martes, 30 de diciembre de 2014

El cine según Hitchcock


Este libro, El cine según Hitchcock, lo considero fundamental para todo aquel escritor o cineasta que quiera dedicarse a contar historias. La idea del libro surgió a partir de una larga entrevista que mantuvo Francois Truffaut con Alfred Hitchcock durante varios días mediada ya la década de los años 60 del pasado siglo, y en la que repasa toda la filmografía del director británico. En ella va aportando toda la experiencia acumulada a lo largo de su carrera, sin ahorrar detalles ni anécdotas curiosas. Nos queda, en las casi 350 páginas de entrevista, su particular visión del arte de narrar historias. Este formato de pregunta-respuesta hace muy amena la lectura, aunque si nos paramos a pensarlo, lo advertimos algo forzado y artificioso, sobre todo cuando Hitchcock bucea en la intrahistoria de cada película que dirigió. Si la entrevista se produjo tal y como nos la presenta Alianza, podemos decir que Alfred Hitchcock gozaba de una memoria milimétrica y elefantiásica que le permitía recordar los mínimos detalles de la escritura de cada guión, la elección de la música, los actores, las dificultades de financiación que encontró en algunas de sus películas, la compra de derechos de las novelas en las que se basaban, los años de estreno de cada film, problemas muy concretos de planificación y rodaje de muchas secuencias, explicación de algunos momentos fundamentales de las tramas, declaraciones, fechas, nombres, lugares, escenas suprimidas, guiones que nunca se rodaron… Un sinfín de datos que nadie sería capaz de aportar sin sentarse tranquilamente a buscar en archivos. Y eso, si uno ha tenido antes la paciencia de irlo apuntando todo a lo largo de los años. Me temo que en una entrevista de cincuenta horas seguidas, cara a cara, es materialmente imposible aportar tanto detalle.

Pero obviando este aspecto, en realidad poco relevante para lo que nos ocupa, tenemos en el fondo un monumental tratado de narrativa cinematográfica. Y lo es precisamente porque Alfred Hitchcock ha sido uno de esos directores pioneros, que empezaron en el cine mudo y tuvieron que ir adaptándose al cine sonoro primero y luego a otros adelantos técnicos que vinieron como el color o el cinemascope. Era por tanto un artesano del cine, que dominaba el guión, la fotografía, el montaje, la música y la dirección de actores. Una capacidad a la que se sumaba el carácter que le imprimía pertenecer a una familia católica en Inglaterra, aspecto que no hay que desdeñar en absoluto en la formación de su personalidad, marcadamente crítica y obstinada.

Llama la atención que fuera un intelectual europeo, Fracois Truffaut, cineasta francés y máximo representante del movimiento cultural que vino con la Nouvelle Vague, quien reivindicara el legado de Hitchcock, al que consideraba como uno de los más grandes de la historia del cine.  Precisamente cuando en Hollywood al propio Hitchcock se le despreciaba porque hacía películas para el gran público. Pero como dice el propio Fracois Truffaut  en el prólogo, desde la invención del sonoro, Hollywood no ha dado a luz ningún gran temperamento visual, con excepción de Orson Welles. Incluso llega a aventurar que si de la noche a la mañana el cine se viera privado de toda banda sonora y volviese a ser el arte mudo que fue desde 1895 hasta 1930, la mayor parte de los directores de la época se verían obligados a cambiar de oficio. Sólo salvaría de la quema a Howard Hawks, John Ford y al propio Alfred Hitchcock. Una opinión controvertida, con la que busca provocar y suscitar debates.

Independientemente de que uno esté más o menos de acuerdo, yo me quedo con estas palabras de Hitchcock en un momento de la entrevista: “Algunos films son trozos de vida, los míos son trozos de pastel. Es importante que el público pueda reconocerse en los personajes. Rodar películas, para mí, quiere decir en primer lugar y ante todo, contar una historia. Esta historia puede ser inverosímil, pero no debe ser jamás banal. La belleza de las imágenes, la belleza de los movimientos, el ritmo, los efectos, todo debe someterse y sacrificarse a la acción.” Pues bien, esto que es el ABC de la narrativa, del arte de contar una historia, se olvida mucho más a menudo de lo que pensamos.

Con el análisis minucioso de cada película, Truffaut va desmontando los prejuicios que han servido a cierta parte de la crítica para ningunear a Hitchcock. Grande y meritorio ha sido su esfuerzo para situarlo en el lugar que merece en la historia del cine en el plano intelectual y de la crítica. Por fortuna sí gozó del favor del público y su filmografía está ahí para hablar por él: Con la muerte en los talones; Vértigo; La ventana indiscreta; Encadenados; Psicosis; Rebeca; Marnie, la ladrona; Yo confieso; Los pájaros; El hombre que sabía demasiado; Cortina rasgada; La soga; Recuerda; Falso culpable… Quien no se haya emocionado, reído, angustiado o aterrorizado en algún momento con estas historias, no es que no le guste el cine, simplemente es que no le gusta vivir.

El cine según Hitchcock debe ser uno de los libros de cabecera que todo escritor debe haber leído y por tanto tener presente cuando se ponga a escribir. Antes de terminar, para insistir en esta idea, no me resisto a describir la escena inicial de la película La ventana indiscreta: La cámara se pasea por el patio adormecido donde transcurre la acción y va a recoger el rostro sudoroso de James Stewart, que está sentado e impedido. Luego recorre su cuerpo hasta la pierna enyesada, sigue hasta una mesa en la que se ve la cámara fotográfica rota y un montón de revistas. Y en la pared se ven unas fotos de coches de carrera en plena acción, y una rueda que se ha salido de uno de esos coches y se dirige peligrosamente hacia el objetivo. En este primero y único movimiento de cámara, sabemos dónde estamos, quién es el personaje, cuál es su oficio y lo que le ha sucedido. Y todo ello sin decir una sola palabra.

