Antes de hablar de este libro permítanme una pequeña
introducción.
Hace unos años, cuando aún no había abierto este desván en la Casa Usher y no había diseccionado
los libros que colgaban de sus estanterías, tuve la oportunidad de vivir uno de
esos descubrimientos de los que uno recuerda con orgullo. En cierta ocasión me
ofrecieron participar en un certamen de novela corta desde el otro lado de la
barrera, es decir, como jurado. Y acepté gustoso.
Como ya han pasado bastantes años (más de 6), no creo que
haga mal a nadie si desvelo a medias un pequeño secreto. Recuerdo que de las 43
novelas que se presentaron había 4 ó 5 que por su calidad optaban al premio.
Pero una de ellas destacaba clarísimamente por encima de las demás. Narraba la
relación entre un niño y su tío, ferviente madridista, de los que van al campo
de fútbol cada domingo. Al niño protagonista se le abrieron entonces las
puertas de un mundo por descubrir: el del mundo del fútbol, pero también el de
los adultos. Porque en realidad esa novela narraba el tránsito de la infancia a
la madurez. Al mismo tiempo el autor aprovechó la ocasión para radiografiar la sociedad
española en una época que iba desde mediados de los años 60 hasta finales de los
90. Un recorrido que incluía la historia del Real Madrid a través de sus
jugadores y de sus títulos, y que marchaba paralela a una época de cambios en
la sociedad. El autor hizo el esfuerzo de echar una mirada atrás, nostálgica a
veces, para hacer un repaso de esos elementos que forman parte de nuestra
memoria colectiva: la que todos en mayor o menor medida, hemos vivido a través
de los periodistas de la radio, de los cromos de nuestra infancia, de los
anuncios de televisión, de las revistas que marcaron una época, de los
cantantes, de las marcas de tabaco y colonia, de los periódicos, de las prendas
de moda…
Era una novela narrada con una gran sensibilidad, muy bien
escrita, con personajes cargados de humanidad, y que además utilizaba el fútbol
como motor de la historia. Hace falta ser valiente porque pocos autores escriben
sobre el deporte. Por su estilo, también por su complejidad, era una novela de un
escritor con mayúsculas. Así lo expuse a los demás miembros del jurado cuando
nos reunimos para deliberar. Pero me quedé solo defendiendo su candidatura y el
ganador fue otro (que para mi gusto, no le llegaba ni a la altura del zapato:
¡si no lo digo, reviento!). Una vez emitido el fallo solicité a la organización
me desvelara la identidad de ese autor, con mi promesa de guardar silencio (hasta
ahora): Carlos del Pozo Manzanares.
Y he aquí que la casualidad vino a encontrarse conmigo varios
años después de aquella experiencia. Fue en la sección de librería de una gran
superficie. En el cesto de libros de saldo (estaban a 1 euro) me encontré de
nuevo con Carlos del Pozo, esta vez
sin pseudónimo, y entonces no lo dudé: “Los
años del abreviado” ha sido la compra más satisfactoria que he hecho en
mucho tiempo. Porque a la vez, ha confirmado con creces la opinión que ya tenía
de su autor.
Hecho este inciso, vayamos con el libro que hoy nos ocupa.
“Los años del
abreviado” hace referencia a esa época en que empezaron a proliferar los
llamados “jueces estrella” en la
Barcelona postolímpica. El procedimiento abreviado era ese
proceso por el cual se agilizaban los trámites y los tiempos judiciales en el
que participaban procuradores, abogados, jueces y mucho dinero (y por tanto,
corrupción) en el camino. El libro, a caballo entre la novela y la crónica
negra judicial, cuenta en primera persona la historia de un joven abogado que
se traslada desde Madrid a Barcelona para trabajar en un despacho de abogados
en los años del gran despegue económico de principios de los 90. La inocencia
del protagonista, su mirada limpia chocan con las formas de un mundo regido por
las cartas marcadas de las pequeñas corruptelas en las que todos participan en
mayor o menor medida.
El hecho de que Carlos
del Pozo sea abogado en ejercicio dota de mucha credibilidad a la historia
porque no escatima en detalles a la hora de contar las relaciones que se
establecen dentro del estamento judicial: abogados, clientes, fiscales,
secretarios, jueces...
Y como sucedía en esa novela inédita que tanto me gustó, el
narrador también hace un repaso de la actualidad que retrata, orientada en este
caso a la crónica negra judicial: los casos del violador del ascensor, el loco
del chándal, el asesino de la ballesta; casos de corrupción como Banca
Catalana; habituales de los juzgados como el Vaquilla o el empresario Javier de
la Rosa ; magistrados
que fueron noticia por la excentricidad de sus sentencias, como los jueces
Oubiña o Pascual Estevill… Una realidad que en muchos casos venía acompañada de
una conjunción de intereses de amplios sectores del poder político, económico y
de medios de comunicación (unas veces para hacerlos públicos y otras para
taparlos).
Meterse en semejante jardín puede acarrear consecuencias.
Por eso hace bien Carlos del Pozo en
aclarar al final del libro que la historia del protagonista de la novela es
totalmente ficticia. Son tales los detalles que revela que en muchos momentos
de la lectura de “Los años del abreviado”
he temido por la integridad física del autor, por aquello de las represalias.
Si les apetece una lectura inquietante por la realidad que
describe, y a la vez agradable por la empatía hacia el protagonista que consigue
del lector (algo que me parece de vital importancia y que no es fácil de
lograr), hagan un hueco a este libro. Coincidirán conmigo en que Carlos del Pozo merece publicar todo lo
que escriba. Yo, por mi parte, siempre le estaré agradecido a ese certamen de
novela corta por haberme dado la oportunidad de descubrirlo, aunque al final no
haya ganado el premio que sin duda merecía.
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