lunes, 13 de diciembre de 2010

Dos recuerdos


A medio camino entre la historia, las memorias y un sutil retrato psicológico de personajes podríamos situar esta pequeña obra del economista británico y premio Nobel de economía John Maynard Keynes. El título del libro ya nos habla con meridiana claridad de su contenido: son dos recuerdos en dos momentos concretos de su vida. El primero de ellos trata de su intervención en las conversaciones que se llevaron a cabo para el armisticio de la 1ª Guerra Mundial en 1919; y el segundo es un repaso de esos primeros años de formación intelectual del autor en la universidad de Cambridge y la influencia que tuvieron en él. Son textos muy diferentes. Mientras el primero entroncaría con la historia, el segundo guardaría relación con una especie de memoria de iniciación. Y llegado a este punto, no he podido evitar preguntarme qué vínculos pueden enlazar estos dos textos para que El Acantilado los edite en un solo volumen, más allá de que hayan salido de la pluma de Keynes. Y en la introducción escrita por David Garnett está la respuesta: fueron textos concebidos para ser leídos al grupo más íntimo de sus amigos, que solían reunirse 3 ó 4 veces al año, y entre los que se encontraba el propio Garnett. Hecha esta aclaración, vayamos al contenido.
Sin duda el primer recuerdo es el más interesante. Lo titula “El doctor Melchior”, y en él hace un repaso de las duras conversaciones que condujeron a la firma del tratado de Versalles para poner fin a la 1ª Guerra Mundial. Llama la atención que en contra de lo que pudiéramos pensar, estas reuniones no se hayan gestado durante meses en palacios o en sedes de gobiernos, sino en diferentes ciudades de Francia y en lugares tan insospechados como hoteles, un vagón de tren o una humilde taberna. John Maynard Keynes cuenta el proceso del tratado de paz con vocación de notario que levanta acta de todo. Pero al mismo tiempo no elude una mirada irónica cuando juzga las actitudes, los desvelos y las evoluciones de sus interlocutores durante todos esos meses. Otro detalle que pone de relieve es la disparidad de criterios entre los propios aliados para encauzar el armisticio. Mientras Francia y Bélgica buscaban justicia ahogando económicamente a la derrotada Alemania; Inglaterra y Estados Unidos estaban más interesados en levantar el embargo alimentario para no poner en su contra a la población civil, que estaba al borde del hambre. Querían así evitar que el descontento y la desesperación les llevara a entregarse al bolchevismo, que ya veían como una seria amenaza para Europa. La grandeza de una nación, de unas ideas o de una civilización no sólo se sustancia en el poder del ejército que le sirve, sino también en el valor de las personas que la forman y en la inteligencia de sus dirigentes. En este sentido, John Maynard Keynes también nos desvela sus indudables dotes para llevar una negociación tan dura y difícil en beneficio de Inglaterra. Él es consciente de su papel y de la importancia del momento histórico. Pues con el tratado de Versalles se puso fin al choque de dos mundos o de dos formas de ver el mundo: uno en plena decadencia (representado por Alemania) y que en definitiva llevó a la desaparición de los imperios prusiano y austro-húngaro. Y otro, el liberal-occidental, representado por el dominio pujante de las superpotencias económicas e intelectuales que ejercerían como tales a partir de entonces: Estados Unidos e Inglaterra. En medio, países como Francia, Bélgica e Italia buscaban réditos más localistas y a corto plazo. Y al fondo, la amenaza de la revolución bolchevique, fuertemente ya afianzada en Rusia. Todo esto lo supo ver Keynes con mucha lucidez y aprovecharlo en beneficio de su país a la hora de negociar la paz con Alemania. Otra cosa son las consecuencias de ese tratado, que en definitiva pudo contribuir en mayor o menor medida a que la población alemana se entregara al nazismo, ahogada por las deudas y gravemente herida en su orgullo.
El segundo recuerdo del que trata en el libro, “Mis primeras creencias”, tiene un corte muy diferente del anterior. En esta ocasión, Keynes es más intimista, desnuda su alma y centra la mirada en las ideas que alimentaron su formación intelectual durante sus primeros años como alumno de Cambridge entre 1902 y 1904. Nos habla del grupo en el que estaban Bertrand Russell, el profesor G. E. Moore, el escritor Foster y otros intelectuales, de las inquietudes que les llevaba a hablar del ideal moral, de la búsqueda o la justificación del conocimiento útil, de la cuestión del placer y la belleza, etc… Cuestiones que le llevaron a un enfrentamiento con el escritor D. H. Lawrence. Pero el paso del tiempo deja huellas indelebles y echando una mirada atrás, Keynes abomina de muchas de sus creencias de aquellos años.
Más allá de las teorías económicas que desarrolló como economista (más proclive a la intervención de los estados frente a la visión más liberal de la economía) este libro es una pequeña joya que nos habla de una mente inquieta, en constante evolución, abierta, lúcida y vitalista, la de este economista e intelectual que fue John Maynard Kaynes. Este pequeño libro, “Dos recuerdos” es una buena muestra de ello.

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