de Pedro Moscatel (Saco de Huesos); 92.- “Nivahnvyr arcanos y leyendas”, de Pedro J. Garay Aguado (Tusitala); 93.- “Violeta sabe a café”, de Manuel Pozo Gómez (Premium); 94.- “Septiembre negro”, de Carlos Fidalgo (Castalia); 95.- “Cuentos en la mansión de los buenos humos”, de Luis Miguel Muñoz (Punto Didot); 96.- “Piel de asfalto”, de Francisco Molina López (Marcando la Meta); 97.- “Big Bang 13”, de Angelique Pfitzner (Serial); 98.- “El baile de los negros”, de Xavier Borrel Campos (Serial); 99.- “Historias casi reales y cartas imposibles”, de Concha Castro (Círculo Rojo); 100.- ”Todos estaban vivos”, de Javier Bozalongo (Esdrújula); 101.- “Lo que significa tu nombre”, de Víctor Miguel Gallardo (Esdrújula); 102.- “23 relatos y un viaje”, de Virginia Oñoro Fernández (Círculo Rojo); 103.- “O”, de Alejandro Pedregosa (Cuadernos del Vigía); 104.- “Producto interior muy bruto”, de David Vivancos Allepuz (Enkuadres); 105.- “Desvaríos de Apolo”, de Daniel Bolaños Pinto (Apuleyo); 106.- “Equipajes sin nombre”, de Carmen Martagón Enrique (Apuleyo); 107.- “Un zapato vacío”, de Ana Abella (Punto Rojo); 108.- “Barrer la carretera”, de Enrique Galindo (Celya); 109.- “La niña furiosa y los cuentos que nunca te dije”, de Oché Cortés (Raspabook); 110.- “Donde todos”, de Luis Miguel Morales (Playa de Ákaba); 111.- “Venga a vosotros mi reino”, de Enrique Anaya (Tusitala); 112.- “Fanatismo y otros cuentos”, de Luis Pérez Garrido (Círculo Rojo); 113.- “Lo normal”, de Rafael Camarasa (Contrabando); 114.- “Hasta la última suela”, de Gabriel Rodríguez García (Desnivel); 115.- “Caleidoscopios”, de Irene Reyes Noguerol (En Huida); 116.- “Pasos en falso”, de Javier Tortosa (Boria); 117.- “Aprenderé a rezar para lograrlo”, de Víctor Balcells Mata (Delirio).        

miércoles, 12 de julio de 2017

The Dixie Cups



Originario de Nueva Orleans, este trío de hermanas y primas hizo carrera cuando se trasladó a Nueva York en 1963, con 20 años recién cumplidos. Un año después y tras cambiar de nombre se presentaron con este “Chapel of Love”, canción con la que fueron disco de oro (más de un millón de copias vendidas) y colocada por la revista Rolling Stones en el puesto 279 de las mejores 500 canciones de todos los tiempos. Para gustos, los colores. Lo que sí es incontestable es el hecho de que detrás de muchas de estas canciones de los primeros 60 estaba la varita de Phil Spector. Por un requiebro del destino esta canción iba a ser lanzada por The Ronettes, donde cantaba la que sería su futura mujer, Ronnie. Intensa vida la que este compositor y productor, que empezó con 16 años tocando con los Teddy Bears, escribió con 19 años “Spanish Harlem” y con 21 ya había ganado su primer millón de dólares. Colaboró con los más grandes de la época: The Crystals, The Ronettes, Tina Turner, Ben E. King, The Beatles, Connie Francis, The Righteous Brothers, Leonard Cohen, Cher, Harry Nilson y muchos, muchísimos más, hasta con Ramones. Acabó en la cárcel acusado de asesinato… Pero esa es otra historia. Quedémonos hoy con The Dixie Cups y su “Chapel of Love”.

