Ahora que se acerca el día de
Nochevieja, voy a rescatar una pequeña joya que encontré por casualidad en las
estanterías más recónditas del desván de la Casa Usher. Después de quitarle el
polvo pude leer su título: “El reloj de
la Puerta del Sol”. Se trata de un libro escrito por Luis Alonso Luengo en los primeros años del siglo XX, por cierto,
con una prosa que ya quisieran muchos escritores de hoy. Y más que del reloj,
de lo que habla este libro en realidad, en sus poco más de 160 páginas, es de
su relojero, José Rodríguez Losada, y de la vida que llevaron los españoles
exiliados en Londres durante el siglo XIX. Podríamos decir por tanto que Luis Alonso Luengo ha escrito con la
excusa del reloj, sobre esa parte olvidada de la historia de España.
Apenas nos esboza el autor en unos
pequeños párrafos la vida de José Rodríguez Losada en sus primeros años en el
pequeño pueblo de Iruela, cercano a Astorga, donde pasó su infancia. Las
primeras referencias que se tienen de él datan de cuando tiene que huir de
España, durante la llamada década ominosa y que supuso el regreso del
absolutismo más feroz: fueron los años que transcurrieron entre 1823 y 1833, es
decir desde la venida de los Cien mil hijos de San Luis hasta la muerte de
Fernando VII. Ahí vemos a un José Rodríguez Losada, como militar liberal,
desesperado por emprender la huida hacia el exilio. En un episodio más propio
de una novela (y aquí, sospecho que a Luis
Alonso Luengo se le fue la mano echando a volar su imaginación), el
superintendente José Zorrilla, que a la sazón era el padre del famoso poeta
Zorrilla, puso precio a la cabeza del militar. Y Losada tuvo que huir hacia
Londres para salvar la vida.
Allí se estableció como ayudante de un
relojero local, que al morir sin descendencia, tomó las riendas del negocio. A
veces los caprichos del destino juegan con el azar de una forma irónica. Y es
que en 1855 fue Losada quien esta vez ofreció ayuda económica al poeta José
Zorrilla, que se encontraba en Londres en una situación precaria y gracias a
ese dinero pudo subsistir en la capital inglesa. Como agradecimiento, el poeta
le dedicó varios de sus poemas. Y se hicieron grandes amigos. Tan es así que
estando Zorrilla en Cuba todavía recordaría a su amigo Losada y aún le dedicaría
varios versos. Sarcasmos te da la vida.
En esa época Losada ya era un
reconocido ilustre: fue el primer cronometrista de Inglaterra de la época, y
proveedor de cronómetros para la Marina Española. Llegó a recibir honores por
ello. Ya en la época isabelina se desarrolló la tertulia del habla española, en
la relojería londinense de Losada. Una tertulia que a lo largo de los años, llegaría
a recibir la visita de muchos exiliados españoles: Prim, Ramón Cabrera, Luis de
Altamirano, el Duque de Montpensier…
La victoria de la Unión Liberal en
1859 provocó el regreso de gran parte de los exiliados a España, entre ellos el
propio Losada. Al ver el estado ruinoso en que estaba el reloj del palacio de
la gobernación, concibió la idea de construir allí un gran reloj que diera la
hora a todos los españoles y condujera con felices augurios la vida de España.
Que no consiguiera este último objetivo, no es achacable a él, pero desde luego
puso mucho empeño en conseguir que ese nuevo reloj marcara las horas con
precisión suiza.
Tras visitar Astorga y su pueblo
natal, Iruela, como hijo pródigo y regalar un retablo para la iglesia (que aún
se mantiene), se llevó de vuelta a Londres a dos sobrinos, que le sucedieron en
el oficio.
En esta España que tan acostumbrada
nos tiene a olvidar a esos personajes ilustres que pasearon su nombre por el
mundo, muy pocos saben que le debemos a un leonés que vivió en Londres, la
existencia desde 1866 de este reloj de la Puerta del Sol, que cada 31 de
diciembre congrega a miles de personas para recibir el nuevo año. Si fuéramos
de otra manera, a personajes como José Rodríguez Losada, lo estudiaríamos en los libros de historia y le
habríamos dedicado películas y series de televisión. Si fuéramos de otra manera
habríamos hecho como los ingleses, que al saber de su muerte en 1870, se
preguntaron con zozobra: ¿”Qué ocurrirá
ahora con la industria relojera británica?”…
Si fuéramos de otra manera, quizá no
seríamos españoles.
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