martes, 8 de noviembre de 2011

Méritos, vacunas y globos aerostáticos


Edward Jenner se agachó y tiró de la lona para llevar esa esquina al lado opuesto. Una vez hecha la operación, sólo tenía que pasar las cuerdas por los orificios de los extremos y atarlas a los enganches de la cesta.
- Sujeta aquí.- Le dijo a su amigo.
- No podremos los dos solos. Pesa mucho.
- Nada hay imposible. Si eres un hombre de ciencia, lo deberías saber. Sujeta, anda.

Su amigo resopló resignado. Era demasiado obeso, pero sobre todo estaban en 1776. Aún faltarían muchas décadas para hacer ese trabajo sin ayuda. Tras varios intentos, Edward no tuvo más remedio que desistir. Entonces se sentaron a la sombra de un castaño.

- Tienes razón… Lo dejaremos para mañana. Avisaré a sir James y a Lord Hawthorne para que nos echen una mano. Le prometí a mi esposa que haría volar el globo para su cumpleaños… y lo conseguiré.
- Lo siento, Edward. Tanto sir James como Lord Hawthorne están ahora en Londres con el doctor Smith. Les está instruyendo en el arte de la cirugía.
- Cierto, se me olvidaba.
- Claro, es que hace tiempo que no vienes a las charlas del doctor Smith. ¿Sabes qué nos contó la semana pasada? No te lo vas a creer. Escucha…
El amigo de Edward Jenner se arremangó e iluminó el semblante, dispuesto a narrarle una aventura extraordinaria. Le contó que hacía unos 50 años Lady Mary Wortley regresó de un viaje por Turquía y que allí aprendió la manera de proteger a sus hijos de la viruela. Y lo hizo nada menos que inoculándoles un líquido con la forma más benigna de la enfermedad. Sí, sí, les hizo enfermar a propósito.


-¿Te lo puedes creer, Edward? ¿Qué madre puede hacer eso con sus hijos?... Pero lo curioso del caso es que los hijos de Lady Mary se libraron de contraer la forma más maligna de la viruela, y eso que los exponía sin tomar precauciones. El doctor Smith sugiere que aquí hay una vía de investigación para detener las epidemias. Pero qué quieres que te diga, Edward, yo me niego a pensar que los turcos tengan algo digno que enseñarnos, ¿no crees?

Edward llevaba poco tiempo dedicándose a la medicina. Como hombre ilustrado de su época había dispersado su interés en demasiados campos: estudió geología, sabía música, tocaba varios instrumentos, escribió poesía y hasta se interesó en el estudio de las leyes. Incluso años atrás había renunciado por amor a ser el naturalista oficial en el segundo viaje del capitán Cook por los mares del sur. Pero ahora, sentía la necesidad de centrarse en el estudio de algo provechoso.


Él era médico y la historia de Lady Mary Wortley merecía ser investigada. El doctor Smith tenía razón: erradicar una epidemia tan mortífera como la viruela sería un avance indiscutible para la humanidad.
A partir de aquí, la historia ya es conocida. Edward Jenner se puso manos a la obra y al cabo de 20 años consiguió crear la vacuna para la viruela. El remedio llegó tarde para Luis XV, rey de Francia, que murió de esa enfermedad; y para George Washington, que logró sobrevivir pese a las terribles secuelas de un rostro sembrado de volcanes.

Sin embargo, los méritos de Edward Jenner no le sirvieron para ingresar en el selecto Colegio Oficial de Médicos de Londres. Murió en 1823 sin que llegaran a admitir su candidatura. No sabemos si murió apenado por ello. Lo que sí sabemos es que el globo aerostático que construía con su amigo aquella tarde de 1776 sí logró surcar el cielo en la fiesta de cumpleaños de su mujer.
Desde luego, ese día sí se sintió feliz.

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