lunes, 5 de junio de 2017

La isla del Fin de la Tierra


         La isla del fin de la tierra es una roca inhóspita perdida en mitad del océano, que sólo alcanzo a ver desde mi casa los días fríos de poniente. Sé que se avergüenza de su faz escamosa y poco atractiva y por eso se esconde entre la bruma los días de mar en calma y se camufla en un abrupto paisaje de olas los días de temporal. La isla del fin de la tierra sabe que es como el pus reseco que emana de un volcán reventado, o el aliviadero por donde la tierra expele los males de su fiebre. Tiene forma de M gótica, como una tijera que corta el sol por la mitad, justo cuando se pone durante la primera semana de septiembre. Otras veces parece una boca de atún, que emerge a la superficie, se come una mitad del sol, y deja la otra mitad para el postre (envuelta en plata), para que ilumine la noche a medio gas.
Es entonces cuando veo a la isla del fin de la tierra como una hucha que se traga al sol convertido en un doblón de oro, para enterrar el tesoro de un verano que toca a su fin. Y antes de que las nubes oculten su silueta hasta la primavera siguiente, me lanzo al mar desde la terraza de mi habitación respondiendo a la llamada de un botín legendario. Surco a nado, vadeando mareas y calamidades poseidónicas, la distancia que me separa de la isla, con esa ilusión imberbe de un Jim Hawking que abandona la posada del almirante Bembow por primera vez. Y llego al fin a las costas de la isla, con las fuerzas justas para tirarme en la arena y encajar en la rima asonante de mi viaje homérico.
            Pero una vez recuperado el sentido comprendo el significado de esa máxima que aconseja la inviolabilidad de los sueños. He recorrido el perímetro de la isla y he explorado su geografía abrupta y malsana, con esa decrepitud del que tiene la derrota moldeada en su rostro. Y es que ya sabía que la isla del fin de la tierra tenía en la aridez su razón de ser. Lo que me descorazonaba era la proporción oceánica de su fealdad y la constatación de no haber hallado un lenitivo que equilibrara su fachada.
            Ahora sé que la isla del fin de la tierra es un enorme queso Grouyere traspasado por una red de pasadizos que ha horadado el mismo diablo porque de sus infinitos respiraderos sólo emana el humor sulfuroso del averno. No he encontrado la entrada a la cueva de Alí Babá, ni las huellas de sus cuarenta ladrones. Tampoco el humo perenne que exuda la tierra era el anuncio de ningún genio huido de su lámpara. Ni tan siquiera he sentido el pálpito que yo mismo notaba desde mi casa con el ocaso de cada tarde, como un John Silver sediento de codicia, que ha enfilado La Hispaniola con un golpe de timón hacia la isla del tesoro.
            Sólo ahora sé que la isla del fin de la tierra es como un enorme barco fantasma que navega a la deriva al socaire de los vientos y las corrientes, mientras emite sus cantos de sirena para atrapar desde la lejanía a los incautos que buscan su momento de gloria en el Libro de los Héroes.
Un barco fantasma que se aleja de la costa cada vez más. Y sigue navegando, y sigue, y sigue…


viernes, 14 de abril de 2017

El extraño caso del doctor Jekyll y Mr. Hyde


Como les sucede a muchas de las novelas clásicas del siglo XIX, “El extraño caso del Dr. Jeckill y Mr. Hyde” tiene su interés no sólo por lo impactante de la historia, para lo que supuso en la época, sino porque en el fondo indaga en la fascinación que provoca el mal en el ser humano. Dotada de un estilo detectivesco, cargada de misterio y atravesada de un ambiente casi gótico en las escenas culminantes, (propia de un romanticismo más bien primigenio que tardío), la novela trata de plantear el peligro de no poner límites a los avances científicos, en un mundo sumido en plena carrera hacia el conocimiento absoluto a través de la ciencia. Nada, por tanto, que no conozcamos, pues también en el siglo XXI cualquier descubrimiento en el mundo de la medicina o la ciencia lleva aparejado un debate moral que trata de poner un límite sobre lo que es aceptable o no. Pero uno no puede evitar una sonrisa escéptica sobre lo campanudos que algunos se muestran defendiendo unas posturas y otras, cuando lo cierto es que cada vez el límite de la permisividad se va colocando más lejos del hombre, hasta acercarnos a un sucedáneo de Dios de aquí a no muchos años. Pero, en fin, no nos desviemos por los cerros de Úbeda.

