miércoles, 7 de julio de 2010

Dossier K


Empecemos por decir que el autor de este libro, Imre Kertész, nació en Hungría en 1929 y que tanto su vida como su obra se verán siempre marcadas por su traumática experiencia en los campos de concentración de Birkenau y Auschwitz. Recibió el Nobel de literatura en el año 2002 y a raíz de ese reconocimiento fue objeto de muchas entrevistas. Pero a juicio del autor ninguna de ellas reflejaba el verdadero sentido de su obra: se quedaban en la anécdota, en una sucesión de hechos, que sin analizarlos con la suficiente perspectiva y sobre todo con la necesaria profundidad, llegarían al lector como una narración más, que con el tiempo quizá se llegara a olvidar. Este libro, Dossier K., surge por tanto de esa necesidad de justificar plenamente una vida y una obra destinadas a permanecer siempre presentes: unas memorias que la historia nunca debería olvidar. Imre Kertész se lanza a esta tarea empleando una técnica que a mí, de entrada, me provoca un cierto rechazo, por petulante y pretencioso: la autoentrevista (si se me permite el vocablo). Sin embargo, a medida que avanzamos en su lectura apreciamos otras ventajas que echan abajo nuestros prejuicios. Dos de estas ventajas son la concisión y la amenidad. Con esta forma de escribir se consigue que el autor incida directamente sobre aquellos aspectos que le interesa resaltar, sin circunloquios. Y al mismo tiempo el estilo puramente periodístico de pregunta-respuesta, hace mucho más ágil la lectura, de manera que este libro de 200 páginas se pueda leer casi de un tirón.
Por otro lado, el hecho de que sea el propio autor quien escoja las preguntas hace que la entrevista vaya por derroteros diferentes, quizá más profundos y analíticos, acaso más íntimos, que si esa misma entrevista la preparase otra persona.
En Dossier K. asistimos a un verdadero examen de conciencia del autor. Hace un repaso de esos acontecimientos significativos de su vida, empezando por uno nada baladí que describe en la primera frase del libro: “…a los 14 años y medio me encontré por circunstancias increíblemente estúpidas durante media hora frente a frente con el cañón de una ametralladora preparada para disparar…” Un inicio que, de entrada, deja sin aliento. Nos habla también de la mala relación con su padre; de las lecturas que marcaron su amor por la literatura: “El extranjero”, de Camus; “Muerte en Venecia”, de Thomas Mann; o la obra de Kafka. Nos habla de su trabajo como periodista al terminar la 2ª Guerra Mundial; de su paso por el Partido Comunista y su posterior salida cuando entraron las tropas soviéticas a mediados de la década de los cincuenta; de la escritura de sus novelas, prohibidas por el régimen comunista, mientras sobrevivía escribiendo comedias blancas, etc…
Imre Kertész alterna en la entrevista preguntas que se interesan por su biografía con otras que inciden en un análisis más profundo, que fundamentalmente gira en torno a dos ejes, teniendo siempre como telón de fondo su experiencia en los campos de concentración: uno de estos ejes sería su empeño por distinguir entre ficción y autobiografía. Según él la autobiografía se asemeja mucho a un documento sin añadir nada a los hechos. En la novela, en cambio, lo importante no son los hechos (aunque se basen en la realidad), sino aquello que se agrega a los hechos. Y aquí desliza una crítica a la llamada “literatura del holocausto”, representada por Jorge Semprúm, Sándor Marai, Miklos Szentkuthy, Bela Hamvas, Tibor Cseres, y algunos otros más, porque según su criterio no inciden en esta distinción entre realidad y novela, y cargan de epítetos o adjetivos los testimonios reales hasta desvirtuarlos. Y otro de los ejes sobre el que gira el contenido de su obra es una reflexión sobre el hecho de ser judío, no tanto como practicante de la religión, como por ser integrante de la raza. Según él en la Europa Central y Oriental de la época, dos judíos sólo compartían sus miedos, reflexión de la que se desprende una cierta sensación de desarraigo que se corrobora, por ejemplo, en la frialdad con la que nos habla de su familia.
Ya hacia el final del libro habla sin tapujos del holocausto: según él debe hacerse en la civilización europea (levantada desde una visión cristiana, remarca) un verdadero examen de conciencia. Concluye que él no ha sido víctima del holocausto, que simplemente ha sobrevivido para dar testimonio de él. Y advierto en la manera de expresarlo una cierta dosis de desencanto o amargura cuando hace esta reflexión, que me lleva a plantear en voz alta esta pregunta: ¿Acaso sobrevivir al holocausto quita legitimidad a esta experiencia? ¿Resta credibilidad?... En el fondo creo adivinar que el temor de Imre Kertész es que pensemos que sí.

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