A esto se le llama eficacia narrativa. Amén.

lunes, 3 de noviembre de 2014

Javier Sáez de Ibarra gana el XI Premio Setenil 2014


Ya hay veredicto. El jurado del XI Premio Setenil de libros de cuentos, presidido por Hipólito G. Navarro, ha premiado a Javier Sáez de Ibarra, por su libro "Bulevar", publicado por Páginas de Espuma. Para él serán los 10.000 euros del premio, que como siempre, serán entregados en el salón de plenos del ayuntamiento de Molina de Segura el próximo 11 de diciembre.

Javier Sáez de Ibarra tiene ya una trayectoria consolidada en el mundo del cuento, con otros 3 títulos publicados con anterioridad: "El lector de Spinoza" (2006), "Propuesta imposible" (2008) y "Mirar al agua. Cuentos plásticos" (2010). Éste último fue ganador de la 1ª edición del Premio Ribera del Duero, también editado por Páginas de Espuma.

En cuanto al contenido de "Bulevar", según palabras del mismo Javier, se trata de una especie de homenaje a Carver, en donde entremezcla cuentos característicos de su estilo (también  resuenan en ellos el aliento de Chejov y Aldecoa), junto con otros de un corte más fantástico y cercanos a la plasticidad. Todo ello para no perder de vista la realidad que nos rodea, poniendo siempre el foco en esos hechos cotidianos y sencillos, pero al mismo tiempo dotados de una gran fuerza dramática.

Un libro que lleva su sello característico y cuya lectura promete ser muy interesante.
Enhorabuena, Javier.

martes, 7 de octubre de 2014

Petula Clark


Empezó a cantar siendo niña y por ello fue considerada la Shirley Temple británica.En plena 2ª Guerra Mundial actuó para animar a las tropas inglesas. Incluso se contó con ella para la celebración de la victoria en Trafalgar Square. Con semejante trayectoria, en la década de los 60 el mundo anglosajón ya se le había quedado pequeño y empezó a grabar en francés. Tan bien lo hizo, que durante varios años se la consideró como una cantante francesa. Aunque "Downtown" y "I know a place" fueron sus mayores éxitos, (con los que ganó sendos premios Gammy en 1964 y 1965), destacar un solo disco o una canción es tarea inútil. A lo largo de su carrera ha grabado miles de canciones y vendido más de 70 millones de discos. Pero, sinceramente, dudo mucho que los jóvenes de hoy sepan de Petula Clark... Vamos, que estoy seguro de que no. En la música, como en la vida, cuando se pierden las referencias y los principios, se pierde el norte... y así vamos, derechos al precipicio. En fin, como dice Petula Clark, con esta colorida y alegre coreografía: "It's a sign of the time"

sábado, 13 de septiembre de 2014

Finalistas del XI Premio Setenil 2014

El ayuntamiento de Molina de Segura ha comunicado la lista de los 10 libros finalistas del XI Premio Setenil de libros de cuentos. Fue bonito mientras duró la espera: al final no hubo sitio entre ellos para mi libro de microrrelatos “El eco y el espejo”… En fin, no hay que desesperar. Habrá que intentarlo el año que viene o el siguiente.
Para el ganador serán los 10.000 Euros del premio, que se fallará a finales de octubre o primeros de noviembre. Recordemos que el jurado lo preside este año el escritor Hipólito G. Navarro, al que echarán una mano la escritora Lola López Mondéjar y el crítico literario José Belmonte Serrano.

Aunque no he leído ninguno de los libros finalistas, yo apostaría este año entre Eloy Tizón y Felipe Benítez Reyes. Por si acaso, también compraría papeletas para Eduardo Jordá… Pero meterse en la cabeza de Hipólito G. Navarro es una experiencia de la que no sé si saldría vivo, así que seré prudente y esperaré a su veredicto.

Estos son los finalistas. Suerte a todos.

1.-“El hilo conductor”, de Elena Alonso Frayle (Tantín); 2.-“Crímenes ilustrados”, de Álvaro del Amo (Menoscuarto); 3.- “Cada cual y lo extraño”, de Felipe Benítez Reyes (Destino); 4.- “La desesperación del león y otras historias de la India”, de Sonia García Soubriet (Menoscuarto); 5.- “Yo vi a Nick Drake”, de Eduardo Jordá (Rey Lear); 6.- “Todos los crímenes se cometen por amor”, de Luisgé Martín (Salto de Página); 7.- “Bulevar”, de Javier Sáez de Ibarra (Páginas de Espuma); 8.- “Profundo sur”, de Juan José Téllez (e.d.a.); 9.- “Técnicas de iluminación”, de Eloy Tizón (Páginas de Espuma); 10.- “Te espero dentro”, de Pedro Zarraluki (Destino).

lunes, 1 de septiembre de 2014

Seda


A medida que con los años uno va acumulando lecturas, (y aquí incluyo tanto las que realizo por puro placer, como aquellas que abordo con una intención más bien didáctica o intelectual), parece inevitable que vaya siendo cada vez más crítico o menos condescendiente a la hora de evaluar una narración. Ignoro si esto es debido a una deformación natural, pero comentando este hecho con otros autores y buenos aficionados a la lectura, parece que es algo bastante común. La paciencia y las tragaderas, como las neuronas y las burbujas del champán, van mermando con el paso del tiempo. Por eso es motivo de celebración cuando, entre tanta lectura insatisfactoria (y en ocasiones, hasta irritante), uno se topa con una auténtica joya como la que vamos a comentar hoy: Seda, de Alessandro Baricco.

