Colección
de cuentos que publica Alfaguara de este autor americano cuya obra más conocida
es “El hombre invisible”. Nacido en
Oklahoma en 1914, este autor de raza negra ha hecho de la denuncia de la desigualdad
racial el objeto de su obra.
“Vuelo a casa” es
una colección de relatos que ha sido concebida por el editor John F. Callahan a la muerte de Ralph Ellison en el año 1994, a partir
de cuentos que fueron publicados en su época a principios de los años 40, a los que ha añadido
varios cuentos inéditos. El propósito de Callahan es ordenar las historias de
tal manera que el conjunto espacio-temporal narrativo transcurra de forma
paralela, o al menos lo más parecido posible, a la vida de Ellison. Así, los
primeros cuentos tienen a niños como protagonistas en una comarca
indeterminada, que podemos identificar con el sur de los Estados Unidos, la
tierra de origen de Ellison. A medida que se suceden las historias, sus protagonistas
pasan a ser adultos que se han instalado en las grandes ciudades industriales
del norte, como Chicago.
Aunque la tentación es grande, dado el trasfondo de su obra,
el autor no hace un discurso de denuncia o político como tal. Simplemente se
sirve de la narración pura y dura para escenificar algunos pasajes de la vida
diaria de estos personajes, enclavados en una tierra y una época de prejuicios
que han moldeado durante generaciones los caracteres y los códigos de conducta.
Un método mucho más efectivo e ilustrativo para mostrar la realidad con todos
sus matices.
Es por ello que pese a que el estilo es muy limpio, sencillo,
de frases cortas y plagado de diálogos, la lectura deja un poso de amargura
ante el panorama desolador de graves injusticias y desigualdades raciales
amparadas por la sociedad.
“Vuelo a casa”
arranca con dos cuentos que me parecen los mejores de la colección, pese a su
dureza. En el primero de ellos, “Una
fiesta abajo en la plaza”, describe el asesinato de un negro al que la
comunidad de blancos ha acorralado, desnudado y quemado vivo. La historia la
cuenta en primera persona uno de los participantes del linchamiento, un niño,
que ante el horror al que asiste, intenta huir del lugar sin éxito. Llama la
atención que uno de los personajes más activos sea candidato a sheriff del
condado. Una forma de denunciar que el racismo no sólo está en los hombres sino
también en la ley. Este es el único relato en que se muestra la violencia de
una manera tan explícita. Los demás son mucho más sutiles en su tratamiento.
En el segundo de ellos, el mejor según mi criterio, “Un chico en tren”, cuenta la historia
de una madre muy humilde que viaja en tren con sus dos hijos pequeños para
iniciar una nueva vida tras la muerte de su marido. No dice cómo murió ni en
qué circunstancias, pero desliza que el niño menor, siendo negro es de piel más
clara que su hermano, lo que apunta a un drama familiar en el que tal vez se
viera involucrado el capataz. Las lágrimas de la madre mientras mira el paisaje
que deja atrás así lo sugiere. Y los niños juegan y ríen, ajenos a todo.
En el relato, “Si yo
tuviera alas”, como nota curiosa destacaré esta frase que Ralph Ellison pone en boca de uno de
los personajes: “¿Qué crees que le
pasaría a tu pobre madre si los blancos se enteraran de que tiene un hijo negro
que es tan insensato que habla de ser presidente?” El cuento fue escrito en
1943. 65 años después no sé qué pensó la madre de Barack Obama. Seguramente, que los tiempos han cambiado.
En otro de los cuentos, “El
vigilante de Hymie”, la miseria iguala a varios indigentes, un blanco y
varios negros que viajan como polizones en un tren de mercancías. Pero cuando
el blanco asesina a uno de los vigilantes del tren, las autoridades se dedican a
buscar al culpable únicamente entre los viajeros negros. Esa igualdad aparente
sugerida al inicio del cuento salta por los aires cuando se ha de aplicar la
justicia.
Conforme va situando a los protagonistas, ya adultos, en las
grandes ciudades éstos toman conciencia de su situación como personas de
segunda. Y no ahorra tampoco una autocrítica. Así, en el relato “Difícil mantenerse a su altura”, uno de
los negros protagonistas viene a quejarse de que los negros “somos como lobos solitarios, cada uno tratando
de actuar por su cuenta”.
Y en ese tono se van sucediendo los cuentos. Ralph Ellison expone las situaciones
con mucha crudeza y las resuelve con muy pocas concesiones a la esperanza, lo
que lleva a una lectura angustiosa y desagradable por la realidad que describe.
Pero es un punto de vista que la literatura no ha tratado
con la justicia que merece. Al menos, es la impresión que tengo. Cuando uno lee y habla sobre literatura sureña,
enseguida se le vienen a la mente los grandes autores que diseccionan la América profunda: William Faulkner, Flannery O’Connor, Katherine
Anne Porter, Tennesee Williams,…. Todos pusieron el foco en la sociedad
sureña americana, lastrada soterradamente por unos complejos de culpa que quizá
podrían tener su origen en las grandes cuestiones que llevaron a la Guerra de Secesión y a una
posterior derrota que algunos, incluso, interiorizaron con orgullo. A grandes
rasgos esos autores hablaban de personajes frustrados, con grandes
contradicciones, inmersos en una sociedad en decadencia, que en muchos casos
sabían injusta. Una sociedad en la que más de la mitad de la población es de
raza negra.
Y sin embargo, ninguno de ellos escribió sobre el racismo
desde esa perspectiva, desde ese lado de quien sufre la injusticia. ¿Acaso es
que es necesario ser negro para escribir sobre la desigualdad racial?
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