Este libro, El cine
según Hitchcock, lo considero fundamental para todo aquel escritor o
cineasta que quiera dedicarse a contar historias. La idea del libro surgió a
partir de una larga entrevista que mantuvo Francois
Truffaut con Alfred Hitchcock
durante varios días mediada ya la década de los años 60 del pasado siglo, y en
la que repasa toda la filmografía del director británico. En ella va aportando
toda la experiencia acumulada a lo largo de su carrera, sin ahorrar detalles ni
anécdotas curiosas. Nos queda, en las casi 350 páginas de entrevista, su
particular visión del arte de narrar historias. Este formato de
pregunta-respuesta hace muy amena la lectura, aunque si nos paramos a pensarlo,
lo advertimos algo forzado y artificioso, sobre todo cuando Hitchcock bucea en
la intrahistoria de cada película que dirigió. Si la entrevista se produjo tal
y como nos la presenta Alianza, podemos decir que Alfred Hitchcock gozaba de una memoria milimétrica y elefantiásica
que le permitía recordar los mínimos detalles de la escritura de cada guión, la
elección de la música, los actores, las dificultades de financiación que
encontró en algunas de sus películas, la compra de derechos de las novelas en
las que se basaban, los años de estreno de cada film, problemas muy concretos
de planificación y rodaje de muchas secuencias, explicación de algunos momentos
fundamentales de las tramas, declaraciones, fechas, nombres, lugares, escenas
suprimidas, guiones que nunca se rodaron… Un sinfín de datos que nadie sería
capaz de aportar sin sentarse tranquilamente a buscar en archivos. Y eso, si
uno ha tenido antes la paciencia de irlo apuntando todo a lo largo de los años.
Me temo que en una entrevista de cincuenta horas seguidas, cara a cara, es materialmente
imposible aportar tanto detalle.
Pero obviando este aspecto, en realidad poco relevante para
lo que nos ocupa, tenemos en el fondo un monumental tratado de narrativa
cinematográfica. Y lo es precisamente porque Alfred Hitchcock ha sido uno de esos directores pioneros, que
empezaron en el cine mudo y tuvieron que ir adaptándose al cine sonoro primero y
luego a otros adelantos técnicos que vinieron como el color o el cinemascope. Era
por tanto un artesano del cine, que dominaba el guión, la fotografía, el
montaje, la música y la dirección de actores. Una capacidad a la que se sumaba
el carácter que le imprimía pertenecer a una familia católica en Inglaterra,
aspecto que no hay que desdeñar en absoluto en la formación de su personalidad,
marcadamente crítica y obstinada.
Llama la atención que fuera un intelectual europeo, Fracois Truffaut, cineasta francés y
máximo representante del movimiento cultural que vino con la Nouvelle Vague, quien reivindicara el
legado de Hitchcock, al que consideraba como uno de los más grandes de la
historia del cine. Precisamente cuando
en Hollywood al propio Hitchcock se le despreciaba porque hacía películas para
el gran público. Pero como dice el propio Fracois
Truffaut en el prólogo, desde la invención del sonoro, Hollywood no
ha dado a luz ningún gran temperamento visual, con excepción de Orson Welles. Incluso llega a
aventurar que si de la noche a la mañana el cine se viera privado de toda banda
sonora y volviese a ser el arte mudo que fue desde 1895 hasta 1930, la mayor
parte de los directores de la época se verían obligados a cambiar de oficio.
Sólo salvaría de la quema a Howard
Hawks, John Ford y al propio Alfred
Hitchcock. Una opinión controvertida, con la que busca provocar y suscitar
debates.
Independientemente de que uno esté más o menos de acuerdo,
yo me quedo con estas palabras de Hitchcock en un momento de la entrevista: “Algunos films son trozos de vida, los míos
son trozos de pastel. Es importante que el público pueda reconocerse en los personajes.
Rodar películas, para mí, quiere decir en primer lugar y ante todo, contar una
historia. Esta historia puede ser inverosímil, pero no debe ser jamás banal. La
belleza de las imágenes, la belleza de los movimientos, el ritmo, los efectos,
todo debe someterse y sacrificarse a la acción.” Pues bien, esto que es el
ABC de la narrativa, del arte de contar una historia, se olvida mucho más a
menudo de lo que pensamos.
Con el análisis
minucioso de cada película, Truffaut va desmontando los prejuicios que han
servido a cierta parte de la crítica para ningunear a Hitchcock. Grande y
meritorio ha sido su esfuerzo para situarlo en el lugar que merece en la
historia del cine en el plano intelectual y de la crítica. Por fortuna sí gozó
del favor del público y su filmografía está ahí para hablar por él: Con la
muerte en los talones; Vértigo; La ventana indiscreta; Encadenados; Psicosis;
Rebeca; Marnie, la ladrona; Yo confieso; Los pájaros; El hombre que sabía
demasiado; Cortina rasgada; La soga; Recuerda; Falso culpable… Quien no se haya
emocionado, reído, angustiado o aterrorizado en algún momento con estas
historias, no es que no le guste el cine, simplemente es que no le gusta vivir.
El cine según
Hitchcock debe ser uno de los libros de cabecera que todo escritor debe
haber leído y por tanto tener presente cuando se ponga a escribir. Antes de
terminar, para insistir en esta idea, no me resisto a describir la escena
inicial de la película La ventana indiscreta: La cámara se pasea por el patio
adormecido donde transcurre la acción y va a recoger el rostro sudoroso de
James Stewart, que está sentado e impedido. Luego recorre su cuerpo hasta la
pierna enyesada, sigue hasta una mesa en la que se ve la cámara fotográfica
rota y un montón de revistas. Y en la pared se ven unas fotos de coches de
carrera en plena acción, y una rueda que se ha salido de uno de esos coches y
se dirige peligrosamente hacia el objetivo. En este primero y único movimiento
de cámara, sabemos dónde estamos, quién es el personaje, cuál es su oficio y lo
que le ha sucedido. Y todo ello sin decir una sola palabra.
A esto se le llama eficacia narrativa. Amén.
No hay comentarios:
Publicar un comentario