domingo, 19 de diciembre de 2010

Sensatez, al fin


Este es uno de los pocos años en el que la sensación generalizada que queda tras la concesión de los premios más importantes de literatura (en el mundo y en lengua hispana), es: "...ya era hora, lo merecía hace tiempo".
Mario Vargas Llosa y Ana María Matute son escritores de primerísimo nivel que engrandecen nuestra lengua, como muchos otros que aún no han visto reconocido su trabajo. A veces no es suficiente con el favor del público, que lo tienen. Y mucho.
También es necesario un reconocimiento oficial, a ser posible antes de que lleguen a muertos. Por eso felicito a las academias por su sensatez, a los premiados por ver reconocida una vida entregada a la escritura y a nosotros, los lectores, por seguir disfrutando de sus obras.


Por cierto, a los amigos de Mario Vargas Llosa (que han proliferado como setas) les recomiendo que lean su discurso de aceptación del premio Nobel.
Emocionante, impecable.
Gracias, Mario.
Quizá después de leerlo, ya no tenga tantos amigos.

lunes, 13 de diciembre de 2010

Dos recuerdos


A medio camino entre la historia, las memorias y un sutil retrato psicológico de personajes podríamos situar esta pequeña obra del economista británico y premio Nobel de economía John Maynard Keynes. El título del libro ya nos habla con meridiana claridad de su contenido: son dos recuerdos en dos momentos concretos de su vida. El primero de ellos trata de su intervención en las conversaciones que se llevaron a cabo para el armisticio de la 1ª Guerra Mundial en 1919; y el segundo es un repaso de esos primeros años de formación intelectual del autor en la universidad de Cambridge y la influencia que tuvieron en él. Son textos muy diferentes. Mientras el primero entroncaría con la historia, el segundo guardaría relación con una especie de memoria de iniciación. Y llegado a este punto, no he podido evitar preguntarme qué vínculos pueden enlazar estos dos textos para que El Acantilado los edite en un solo volumen, más allá de que hayan salido de la pluma de Keynes. Y en la introducción escrita por David Garnett está la respuesta: fueron textos concebidos para ser leídos al grupo más íntimo de sus amigos, que solían reunirse 3 ó 4 veces al año, y entre los que se encontraba el propio Garnett. Hecha esta aclaración, vayamos al contenido.
Sin duda el primer recuerdo es el más interesante. Lo titula “El doctor Melchior”, y en él hace un repaso de las duras conversaciones que condujeron a la firma del tratado de Versalles para poner fin a la 1ª Guerra Mundial. Llama la atención que en contra de lo que pudiéramos pensar, estas reuniones no se hayan gestado durante meses en palacios o en sedes de gobiernos, sino en diferentes ciudades de Francia y en lugares tan insospechados como hoteles, un vagón de tren o una humilde taberna. John Maynard Keynes cuenta el proceso del tratado de paz con vocación de notario que levanta acta de todo. Pero al mismo tiempo no elude una mirada irónica cuando juzga las actitudes, los desvelos y las evoluciones de sus interlocutores durante todos esos meses. Otro detalle que pone de relieve es la disparidad de criterios entre los propios aliados para encauzar el armisticio. Mientras Francia y Bélgica buscaban justicia ahogando económicamente a la derrotada Alemania; Inglaterra y Estados Unidos estaban más interesados en levantar el embargo alimentario para no poner en su contra a la población civil, que estaba al borde del hambre. Querían así evitar que el descontento y la desesperación les llevara a entregarse al bolchevismo, que ya veían como una seria amenaza para Europa. La grandeza de una nación, de unas ideas o de una civilización no sólo se sustancia en el poder del ejército que le sirve, sino también en el valor de las personas que la forman y en la inteligencia de sus dirigentes. En este sentido, John Maynard Keynes también nos desvela sus indudables dotes para llevar una negociación tan dura y difícil en beneficio de Inglaterra. Él es consciente de su papel y de la importancia del momento histórico. Pues con el tratado de Versalles se puso fin al choque de dos mundos o de dos formas de ver el mundo: uno en plena decadencia (representado por Alemania) y que en definitiva llevó a la desaparición de los imperios prusiano y austro-húngaro. Y otro, el liberal-occidental, representado por el dominio pujante de las superpotencias económicas e intelectuales que ejercerían como tales a partir de entonces: Estados Unidos e Inglaterra. En medio, países como Francia, Bélgica e Italia buscaban réditos más localistas y a corto plazo. Y al fondo, la amenaza de la revolución bolchevique, fuertemente ya afianzada en Rusia. Todo esto lo supo ver Keynes con mucha lucidez y aprovecharlo en beneficio de su país a la hora de negociar la paz con Alemania. Otra cosa son las consecuencias de ese tratado, que en definitiva pudo contribuir en mayor o menor medida a que la población alemana se entregara al nazismo, ahogada por las deudas y gravemente herida en su orgullo.
El segundo recuerdo del que trata en el libro, “Mis primeras creencias”, tiene un corte muy diferente del anterior. En esta ocasión, Keynes es más intimista, desnuda su alma y centra la mirada en las ideas que alimentaron su formación intelectual durante sus primeros años como alumno de Cambridge entre 1902 y 1904. Nos habla del grupo en el que estaban Bertrand Russell, el profesor G. E. Moore, el escritor Foster y otros intelectuales, de las inquietudes que les llevaba a hablar del ideal moral, de la búsqueda o la justificación del conocimiento útil, de la cuestión del placer y la belleza, etc… Cuestiones que le llevaron a un enfrentamiento con el escritor D. H. Lawrence. Pero el paso del tiempo deja huellas indelebles y echando una mirada atrás, Keynes abomina de muchas de sus creencias de aquellos años.
Más allá de las teorías económicas que desarrolló como economista (más proclive a la intervención de los estados frente a la visión más liberal de la economía) este libro es una pequeña joya que nos habla de una mente inquieta, en constante evolución, abierta, lúcida y vitalista, la de este economista e intelectual que fue John Maynard Kaynes. Este pequeño libro, “Dos recuerdos” es una buena muestra de ello.

miércoles, 1 de diciembre de 2010

Rita Pavone



De apariencia frágil y aspecto de eterna adolescente (por sus pecas y una estatura que apenas alcanzaba el metro y medio), Rita Pavone sorprendió a todos con su personalidad y su fuerza arrolladora sobre el escenario. Fue también actriz. Con esta canción de 1964, "Che m'importa del mondo”, ratificó las buenas sensaciones que despertó con su disco de debut el año anterior. Para dar una idea de su carácter contaré una pequeña anécdota. En cierta ocasión le preguntaron en una entrevista: “¿Qué se siente al convertirte en una estrella de la canción de la noche a la mañana?”. A lo que ella respondió: “No sé a lo que te refieres con de la noche a la mañana. Yo llevo cantando desde los seis años.”
Cuando le hicieron la entrevista Rita Pavone sólo tenía 16.
Genio y figura.