Formalmente, Robert L. Stevenson se sirve de tres formas narrativas para contar la historia. La voz omnisciente en tercera persona, que emplea en un 80% de la novela le sirve para narrar los misteriosos sucesos que acontecen en torno al Dr. Jeckill, su extraño comportamiento y la irrupción de un personaje, Mr. Hyde, que va a desconcertar a los amigos del doctor. Entre ellos está el abogado Utterson, a quien recurre el Dr. Jeckill para que haga cumplir su testamento, en el caso de que desaparezca, y en el que ordena pasar todas sus posesiones al señor Hyde. Es en esta parte de la novela en la que se desarrolla toda la trama detectivesca encaminada a descubrir la identidad de Mr. Hyde (que nadie conoce), la posible relación de este personaje con un horrible crimen y desentrañar al mismo tiempo los motivos que le han llevado a actuar así. Hacia el final de la novela Stevenson emplea el testimonio de dos personajes, por tanto escritos en primera persona. Uno de ellos, que actúa como testigo del desenlace de la novela. Y el otro testimonio es el escrito por el propio Dr. Jeckill, en el que lo confiesa todo y trata de justificar moralmente su comportamiento. De esta manera Stevenson eleva la historia con un impactante desenlace, y al mismo tiempo deja en el lector un poso de inquietud: el suspense de una novela detectivesca ha dado paso a un debate moral, que bulle en el lector después de terminada su lectura.

“El extraño caso del Dr. Jeckill y Mr. Hyde” es una historia que hay que procurar leer con ojos del siglo XIX. Porque debo confesar que no me ha resultado verosímil hasta el último capítulo. Me ha desconcertado el hecho de que ninguno de los personajes de la novela reconociera al Dr. Jeckill y a Mr. Hyde como la misma persona. Eso quizá es debido a que hemos aceptado las teorías del psicoanálisis, las hemos interiorizado, en el sentido de que una persona con doble personalidad no es capaz de reconocer los actos y el comportamiento de su otro yo.
En el caso de esta novela no ocurre así. Es decir, el Dr. Jeckill sabe quién es Mr. Hyde, por qué actúa de esa manera y lo que debe hacer para transformarse en él. En todo momento es consciente de esa transformación y de sus consecuencias. No debe extrañarnos, pues la novela fue escrita en 1887 y las teorías de Freud datan de varias décadas después. Existe por tanto una clara diferencia entre la tesis que pone sobre la mesa Robert L. Stevenson y la que desarrolla el doctor Sigmund Freud.

Pero yendo incluso más allá, lo que en realidad plantea Stevenson es la evidencia de que el mal existe. Hasta el siglo XIX el pensamiento dominante en el mundo occidental era ese, que la maldad es algo que existe, algo con lo que hay que convivir. Que incluso llega a fascinar por lo que supone de trasgresión, por la atracción de lo prohibido, porque llega a asociarse a la satisfacción de los instintos más primarios por encima de todo convencionalismo social que tendería a impedirlo… El mal, como fuente de inspiración de grandes novelas de la antigüedad. ¿Qué sería de la obra de Dante, o Goethe si el mal no existiera? ¿O qué decir de las “Narraciones extraordinarias” de Edgar A. Poe, o el “Frankenstein”, de Mary Shelley? ¿Y qué diríamos de los caminos que abrió Lovecraft en la literatura de terror a principios del siglo XX? En cambio, hoy día no está tan claro que la maldad sea algo comúnmente aceptado. Pues a medida que la ciencia avanza en el siglo XX en el conocimiento del cerebro humano y se determina la existencia de enfermedades mentales, se ha tendido a justificar cualquier comportamiento antisocial como un desajuste que puede ser tratado mediante terapia. Hoy día, un asesino no es una persona movida por la maldad, sino un enfermo, o incluso una persona normal, al que las circunstancias le han llevado a cometer el crimen. Es decir, hoy día es mucho más difícil sostener en el mundo científico que el mal existe. Cualquier científico que lo haga se arriesga a que no lo tomen en serio, se arriesga a perder su prestigio y a quedar arrumbado en el sótano de los carcas. Es algo que ha calado en la sociedad.

Por eso hay que desprenderse de los prejuicios (sí, prejuicios he dicho) que dominan estos tiempos y leer esta novela con ojos del siglo XIX, con los ojos con que la concibió Stevenson. Entonces la entenderemos mejor y podremos decir: “Sí, es un novelón”.

