Hace unos años cayó en mis manos esta novela que fue premio Azorín del año 1993. El hecho de que estuviera avalada por un premio de tanta relevancia no fue para mí un reclamo tan grande como saber que el autor de la novela era Vicente Muñoz Puelles, un escritor que nunca me ha defraudado. No goza del bombo mediático que disfrutan otros y es una pena: yo sí lo tengo entre mis escritores favoritos en la actualidad. Autor todo terreno, Muñoz Puelles ha tocado casi todos los géneros: desde la literatura infantil y juvenil (auténtico best-seller en este campo), hasta la novela erótica, pasando por la novela de intriga e incluso la novela histórica.
“La emperatriz Eugenia en Zululandia” se podría inscribir dentro de este último género… aunque no sólo, y diré por qué. Cuenta la historia del príncipe Eugenio Luis Napoleón, hijo del emperador de Francia Napoleón III y de Eugenia de Montijo. Una vez muerto el emperador, y con la esposa y el hijo en el exilio de Inglaterra, a la espera de que regresen los tiempos de los grandes imperios, Eugenio Luis Napoleón siente que debe justificarse ante la historia. Sabe que tiene un apellido muy pesado a sus espaldas (ya que es el hijo del sobrino de Napoleón) y decide emprender un viaje al sur de África, a luchar en la tierra de los grandes guerreros Zulúes, en contra de los intereses de Francia, que está regida en aquel entonces por una república. Es la época en que las grandes potencias europeas se disputan los territorios de África para ensanchar sus dominios. Pero el príncipe Eugenio Luis Napoleón, que se toma la vida con la ligereza del inconsciente, se lanza a esta aventura con una mirada bisoña, propia de un romanticismo tardío y decadente, lo que le llevará a un final trágico. Se produce un choque entre el sueño y la realidad, entre la juventud y la madurez, entre los deseos y la historia. Una batalla desigual e implacable.
Y ese es el toque que Vicente Muñoz Puelles sabe explotar en esta novela. Basándose en este episodio real (la muerte del hijo de Eugenia de Montijo en una escaramuza con los zulúes) transforma el relato de los hechos en una evocación de toda una época, plagada de sueños, de glorias pasadas, de desafíos ante un futuro incierto. Su prosa, dotada de una sugerencia lírica muy propia de los gustos estéticos de finales del siglo XIX encaja muy bien con ese mensaje que se desprende de la lectura de esta novela: el mensaje de que estamos ante el final de una época, de un siglo, de una forma de ser… El romanticismo ya quedó atrás, y los grandes imperios tienen los días contados. Pero es que además, Vicente Muñoz Puelles tiene especial cuidado en escoger esos detalles, esos momentos de tensión dramática para embellecer la narración, como cuando el príncipe, durante su viaje a Zululandia, se desvía para visitar la isla de Santa Elena, donde estuvo recluido su antepasado Napoleón; o cuando desliza una posible pulsión homosexual del protagonista, nunca declarada, pero sí sugerida, con una elegancia que se echa de menos en la literatura actual; o como cuando Eugenia de Montijo viaja a la tierra Zulú en el aniversario de la muerte de su hijo para ver el lugar donde cayó, una escena simbólica y llena de lirismo... Por eso digo que “La emperatriz Eugenia en Zululandia” es algo más que una novela histórica.
Vicente Muñoz Puelles siguió explotando esa veta en novelas posteriores, como en “El cráneo de Goya”, novela en la que introduce la investigación policial en un contexto histórico muy sugerente, referido además a un hecho real curioso: la desaparición de la calavera de Goya cuando fueron a trasladar los restos del pintor, enterrado en Burdeos. En otra novela, “Los amantes de la niebla”, nos traslada a finales del siglo XIX para contar una historia de amor entre Dante Gabriel Rossetti y la modelo que dio vida al cuadro más famoso del pintor prerrafaelista. Y lo resuelve con una elegancia acorde con el rigor estético que exige una historia como la que plantea Muñoz Puelles. Aquí, el amor, la muerte y el arte son los tres ejes que vertebran la historia.
Pero donde
sin duda condensa todo su potencial para dar ese toque evocador del que hablo
es en la colección de biografías “El
último deseo del jíbaro y otras fantasmagorías”, una espléndida muestra de
estilo y curiosidad por el conocimiento. Y lo consigue con una sencillez
abrumadora, sin alardes, invitando al lector a acunar con una mirada tierna a
los personajes que transitan por esas páginas, auténticos parias del mundo.
Y precisamente, como si se tratase de una de esas pequeñas biografías cierra Vicente Muñoz Puelles la novela “La emperatriz Eugenia en Zululandia”. A modo de epílogo, cuenta en unas pocas páginas la historia de Cetawayo, el último rey de los zulúes, el gran guerrero que derrotó a Eugenio Luis Napoleón, y juega además con la posibilidad de se trate del famoso hombre negro disecado del museo de Bañolas, que tanta polvareda levantó en su día.
Háganme
caso: no dejen de visitar a Vicente
Muñoz Puelles en cualquiera de estos libros. No pueden permitirse el lujo
de perdérselo.
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