lunes, 8 de noviembre de 2010

Fábula de convivencia y justicia

Vivo en una comunidad de unos doscientos vecinos y cada uno es propietario de su vivienda. Una vez al año nos reunimos para exponer los problemas y aprobar los presupuestos. De la gestión de los gastos y los trámites burocráticos se encarga un administrador de fincas que en su día elegimos por mayoría. Ya se sabe que cada comunidad es un mundo y llevarse bien entre los vecinos, vivir en armonía, es algo complicado. Pero lo hemos ido superando día a día. Sin embargo, de un tiempo a esta parte ha degenerado mucho la convivencia en nuestra comunidad. Hay un grupo de vecinos (el más alejado de la urbanización) que está haciendo de su capa un sayo: no respetan las decisiones acordadas en la junta, no pagan los recibos de la comunidad, destrozan los buzones, molestan a los demás con música a altas horas de la noche y con humaredas de barbacoas (algo que está prohibido), e incluso están cobrando una tasa simplemente por pasar delante de su portal… A los que osamos protestar nos insultan y amenazan. De hecho, a un vecino le quemaron su coche porque se quejó de la situación al administrador.
Lo más desalentador es que no nos sentimos respaldados por el resto de la comunidad. Es verdad que hay muchos vecinos que nos apoyan, pero otros miran hacia otro lado porque creen que no es para tanto, que quizá la culpa también es nuestra por estar tan pendientes de lo que hacen o dejan de hacer. Y otros han arrojado la toalla y han optado directamente por marcharse a vivir a otra urbanización.
En la última reunión de vecinos propusimos al administrador denunciar a esta gente para echarla de la comunidad, pero éste se ofreció a hablar con ellos por si los convencía antes de llevarlos al juez, pese a que ya habían acumulado delitos para que pasaran una buena temporada en la cárcel. El caso es que después nos enteramos de que el administrador ya estaba reuniéndose en secreto con ellos durante los últimos meses para incorporarlos a la junta, incluso violando los estatutos. Pero al echárselo en cara al administrador en la última reunión, la mayoría de los vecinos nos recriminó que sacáramos siempre el mismo tema, que ya estaban cansados (llevábamos 2 horas de reunión), y que por nuestra culpa no había consenso para instalar un bar y una pantalla gigante en el centro de la urbanización para seguir los partidos los fines de semana… Y aquí seguimos nuestra vida en la comunidad, con la sensación de estar cada vez más solos y arrinconados.


Vivo en una comunidad llamada España y su administrador se apellida Rodríguez Zapatero. El sábado pasado estuve con las víctimas del terrorismo en la plaza de Colón en Madrid. Por caridad hacia ellas y porque es de justicia lo que piden… Pero también porque siento que a estas alturas del siglo XXI todavía nos estamos jugando nuestra propia libertad. Nos estamos jugando, en definitiva, ser ciudadanos con dignidad en un país con sentido de la justicia, o ser súbditos sin voz en un régimen preso del miedo. Y esta es una batalla diaria a la que no podemos renunciar. Yo, al menos, no pienso hacerlo.

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