sábado, 18 de marzo de 2017

Conny Fobroess



Conny Fobroess nació en 1943. Su familia vivía en Berlín pero se trasladó a Brandemburgo para huir de los bombardeos durante la 2ª guerra mundial. Su padre era compositor y eso encaminó su vida hacia la música desde pequeña. Ya a los 7 años consiguió su primer éxito y a los 19 participó en el festival de eurovisión, donde logró el 6º puesto, con “Zwei kleine Italiener”. Su carrera se consolidó en 1963 con este divertido y colorido twist, “Lady Sunshine and Mr. Moon”. Pero a partir de aquí empezó a interesarse por la interpretación. De hecho, durante unos años compaginó ambas facetas hasta que en 1967 se casó con Hellmut Matiasek, un director teatral austríaco, que facilitó su dedicación exclusiva a su carrera de actriz. Una faceta en la que destacó y le ha permitido ganar varios premios de interpretación prestigiosos como el Ernest Lubitsch y el Golden Camera. Para el recuerdo quedarán momentos como este.

jueves, 5 de enero de 2017

Balance literario de 2016

Ahora que hemos dejado atrás el 2016, es tiempo de hacer balance del año. Lecturas, escrituras, felices descubrimientos y una actividad literaria que ha sido productiva en lo personal, pese a no dedicar a ello ni la mitad de mi tiempo libre. Ya me gustaría a mí emplearme en cuerpo y alma. Pero como decía aquél, lamentarse es de mediocres y solo lleva a la melancolía. Así que no insistiré por ese camino y empezaré por comentar las lecturas, o relecturas (más bien) de dos clásicos a los que es conveniente acudir de vez en cuando: “La metamorfosis”, de Kafka y “El extraño caso del Dr. Jekill y Mr. Hyde”, del maestro Stevenson, un relato policial de gran pulso narrativo que sienta las bases de lo que en el siglo XX se ha dado en llamar novela psicológica. Próximamente colgaré en el blog un comentario más detallado sobre esta novela. Otras lecturas me han hecho pasar buenos momentos, por ejemplo recurriendo a Paul Auster, que para mí suele ser un valor seguro, aunque no siempre, como me ocurrió hace algún tiempo con “El país de las últimas cosas”, vaya tortura, uf. En cambio, “El palacio de la luna” ha vuelto a reconciliarme con el universo interior de Auster y la literatura en mayúsculas: hay que ver qué artefacto narrativo el suyo, pleno de complejidad e imaginación. Y qué envidia poder escribir como lo hace él. También he ratificado con “Culpa” las buenas sensaciones que Ferdinand Von Schirac me dejó con “Crímenes”, su anterior entrega de relatos. Un tándem interesante el de estos dos libros, publicados por Salamandra, para aquel profano que quiera introducirse en los rudimentos de la narrativa corta. La novela de Noemí Trujillo, “Suzanne”, es otra de esas sorpresas que me ha deparado el año, en una época en la que los valores del sacrificio, la entrega al otro, la sinceridad o la redención por el daño infligido parecían ser cosa de otros tiempos. De todo ello nos habla Noemí con una honestidad brutal, que te hace pensar que aún es posible creer en el ser humano.


En el campo del género fantástico, el terror y la ciencia ficción no podía faltar alguna lectura del gran Domingo Santos, nuestro gran pope en España. En “Homenaje” reúne una colección de relatos que contiene a su vez en cada uno de ellos, un homenaje a esos autores que hoy se consideran como referencia mundial del género, y que también lo fueron para el propio Domingo cuando empezaba a escribir sus primeras historias allá por la década de los 60: Ray Bradbury, H.G Wells, Athur C. Clark, Alan Poe… No estaría mal que alguien escribiera por fin un libro en homenaje a Domingo Santos, que es lo que se merece desde hace tiempo. No voy aquí a dedicar espacio para los libros que no he disfrutado e incluso me han llegado a irritar, que los ha habido y muchos. Durante el verano encadené 5 ó 6 libros que me amargaron las vacaciones. Solo citaré en este apartado un libro de ensayos de Miguel A. Delgado, “Inventar en el desierto”, que habla sobre la vida de tres científicos españoles de principios del S.XX, hoy olvidados. A priori es una propuesta muy atractiva, pero qué decepcionante me resultó, sobre todo porque tengo la sensación de que el autor se ha dejado llevar por prejuicios y clichés fáciles sobre nuestra propia historia para juzgarla negativamente con los baremos éticos de hoy. Algo que sucede sistemáticamente con las películas y las series españolas. Si Julián Juderías levantara la cabeza, reescribiría “La leyenda negra” para quitarle culpas a franceses e ingleses y atribuirlas en su lugar a los propios españoles. Menos mal que Antonio Muñoz Molina vino al rescate con otro ensayo, “Todo lo que era sólido”, una obra de denuncia nacida al calor de la crisis económica y donde pone el dedo en la llaga de la crisis de valores previa que la ha originado. Una lectura que merecerá próximamente un comentario más extendido en el blog. Haruki Murakami es otro autor que he disfrutado con su delicioso relato “De qué hablo cuando hablo de correr”, un conjunto de reflexiones sobre su concepción de la vida y su experiencia en el deporte, que ha ido paralela a su vida literaria. Otra lectura muy recomendable relacionada con el atletismo es la biografía del corredor de fondo Emil Zatopek, “Correr”, escrita por Jean Echenoz. No se puede contar tanto con tan pocas páginas, ni hacerlo tan bien. Una delicia para los amantes de las biografías noveladas y de las historias con sabor a narración oral. Y me he reído, y mucho, con “Cactus”, la última novela de Rodrigo Muñoz Avia, casi tanto como con su anterior libro sobre psicólogos y psiquiatras. Solo por la hilarante escena del protagonista, con ese escritor sueco de novela negra y el jardinero indio, hacia el final de la novela, merece la pena su lectura. Es Rodrigo Muñoz Avia de un humor más contenido que Juan Aparicio Belmonte, un escritor de tramas desatadas, en ocasiones delirante, pero es justo reconocerlo como el mejor autor en su género en la actualidad. Si no me creen, léanse y ríanse a carcajadas con “Mala suerte” o “López, López”, y me darán la razón.