miércoles, 24 de noviembre de 2010

No profanéis el testamento de los muertos


Había en Estambul, allá por los últimos años del siglo XIX, un mago que antes de ser mago fue equilibrista, faquir, tragasables y hasta hipnotizador con poder incluso para parar los relojes. Al principio trabajaba en un circo local donde sus números eran los más aplaudidos por el público. Pero pocos años después se lanzó en solitario a recorrer el mundo ofreciendo un espectáculo de magia muy variada, desde sencillos trucos de cartas hasta un número en que teletransportaba a un espectador a Atenas sólo contando hasta tres. Su número favorito consistía en provocar fuegos espontáneos sobre el escenario. De él decían incluso que fue maestro de Houdini.
El nombre de “El Gran Tinopla”, que así se hizo llamar, era conocido hasta en los rincones más recónditos de los Cárpatos y los Balcanes. Tanta fue la fama que le siguió que todos querían estar cerca del mago, lo agasajaban como al hijo pródigo que regresa tras una larga ausencia y siempre le invitaban a hospedarse en los mejores hoteles y a comer en los restaurantes de vanguardia allá por donde fuese. Las vidas de éxito parecen estar acompañadas siempre del lujo, del dinero e irremediablemente también de las traiciones. Digo esto porque a la sombra de “El Gran Tinopla” se arrebujaron aduladores interesados, timadores de medio pelo y una incómoda cohorte de desocupados sin oficio ni beneficio. Para poner orden en la vida del gran mago apareció el señor Vandallas, un abogado griego de causas perdidas que se ofreció a “El Gran Tinopla” para representarle y llevar sus asuntos.
El señor Vandallas era un hombre con buen ojo para los negocios y supo darle al mago ese toque de glamur y misterio que siempre ha rodeado su figura. En los diez años que estuvieron juntos hasta la trágica muerte de “El Gran Tinopla” en uno de sus espectáculos, logró multiplicar por cinco su caché y elevar el nivel de sus amistades. Con el señor Vandallas como manager, el mago se codeó con la alta sociedad. Las miles de anécdotas y vivencias con gente de tanto lustre dieron pie al abogado para proponerle al mago que escribiera sus memorias.
- Serán un éxito y nos harán ricos.- El señor Vandallas veía dinero en todo lo que hacía.
“El Gran Tinopla” accedió a su sugerencia, pero en su testamento firmado ante notario, exigió que fueran publicadas a los cien años de su muerte. Una coincidencia fatal hizo que sólo dos días después de firmar su testamento, el mago se inmolara por accidente sobre el escenario con un nuevo truco que había dado en llamar “la antorcha humana”. La conmoción por su muerte sacudió el mundo del espectáculo. El señor Vandallas, que desconocía la existencia del testamento, quiso rendirle homenaje a su representado (y de paso, ganar dinero a su costa) entregando a un editor las memorias de “El Gran Tinopla” para que las publicase cuanto antes.
Casualidad o extraño vínculo con el mundo sobrenatural, el hecho es que un incendio atroz redujo a cenizas los talleres de la editorial justo antes de que se imprimiera la primera página. Los bomberos achacaron el fuego a una combustión espontánea y ahí quedó la cosa. Después del suceso el manuscrito se perdió y el señor Vandallas acabó sus días arruinado y olvidado por todos.
La vida peculiar de “El Gran Tinopla” ha sido una obsesión para mí desde que hace unos años supe de él. He viajado por varios países del este europeo buscando testimonios y todo tipo de documentos con el fin de escribir su biografía. Y ahora, que acaban de cumplirse los 100 años de su muerte, justo el día en que según su testamento deberían haberse publicado sus memorias, he empezado a experimentar extrañas visiones durante las noches en la habitación donde me hospedo. Curiosamente es la misma que él ocupó la noche antes de su inmolación. De alguna manera creo que el mago quiere decirme algo desde ultratumba pero no alcanzo a entender qué es. Quizá quiera dictarme las memorias que en su día escribió y que acabaron reducidas a cenizas. Siento vértigo ante esa posibilidad y sólo espero que no se tome a mal mi decisión de volver mañana a Madrid y olvidarme del asunto. Me he cansado de buscar, quiero hacer otras cosas. Pero no sé… El teléfono ha dejado de funcionar, me he quedado encerrado en la habitación y no puedo contactar con la recepción del hotel. Además, el calor que hace empieza a ser insoportable. Algo se está quemando.
En mala hora se me ocurrió interesarme por la vida de “El Gran Tinopla”.

sábado, 13 de noviembre de 2010

Francisco López Serrano, ganador del VII Premio Setenil


Ya hay fumata blanca. El jurado del VII Premio Setenil de libros de cuentos 2009 ha fallado en favor de Francisco López Serrano, por su obra Los hábitos del azar. (Por cierto, magnífico título por su oxímoron, muy sugerente). Pese a que en los últimos meses, entre los entendidos del cuento, este libro no figuraba como favorito, finalmente Francisco se llevará los 12.000 Euros del premio. Mi más sincera enhorabuena, Francisco.
A continuación les reproduzco el fallo que el presidente del jurado, Manuel Moyano, me ha enviado como participante de la edición de este año:

El jurado del VII Premio Setenil al Mejor Libro de Relatos Publicado en España 2009, reunido el día 11 de noviembre, ha acordado conceder el galardón a Francisco López Serrano por su libro Los hábitos del azar, publicado por Editorial Renacimiento (de Sevilla). El jurado, compuesto por Andrés Neuman, María Dueñas, Ramón Jiménez Madrid y Manuel Moyano, eligió esta obra de entre las 82 presentadas por editoriales y autores de toda España.

El Premio Setenil, convocado por la Concejalía de Cultura del Ayuntamiento de Molina de Segura, tiene una dotación de 12.000 euros para el ganador, e incluye también la edición de una separata con uno o varios relatos del ganador.

El escritor galardonado, Francisco López Serrano (Épila, Zaragoza, 1960) ha publicado las novelas El país de la lluvia, Retrato del asesino en prácticas y El prado de los milagros, así como los libros de relatos El hígado de Shakespeare y Dios es otra. También es autor de cinco libros de poemas, y a lo largo de su trayectoria ha obtenido, entre otros, los premios Luis Cernuda de poesía e Ignacio Aldecoa de cuentos. Traductor de poetas ingleses, colabora en revistas literarias y periódicos como Clarín, Turia o Heraldo de Aragón.

El libro ganador, Los hábitos del azar, recopila diez relatos de impecable factura y notable originalidad que conjugan el lirismo con el humor. El jurado del VII Premio Setenil no ha querido dejar de destacar la extraordinaria calidad de otros dos libros aspirantes al premio que, durante las votaciones finales, sostuvieron una reñida pugna con el ganador: Bajo el influjo del cometa, de Jon Bilbao (Salto de Página) y El menor espectáculo del mundo, de Félix J. Palma (Páginas de Espuma).

lunes, 8 de noviembre de 2010

Fábula de convivencia y justicia

Vivo en una comunidad de unos doscientos vecinos y cada uno es propietario de su vivienda. Una vez al año nos reunimos para exponer los problemas y aprobar los presupuestos. De la gestión de los gastos y los trámites burocráticos se encarga un administrador de fincas que en su día elegimos por mayoría. Ya se sabe que cada comunidad es un mundo y llevarse bien entre los vecinos, vivir en armonía, es algo complicado. Pero lo hemos ido superando día a día. Sin embargo, de un tiempo a esta parte ha degenerado mucho la convivencia en nuestra comunidad. Hay un grupo de vecinos (el más alejado de la urbanización) que está haciendo de su capa un sayo: no respetan las decisiones acordadas en la junta, no pagan los recibos de la comunidad, destrozan los buzones, molestan a los demás con música a altas horas de la noche y con humaredas de barbacoas (algo que está prohibido), e incluso están cobrando una tasa simplemente por pasar delante de su portal… A los que osamos protestar nos insultan y amenazan. De hecho, a un vecino le quemaron su coche porque se quejó de la situación al administrador.
Lo más desalentador es que no nos sentimos respaldados por el resto de la comunidad. Es verdad que hay muchos vecinos que nos apoyan, pero otros miran hacia otro lado porque creen que no es para tanto, que quizá la culpa también es nuestra por estar tan pendientes de lo que hacen o dejan de hacer. Y otros han arrojado la toalla y han optado directamente por marcharse a vivir a otra urbanización.
En la última reunión de vecinos propusimos al administrador denunciar a esta gente para echarla de la comunidad, pero éste se ofreció a hablar con ellos por si los convencía antes de llevarlos al juez, pese a que ya habían acumulado delitos para que pasaran una buena temporada en la cárcel. El caso es que después nos enteramos de que el administrador ya estaba reuniéndose en secreto con ellos durante los últimos meses para incorporarlos a la junta, incluso violando los estatutos. Pero al echárselo en cara al administrador en la última reunión, la mayoría de los vecinos nos recriminó que sacáramos siempre el mismo tema, que ya estaban cansados (llevábamos 2 horas de reunión), y que por nuestra culpa no había consenso para instalar un bar y una pantalla gigante en el centro de la urbanización para seguir los partidos los fines de semana… Y aquí seguimos nuestra vida en la comunidad, con la sensación de estar cada vez más solos y arrinconados.


