lunes, 29 de abril de 2013

La vida errante




Marbot Ediciones nos trae con este libro una crónica de viajes que Guy de Maupassant realizó por el mediterráneo. Un viaje que para huir del París de la Exposición Universal de 1889, le llevó por Italia, Argelia, Túnez, Sicilia, Kairuán, Venecia e Isquia.
Celebrado por su ingente obra cuentística, ya que escribió cerca de 300 cuentos y está considerado junto a Chejov como uno de los grandes maestros del género, Maupassant también escribió 6 novelas, multitud de artículos periodísticos y hasta tres libros de viajes.
Este del que hablamos hoy, “La vida errante”, comienza con una frase contundente: “Me fui de París, e incluso de Francia, porque la torre Eiffiel terminó fastidiándome mucho”.
Pese a este inicio, que podría inducirnos a pensar que estamos ante una escritura espontánea o superficial, Guy de Maupassant nos demuestra que se puede escribir con una prosa natural, sin alharacas, pero al mismo tiempo dotar a sus ideas de una profundidad y una sensibilidad con un estilo directo, limpio y a la vez envolvente. Como prueba, esta frase: “Cuando el sistema nervioso no es sensible hasta el extremo del dolor o el éxtasis, no nos transmite más que conmociones mediocres y satisfacciones vulgares”. Una muestra muy clara de una personalidad extrema que ha vivido al límite muchas experiencias: sus conocidas orgías a orillas del Sena, sus turbias actividades en una sociedad secreta creada por él, sus terribles jaquecas, sus enfermedades reales o fingidas que le llevan a ser un adicto al opio y la morfina, sus varios intentos de suicidio o el penoso internamiento en un manicomio al final de su vida así lo demuestran.
Pero si uno se deja influenciar por estos episodios de su biografía se sorprendería de la lucidez con que están narradas estas crónicas. Igual que el resto de su obra, “La vida errante” está libre de  esos desequilibrios que podrían haber impregnado su prosa.
Guy de Maupassant queda prendado de la belleza de la arquitectura clásica italiana. Como él dice, de nada sirve escribir tales cosas, hay que verlas. Sin embargo, el autor se esfuerza en ello y lo consigue con frases tan bellas como esta: “Los italianos de aquella época sí supieron dar a su patria una Exposición Universal que visitaremos por los siglos de los siglos.”
Durante su estancia en Italia, Guy de Maupassant expresa un sentimiento enfrentado muy interesante: “Cuanto más arrebatados estamos por la seducción de este viaje a un bosque de obras de arte, más invadidos nos sentimos por la extraña sensación de malestar que se mezcla en seguida con el gozo de contemplar.” Esta reflexión proviene del asombroso contraste que según él existe entre la multitud moderna tan banal, tan ignorante de lo que mira y los lugares donde habita. Siente que el alma delicada y refinada del viejo pueblo asentado que habitó allí en tiempos, ya no habita en sus actuales moradas.
Es de reseñar que el autor hace sobre todo una descripción de paisajes y formas de los lugares que visita y deja en un segundo término las gentes del lugar y sus caracteres. Al contrario de lo que reflejó en su obra, “Viaje por España”, el escritor Hans Christian Andersen. En cambio, cuando desembarca en África, Maupassant sí habla de las gentes y costumbres en su etapa por Túnez.
Conociendo su personalidad, de una voracidad venérea irrefrenable, llama la atención un hecho curioso: a Guy de Maupassant le horroriza la danza del vientre. Resulta también interesante esta reflexión: mientras las catedrales cristianas van buscando a Dios en altura y belleza de líneas y proporciones, las mezquitas se extienden a baja altura, ocupando un mayor terreno, como una metáfora de una religión, de una cultura cuyo culto al Islam invade todos los órdenes de la vida. Y esto sí lo critica abiertamente Maupassant. Como también el hecho de que la mujer no tuviese libertad y viviera en sumisión al hombre. Precisamente en una época (finales del siglo XIX) en que todavía los derechos de la mujer estaban lejos de ser plenamente reconocidos en Europa. Pero ya entonces había conciencia de que esa era una cuestión pendiente de abordar.
Ya de regreso a Francia, pasa por Nápoles, de la que queda cautivado y allí es testigo de los devastadores efectos de un terremoto.
Las cerca de 300 páginas de “La vida errante” se leen con mucha frescura y evidencian que Maupassant disfrutó de su viaje como nosotros con su lectura.
Interesante libro de viajes de este maestro del cuento.

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