 Rodrigo, sin embargo, se ha decantado por un estilo más próximo a Eduardo Mendoza, reciente Premio Cervantes. Todavía hoy sigo teniendo sentimientos encontrados con la concesión del premio de este año. Siendo como es, decisión del gobierno de turno, no deja de tener una connotación política por mucho que pretendan ser imparciales. Además, eso de repartirlo en años alternos y como buenos hermanos, con escritores iberoamericanos, tiene su gracia. Pues denota un paternalismo que huele a naftalina y rebaja mucho el prestigio con el que pretende vestirse. No está la literatura que se hace en España para dar lecciones de nada a escritores de otras nacionalidades. Véase sin ir más lejos la vitalidad de la que goza el cuento y el microrrelato en países como Argentina, Méjico o Perú: ¿de verdad no nos sonrojamos todavía? Pero una vez sentada la injusticia de estas premisas, y dado que jamás le darán el premio a Juan Manuel de Prada por cuestiones ideológicas (sí, hay censura a estas alturas del S.XXI, créanselo), ni a Vicente Muñoz Puelles por el ninguneo de los críticos que cortan el bacalao (sigo insistiendo en que es uno de los mejores escritores españoles vivos), me alegro de que se lo concedan a Eduardo Mendoza, que me cae bien y ha escrito verdaderos  novelones como “La verdad sobre el caso Savolta” o “La ciudad de los prodigios”, y además ha conciliado humor y buena literatura… Para colmo, es un grano en el culo de los nacionalistas, ¿qué más se puede pedir?


El año 2016 empezó en lo personal con una gran noticia: le concedían a mi amigo Carlos del Pozo el premio de narrativa Rafael González Castell por una colección de relatos en los que aúna amor, nostalgia y muchas, muchas canciones, que son las verdaderas protagonistas. Pedazos de vida que llegarán al corazón de los lectores porque esas canciones de las que habla han formado parte de la educación sentimental de muchos de nosotros y forman parte indisoluble de cada uno. Me ilusiona enormemente compartir con él en nuestro historial literario este galardón, pues considero a Carlos del Pozo un muy buen escritor. No es ningún recién llegado: lleva 30 años escribiendo y ha publicado una decena de novelas o más, todas premiadas. Pero como otros escritores que conozco, lamentablemente estará condenado a concursar (y ganar) para que su obra tenga alguna visibilidad. Es lo que pasa cuando las editoriales se niegan a ver lo bueno que tienen delante. Desde este Desván de la Casa Usher le agradezco a Carlos que haya confiado en mí para revisar su manuscrito, (como si yo pudiera mejorarlo en algo), antes de que lo publiquen y lo presenten en Montijo dentro de dos meses. Suerte, querido amigo.