Vivo en una comunidad llamada España y su administrador se apellida Rodríguez Zapatero. El sábado pasado estuve con las víctimas del terrorismo en la plaza de Colón en Madrid. Por caridad hacia ellas y porque es de justicia lo que piden… Pero también porque siento que a estas alturas del siglo XXI todavía nos estamos jugando nuestra propia libertad. Nos estamos jugando, en definitiva, ser ciudadanos con dignidad en un país con sentido de la justicia, o ser súbditos sin voz en un régimen preso del miedo. Y esta es una batalla diaria a la que no podemos renunciar. Yo, al menos, no pienso hacerlo.

miércoles, 3 de noviembre de 2010

Las hojas rojas


Con su maestría habitual, Thomas H. Cook nos vuelve a entregar con “Las hojas rojas” una novela negra escalofriante. El protagonista de esta historia es Eric, un padre de familia que regenta un humilde negocio de revelado de fotos. Su aparente vida apacible en una ciudad, en un barrio donde todos los vecinos se conocen, se convierte en una pesadilla que despierta los fantasmas más ocultos de su pasado, al desaparecer misteriosamente Amy Giordano, la hija pequeña de su vecino Vince. El suceso, ya de por sí traumático, adquiere tintes más siniestros cuando todos saben que la última persona que estuvo con la niña antes de su desaparición fue Keith, el hijo adolescente del protagonista. A partir de aquí las relaciones familiares de Eric en su propio hogar (su hijo y su mujer), las que resucita con su hermano alcohólico y con su padre después de mucho tiempo, y las cada vez más tensas que mantiene con la familia Giordano, se resienten a medida que el curso de la investigación va aportando nuevas claves. Todo parece apuntar a Keith como responsable del crimen y este hecho quiebra las lealtades familiares hasta un extremo en el cual nadie podrá confiar en la palabra del otro. La culpa y la duda se extienden como una sombra de la que es imposible desprenderse.
“Las hojas rojas” es una novela de misterio pero nos ofrece algo más que la resolución de un crimen. Thomas H. Cook desarrolla los conflictos interiores de los personajes con tanta crudeza que los lleva a enfrentarse cara a cara con la raíz del mal que habita en ellos. La fragilidad del día a día, esa vida feliz sostenida con los alfileres de la rutina y el silencio salta en pedazos cuando un suceso rompe el débil equilibrio de los días. Eric, que en la novela es un fotógrafo que ha pasado media vida observando la de sus vecinos a través de las fotos que revelaba, se enfrenta ahora a la mirada de los demás, que juzgan su vida y a él como padre. La experiencia llevará a Eric a plantearse que quizá no conoce a nadie realmente, ni siquiera a los que tiene más cerca. Hay varias frases en la novela que el autor pone en boca del protagonista para ilustrar esta idea. Destacaré estas dos: “Las fotos de familia mienten siempre” y otra “¿Se puede llegar a conocer realmente a alguien?”.
Hay en las novelas de Thomas H. Cook un tema recurrente (casi obsesivo, diría yo), y que es un sello característico de su estilo: el de la sombra del pasado que siempre acecha, que siempre vuelve para cobrar su tributo; el del pasado como origen de todos los males, que han vivido ocultos en el interior de los personajes durante años y que un hecho traumático saca a la luz con toda su crudeza. Tanto en esta novela como en “Lugares sombríos”, también en “Regreso a Breakheart Hill”, así como en la mejor de todas sus novelas a mi entender, “El misterio de la laguna negra”, incide una y otra vez en ello. Y lo hace además escribiendo en primera persona, lo que refuerza el sentimiento desgarrado del protagonista, en lucha permanente con el conflicto freudiano que le atormenta. Su estilo claro y directo le lleva a construir escenas muy visuales que permitirían una fácil adaptación al cine.
Y como no podía ser menos para una novela negra, Thomas H. Cook no descuida en absoluto el desenlace de la trama. En “Las hojas rojas”, coloca a todos los personajes implicados al borde del abismo, abriendo varias vías para una posible resolución: el lector apostará por aquella que intuye, pero será inútil porque el autor le sorprenderá con una nueva vuelta de tuerca que elevará la intensidad de la narración con un capítulo final prodigioso. Si aún así, el lector no es capaz de conmoverse deberá hacérselo mirar. Les invito a que lo comprueben.

miércoles, 27 de octubre de 2010

Nancy Sinatra



Siguiendo con nuestro repaso a la década de los 60, volvemos al color con Nancy Sinatra y su "These Boots Are Made for Walking", canción de 1966 escrita por Lee Hazlewood. (Curioso personaje este Lee, que además era cantante de Country, Jazz, Pop y hasta Rock, y que introdujo en el mundo de la producción musical a Phil Spector, que luego se convertiría en todo un clásico en la historia de la canción, apadrinando a Tina Turner, Righteous Brothers, The Ronettes... Otro gran personaje). La colaboración entre Nancy y Lee se traduciría en 9 discos. Aquí la vemos derrochando sensualidad y sexualidad (¿senxualidad?) en una canción que se convirtió en símbolo de la emancipación de la mujer en los 60. Un video que encantará a los fetichistas.

jueves, 14 de octubre de 2010

Premio Domingo Santos, o cuando los sueños se convierten en realidad


El 11 de octubre asistí a la cena de gala que la Hispacón celebró este año en Burjassot. Admito que no soy un autor de género al uso (fantástico, terror o ciencia ficción), pero es cierto que nunca he dejado de escribir relatos con ese algo inquietante que los alejan del realismo puro y duro. Este año me atreví a participar en el certamen Domingo Santos con "El taxidermista de Bradomín" y para mi sorpresa fui seleccionado entre los 10 finalistas. Estar tan cerca de ganar un certamen que ya reconoció en años anteriores el trabajo de Félix J. Palma (uno de los mejores escritores no sólo de ciencia ficción, sino en general. Rectifico, no es realmente de ciencia ficción... ¿terror sugerente, surrealismo fantástico? No sabría calificarlo, pero lo borda.), era para mí un motivo de orgullo. Pero hay veces que los sueños llegan a cumplirse y eso fue lo que ocurrió cuando J. E. Álamo, presidente del jurado de este año, pronunció mi nombre como ganador del concurso.
No tengo más que agradecer la generosidad que han tenido conmigo, y extender mi felicitación a los demás finalistas. Los que participamos a menudo en certámenes literarios sabemos lo difícil que es llegar a las rondas finales, por lo que es seguro que los suyos son muy buenos trabajos.
Respecto a la idea que dio origen al relato, vino a la hora de imaginar qué hubiera ocurrido si Valle-Inclán hubiese decidido implantarse el brazo de un muerto. (Valle-Inclán perdió su brazo izquierdo en un duelo de honor con un amigo). Celebro que al jurado le haya gustado y espero que a los lectores les guste también... si es que llega a publicarse.


En la foto aparezco junto a Joe Álamo sosteniendo entre los dos el diploma.
Gracias, Joe, por todo... Respecto al mensaje cifrado en el código de barras, aún no sé lo que pone. Espero llegar a saberlo algún día.

domingo, 3 de octubre de 2010

El escritor y los suyos


Con esta obra, escrita 6 años después de recibir el premio Nobel de literatura, V. S. Naipaul toma distancia con el hecho de escribir y reflexiona sobre el proceso de la creación literaria. Es decir, nos habla de las diferentes formas de mirar que condicionan nuestro pulso a la hora de escribir, y que siempre serán deudoras de la cultura a la que pertenezca el autor. Recordemos que V. S. Naipaul se crió en la isla caribeña de Trinidad (isla racialmente muy dividida), procedente de una familia de la India colonial, y que se formó intelectualmente en Londres. Por tanto, haber conocido tres civilizaciones tan distintas creo que le da legitimidad para tratar el asunto con perspectiva y con una gran clarividencia.
A través de estas páginas Naipaul nos lleva a hacer un recorrido por su vida literaria desde sus inicios, cuando recuerda las narraciones orales que escuchaba en casa de su abuela en la isla de Trinidad. Es en aquellos años cuando escribe sus primeros textos y conoce de la existencia del poeta Derek Walcott a través de las publicaciones culturales caribeñas. Pero hasta que no llegó a Londres y tras pasar por la universidad, no escribió su primer libro en el que estaban presentes las experiencias de su infancia. Es decir tuvo que alejarse, o retroceder dos o tres pasos (en palabras propias), para mirar con perspectiva y tener una visión más amplia del escenario. Ya entonces era consciente de que había varias maneras de mirar. En este sentido es interesante una reflexión que aparece en la página 33:
“La escritura ha de adecuarse. Hay ciertas maneras de escribir sobre ciertos escenarios, sobre ciertas culturas y esas maneras no son intercambiables: no se puede escribir sobre la vida tribal de Nigeria igual que sobre la región central de Inglaterra.”
Esto le sirve a Naipaul para lanzar una crítica muy severa contra las escuelas de escritura en general, a las que considera como un elemento que distorsiona la forma de mirar. Los alumnos se ven forzados a escribir de una manera determinada, que a lo mejor es útil para un tipo muy concreto de lector, pero que en general empobrece la mirada amplia que debe tener un escritor para aprehender el mundo y contarlo después. Naipaul es un viajero incansable e igual que Vargas Llosa reconoce un gran mérito en la novela de Flauvert “Madame Bovary”, por saber captar los matices propios de una cultura y una época, la de la Francia del siglo XIX. Sin embargo abomina de otra de las novelas de Flauvert, “Salambó”, a la que Vargas Llosa califica, en cambio, como la mejor novela histórica de todos los tiempos. Naipaul no está en absoluto de acuerdo. Flauvert, empeñado en demostrar que se ha documentado sobre la época (de hecho, confesó haber leído 200 libros sobre las guerras púnicas entre Cartago y Roma), pretende llenar los espacios que las crónicas históricas no muestran con multitud de detalles y descripciones farragosas, que logran desviar el hilo de la narración y hacer difícil su lectura. Ese es el gran error que a juicio de Naipaul comete Flauvert con esta novela.
Pero la manera de mirar de la India es a la que Naipaul dedica la mayor parte del libro. En líneas generales da la impresión de que los escritores indios sólo saben de sus familias y sus lugares de trabajo. Es la manera india de vivir y en consecuencia la manera india de ver. La India no tiene medios para juzgar, tampoco hay debate sobre la sustancia de un libro o su calidad literaria o el punto de vista del escritor. Esta forma de ver la contrapone con la escritura rusa del siglo XIX: Dostoievski, Turguenev o Gogol vivieron algún tiempo fuera de su Rusia natal pero escribieron en ruso para los lectores rusos. Y esto creó una idea del carácter y el alma rusos. Algo de lo que a juicio de Naipaul carece la escritura india.
Para ilustrar esta observación, el autor dedica casi la mitad del libro a contar la biografía de Gandhi. Se aleja del ensayo literario y se mete de lleno en el análisis histórico. En esta parte del libro Naipaul no sólo anota los hechos más significativos de la vida de Gandhi (su salida de la India, su traslado a Londres para estudiar derecho, su viaje a Sudáfrica donde conocerá la dureza del régimen de segregación racial), sino que analiza el legado que ha dejado en la cultura india y en la forma de ser de sus compatriotas. Un análisis del que se desprende un poso de desencanto por la oportunidad perdida, debido quizá a una estructura social de la India, muy apegada culturalmente a un férreo sistema de castas.
En definitiva, a medio camino de la reflexión y del libro de memorias, El escritor y los suyos constituye un testamento sobre la manera de entender la literatura de un escritor con una gran sensibilidad y una mente privilegiada. Léanlo y entenderán mejor
su obra.