La historia de Seda se sitúa en la Francia de finales del siglo XIX. Hervé Joncour, el protagonista de la novela, se dedica a comprar y vender gusanos para la producción de seda. Y para ello emprende sucesivos viajes a Japón, un país que para la época aún pertenecía a ese mundo exótico, todavía desconocido y regido por leyes y costumbres feudales. Suponía por tanto una auténtica aventura, un viaje para el conocimiento y la acumulación de experiencias. Allí conoce a una mujer enigmática y misteriosa, de la que se enamora locamente, pese a ser un hombre casado. De modo que encontrará un nuevo motivo, la verdadera razón, para seguir viajando a Japón con el paso de los años. Una historia de amor nunca consumado (lo que es el verdadero deseo), al que contribuye de manera esencial su mujer Hèlene, en un giro final en el argumento que da la medida de lo que el amor, en todo lo que tiene de generosidad y sacrificio, puede dar de sí.   
Algo por lo que destaca esta novela es por el uso de la elipsis. Por eso tiene alma de cuento. Es mucho lo que omite y eso la hace muy dinámica y estilizada: no sobran palabras, alude. El tratamiento de la narración es muy manierista. Parece la narración de una narración. Tiene un ritmo de cuento oriental y un buen equilibrio entre las escenas que narra y el resumen que le sirve para avanzar. Es un efecto muy bello porque entronca con la pintura clásica japonesa, donde las figuras se hacen con muy pocos trazos y pese a ello se consigue dar profundidad de campo.

Algo que hace muy bien es el uso recurrente de escenas, como se observa en las narraciones orientales de las mil y una noches: la descripción de los viajes sucesivos, y también el empleo del recurso de pregunta-respuesta: la pregunta que se lanza al principio de la novela y la respuesta que se obtiene al final. No se trata de un adorno o de algo prescindible, sino que forma parte de lo que Baricco nos cuenta: es parte de la estructura. Como hace con el personaje de Baldabiou, que promete dejar de contar una historia cuando el manco le gane una partida de billar. Al final lo consigue y deja de contarla.
Son muchas las influencias que podrían haber servido al autor de Seda. Por el tipo de historia, se me ocurre por ejemplo, la serie de novelas de Italo Calvino, “Nuestros antepasados”, formada por la trilogía: “El barón rampante”, “El caballero inexistente” y “El vizconde demediado”. Otro libro suyo también resuena: “Las ciudades invisibles”. Estas novelas de Calvino están contadas a la manera clásica con algo de fantasía. A diferencia de “Seda”, que no tiene elemento fantástico, aunque sí se respira un aire de maravilla. Y eso Baricco lo consigue mediante lo exótico.
Otra influencia clara, desde mi punto de vista, sería el García Márquez de “Cien años de soledad”. Sobre todo en el dibujo de ciertos personajes, muy del estilo de García Márquez. Porque los hace hablar muy sentenciosamente, de forma tajante, nada superfluo, como de realismo mágico. Esto se ve también en el tono “cuentero”.

“Seda”, en el fondo, es una novela que habla del deseo. Lo hace mediante muchas pistas. El deseo es lo que hay que buscar al fin del mundo y más allá. Lo que uno desea no está en el mundo. Se está en permanente búsqueda. Nada más empezar la historia, subraya algo importante: que la ocupación del protagonista trasluce un ligero aire femenino. Lo dice en la primera página y coloca al protagonista en la posición en la que no tiene algo. El goce, por tanto, se encuentra en el movimiento constante en busca de ese deseo.

Es una lástima que Alessandro Baricco no haya conseguido este nivel en otras novelas suyas: Ni en “Océano mar”, ni con “Esta historia”, ni en “Emaús” ha logrado alcanzar el pulso emocional y el tono de historia maravillosa que sí ha conseguido en Seda. Supongo que sólo por una novela como esta queda justificada toda una carrera literaria. En este sentido, Baricco ya se puede retirar satisfecho.

miércoles, 6 de agosto de 2014

Gale Garnett


Hablar de la neozelandesa Gale Garnett, es hablar de “We’ll sing in the sunshine”, canción de 1964 que le valió un año después el Grammy a la mejor canción folk. Desde entonces su carrera musical ha ido decayendo poco a poco. Ni siquiera su evolución desde el country hacia el movimiento “hippie”, la contracultura y la psicodelia, le sirvió para reinventarse y sobrevivir más allá de principios de los años 70. La verdad es que cuesta un poco imaginarla en esos registros, viéndola en esta actuación para la televisión, tan clásica y campesina ella. Pero como la vida sigue más allá de la música, Gale Garnett recondujo su carrera hacia la escritura y el cine: sí, fue columnista de varios periódicos y revistas y ha publicado además varias novelas de corte romántico. Para los amantes del cine (y las curiosidades), pueden encontrarla en la película “Mi gran boda griega”.

lunes, 21 de julio de 2014

Un fragmento de vida


En esta novela de Arthur Machen vamos a acompañar a un matrimonio, los Darnell, en un momento muy importante de sus vidas, en aquel Londres de principios del siglo XX. En el primer capítulo, la acción comienza con el marido despertando una mañana de un sueño perturbador, pues acaba de regresar de un mundo ideal plagado de parajes de una naturaleza exuberante, de una belleza superior y a la vez misteriosa, y habitado por seres mitológicos, muy alejado de ese mundo real que le ha tocado vivir. Esa escena inicial simboliza el significado de toda la novela, que podríamos decir, es el relato de un despertar. Tenemos al matrimonio protagonista atrapado por varias servidumbres: la familia, los amigos, un trabajo en la City de Londres (muy insatisfactorio), y sobre todo, la servidumbre del dinero que vence a la libertad y a las apetencias de los protagonistas… Y el marido sólo parece tener como vía de escape sus recurrentes sueños de un mundo onírico, plagado de jardines del edén, unicornios y mundos maravillosos, como antítesis de lo que le aguarda a este lado, en el mundo real, cuando despierte.