Ya para entonces estaré metido en plena lectura de manuscritos para el premio de novela “Mujer al Viento”, aunque por información que me ha llegado del ayuntamiento de Torrejón, este año se aplaza la convocatoria hasta el verano. Veremos… El año pasado por estas fechas me leí las 34 novelas a concurso. No todas, claro, pues como ocurre en todos los certámenes literarios, alrededor de un 30 por ciento de las obras se pueden descartar al leer las primeras 5 páginas sin temor a ser injusto. Y entre las novelas que pasan este primer corte, más o menos la mitad de ellas se quedan también en el camino cuando uno lee las primeras 50 páginas. Tampoco entonces peco de injusto. De modo que al final solo queda aproximadamente un 35 por ciento de entre todas las que se han presentado, con alguna posibilidad de ganar el premio. Esas son las novelas que me leo de principio a fin. Y llegados a este punto uno teme no ser justo del todo cuando opta por una obra en detrimento de otra. Y entonces empiezan las deliberaciones del jurado, votos a favor de una u otra, destacas los puntos fuertes, apuntas posibles defectos, exageras (ó no) las virtudes de la obra que has elegido… en definitiva, se vuelcan sobre la mesa las preferencias literarias personales de cada miembro del jurado, hasta llegar a un consenso (que casi nunca se alcanza), o se llega a un resultado democrático que más o menos satisface a la mayoría. Luego, una vez pasados los meses, y con las huellas que la lectura precipitada te ha dejado en el recuerdo, llegas a la conclusión de que efectivamente la novela premiada merecía serlo. La novela que premiamos este año fue “Transumere”, de Mª José López Magán. Pero hay ocasiones en que esperas que alguna de las novelas dolorosamente descartadas, no tarden en ver la luz en alguna editorial o consigan en otro certamen el galardón que se les resistió cuando estaba en tus manos concedérselo. 

Así me ha pasado por ejemplo con “Tú, tan lejos”, publicada hace unos meses en Playa de Ákaba, una novela que me encantó y que (ahora lo sé) resultó ser de Una Fingal. Aún espero que otra de las novelas que pudieron ganar siga su camino. De verdad lo espero… Y no diré su título para no estigmatizarla. Pero estoy pendiente de ella y en cuanto lo consiga, que no dudo de que así será, lo contaré el año que viene.

Apenas una semana después de entregado el premio “Mujer al Viento”, viajé el 23 de abril, día del libro, hasta Onda en Castellón para hacer la presentación de mi novela “El delta interior”, por haberse alzado con el premio que el Ateneo Cultural de Onda convoca cada año. Curiosamente era la primera vez que se abría la participación en la modalidad de narrativa, pues son más de 50 las ediciones del premio que se han dedicado a la poesía. 


Allí coincidí con Jose Luis García Herrera, gran y multipremiado poeta barcelonés, que ganó en la modalidad de poesía. Como suele ocurrir en los certámenes modestos (modestos por dotación, que no por solera, pues son 51 las ediciones que se han celebrado ya), nos agasajaron con una cercanía y un cariño dignos de reseñar. Después nos invitaron a cenar en el restaurante del Gran Hotel Toledo, cuyo jovencísimo chef, Javier Lozar, salió a recibir la ovación de los comensales a los postres. No era para menos. De verdad, si pasan por Onda y quieren comer bien, no lo duden y pásense por su restaurante.

Ha llegado la hora de desvelarles un pequeño secreto. Voy a contar un encuentro que tuve con una buena amiga a la vuelta del verano y que puede trastocar la prioridad de mis proyectos literarios en un futuro próximo. Dado que en 2016 ya no he aumentado mi producción cuentística, después de 15 años escribiendo cuentos, decidí a primeros de año seguir con la escritura de tres novelas que empecé hace tiempo y había dejado en barbecho, mínimamente esbozadas. Con los consejos que me dieron en la Escuela de Escritores de Madrid hace un par de años ordené las ideas que ya tenía, eliminé personajes, introduje otros, reorienté algunas tramas y desarrollé una planificación con cierto sentido que me tendría ocupado al menos 5 años (lo siento, no soy tan prolífico como me gustaría). Pero esta amiga de la que hablo (y que también conoce Carlos del Pozo) me citó en una cafetería de la Plaza de España en Madrid para hacerme una propuesta: escribir su historia, a partir de una anécdota en la que yo intervine a través de mi blog para dar un giro a su vida en un momento delicado. Me quedé estupefacto, pues yo desconocía ese detalle, así como el resto de su rica, extensa y curiosísima historia, relacionada con el mundo de la cultura y su vida sentimental. Me la contó en un par de horas, al calor de varios cafés, con una profusión de fechas, anécdotas y coincidencias azarosas que podrían dejar en pañales los vericuetos existenciales de Paul Auster… No le di una respuesta inmediata. Estuve durante varias semanas dándole vueltas a la cabeza sobre cómo podría contarlo: cuanto más duraba mi indecisión, más ideas surgían y mayor envergadura iba tomando el proyecto. La idea me apetece, y me apetece mucho, pero es un reto enorme por la complejidad de lo que he pensado y la cantidad de información que necesitaría recabar y de entrevistas a personas que se relacionaron con ella. No sé si estoy preparado para ello. Veremos en qué acaba todo esto...