lunes, 27 de septiembre de 2010

Finalistas del Premio Setenil 2010

Fue bonito mientras duró la espera. Finalmente "Las identidades veladas" se ha quedado en el camino, pues el jurado del VII Certamen Setenil de libros de cuentos 2010 ha hecho pública la lista de los 10 finalistas que optarán al premio.
Entre ellos hay autores que ya tienen mucho recorrido: Félix J. Palma, Pilar Adón, Muñoz Rengel, Patricia Esteban, Berta Marsé o Jon Bilbao.
Pero es seguro que los demás finalistas se lo pondrá aún más difícil al jurado. A finales de noviembre se fallará el premio.
Esta es la lista de agraciados. Suerte a todos.

1.- “Los hábitos del azar”, de Francisco López Serrano (Renacimiento); 2.- “Teoría de todo”, de Paula Lapido (Tropo); 3.- “Un koala en el armario”, de Ginés S. Cutillas (Cuadernos del vigía); 4.- “Atractores extraños”, de Javier Moreno (InÉditor); 5.- “Fantasías animadas”, de Berta Marsé (Anagrama); 6.- “El menor espectáculo del mundo”, de Félix J. Palma (Páginas de Espuma); 7.- “Azul Ruso”, de Patricia Esteban Erlés (Páginas de Espuma); 8.- “De mecánica y alquimia”, de Juan Jacinto Muñoz Rengel (Salto de Página); 9.- “Bajo el influjo del cometa”, de Jon Bilbao (Salto de Página); 10.- “El mes más cruel”, de Pilar Adón (Impedimenta);

jueves, 23 de septiembre de 2010

Brenda Holloway



Reconozco que esta canción es una de mis debilidades. When I'm gone fue escrita originalmente para Mary Wells, (que ya había triunfado con My guy) pero fue Brenda Holloway quien la popularizó. Aquí la tenemos en 1965, con 19 años, exudando "rhythm and blues" por la piel. Que la disfruten.

viernes, 17 de septiembre de 2010

La duda


He nacido esta mañana. A mediodía ya había dejado atrás la adolescencia, y ahora que se pone el sol siento que mi vida se acaba. Puedo decir que la he aprovechado al máximo: tengo dos hijos preciosos, he conocido mundo y ejercí la psiquiatría con solvencia. Pero tengo una duda que me corroe y no quisiera llevármela a la tumba. ¿Alguien sabe cuándo se cae el ombligo?

miércoles, 8 de septiembre de 2010

Yo veo tu aura


Es verdad que los viajes enriquecen mucho. Al menos en mi caso uno de ellos ha servido para traerles hoy una historia que, de entrada, no me hubiese creído si a mí me la llegan a contar. Pero es que yo mismo fui testigo de ella. Verán, el pasado año, de viaje por los Estados Unidos, nos pasamos por Silverpain, una población del estado de California. Para quien no lo sepa está enclavada en pleno desierto de Mojave, a medio camino entre Las Vegas y San Diego, y tan bien comunicada que parece una encrucijada de caminos selenitas. Es claro que la ciudad vive de la gente de paso, no en vano todas las infraestructuras de Silverpain están pensadas para ellos: restaurantes, talleres para coches, gasolineras, pequeñas tiendas de ultramarinos, y un motel para camioneros… Y nada más, porque el desierto ha configurado esa ciudad para que nadie se quede allí por gusto. Ni siquiera el 10% de quienes atienden los establecimientos vive en Silverpain.
Pero hay una familia de indios mojave que sí vive allí. La forman doce miembros y regentan una tienda de artesanía desde que decidieran abandonar la reserva india que el estado de Arizona había dispuesto para ellos. Después de repostar en una de las cinco gasolineras de la ciudad, decidimos comprar algunos regalos en la tienda de aquella familia india. Me pareció bastante pintoresca porque un chamán con aspecto de momia, (debía ser el bisabuelo), estaba sentado a la puerta como en estado de trance y ni siquiera parecía prestar atención a los clientes. Pero allí estaba él, a pleno sol, como un suvenir más, ataviado al modo mojave para reclamo de los turistas.
Todos los comercios de Silverpain tienen cámaras de seguridad, alarmas o escaparates blindados porque el índice de delitos por habitante es el mayor del estado. Pero esta pequeña tienda es la única de la ciudad que nunca ha sido asaltada. Y ello, pese a no disponer de ningún medio de protección. Curioso, ¿verdad? Nosotros desconocíamos estos detalles el día que entramos a comprar los regalos. Sólo sé que estando dentro sonó de pronto una campanita que agitaba el chamán desde la puerta. Tras el aviso, cinco de sus nietos irrumpieron desde la trastienda, (escopeta en ristre), en dirección a la salida. Una vez allí, apenas dieron respiro a los tres delincuentes que en ese momento se disponían a entrar. Y como alma que llevase el diablo, los tres asaltantes huyeron por la carretera interestatal en el coche que habían robado la noche anterior en Phoenix. El aspecto y la determinación de los cinco nietos del chamán les convencieron de que la huída era su única salida.
La policía nos lo explicó a los turistas cuando prestábamos declaración como testigos. Aún no sabíamos cómo los indios pudieron anticiparse al robo:
-Los chamanes son capaces de ver el aura de las personas.- Nos dijo la policía con la indiferencia de quien acepta lo sobrenatural como algo cotidiano.
Todavía hoy me acuerdo de los mojave de Silverpain cuando le digo a mi mujer que la quiero. Espero que ella no tenga los poderes del chamán

