miércoles, 21 de mayo de 2014

84, Charing Cross Road


Quince ediciones en Anagrama acumula ya esta novela epistolar. La historia, basada en hechos reales, se inicia en 1949 cuando Helene Hanff, siendo una escritora desconocida, envía una carta a la librería londinense Marks & Co., situada en el 84, Charing Cross Road, dirección que da título a la novela. Helene es una mujer con una gran inquietud intelectual y se agarra a la librería como una tabla de salvación para ir recopilando títulos y ediciones imposibles de encontrar en Nueva York y enriquecer así su biblioteca.  Esta primera carta da inicio a una peculiar relación epistolar entre la escritora y los sorprendidos dueños de la librería, que se va a prolongar durante 20 años.

El planteamiento de inicio es sugerente porque abre muchas posibilidades. Y así lo han entendido muchos críticos y lectores que en los últimos años se han rendido a la historia, encumbrada por el boca a oreja de las revistas literarias y por multitud de clubes de lectura (tan importantes sobre todo en la cultura anglosajona), a una orilla y otra del Atlántico. Y los elogios parecían pocos: “Un libro único, conmovedor, sorprendente, un tesoro”… “84, Charing Cross Road nos seduce y nos hace sintonizar con la humanidad”… ”Nos proporciona un bálsamo para el espíritu y una protección contra las crispaciones de la vida contemporánea”… Y así sin parar.

El problema es que uno se deja llevar por estas opiniones y si luego no es capaz de encontrar ese tesoro que promete tanta expectativa, la decepción es mucho mayor. Quizá no haya sabido ver más allá de lo que contaba la novela, pero en general me ha decepcionado. No ha conseguido emocionarme, como me esperaba por la fama que le precedía.

No he logrado empatizar con la protagonista, a pesar de mis esfuerzos. Debo decir que incluso me ha parecido en ciertos momentos bastante insolente en la manera de dirigirse a unos libreros ingleses a los que nunca conoció y que tanto se desvivieron por ella. Y eso me ha predispuesto mucho en su contra. Sí, ya sé que era su manera de ser: simpática, dicharachera, muy americana… y contrastaba con la forma inglesa de ver la vida, más pegada a la tradición y al protocolo. En eso sí que ha acertado la autora, en reflejar ese contraste. Incluso es seguro que en la versión original en inglés se apreciará mucho mejor esa diferencia de matices, con el uso de giros, expresiones o formas verbales que un lector en español quizá dejaría pasar.
Pero creo desde mi punto de vista que una historia que interese o emocione debería basarse en algo más que en un intercambio de cartas hablando del libro que me gustaría tener y no tengo (por cierto, ¿es por capricho?: intuimos que sí, pero no lo sabemos), o del huevo en polvo y la carne que mando de vez en cuando por correo para salvar la escasez del Londres de la posguerra, un hilo del que por cierto, podría haber tirado en provecho de una mayor profundidad histórica y dramática, más allá de las 4 pinceladas con que lo despacha. El problema es que en ningún momento me he metido en las vidas de los personajes: no sé qué hacía cada uno antes de que se conocieran, cómo fue la vida de Helene fuera de esas cartas, con quién la compartió, qué conflictos le ocasionaron las cartas o los libros que no pudo conseguir… y muchas más tramas que podría haber explotado para hacernos más cercana y humana a la protagonista y empatizar con ella. Eso es FUNDAMENTAL en una novela de este tipo. (Así, en mayúscula, como le gustaba a la propia Helene enfatizar sus propias opiniones).

Las 120 páginas de cartas sucesivas que forman el libro se cierran con un apólogo de Thomas Simonnet. Es curioso, pero en esas 4 páginas finales he encontrado por fin la emoción que le ha faltado a la novela. Porque cuenta la biografía de Helene Hanff y la sitúa frente a sus conflictos, a sus dudas, a sus debilidades, nos la muestra real y cercana. Estas cartas, que hablan sobre todo de libros y muy poco de las personas que los leen y los compran, tendrían sentido en una biografía mucho más amplia, una biografía que se dedicara a contar la vida de Helene Hanff. Sueltas, aunque sean en forma de libro, me han resultado frías y lejanas… Muy lejanas.

Quizá sea porque yo pienso que una novela siempre debe tener como protagonista a una persona, (o varias). Nunca un objeto, aunque sea un libro (o varios), debería acaparar más protagonismo que una persona. Las novelas deben contar vidas y cosas que les pasan a esas vidas. Y no quedarse sólo en las cosas. Es una pena que los editores de 84, Charing Cross Road no pensaran en que el lector no tiene por qué conocer a Helene Hanff. Han dado por hecho que todo el mundo sabía quién fue, lo que hizo, cómo fue su vida. Para su familia y amigos que sí la conocieron, este libro puede tener sentido. Para el resto, al menos para mí, me temo que no mucho.

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