Y ya para despedir el repaso a este 2016 voy a hacer un recuento de mi actividad en los concursos literarios de relato, que fue la manera más directa que encontré, cuando me iniciaba allá por el año 2000, para abrirme camino en el mundo de las letras. Pero como me dijo Juan Cánovas Ortega, excelente poeta y cuentista catalán y ganador de los premios de cuento más importantes durante los años 90, “uno debe ir cerrando esa etapa de concursante si quiere prosperar en el mundo editorial”. Era el año 2005 y habíamos coincidido en la entrega del premio de cuentos Ciudad de Mula, y yo (ese fue uno de los primeros galardones que gané) no entendí del todo a lo que se refería Juan. Luego el tiempo, ese juez implacable, fue situando ante mis ojos la realidad de los concursos y la poca relevancia (salvo raras excepciones) que le merece en general a las editoriales. Incluso he llegado a pensar que les provoca cierto recelo. Respeto (y mucho) a quien se dedica a concursar sin importarle reunir o no sus cuentos premiados en un libro. Hace falta tener mucha calidad y mayor tenacidad para mantener el nivel en el tiempo. Chapó, de verdad. Pero yo sí le concedo importancia a publicar los relatos en los que uno ha dedicado buena parte de su vida. Quizá sea una apreciación equivocada por mi parte, no sé, pero a veces tengo la sensación de haber estado perdiendo el tiempo escribiendo para concursar (una vez que ya he conseguido un puñado de premios), en lugar de desarrollarme y crecer literariamente, o enriquecerme con lecturas provechosas para ponerme horizontes de mayor envergadura. Ya estoy cansado de que la gente de mi entorno me lance siempre la misma pregunta cuando se entera de que he ganado otro premio de cuentos: “Bueno, eso está bien, pero la novela ¿para cuándo?” Y sí, esa es una realidad que hay que aceptar aunque nos duela. En España, el cuento es un género muy minoritario. El escritor de cuentos no goza de prestigio, salvo para el círculo en el que se mueve, que en general se limita a los concursos, a organizadores de talleres literarios y a algún editor con muchas papeletas para perder dinero en la aventura. Así que me he tomado este año como uno de los últimos para agotar los cartuchos que aún tengo sin gastar. He concursado más que ningún año y el resultado ha sido provechoso: Villa del Esgrafiado, Riópar, Villa de Medellín, San Esteban de Gormaz, Ana de Velasco, Fernando Ballesteros, además de haber sido finalista en el Carmen Martín Gaite, El Mundo Esférico, María Carreira o en el Villa de Mazarrón. Pero aunque suene a tópico o a falso (y no lo es en absoluto), me quedo por supuesto con los lugares que he visitado y la calidad de la gente que he conocido: Concha Fernández, Ernesto Tubía, Carlos de la Calle, Almudena de Arteaga, Jose Luis García Herrera, Amaia Villa…



Pero sin duda la mayor alegría me la he llevado el mes pasado en Guadalajara, al ser reconocida mi obra “Donde mueren los proscritos” con el premio Camilo José Cela de narrativa. Supone esta obra el mayor reto literario al que me he enfrentado, el más largo y trabajoso. Y también el más satisfactorio, a pesar de que ya pensaba que tanto esfuerzo iba a estar condenado a permanecer oculto para siempre en la oscuridad de un cajón. Fueron tres años intensos de trabajo y otros siete más intentando que alguna editorial o agencia literaria apostara por ella. Por fin lo logré, aunque ha tenido que ser otra vez a través de un premio, lo que no deja de provocarme cierto desaliento.

Parece ser mi sino y mi condena. Habrá que aceptar la realidad. Mientras tanto seguiré leyendo y escribiendo, que al final es lo que realmente importa y llena mi vida.