jueves, 26 de agosto de 2010

El percherón mortal


Estamos ante una novela cuando menos sorprendente. John Franklin Bardin nos propone un juego perverso de falsas identidades que se desarrolla en medio de una trama con tintes de novela negra.
El protagonista es George Mathews, un psiquiatra que recibe la visita de un paciente llamado Jacob Blunt, que le confiesa al doctor su temor de estar volviéndose loco. Jacob es un personaje angustiado porque dice ver “hombrecillos” y recibir de éstos instrucciones bastante peculiares. El psiquiatra se siente intrigado por la aparente coherencia de las extrañas visiones de su paciente, y en un rapto de suficiencia por sus sólidos conocimientos de la profesión, o quién sabe si de inconsciencia al no medir las nefastas consecuencias que acarrearán sus actos a partir de entonces, el doctor Mathews decide acompañarlo en una de las citas con esos “hombrecillos”. A partir de aquí el protagonista se verá involucrado (en un vertiginoso viaje de no retorno), en la realidad paranoica que vive su paciente.
La novela está escrita con estilo ágil, nada farragoso, y al estar contada en primera persona desde el punto de vista del psiquiatra, da a la historia una fuerza y una credibilidad mucho mayores. Esto hace que el lector se sienta sumergido en las mismas zozobras que minan la confianza del protagonista en las personas que lo rodean, pues el caso de Jacob Blunt no sólo pondrá a prueba la capacidad del doctor Mathews como psiquiatra, sino que le llevará a enfrentarse a los límites de su propia locura.
La trama podría haber seguido los derroteros de una historia de locura, psiquiatras y realidades paranoicas, pero con estas premisas John Franklin Bardin nos lleva de la mano hacia una resolución en forma de novela policial, al aparecer un cadáver y un detective que investiga el caso. Esto es de agradecer porque nos rebaja el ambiente angustioso que se va acumulando con el paso (y el peso) de las páginas.
Si tengo que poner un “pero” a la novela, es que a mi juicio el autor abusa del recurso de las pérdidas de memoria temporales del protagonista para mantener la intriga y justificar algunas de las subtramas. Sin embargo, creo que este defecto lo compensa con creces con una resolución redonda de la historia, urdiéndola con una precisión propia de una maquinaria de relojería.
Por otro lado, haciendo otro tipo de análisis, la novela también trataría en el fondo de la soledad, del desarraigo, de las traiciones, de la pérdida de confianza en las personas que tenemos más cerca, que nos hace pensar que en ocasiones el mundo se confabula en nuestra contra. Pero en el límite de nuestro aguante al luchar contra fuerzas que nos superan, cuando lo más fácil es abandonarse a un destino fatal, siempre queda un resquicio para la esperanza, que en esta historia queda simbolizada en el detective Anderson, que da aliento y presta su ayuda al protagonista para salir de la pesadilla en que está inmerso.
En definitiva, El percherón mortal es una novela que gustará a los amantes del género negro, no sólo por lo original de su propuesta y la brillantez de su resolución, sino por la riqueza de los matices psicológicos con que dota a sus personajes. Por el tratamiento que hace de ellos, John Franklin Bardin estaría más cerca de Edgar Allan Poe o Patricia Highsmith que de George Simenon o Agatha Christie. No en vano, Guillermo Cabrera Infante considera al autor de esta novela, junto con Poe y Dashiell Hammet como los tres más originales escritores de la novela policial.
Pues eso, Amen.

jueves, 19 de agosto de 2010

Sylvie Vartan



Si hablamos de cantantes femeninas de los 60, no podía faltar alguna representante de la canción francesa. Hoy les traigo a Sylvie Vartan (con solo 20 años) cantando esta "La plus belle pour aller danser", de 1964. Sylvie, además de cantante también era actriz. Y aunque haya quien la recuerde más por su sonada boda con Johnny Hallyday, yo prefiero quedarme con su faceta de cantante y ese porte dulce y elegante sobre el escenario.

martes, 20 de julio de 2010

Récord de participación en el Premio Setenil

Año tras año la participación en el premio Setenil de libros de cuentos va aumentando. La convocatoria de 2010 ha alcanzado los 82 participantes, lo que indica que en contra de lo que parece, el cuento goza de buena salud. Quiero decir, que goza de la salud que le corresponde, porque creo que el cuento no debe aspirar a las grandes ventas (La lectura de un buen cuento es muy exigente para el lector, y eso los editores lo saben). Este año el jurado está formado por los escritores Andrés Neuman y María Dueñas, y por el crítico literario Ramón Jiménez Madrid. A finales de septiembre harán pública la selección de los 10 finalistas que optarán al premio. Suerte a todos. Esta es la lista de los 82 libros presentados por orden de llegada:

1.- “Los hábitos del azar”, de Francisco López Serrano (Renacimiento); 2.- “Teoría de todo”, de Paula Lapido (Tropo); 3.- “El mar en una botella”, de José Cardona (Rey Lear); 4.- “Lienzos en blanco”, de Félix Amador Gálvez (Diputación de Huelva); 5- “Odio tener que contarlo”, de Alfredo Mozas García (Yo me lo guiso); 6.- “Un koala en el armario”, de Ginés S. Cutillas (Cuadernos del vigía); 7.- “Las estancias provisionales”, de Jose Antonio Mases (Ediciones Trea); 8.- “Atractores extraños”, de Javier Moreno (InÉditor); 9.- “Voy a contarte”, de Maria Paz Legua (Autoedición); 10.- “Queridos niños”, de Juana Cortés Amunárriz (Ayto. Alcalá de Henares); 11.- “Tres cosas hay en la vida”, de Mª Teresa García Molina (Edición personal); 12.- “El incendio y otros relatos”, de José Naveiras García (Ediciones Atlantis); 13.- “Todas las tardes café”, de Santiago García Tirado (Ediciones Irreverentes); 14.- “Algunas historias de amor”, de Yolanda París Tudela (Tundra Ediciones); 15.- “Cita a dos”, de Carles Sans y Ana Llauradó (Seix Barral); 16.- “Comunión”, de Eloy M. Cebrián (Alfaqueque); 17.- “Picnic y otros cuentos recíprocos”, de Gonzalo Calcedo Juanes (El Brocense); 18.- “Diarios miedos”, de Marino González Montero (de la luna Libros); 19.- “Amor en martes”, de Angélica Morales (Libros Certeza); 20.- “La vida después”, de Marina Sanmartín Pla (Baile del Sol); 21.- “Blues y otros cuentos”, de Iñaki Echarte Vidarte (Baile del Sol); 22.- “La ceniza que avanza”, de Juan R. Tramunt (Baile del Sol); 23.- “Cambio de rumbo y otras historias pigmeas”, de Ángeles Jurado Quintana (Baile del Sol); 24.- “En días idénticos a nubes”, de Ana Pérez Cañamares (Baile del Sol); 25.- “Focus, once paisajes para Eros”, de Inés Matute (Baile del Sol); 26.- “Tranquilos en tiempos de guerra”, de Cristián Crusat (Pre-textos); 27.- “El cazador de moscas”, de Domingo Luis Hernández (Ediciones Idea); 28.- “Secretos guardados”, de Francisca Linero (Denes); 29.- “Relatos I”, de Manuel Terrín Benavides (Hipálage); 30.- “Cuentos mínimos”, de Mª José Barrios González (Ayto. Málaga); 31.- “Fantasías animadas”, de Berta Marsé (Anagrama); 32.- “La soledad del farero”, de Fermín López Costero (Ediciones Leteo); 33.- “La maldición del cronista”, de Marc Gual (Paréntesis); 34.- “Pequeñas palabras”, de Salvador Robles (Paréntesis); 35.- “La carpa de oro”, de Charo Prados (Paréntesis); 36.- “Premonición”, de Pepe Cervera (Paréntesis); 37.- “Tenebrario”, de Nina Melero (Alhulia); 38.- “El menor espectáculo del mundo”, de Félix J. Palma (Páginas de Espuma); 39.- “Azul Ruso”, de Patricia Esteban Erlés (Páginas de Espuma); 40.- “España, aparta de mí estos premios”, de Fernando Iwasaki (Páginas de Espuma); 41.- “Mirar al agua”, de Javier Sáenz de Ibarra (Páginas de Espuma); 42.- “Los que rugen”, de Care Santos (Páginas de Espuma); 43.- “Qué hacer para morir asesinado”, de Paco Tejedo (Ediciones Oblicuas); 44.- “Elefantiasis”, de Raúl Ariza (Editores Policarbonados); 45.- “Unas pocas palabras verdaderas”, de José Antonio Abella (Isla del Náufrago); 46.- “Dislexias”, de Javier B (e.d.a. Libros); 47.- “Conozco un atajo que te llevará al infierno”, de Pepe Cervera (e.d.a. libros); 48.- “Necesito llamar al Olimpo”, de Federico Fuentes Guzmán (e.d.a. libros); 49.- “Estampaciones”, de Alena Collar (Editores Pilicarbonados); 50.- “De sótanos y azoteas”, de Juan Carlos Fernández León (Castalia); 51.- “Registro de penados”, de Jorge Sáiz Mingo (Dossoles); 52.- “La vida en cartón piedra”, de Eduardo Rico Sánchez (Ediciones Atlantis); 53.- “LAS IDENTIDADES VELADAS”, DE JAVIER MOLINA PALOMINO (AYTO. MONTIJO); 54.- “Cuentos de todo para todos”, de Consuelo Jiménez Pardo (Visión Libros); 55.- “Ríos de pasión y fuego”, de Gregorio Fernández Castañón (Autoedición); 56.- “Yo lloré con Terminador 2”, de Carlos Salem (Ediciones Escalera); 57.- “La hoja del ginkgo biloba”, de Miguel Rojo (Difácil); 58.- “La ceguera de los ciervos”, de Carlos Frühbeck Moreno (Ediciones del Viento); 59.- “La mujer ígnea y otros relatos oscuros”, de Jose Luís Muñoz (Neverland Ediciones); 60.- “Tres cuentos para Ita”, de Jose Luís Temes (Ediciones Línea); 61.- “De mecánica y alquimia”, de Juan Jacinto Muñoz Rengel (Salto de Página); 62.- “Bajo el influjo del cometa”, de Jon Bilbao (Salto de Página); 63.- “Algunos hombres… y otras mujeres”, de Isabel Núñez (Menoscuarto); 64.- “Si no hay amor, hay olvido”, de Sagrario Núñez (Sial Ediciones); 65.- “El peluquero de Dios”, Antonio Crespo Massieu (Bartleby Editores); 66.- “El mes más cruel”, de Pilar Adón (Impedimenta); 67.- “Serpientes”, de Teresa Arroyo (Eleje Ediciones); 68.- “Agujeros”, de Ángel Collado Mateo (Alhulia); 69.- “Las alas del sueño”, de Rosi Serrano (Ediciones Fergutson); 70.- “Yo mataré monstruos por ti”, de Víctor Ballcels Mata (Delirio); 71.- “Benegas”, de Francisco José Jurado (Almuzara); 72.- “Amaranta y otros cuentos”, de Miguel A. Otero Furelos (Ediciones Hontanar); 73.- “La sonrisa del barquillero”, de Amparo Carballo Blanco (Ediciones Hontanar); 74.- “El anorak de Picasso”, de Jose Antonio Garriga Vela (Candaya); 75.- “Jóvenes y guapos”, de Aloma Rodríguez (Xordica); 76.- “Mentes perversas”, de Óscar Bribian (Mira Editores); 77.- “Arcilla azul”, de Mar Carrillo de Albornoz (Ediciones Atlantis); 78.- “Saber mirar”, de Rubén Sánchez Arasco (Libros Certeza); 79.- “La llave de los mil sueños”, de Bárbara Fernández Esteban (Silva Editorial); 80.- “El inseminador de la margarita”, de Antonio Rodríguez Jiménez (El Páramo Editorial); 81.- “El tío de la capa y otros relatos”, de David Mendoza (Autoedición); 82.- “Recuerdos de la era analógica”, de Daniel Tubau (Ediciones Evohé)