Tras cada despertar, el señor Darnell le cuenta a su mujer en varias etapas un viaje que emprendió por Londres y sus alrededores durante unas vacaciones antes de conocerla. Se trata de un viaje fantástico y maravilloso, donde de nuevo lo onírico transforma la realidad del señor Darnell. Y su mujer está encantada y le pide que cuente más historias como esa. Los dos parecen sentirse a gusto en ese mundo irreal para escapar de su vida cotidiana.
En “Un fragmento de vida”, Arthur Machen va alternando un tono realista (sobre todo al principio para narrar el absurdo día a día), con otro tono como de encantamiento y cuento de hadas, que hacia el final de la novela adquiere ya un protagonismo absoluto. Constantemente va mezclando estos dos tonos para reflejar el contraste de los valores de la sociedad burguesa de principios del siglo XX, con aquellos otros que simbolizan la vida ideal, arquetípica. Ambos mundos, ambos códigos de valores, son experiencias totalmente contrapuestas.
Este mundo de los sueños, de los mitos oníricos, dulcifica y da sentido a sus vidas. Es como una vía de escape que les ayuda a sobrellevar el día a día sin preocuparse de plantear cuestiones profundas que atañen a su forma de vida.

El resumen de lo que siente el protagonista y lo que opina acerca de la vida está plasmado en la página 122, con esta contundente reflexión:

“Darnell había recibido lo que se llama una sólida formación comercial y por tanto le habría resultado muy difícil poner en palabras articuladas cualquier pensamiento que mereciera ser pensado… Se imponía en él la firme creencia de que toda la urdimbre de la vida en que él se movía hallábase sumida, hasta lo inimaginable, en el más craso de los absurdos; de que él y todos sus amigos, conocidos y compañeros de trabajo se interesaban en asuntos en que el hombre jamás tendría por qué haberse interesado, perseguían fines que jamás deberían haber perseguido, verdaderamente eran como hermosas piedras de un altar utilizadas para construir una pocilga. La vida, según le parecía, era una gran búsqueda de… no sabía qué.”

El último capítulo es una amalgama de fragmentos de doctrinas herméticas, claves crípticas… todo con la sensación de estar inacabado. Esa es la impresión que transmite. Pero en realidad,  y si atendemos al movimiento artístico en que se encuadra este texto, el simbolismo, Arthur Machen con este final no desea que la narración se cierre y alcance el carácter de “completo” para satisfacer al lector. Porque en ese final, los protagonistas se encaminan hacia una vida nueva y verdadera. Y como tal, ésta no puede ser representada pues sólo tiene sentido si es experimentada, vivida. Queda por tanto en manos del lector darle una interpretación a ese camino que nos muestra el autor. Y es que tanto el romanticismo como el simbolismo consideran el arte como una dimensión de la experiencia, por la que la vida se abre hacia lo desconocido.

Quizá sea por este aspecto que se considere a Arthur Machen como un autor de literatura de terror que abre una nueva puerta: el terror arquetípico. El elemento ominoso deja de ser sobrenatural y pasa a ser algo anclado en la naturaleza. Una línea que seguiría explorando posteriormente Lovecraft.
Pero que nadie piense que va a encontrar en “Un fragmento de vida” una narración de terror. Ni mucho menos. Aquí el único terror, si acaso, lo provoca el retrato absurdo y sin sentido de la sociedad inglesa que nos muestra el autor. Eso sí que da miedo.

miércoles, 16 de julio de 2014

Participantes en el XI Premio Setenil 2014

Ya hay listado de participantes en el XI Premio Setenil de libros de cuentos que cada año convoca el ayuntamiento de Molina de Segura. El jurado estará presidido por el genial, (aunque muchas veces raro, admitámoslo), Hipólito G. Navarro.

Son 68 los libros que optan al premio de 10.000 Euros que se desvelará el mes de noviembre. Pero antes, el jurado que completan la escritora y psicoanalista Lola López Mondéjar y el profesor y crítico literario José Belmonte Serrano, decidirá a la vuelta del verano el listado de los 10 finalistas que se jugarán los cuartos.

Viendo los nombres de muchos de los participantes de este año, sería de inocentes hacerse ilusiones sobre la posibilidad de que mi libro pueda pelear entre los mejores: Pilar Galán, Eduardo Jordá, Julia Otxoa, Luisgé Martín, Matías Candeira, Marcelo Luján, Sergi Bellver, Muñoz Rengel, Mercedes Abad, Eloy Tizón, el fallecido Javier Tomeo, Javier Sáez de Ibarra, Flavia Company, Ramón Acín, Pedro Zarraluki, Felipe Benítez Reyes, Rubén Castillo, Elena Alonso Frayle… A los que hay que sumar los multipremiados, Juan Manuel Sainz Peña, Lourdes Aso Torralba, Ginés Mulero Caparrós, Carlos Fernández Salinas, Lola Sanabria… En fin, uno se siente pequeño ante semejante plantel. Pero como a tozudo no me gana nadie, aquí estoy este año clavando la pica con “El eco y el espejo”. A ver si piso algún callo….

