viernes, 2 de septiembre de 2011

Una vuelta al mundo


Este libro de viajes, escrito a dos manos en 1928, no tendría su interés si no fuera por la relevancia de sus autores y el momento histórico en que se escribió. Erika y Klaus Mann eran los dos hijos mayores del ya por entonces famoso escritor alemán Thomas Mann. Su novela “La montaña mágica” había elevado las expectativas de conseguir el premio Nobel (lo que finalmente conseguiría en 1929) y a sus hijos, Erika y Klaus, les abrió las puertas de la vida cultural alemana y europea. Cuando decidieron emprender este viaje del que trata el libro que nos ocupa, ella tenía 22 años y él 21. ¿Quién en esa época podía permitirse un viaje de 9 meses alrededor del mundo, atravesando el atlántico, los Estados Unidos, el pacífico, las islas de Japón y toda la Unión Soviética a través de Siberia?
Aunque ellos no lo cuentan en estas páginas, se sabe gracias a un epílogo escrito por Uwe Naumann, que los dos hermanos tenían como objetivo principal darse a conocer en Hollywood y establecerse en la meca del cine. Pese a su juventud, Klaus Mann era crítico de teatro y autor de varias obras que se habían estrenado en Alemania antes de emprender el viaje. Y su hermana Erika era una actriz de teatro. Por aquel entonces los dos atravesaban por un momento crítico en sus vidas: ella debía digerir el fracaso de su reciente matrimonio, y él las pésimas críticas de sus últimos estrenos. Este viaje, por tanto, podría definirse como una huida hacia delante.
Y con ese objetivo de cambiar de aires parecieron tomarse este viaje, que nada tiene que ver con el que emprendieron los grandes viajeros europeos apenas unos años antes, en el siglo XIX. No les movía un ansia por conocer nuevos mundos o formas de vida diferentes, integrándose en las comunidades que los acogían. Con este viaje no iban a transformar sus vidas, ni a emprender estudios antropológicos que los llevaran a comprender el origen y evolución de las civilizaciones que visitaban, como sin duda sí les ocurría a muchos de esos grandes exploradores. Al terminar de leer el libro, uno tiene la sensación de haber leído una crónica periodística sin mucha profundidad, una sucesión de anécdotas que alternan con reflexiones unas veces serias, otras algo frívolas, pero que aportan una visión acorde a la época y a su educación, a toda una forma de vida, la de los “locos años veinte”. La portada del libro se ajusta como un guante a lo que el lector se encontrará en sus páginas: con esta imagen de los dos hermanos, juntos y sonrientes, se presentaban en la sociedad americana como los hijos gemelos de Thomas Mann, una “travesura” divertida que se les ocurrió durante el viaje por el atlántico y que los periodistas americanos aceptaron sin saber que se trataba de una broma.
Otro aspecto que quisiera destacar es la visión “tan alemana” que tenían del mundo y de la vida. En todos los lugares que visitaban de Estados Unidos siempre coincidían con algún profesor alemán universitario, también diplomáticos, se reunían con empresarios, artistas e intelectuales alemanes, de manera que nunca dejaron de tener contacto con su propio mundo. Tenían tan interiorizada esta forma de ser que, a mi juicio, este viaje no les permitió tanto “conocer mundo”, como sí “ver mundo”. Diría que se tomaron esta vuelta al mundo con predisposición de turistas ricos y cultos de la época, como genuinos personajes salidos de las páginas de E. M. Foster, Evelyn Waugh o Somerset Maugham.
Y ese detalle es el que considero más interesante de “Una vuelta al mundo”: Erika y Klaus Mann dieron una visión ácida y desenfadada de las sociedades americana, japonesa y rusa, una visión condicionada por su educación germana. Y todo ello, lejos de saber que apenas 12 años después de escribir el libro, estas 4 naciones se verían involucradas de lleno en una nueva guerra mundial.
Pero para entonces, tanto Erika como Klaus ya llevaban varios años exiliados en los Estados Unidos, país que los acogió tras la llegada de los nazis al Reichstag en 1933. Nunca cumplieron su sueño de establecerse en Hollywood, pero al menos consiguieron huir del régimen nazi y de ese ambiente que ahogaba a la crítica independiente y eliminaba la libre expresión artística que se les supone a los intelectuales. Precisamente sobre ello, Klaus Mann escribió en 1936 la novela “Mefisto”, donde ajusta las cuentas al mundo de la cultura de su país y denuncia esa bastarda entrega a los nazis por parte de los escritores y artistas alemanes de su época.
Este es un libro que no deja de tener su interés, no tanto por lo que cuenta como por el punto de vista de sus autores y el momento histórico elegido: ese tiempo de precarios equilibrios entre las naciones (y falsamente feliz entre la alta sociedad europea), que lleva incubando desde el final de la 1ª Guerra Mundial una continuación devastadora que nadie parecía intuir.

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