martes, 13 de julio de 2010

Dusty Springfield



Vamos con un nuevo rescate. Se trata de Dusty Springfield y su "I only want to be with you", canción de 1963 con la que se dio a conocer. Escenario minimalista y un sólo foco para iluminar a una Dusty disfrazada de Barbie. No necesita más, sólo su belleza y su voz... Yo también estoy de acuerdo contigo, Dusty: "I only want to be with you".

miércoles, 7 de julio de 2010

Dossier K


Empecemos por decir que el autor de este libro, Imre Kertész, nació en Hungría en 1929 y que tanto su vida como su obra se verán siempre marcadas por su traumática experiencia en los campos de concentración de Birkenau y Auschwitz. Recibió el Nobel de literatura en el año 2002 y a raíz de ese reconocimiento fue objeto de muchas entrevistas. Pero a juicio del autor ninguna de ellas reflejaba el verdadero sentido de su obra: se quedaban en la anécdota, en una sucesión de hechos, que sin analizarlos con la suficiente perspectiva y sobre todo con la necesaria profundidad, llegarían al lector como una narración más, que con el tiempo quizá se llegara a olvidar. Este libro, Dossier K., surge por tanto de esa necesidad de justificar plenamente una vida y una obra destinadas a permanecer siempre presentes: unas memorias que la historia nunca debería olvidar. Imre Kertész se lanza a esta tarea empleando una técnica que a mí, de entrada, me provoca un cierto rechazo, por petulante y pretencioso: la autoentrevista (si se me permite el vocablo). Sin embargo, a medida que avanzamos en su lectura apreciamos otras ventajas que echan abajo nuestros prejuicios. Dos de estas ventajas son la concisión y la amenidad. Con esta forma de escribir se consigue que el autor incida directamente sobre aquellos aspectos que le interesa resaltar, sin circunloquios. Y al mismo tiempo el estilo puramente periodístico de pregunta-respuesta, hace mucho más ágil la lectura, de manera que este libro de 200 páginas se pueda leer casi de un tirón.
Por otro lado, el hecho de que sea el propio autor quien escoja las preguntas hace que la entrevista vaya por derroteros diferentes, quizá más profundos y analíticos, acaso más íntimos, que si esa misma entrevista la preparase otra persona.
En Dossier K. asistimos a un verdadero examen de conciencia del autor. Hace un repaso de esos acontecimientos significativos de su vida, empezando por uno nada baladí que describe en la primera frase del libro: “…a los 14 años y medio me encontré por circunstancias increíblemente estúpidas durante media hora frente a frente con el cañón de una ametralladora preparada para disparar…” Un inicio que, de entrada, deja sin aliento. Nos habla también de la mala relación con su padre; de las lecturas que marcaron su amor por la literatura: “El extranjero”, de Camus; “Muerte en Venecia”, de Thomas Mann; o la obra de Kafka. Nos habla de su trabajo como periodista al terminar la 2ª Guerra Mundial; de su paso por el Partido Comunista y su posterior salida cuando entraron las tropas soviéticas a mediados de la década de los cincuenta; de la escritura de sus novelas, prohibidas por el régimen comunista, mientras sobrevivía escribiendo comedias blancas, etc…
Imre Kertész alterna en la entrevista preguntas que se interesan por su biografía con otras que inciden en un análisis más profundo, que fundamentalmente gira en torno a dos ejes, teniendo siempre como telón de fondo su experiencia en los campos de concentración: uno de estos ejes sería su empeño por distinguir entre ficción y autobiografía. Según él la autobiografía se asemeja mucho a un documento sin añadir nada a los hechos. En la novela, en cambio, lo importante no son los hechos (aunque se basen en la realidad), sino aquello que se agrega a los hechos. Y aquí desliza una crítica a la llamada “literatura del holocausto”, representada por Jorge Semprúm, Sándor Marai, Miklos Szentkuthy, Bela Hamvas, Tibor Cseres, y algunos otros más, porque según su criterio no inciden en esta distinción entre realidad y novela, y cargan de epítetos o adjetivos los testimonios reales hasta desvirtuarlos. Y otro de los ejes sobre el que gira el contenido de su obra es una reflexión sobre el hecho de ser judío, no tanto como practicante de la religión, como por ser integrante de la raza. Según él en la Europa Central y Oriental de la época, dos judíos sólo compartían sus miedos, reflexión de la que se desprende una cierta sensación de desarraigo que se corrobora, por ejemplo, en la frialdad con la que nos habla de su familia.
Ya hacia el final del libro habla sin tapujos del holocausto: según él debe hacerse en la civilización europea (levantada desde una visión cristiana, remarca) un verdadero examen de conciencia. Concluye que él no ha sido víctima del holocausto, que simplemente ha sobrevivido para dar testimonio de él. Y advierto en la manera de expresarlo una cierta dosis de desencanto o amargura cuando hace esta reflexión, que me lleva a plantear en voz alta esta pregunta: ¿Acaso sobrevivir al holocausto quita legitimidad a esta experiencia? ¿Resta credibilidad?... En el fondo creo adivinar que el temor de Imre Kertész es que pensemos que sí.

jueves, 1 de julio de 2010

Volando entre nubes

Como dice el tópico, en el momento en que un libro termina de ser escrito es cuando empieza a ser de los lectores. Desde que "Las identidades veladas" vio la luz hace un par de meses, el libro no ha dejado de darme alegrías: presentaciones, comentarios de gente cercana...
No me siento cómodo hablando de mi propio libro, así que dejaré que sean los lectores quienes opinen. Para aquellos que estén interesados en saber de qué va, pueden pasarse por el blog master en nubes, de Aurora Pimentel. Volad, identidades, navegad por el cielo velado de nubes.
Gracias, Aurora.

jueves, 17 de junio de 2010

Campanadas a medianoche

- Tengo que irme.- Dijo de pronto.
- Quédate un poco más.- Insistí.
- No, no puedo.
- ¿Volveré a verte?
- No lo sé.
No me dio tiempo a más. Sólo pude ver que bajaba las escaleras como alma que lleva el diablo y desaparecía tras la puerta con la última campanada. Fue entonces cuando me agaché a recoger un zapato de cristal a mis pies. La puntera estaba manchada de sangre y largos cabellos rubios enflecaban la suela, evidenciando que aquellas podrían ser las pruebas de un crimen. Durante el baile, ella me dijo que le gustaba jugar al fútbol, pero yo lo atribuí a una excentricidad para enamorarme. También me contó que el vestido y los zapatos los había cogido a escondidas del armario de su sirvienta, que tiene un curioso nombre que ahora no recuerdo.
Mientras sostengo el zapato entre mis manos pienso que quizá esa sirvienta la haya descubierto registrando en su armario y es posible que la discusión derivara en un combate sin reglas. Pero en seguida me surgen varias dudas que debo resolver: ¿es rubia esa sirvienta?; ¿convirtió su cabeza en un balón para mi compañera de baile?...
Mañana lo averiguaré.