Esta es la relación de participantes por orden de llegada:


1.- “Tecleo en vano”, de Pilar Galán (Delalunalibros); 2.- “Letras de tinta”, de Lourdes Aso Torralba (Pregunta); 3.- “La mujer que vigila los Vermeer”, de Jose María Conget (Pre-Textos); 4.- “Sin noticias de Ivanhoe”, de Emilio G. Romero (Reus); 5.- “Hombres frágiles, mujeres de cristal”, de Andrés Portillo (Comanegra); 6.- “Cuentos de amor sesgado”, de Juan Hernández (Comanegra); 7.- “Leche”, de Marina Perezagua (Libros del Lince); 8.- “Últimos compases del reloj de arena”, de Jose Agustín Navarro Martínez (Círculo Rojo); 9.- “Yo vi a Nick Drake”, de Eduardo Jordá (Rey Lear); 10.- “La desesperación del león y otras historias de la India”, de Sonia García Soubriet (Menoscuarto); 11.- “Crímenes ilustrados”, de Álvaro del Amo (Menoscuarto); 12.- “Escena de familia con fantasma”, de Julia Otxoa (Menoscuarto); 13.- “Todo irá bien”, de Matías Candeira (Salto de Página); 14.- “Todos los crímenes se cometen por amor”, de Luisgé Martín (Salto de Página); 15.- “Precipicios habitados”, de Mar Horno (Talentura); 16.- “Glóbulos versos”, de Raúl Ariza (Talentura); 17.- “Hoy no puedo”, de Juan F. Plaza (Talentura); 18.- “Partículas en suspensión”, de Lola Sanabria (Talentura); 19.- “Pequeños pies ingleses”, de Marcelo Luján (Talentura); 20.- “Destinos de mujer”, de Pedro José Suárez Rodríguez (Culbuks); 21.- “Verde como el hielo”, de Pedro Sánchez Negreira (Bululú); 22.- “Agua dura”, de Sergi Bellver (Ediciones del viento); 23.- “El libro de los pequeños milagros”, de Juan Jacinto Muñoz Rengel (Páginas de Espuma); 24.- “Técnicas de iluminación”, de Eloy Tizón (Páginas de Espuma); 25.- “Bulevar”, de Javier Sáez de Ibarra (Páginas de Espuma); 26.- “La vida en obras”, de Alberto Marcos (Páginas de Espuma); 27.- “Miradas nuevas por agujeros viejos”, de José María Pérez Zúñiga (Páginas de Espuma); 28.- “Por mis muertos”, de Flavia Company (Páginas de Espuma); 29.- “La niña gorda”, de Mercedes Abad (Páginas de Espuma); 30.- “El fin de los dinosaurios”, de Javier Tomeo (Páginas de Espuma); 31.- “Náufragos del rock & roll”, de Agustín Torralba (Piel de Zapa); 32.- “El eco y el espejo”, de Javier Molina Palomino (Cuadernos de Sildavia); 33.- “Duelos”, de Víctor Charneco (Carena); 34.- “Melancolía y otros pájaros”, de Alicia Andrés Ramos (LCK 15); 35.- “Finales deslumbrantes”, de Pedro Jesús Cañada (Diputación Prov. Cáceres); 36.- “El rayo que nos parta”, de Jesús Artacho (Autoedición); 37.- “Llaves en mano”, de Marcos Eymar (Xorki); 38.- “Entremundos”, de L. G. Morgan (Saco de Huesos); 39.- “Noches sin sexo”, de Yanet Acosta (Adeshoras); 40.- “El hilo conductor”, de Elena Alonso Frayle (Tantin); 41.- “Caminos que conducen a esto”, de Andrés Ortiz Tafur (El desván de la memoria); 42.- “Abrir la puerta”, de Ramón Acín (Traspiés); 43.- “La noche de los mestizos”, de Cabello Ruiz (Carena); 44.- “Profundo sur”, de Juan José Téllez (e.d.a); 45.- “La viudas tenaces”, de Ignacio Sanz (Rilke); 46.- “Lo que la mar esconde”, de Carlos Fernández Salinas (Autores Premiados); 47.- “Ligeramente a la izquierda”, de Juan Manuel Muñoz Aguirre (Castalia); 48.- “La curva del olvido”, de Victoria R. Gil (Septem); 49.- “Granada insólita”, de Alfredo Leyva (Almuzara); 50.- “El vendedor de cerezas”, de Santos Jiménez (Celya); 51.- “El poder es un cuento”, de Alex Monday (Atlantis); 52.- “Espera que te cuente”, de Carlos Alberto Gavilán (Atlantis); 53.- “Cuentos, confesiones y … caídas”, de Javier Bodas Ortega (Atlantis); 54.- “Hábitat”, de Salvador Blanco Luque (Atlantis); 55.- “Mil novecientos cincuenta”, de Pedro S. Jacomet (Atlantis); 56.- “Maneras de perder”, de Fefa Martí Maldonado (Atlantis); 57.- “Mar adentro y otros relatos”, de Ginés Mulero Caparrós (Atlantis); 58.- “Cuentos de María y Lucero y otros relatos”, de M. Paz Herrera Jubete (Libracos); 59.- “La mitad de lo que quisimos ser”, de Miguel Martínez (66 rpm); 60.- “Relatos desde ambos mundos”, de Manuel Ortuño (Ruiz de Aloza); 61.- “Manifiesto contra la estupidez”, de Antonio Real (Anantes); 62.- “A la hora convenida”, de Juan Manuel Sainz Peña (Anantes); 63.- “Bajo la luna”, de Antonio Vila Bielsa (Éride); 64.- “Reyes de aire y agua”, de Jesús Fernández Lozano (Cápside); 65.- “La isla y otros relatos”, de Francisco Javier Illán Vivas (Irreverentes); 66.- “Cada cual y lo extraño”, de Felipe Benítez Reyes (Destino); 67.- “Te espero dentro”, de Pedro Zarraluki (Destino); 68.- “El verbo se hizo carne”, de Rubén Castillo (Alfaqueque)   

