lunes, 30 de diciembre de 2013

El reloj de la Puerta del Sol



Ahora que se acerca el día de Nochevieja, voy a rescatar una pequeña joya que encontré por casualidad en las estanterías más recónditas del desván de la Casa Usher. Después de quitarle el polvo pude leer su título: “El reloj de la Puerta del Sol”. Se trata de un libro escrito por Luis Alonso Luengo en los primeros años del siglo XX, por cierto, con una prosa que ya quisieran muchos escritores de hoy. Y más que del reloj, de lo que habla este libro en realidad, en sus poco más de 160 páginas, es de su relojero, José Rodríguez Losada, y de la vida que llevaron los españoles exiliados en Londres durante el siglo XIX. Podríamos decir por tanto que Luis Alonso Luengo ha escrito con la excusa del reloj, sobre esa parte olvidada de la historia de España.

Apenas nos esboza el autor en unos pequeños párrafos la vida de José Rodríguez Losada en sus primeros años en el pequeño pueblo de Iruela, cercano a Astorga, donde pasó su infancia. Las primeras referencias que se tienen de él datan de cuando tiene que huir de España, durante la llamada década ominosa y que supuso el regreso del absolutismo más feroz: fueron los años que transcurrieron entre 1823 y 1833, es decir desde la venida de los Cien mil hijos de San Luis hasta la muerte de Fernando VII. Ahí vemos a un José Rodríguez Losada, como militar liberal, desesperado por emprender la huida hacia el exilio. En un episodio más propio de una novela (y aquí, sospecho que a Luis Alonso Luengo se le fue la mano echando a volar su imaginación), el superintendente José Zorrilla, que a la sazón era el padre del famoso poeta Zorrilla, puso precio a la cabeza del militar. Y Losada tuvo que huir hacia Londres para salvar la vida.
Allí se estableció como ayudante de un relojero local, que al morir sin descendencia, tomó las riendas del negocio. A veces los caprichos del destino juegan con el azar de una forma irónica. Y es que en 1855 fue Losada quien esta vez ofreció ayuda económica al poeta José Zorrilla, que se encontraba en Londres en una situación precaria y gracias a ese dinero pudo subsistir en la capital inglesa. Como agradecimiento, el poeta le dedicó varios de sus poemas. Y se hicieron grandes amigos. Tan es así que estando Zorrilla en Cuba todavía recordaría a su amigo Losada y aún le dedicaría varios versos. Sarcasmos te da la vida.
En esa época Losada ya era un reconocido ilustre: fue el primer cronometrista de Inglaterra de la época, y proveedor de cronómetros para la Marina Española. Llegó a recibir honores por ello. Ya en la época isabelina se desarrolló la tertulia del habla española, en la relojería londinense de Losada. Una tertulia que a lo largo de los años, llegaría a recibir la visita de muchos exiliados españoles: Prim, Ramón Cabrera, Luis de Altamirano, el Duque de Montpensier…
La victoria de la Unión Liberal en 1859 provocó el regreso de gran parte de los exiliados a España, entre ellos el propio Losada. Al ver el estado ruinoso en que estaba el reloj del palacio de la gobernación, concibió la idea de construir allí un gran reloj que diera la hora a todos los españoles y condujera con felices augurios la vida de España. Que no consiguiera este último objetivo, no es achacable a él, pero desde luego puso mucho empeño en conseguir que ese nuevo reloj marcara las horas con precisión suiza.
Tras visitar Astorga y su pueblo natal, Iruela, como hijo pródigo y regalar un retablo para la iglesia (que aún se mantiene), se llevó de vuelta a Londres a dos sobrinos, que le sucedieron en el oficio.

En esta España que tan acostumbrada nos tiene a olvidar a esos personajes ilustres que pasearon su nombre por el mundo, muy pocos saben que le debemos a un leonés que vivió en Londres, la existencia desde 1866 de este reloj de la Puerta del Sol, que cada 31 de diciembre congrega a miles de personas para recibir el nuevo año. Si fuéramos de otra manera, a personajes como José Rodríguez Losada,  lo estudiaríamos en los libros de historia y le habríamos dedicado películas y series de televisión. Si fuéramos de otra manera habríamos hecho como los ingleses, que al saber de su muerte en 1870, se preguntaron con zozobra: ¿”Qué ocurrirá ahora con la industria relojera británica?”
Si fuéramos de otra manera, quizá no seríamos españoles.


No hay comentarios:

Publicar un comentario