jueves, 10 de junio de 2010

The supremes



Vamos con el tercer rescate. Es una actuación en directo de este "Where did our love go", cantada con ese estilo elegante e inconfundible de Diana Ross y compañía (Mary Wilson y Florence Ballard). Pueden considerarse las máximas representantes del sonido Mottown de los 60. Qué grandes canciones nos han dado.

miércoles, 2 de junio de 2010

Lo que ya no recuerdo


Siruela nos presenta en este volumen una colección de cuentos de Valeria Parrella, que tienen como telón de fondo su ciudad natal, Nápoles. Hay que decir que este no es un libro concebido como tal por la autora, sino una selección de cuentos de los dos libros que hasta 2007 había escrito Valeria.
En “Lo que ya no recuerdo” hay cinco cuentos escritos con el estilo ágil y directo de un reportaje periodístico, pero al mismo tiempo no deja de dar las puntadas necesarias para tejer historias creíbles, de personajes con sus matices y sus complejidades psicológicas. Son historias protagonizadas en su mayoría por mujeres inmersas en un mundo que ya ha sido construido y que es imposible de cambiar. La autora nos ofrece una visión realista de la vida napolitana donde la corrupción se respira en el ambiente. El día a día fluye con sus mentiras piadosas, con sus relaciones cotidianas y hasta cierto punto entrañables, en medio de una realidad dura y hostil, y en definitiva con la aparente normalidad que supone asumir que uno vive en un mundo corrompido. Tiene mérito (no sé si es achacable a Valeria Parrella o a la traductora al español, Romana Baena) hablar de todo esto y no mencionar en las 112 páginas las palabras “mafia” o “camorra”. Pero uno termina de leer el libro y sabe lo que la autora quiere denunciar. Sin embargo, el hecho de que éste sea una selección de cuentos de varios libros hace que no todos estén impregnados de un mismo espíritu. Concretamente, el relato que abre el volumen y que da título al conjunto, “Lo que ya no recuerdo”, se separa de los demás en su temática. Nos habla de algunos aspectos relevantes de la vida de la protagonista, desde que va al colegio hasta que huye a Calcuta con Salvatore. Es una mirada nostálgica hacia aquello que ya ha perdido, los pequeños detalles que han conformado en ella su manera de ser: la forma en que se pintaba la madre de su amiga Katia, las cosas de que hablaban, ligeras como los polvos de maquillaje. Por lo demás, nada hace pensar en Nápoles como un entorno asfixiante que marca el destino de sus habitantes. En cambio, en los demás cuentos la presencia de la mafia se palpa más o menos en función de la implicación de los personajes. Así, en “Montecarlo”, a mi entender el relato más logrado, su protagonista Adriana, es una joven idealista que trabaja en una oficina inmobiliaria. No tarda en darse de bruces con la maquinaria de una sistema corrupto del que nadie quiere saber, pero del que todo el mundo se aprovecha. En este cuento retrata el desencanto de la protagonista por no poder cambiar las cosas. Y Valeria Parrella consigue transmitir esa idea con dos pequeñas pinceladas, sutiles pero incontestables: en la primera página, Adriana es reconocida en la barra de un bar como la hija de un futbolista local que jugó allí treinta años atrás, es decir está marcada por el pasado, no puede eludirlo y todo el mundo sabe quien es ella. Y en el último pasaje del relato, Adriana, decepcionada por los acontecimientos, se da un baño en el mar y a medida que la autora describe el perfil de la costa nos percatamos de que se trata del cráter de un volcán sumergido que libera azufre en pequeñas burbujas: es una caldera a punto de ebullición de la que es imposible escapar; una metáfora de la vida en Nápoles.
En otro de los cuentos, “La carrera”, nos habla sin tapujos de la mafia, ese mundo no tan oculto del que todos forman parte. La protagonista de esta historia es una peluquera que vende droga tras pasar por la cárcel. Este relato, el más largo del libro, está poblado de seres desgarrados, en el fondo perdedores, que están atrapados en esa forma de vida de promesas efímeras y lealtades peligrosas, que les exige a cambio el pago de un precio muy alto. Es de lectura desgarrada, demoledora, con tintes de novela negra, negrísima. Si en los anteriores cuentos se intuye la corrupción desde la lejanía, en este se cuenta desde dentro, sin rodeos. En los otros dos cuentos que cierran el libro la presencia de la corrupción es más sutil y las historias se centran en general en otros aspectos de la vida cotidiana, el de las relaciones personales, esas de las que Raymond Carver ha hecho todo un estilo… En definitiva, hablamos de un libro que gustará a los amantes del cuento y que también nos descubre una autora a la que Siruela no debería perder la pista. Los lectores se lo agradeceremos.

jueves, 27 de mayo de 2010

El paraíso en la tierra


No sé si cuando Dios encargó al hombre que dominara a los animales sobre la tierra se refería a que administráramos la serotonina con un mejor criterio.
En el siglo XIX aún no se conocían los beneficios de esta enzima, pero ya hubo intentos de domesticar animales que, sin tener nunca contacto con el hombre, habían evolucionado en estado salvaje durante milenios. Así, el multimillonario Lord Rotschild pensó que domesticando a la cebra ya no sería necesario trasladar los caballos desde Inglaterra hacia las colonias africanas. Se evitaría de esta manera los gastos del traslado y las pérdidas millonarias que suponía la muerte sistemática de los equinos, aquejados de múltiples enfermedades al llegar a una tierra tan ajena y hostil. Enseguida se puso manos a la obra y en pocas décadas consiguió domesticar una camada de seis cebras que embridó en un coche para que tiraran de él como si fueran caballos. Empeñado en demostrar los beneficios de su experimento, quiso ponerlo a prueba en un paseo por los jardines de Buckimham Palace y en presencia de la reina. El fracaso fue estrepitoso. Las cebras salieron desbocadas cuando sintieron en sus lomos rayados y salvajes los primeros latigazos del cochero, lo que llevaba a la conclusión de que cientos de miles de años de evolución natural no podían corregirse a golpe de azote.
Pero este no fue el único intento de domesticar animales salvajes. Ya en el siglo XX, después de años de investigaciones dedicadas a convertir los zorros en perritos falderos y aplicando los principios que Darwin anunciara en su “selección natural”, se fueron apartando los ejemplares más agresivos y se quedaron en los laboratorios con aquellos más propensos a las caricias. Los avances en el siglo XIX se completaron en el siguiente con el desarrollo de la farmacopea y con el descubrimiento de una sustancia química, la serotonina, que inyectada en el cerebro conseguía inhibir el comportamiento agresivo natural. Con tales medios a su alcance, el científico ruso Belyaev logró que tras cuatro generaciones de zorros mansos con alma de enzima, algunos ejemplares empezaran a menear la cola en su presencia, que sus orejas perdieran la rigidez de sus ancestros salvajes y que se acercaran a comer de la mano de su camello de serotonina.
En esta arcadia de mundo feliz y pastoril a nadie se le ocurrió en pleno siglo XX aplicar los beneficios de los experimentos en el propio ser humano, que en estos últimos 100 años y tras varias guerras mundiales y totalitarismos liberticidas consiguió acabar con muchos cientos de millones de sus congéneres. Aunque visto por otro lado lo que el hombre es capaz de generar cuando juega a ser Dios, tenemos bastante difícil la elección de la carta con la que debemos jugar en la vida. Si a mí me dan a elegir, prefiero que los zorros sigan siendo zorros, aunque el hombre siga tropezando en la misma piedra. Al césar lo que es del césar y a Dios lo que es suyo.

viernes, 30 de abril de 2010

Lulu



Vamos con el segundo rescate. La escocesa Lulú fue la primera cantante británica que actuó al otro lado del telón de acero. Fue en 1966, en una gira junto a The Hollies. Elton John ha dicho de ella que su voz "es y ha sido, siempre una inspiración".
Con una carrera tan larga, que aún continúa, le ha dado tiempo a cantar y colaborar con un sin fín de artistas, desde David Bowie, Elton John, The Hollis, James Brown, Van Morrison, Beach Boys, Eric Clapton, Abba, Anastacia, BB King... Y hasta con Bee Gees. De hecho, se casó con uno de los hermanos Gibb, Maurice. Un matrimonio que apenas duró 4 años.
Y como no podía ser menos para una cantante europea de los 60, participó en el festival de Eurovisión de 1969. Fue aquella edición en que proclamaron 4 ganadores, Lulú entre ellos.
Aquí la vemos cantado a orillas del Thamesis, este "Oh me, oh my". Grandísima canción y enorme voz. ¿Quién se acuerda ahora de ella?