viernes, 20 de junio de 2014

France Gall



En 1965 France Gall consiguió con "Poupee de cire, poupee de son" el mayor éxito de su carrera. Tenía 18 años y en esa primera etapa fueron muchos los que escribieron para ella, como el cantante Joe Dassin, al que recordarán por “A ti”, su gran éxito de los 70. Esta canción de France Gall que rescatamos hoy fue escrita por Serge Gainsbourg, artista polifacético (ya que fue cantante, compositor, actor y director de cine) y un gran agitador de la vida cultural francesa de la época. Hasta el gran Boris Vian lo consideraba un genio. La relación artística entre Gall y Gainsbourg fue muy fructífera, pero sólo duró hasta 1968. Ni él ni Bernardo Bertolucci lograron corromper la imagen dulce e inocente que ella se labró desde el principio: France rechazó de plano el papel que posteriormente sí aceptaría María Schneider para la película “El último tango en Paris”. France Gall no se quedó anclada en los 60 y alcanzó un gran éxito en el año 87 con su particular homenaje a Ella Fitzgerald, “Elle ella l’a”… Por cierto, se me olvidaba decir que "Poupee de cire, poupee de son" ganó para Luxemburgo el festival de Eurovisión.

miércoles, 21 de mayo de 2014

84, Charing Cross Road


Quince ediciones en Anagrama acumula ya esta novela epistolar. La historia, basada en hechos reales, se inicia en 1949 cuando Helene Hanff, siendo una escritora desconocida, envía una carta a la librería londinense Marks & Co., situada en el 84, Charing Cross Road, dirección que da título a la novela. Helene es una mujer con una gran inquietud intelectual y se agarra a la librería como una tabla de salvación para ir recopilando títulos y ediciones imposibles de encontrar en Nueva York y enriquecer así su biblioteca.  Esta primera carta da inicio a una peculiar relación epistolar entre la escritora y los sorprendidos dueños de la librería, que se va a prolongar durante 20 años.

El planteamiento de inicio es sugerente porque abre muchas posibilidades. Y así lo han entendido muchos críticos y lectores que en los últimos años se han rendido a la historia, encumbrada por el boca a oreja de las revistas literarias y por multitud de clubes de lectura (tan importantes sobre todo en la cultura anglosajona), a una orilla y otra del Atlántico. Y los elogios parecían pocos: “Un libro único, conmovedor, sorprendente, un tesoro”… “84, Charing Cross Road nos seduce y nos hace sintonizar con la humanidad”… ”Nos proporciona un bálsamo para el espíritu y una protección contra las crispaciones de la vida contemporánea”… Y así sin parar.

El problema es que uno se deja llevar por estas opiniones y si luego no es capaz de encontrar ese tesoro que promete tanta expectativa, la decepción es mucho mayor. Quizá no haya sabido ver más allá de lo que contaba la novela, pero en general me ha decepcionado. No ha conseguido emocionarme, como me esperaba por la fama que le precedía.

No he logrado empatizar con la protagonista, a pesar de mis esfuerzos. Debo decir que incluso me ha parecido en ciertos momentos bastante insolente en la manera de dirigirse a unos libreros ingleses a los que nunca conoció y que tanto se desvivieron por ella. Y eso me ha predispuesto mucho en su contra. Sí, ya sé que era su manera de ser: simpática, dicharachera, muy americana… y contrastaba con la forma inglesa de ver la vida, más pegada a la tradición y al protocolo. En eso sí que ha acertado la autora, en reflejar ese contraste. Incluso es seguro que en la versión original en inglés se apreciará mucho mejor esa diferencia de matices, con el uso de giros, expresiones o formas verbales que un lector en español quizá dejaría pasar.
Pero creo desde mi punto de vista que una historia que interese o emocione debería basarse en algo más que en un intercambio de cartas hablando del libro que me gustaría tener y no tengo (por cierto, ¿es por capricho?: intuimos que sí, pero no lo sabemos), o del huevo en polvo y la carne que mando de vez en cuando por correo para salvar la escasez del Londres de la posguerra, un hilo del que por cierto, podría haber tirado en provecho de una mayor profundidad histórica y dramática, más allá de las 4 pinceladas con que lo despacha. El problema es que en ningún momento me he metido en las vidas de los personajes: no sé qué hacía cada uno antes de que se conocieran, cómo fue la vida de Helene fuera de esas cartas, con quién la compartió, qué conflictos le ocasionaron las cartas o los libros que no pudo conseguir… y muchas más tramas que podría haber explotado para hacernos más cercana y humana a la protagonista y empatizar con ella. Eso es FUNDAMENTAL en una novela de este tipo. (Así, en mayúscula, como le gustaba a la propia Helene enfatizar sus propias opiniones).

Las 120 páginas de cartas sucesivas que forman el libro se cierran con un apólogo de Thomas Simonnet. Es curioso, pero en esas 4 páginas finales he encontrado por fin la emoción que le ha faltado a la novela. Porque cuenta la biografía de Helene Hanff y la sitúa frente a sus conflictos, a sus dudas, a sus debilidades, nos la muestra real y cercana. Estas cartas, que hablan sobre todo de libros y muy poco de las personas que los leen y los compran, tendrían sentido en una biografía mucho más amplia, una biografía que se dedicara a contar la vida de Helene Hanff. Sueltas, aunque sean en forma de libro, me han resultado frías y lejanas… Muy lejanas.

Quizá sea porque yo pienso que una novela siempre debe tener como protagonista a una persona, (o varias). Nunca un objeto, aunque sea un libro (o varios), debería acaparar más protagonismo que una persona. Las novelas deben contar vidas y cosas que les pasan a esas vidas. Y no quedarse sólo en las cosas. Es una pena que los editores de 84, Charing Cross Road no pensaran en que el lector no tiene por qué conocer a Helene Hanff. Han dado por hecho que todo el mundo sabía quién fue, lo que hizo, cómo fue su vida. Para su familia y amigos que sí la conocieron, este libro puede tener sentido. Para el resto, al menos para mí, me temo que no mucho.

lunes, 28 de abril de 2014

Las lágrimas de San Lorenzo



Julio Llamazares escribe con esta novela una reflexión melancólica sobre la fugacidad de la vida. Lo hace a través de la mirada del protagonista, un hombre de mediana edad, tendente a la vida solitaria que contempla la misma como ese tiempo que ya no puede recuperar, que echa la mirada atrás con la impotencia del que no puede cambiar las cosas. De la mano del protagonista y su hijo, asistimos a una especie de ceremonia de iniciación para la vida que parece repetirse de generación en generación. Padre e hijo se reúnen en una playa de Ibiza, en la noche de San Lorenzo, a contemplar la lluvia de estrellas fugaces que iluminan con su luz potente, pero efímera, el paso por la vida.

Se trata de una lectura llena de simbolismo, cargada de emoción y de una gran belleza estética. Julio Llamazares mantiene este tono durante toda la novela, pero lo acentúa sobre todo al principio. Nos impregna con unas imágenes y sensaciones que quedan muy marcadas en el lector, como esos recuerdos que el protagonista asocia a su infancia, el olor del lúpulo, del tomillo, la nostalgia que siente al ver ahora los campos vacíos cuando antaño bullían de gente que trabajaba en la recolección. Incluso siendo niño, el protagonista siente que no forma parte de la tierra de sus abuelos, que viven en León, cuando él llega desde Bilbao a pasar las vacaciones. Y en ese momento envidia a los niños que viven allí porque conocen el nombre de los pájaros y de los árboles donde anidan. Un detalle muy sutil que nos indica la tendencia del protagonista a quedarse apartado de la vida que fluye a su alrededor.
Se le nota al autor sus dotes para la poesía, especialmente con una metáfora que no me resisto a reproducir: “… Sólo se oyen los grillos coser la noche con su canción…” (Pag. 35). O por esa manera de identificar la vida como una noria que gira sin parar.

A todo parece llegar tarde el protagonista, y en general los hombres de la familia, marcados por la ausencia para con los que le rodean, la incomunicación y la pérdida de la que uno es consciente sólo cuando ya es tarde para dar marcha atrás. El padre del protagonista es consciente de ello al borde de la muerte, cuando le dice a su hijo: “…Nos pasamos la mitad de la vida perdiendo el tiempo y la otra mitad queriendo recuperarlo…”. Esa sensación de pérdida, de melancolía, se percibe también en muchos otros pasajes: la foto de su tío Pedro, que despierta la fascinación en el protagonista al desaparecer, echado al monte, una vez terminada la guerra. O en esa novela que el protagonista no es capaz de terminar después de tantos años. También en la muerte de su hermano Ángel en un absurdo accidente. O en ese deambular permanente por universidades europeas sin echar raíces en ningún lugar, como queriendo huir de sí mismo y que a su vez le impide mantener unida la familia. Pero son precisamente las preguntas que su hijo le formula, preguntas sencillas y directas, a las que quizá nunca se ha enfrentado el protagonista, las que dotan de mayor tensión dramática la novela: “… ¿Por qué os separasteis mamá y tú?... ¿Por qué nos abandonaste?...” Son palabras que pesan mucho en la voz de un niño y acentúan la ausencia del padre en la vida de su hijo. Se siente desvalido y necesita respuestas.


 Uno se pregunta qué futuro le espera al hijo del protagonista. Y viendo la deriva de la familia, condenada a repetir los errores, es muy probable que pudiera protagonizar  de nuevo la historia de “Las lágrimas de San Lorenzo”, en la siguiente generación, con su propio hijo, sentados en la arena de una playa de Ibiza.

miércoles, 2 de abril de 2014

Julie Rogers



Hablar de Julie Rogers, es hablar de The Wedding, canción de 1964 que le ha valido el gran éxito de su vida, al vender más de 15 millones de copias. Dotada de una grandísima voz, Julie Rogers ha sabido manejarse en el mundo del espectáculo con una discreta discrografía, si la comparamos con otras estrellas de la época como Dusty Springfield, Petula Clark o Connie Francis, prolíficas como pocas. Pero como todo en la vida, el talento no es el único factor para alcanzar y mantener el éxito. En el caso de Julie Rogers, al talento se unió una gran habilidad para rodearse de la gente adecuada y mucha capacidad de trabajo. Si a todo esto le sumamos una dosis de suerte (que nunca viene mal) tenemos a una Julie Rogers convertida en diva, cantando y presentando galas por todo el mundo y en los lugares más selectos: como en el Hotel Savoy, en las galas benéficas de Montecarlo y hasta en el mismísimo Backinham Palace. Aquí les dejo a Julie cantando The Wedding con The Hoolies.    

lunes, 24 de marzo de 2014

domingo, 16 de marzo de 2014

El eco y el espejo

La espera ha sido muy larga, pero como decía mi abuelo: “hambre que espera hartura, no es hambre ninguna”. Y es ahora cuando ha llegado el momento de hacer un pequeño alto en mi escritura y presentar por fin mi segundo libro de relatos. Se llamará “El eco y el espejo” y será editado por Cuadernos de Sildavia. Es esta una modesta editorial que han puesto en marcha Paco Arriero y su mujer, Susana, con un esmero y un cariño tales que en cada número que sacan adelante, dejan traslucir claramente su amor por los libros.