domingo, 25 de abril de 2010

El Emperador


En esta obra, Kapuscinski hace un análisis de la vida del emperador Haile Selassie de Etiopía, desde que es coronado en 1930 hasta su derrocamiento en 1974. No se trata, sin embargo, de un estudio cronológico de los acontecimientos sino más bien de un retrato humano del personaje, endiosado y como tal, dueño y señor de los destinos de su país y de sus súbditos, acaparador de un poder absoluto. El autor nos muestra a un emperador absorbido por el papel que le ha tocado desempeñar en la vida. Haile Selassie se siente un elegido para detentar el poder en todos los órdenes, desde las decisiones que implican a los más altos niveles de la nación, hasta aquellas que afectan a las personas de peor condición social. Todo pasa por sus manos, incluso las facturas y las cuentas de resultados de cualquier negocio familiar. Dotado de una memoria prodigiosa, no necesita apuntar nada, y es capaz incluso de recordar el nombre de la persona a la que nombró director de un hotel cinco años atrás… Porque hasta ese tipo de nombramientos debe contar con su visto bueno.
Sin embargo, Kapuscinski, lejos de mostrar un apasionamiento que distorsione la figura objeto de su estudio, cede la palabra a multitud de personajes que lo trataron de cerca, que vivieron con él en el día a día; treinta y cinco voces que dan una visión más objetiva, no tanto por el juicio de valor que sobre Haile Selassie puedan deslizar con sus testimonios, sino porque cuentan hechos concretos de su vida más íntima y de su labor de gobierno; unos hechos de los que estas voces han sido testigos.
En esta obra el autor estructura su estudio en tres partes. En la primera cuenta pequeñas anécdotas que muestran muy bien su personalidad, en sus relaciones con la corte, sus ministros y personal de servicios. Bastan un par de testimonios para mostrarnos la personalidad de este emperador feudal en pleno siglo XX. En la página 40 recoge lo que cuenta uno de ellos:
“… Yo fui el porta-cojín del Bondadoso Señor durante veintiséis años. Acompañé al emperador en sus viajes por el mundo, y la verdad –lo digo con orgullo- Nuestro Señor no podía ir sin mí a ninguna parte porque su dignidad continuamente le exigía sentarse en el trono y no lo podía hacer sin el cojín, y el porta-cojín era yo. Yo dominaba a la perfección todo un protocolo al respecto, al igual que poseía un tan vasto como útil conocimiento del tamaño de los diferentes tronos reales, lo cual me permitía escoger rápida y certeramente el cojín idóneo. Cincuenta y dos cojines tenía yo en mi almacén, todos de distinta medida, grosor, material y color…”
Pero otro testimonio, que podemos leer en la página 135, es todavía más revelador respecto a la forma de relacionarse con sus súbditos:
“… Durante muchos años serví a su Altísima Majestad como encargado del mortero. Colocaba la máquina cerca del lugar donde el Bondadoso Monarca ofrecía banquetes a los pobres, ávidos de puchero. Cuando el festín tocaba a su término, yo disparaba al aire unas cuantas salvas. Una vez disparadas, los proyectiles se abrían dejando salir de su interior unas nubes multicolores que poco a poco iban cayendo suavemente sobre la tierra. No eran sino pañuelos variopintos con la efigie del Emperador. La gente se agolpaba, se empujaba a codazos, alargando las manos. Todos querían volver a casa con el retrato de Nuestro Señor milagrosamente caído del cielo…” Después de leer esto, sobra cualquier comentario.
En la segunda parte de la obra, Kapuscinski aborda una etapa de dificultad en el reinado de Haile Selassie, con un intento de derrocamiento sufrido en 1960 por parte de un grupo de descontentos que integraban su propia camarilla. Y ahí desvela las luchas por el poder que diversas facciones llevaron a cabo entre sí, de manera descarnada, con el único fin de ganarse el favor del soberano todopoderoso. Podemos deducir por lo investigado que Haile Selassie no tomaba partido por ninguna facción y se mostraba más bien apartado de esas luchas, como si estuviera por encima del bien y del mal.
En la última parte, cuenta el levantamiento (esta vez sí tuvo éxito) que se produjo en toda Etiopía, alentado por las universidades y una facción de su séquito que exigía cambios para eliminar la corrupción y esas formas feudales de gobierno. Corrían otros tiempos, los movimientos del mayo del 68 habían tenido amplia repercusión en todo el mundo, y la opinión de la prensa internacional respecto a la situación del país empezaba a preocupar en la corte. Además de los testimonios recogidos por el autor, también se exponen algunas de sus propias reflexiones, algo que se agradece, como contraste por su condición de observador europeo:
“… En aquellos años existían dos imágenes de Haile Selassie. La primera –conocida por la opinión pública internacional- presentaba al emperador como un monarca, tal vez un tanto exótico pero valiente, al que caracterizaba una energía inagotable, una mente despierta y una profunda sensibilidad; como el hombre que había plantado cara a Musolini, recuperado el Imperio y el trono, y que se había fijado el ambicioso objetivo de sacar a su país del subdesarrollo y de jugar un papel importante en el mundo. La segunda imagen presentaba al monarca como un soberano capaz de hacer cualquier cosa con tal de mantener su poder, y ante todo, un demagogo y un paternalista teatral, que con sus gestos y palabras enmascaraba la venalidad, la cerrazón y el servilismo de la elite gobernante, por él creada y mimada. Por lo demás, como suele ocurrir en la vida, ambas imágenes eran auténticas…”
Poco más que añadir a las palabras de Kapuscinski. Desde luego, este libro, El Emperador, es una lectura interesante y totalmente recomendable.

miércoles, 21 de abril de 2010

Vida inquietante


Después de la explosión nuclear la vida se volvió bastante más monótona. No sólo por los cuatro años que pasó escondido en el refugio hasta que las radiaciones dejaron de ser nocivas; sino porque al salir de allí tuvo la sensación de encontrarse en otro planeta. Tan grande fue la destrucción que apenas quedó algún edificio en pie, y hasta la corriente eléctrica dejó de funcionar. Él era el único superviviente sobre la Tierra. Lo supo después de cincuenta días vagando en soledad.
Y fue al quincuagésimo primer día cuando aquellos seres tan extraños se presentaron a la puerta.

jueves, 25 de marzo de 2010

Las identidades veladas, en Montijo


Dicen que el hambre que espera hartura no es hambre ninguna. Hace un par de semanas por fin vio la luz mi primer libro de cuentos. Ha sido este un largo periplo de cuatro años desde que terminé el manuscrito, se falló el premio, y finalmente se editó. Pero helo aquí, vivito y coleando. Como es norma habitual en Montijo, nos acogieron con un cariño y un calor como en muy pocos lugares he visto. Mando desde aquí mi agradecimiento y felicitación por ser como son. Le auguro una larga vida a este certamen. Fue una noche literaria, cercana y calurosa, a la que asistimos los tres últimos premiados en el certamen. De izquierda a derecha vemos a Marta Gómez Mata, que recogió su premio por “Las noches de papel”, Piedad González-Castell Zoydo, el alma del certamen, la concejala de cultura de Montijo, Mª Victoria, un servidor con corbata color cobre, y a mi lado Floreal Peleato, que presentó su libro “Siete voces”. A todos ellos, muchas gracias.

jueves, 18 de marzo de 2010

Jackie DeShannon



Vamos con el primer rescate: “When you walk in the room”. Pero antes de nada debo hacer una aclaración. Aunque parezca que sí, el pie derecho de Jackie DeShannon no está clavado al suelo. Que la disfruten.

miércoles, 17 de marzo de 2010

Operación rescate

Haciendo un inventario de todo lo que hay en el desván de la casa Usher, me he topado con una estantería llena de discos de vinilo. Son todos de los años 60. Durante meses los he ido escuchando poco a poco, para darles la oportunidad de resucitar, al menos, un puñado de canciones. Es una pena que la gran mayoría de ellas permanezcan en el baúl de los olvidos para el común de los mortales. Todo el mundo conoce a The Beatles, The Rolling Stones, Tom Jones, Aretha Frankilng, Elvis Presley,… Pero no creo que podamos añadir (haciendo memoria) una decena de nombres más a los ya apuntados. Supongo que es el precio que hay que pagar por vivir en estos tiempos. Por eso, desde aquí, desde este rincón de la casa Usher, me he propuesto intentar poner remedio a esta injusticia. Pero voy a hacerlo, además, redoblando el desagravio. Pues voy a rescatar canciones de mujeres, que cantaban como los ángeles y que, unas más que otras, han ido perdiéndose en la memoria. Atentos a los próximos días.