La idea de “El eco y el espejo” surgió el año pasado, recién nacida la editorial, cuando Paco (a quien conozco desde hace 30 años) me pidió que le llevara algún manuscrito que mereciera la pena. Y en seguida pensé en esos microrrelatos que me salvaron de tantos días de abulia y folios en blanco; esas historias que fui acumulando sin ningún orden, ni idea preconcebida, pero que me mantenían con la mente abierta a la imaginación y en constante estado de alerta para captar los pequeños detalles que hacen que un hecho corriente pase a ser único y extraordinario. Esas son las historias que merecen ser contadas.
Estos microrrelatos, o textículos, como los llamaba el gran Julio Cortázar, los he escrito en ratos libres a lo largo de los últimos 6 ó 7 años. No están todos los que son, pero sí son todos los que están, ya que por limitación de espacio hemos tenido que dejar fuera algunos textos. Pero no vamos a llorar por ello, ni mucho menos, sino agradecer a Paco y a Susana la oportunidad que me brindan de ofrecer a los lectores estas historias que buscan sorprender, arrancarnos una sonrisa o hacernos pensar sobre lo complejo de la naturaleza humana.
Paco, Susana… muchas gracias.

El 28 de marzo, a las 20 horas, será la presentación del libro en la librería Arriero, en Torrejón de Ardoz. Espero verles por allí. Pasaré lista.

domingo, 2 de febrero de 2014

Almas grises



Estamos ante una novela negra, negrísima, cuyo título dulcifica bastante el color de las almas que pretende retratar. Con esto ya estoy diciendo bastante. Pese a todo, o precisamente por eso (y esto es una maldad mía), ha sido una novela muy reconocida en Francia: ya que ganó el Premio Renandot y fue elegida Libro del Año por los libreros franceses y por la revista cultural Lire.

En principio, Philippe Claudel, hace un planteamiento que sugiere una historia muy atractiva y llena de matices. Ambientada en el norte de Francia, en plena Primera Guerra Mundial, “Almas grises” arranca con la aparición del cadáver de una niña salvajemente asesinada, flotando en un canal. Este hecho conmociona a un pueblo que es sacudido a diario por los cañonazos del frente de batalla, que retumban en la distancia para, si cabe, dar una ambientación más angustiosa al escenario. También el olor a pólvora impregna las calles. Ese crimen va a resucitar los viejos rencores, las sospechas y alterará todavía más (por si la guerra no era suficiente) el orden y la convivencia en el pueblo. A medida que la investigación va avanzando, todos los implicados (fiscal, policía, juez, los vecinos e incluso un par de desertores del campo de batalla) irán enfrentándose a una realidad que ha estado demasiado tiempo enterrada en el fango de un convencionalismo social aceptado por todos. Pero la comodidad, o falsa paz de ese pacto silencioso, va a saltar por los aires con la investigación, la condena del sospechoso y la posterior investigación que lleva a cabo la policía 20 años después de haberse hecho justicia.

Como ven, se trata de una historia que abre muchas posibilidades para el lucimiento de los recursos de un buen escritor: buena dosis de intriga (con un giro inesperado cerca del final que no gustará a los más quisquillosos), perfiles psicológicos ambiguos y una ambientación histórica bastante convincente. Philippe Claudel demuestra ser un buen escritor, porque además aprovecha la historia para hacer una severa crítica a la sociedad. Una sociedad, la francesa de aquella época, que debería encarnar los valores históricos de libertad, justicia e igualdad, y que se supone mejor que esa otra a la que se enfrenta en el campo de batalla. Por lo que nos cuenta el trasfondo de la novela, el autor no lo cree así. Y es legítimo.

Pero dicho esto, uno espera con cualquier lectura de nivel un muestrario de luces y sombras, un elenco de personajes con sus cosas buenas y malas, es decir un reflejo de la vida misma. Y sin embargo, en “Almas grises” todo es negro, no hay esperanza, nada hay de luz, ningún personaje, ninguna actitud nos hace pensar en el lado bueno de las cosas, que sí, que lo hay, aunque la historia se desarrolle en medio de una guerra, aunque se trate de aclarar un crimen. Existen también en la vida cosas buenas, gente buena, aunque haya nihilistas que se nieguen a aceptarlo. Es por eso que esta lectura, con ese clima tan asfixiante no se me hace real. No me la creo porque la vida no es como la pinta Philippe Claudel.  En la novela no hay un punto de fuga, un asidero al que agarrarse, un personaje que por su carácter o sus defectos sea digno de acunar, o tan siquiera de que le regalemos un mínimo de empatía. Hasta los escasos ramalazos de humor, que en teoría servirían para distender, nos dejan un poso de amargura.

No quisiera parecer demasiado duro, pero es que recordando ahora el inicio de “Almas grises”, no veo en ese primer pasaje el escenario del crimen, o a los personajes que pueblan la ciudad, ni tan siquiera a la víctima… No, la escena inicial arranca con el fiscal, con el juez y el comisario, compitiendo a ojos del narrador por ver quién tiene el perfil más torvo y pérfido, quien se muestra más miserable y ajeno al dolor. Precisamente quienes tienen la misión de poner orden o de investigar hasta descubrir al culpable, quienes tienen que canalizar la justicia y velar por el orden, la paz y la tranquilidad.
Ese inicio predispone mucho a la hora de enfrentarse a la novela. Al final sólo la muerte parece aliviar el dolor de todos los personajes, una muerte que une sus destinos como único canal de liberación. Un final nihilista que hace diferente (e irritante) esta novela de otras de un perfil similar que diseccionan también el alma humana, pero cuya lectura se hace mucho más real y por tanto más llevadera.

Ante el rumbo que ha tomado cierta forma de entender el arte y la cultura, como reflejo de lo que entienden que es la vida, no me extraña en absoluto la ristra de premios que ha cosechado esta novela en Francia. Sólo falta que el director de cine Michael Haneke cierre el círculo y tome esta historia entre sus manos para llevarla a la pantalla. Los premios le lloverán, no lo duden, y gran parte de la crítica besará el suelo que pisa el pobre Michael... No se rían, es que ya lo hemos visto.