A medida que con los años uno va acumulando lecturas, (y aquí incluyo tanto las que realizo por puro placer, como aquellas que abordo con una intención más bien didáctica o intelectual), parece inevitable que vaya siendo cada vez más crítico o menos condescendiente a la hora de evaluar una narración. Ignoro si esto es debido a una deformación natural, pero comentando este hecho con otros autores y buenos aficionados a la lectura, parece que es algo bastante común. La paciencia y las tragaderas, como las neuronas y las burbujas del champán, van mermando con el paso del tiempo. Por eso es motivo de celebración cuando, entre tanta lectura insatisfactoria (y en ocasiones, hasta irritante), uno se topa con una auténtica joya como la que vamos a comentar hoy: Seda, de Alessandro Baricco.
La historia de Seda
se sitúa en la Francia de finales del siglo XIX. Hervé Joncour, el protagonista
de la novela, se dedica a comprar y vender gusanos para la producción de seda.
Y para ello emprende sucesivos viajes a Japón, un país que para la época aún
pertenecía a ese mundo exótico, todavía desconocido y regido por leyes y
costumbres feudales. Suponía por tanto una auténtica aventura, un viaje para el
conocimiento y la acumulación de experiencias. Allí conoce a una mujer
enigmática y misteriosa, de la que se enamora locamente, pese a ser un hombre
casado. De modo que encontrará un nuevo motivo, la verdadera razón, para seguir
viajando a Japón con el paso de los años. Una historia de amor nunca consumado
(lo que es el verdadero deseo), al que contribuye de manera esencial su mujer
Hèlene, en un giro final en el argumento que da la medida de lo que el amor, en
todo lo que tiene de generosidad y sacrificio, puede dar de sí.
Algo por lo que destaca esta novela es por el uso de la
elipsis. Por eso tiene alma de cuento. Es mucho lo que omite y eso la hace muy
dinámica y estilizada: no sobran palabras, alude. El tratamiento de la
narración es muy manierista. Parece la narración de una narración. Tiene un ritmo
de cuento oriental y un buen equilibrio entre las escenas que narra y el
resumen que le sirve para avanzar. Es un efecto muy bello porque entronca con
la pintura clásica japonesa, donde las figuras se hacen con muy pocos trazos y pese
a ello se consigue dar profundidad de campo.
Algo que hace muy bien es el uso recurrente de escenas, como
se observa en las narraciones orientales de las mil y una noches: la
descripción de los viajes sucesivos, y también el empleo del recurso de pregunta-respuesta:
la pregunta que se lanza al principio de la novela y la respuesta que se
obtiene al final. No se trata de un adorno o de algo prescindible, sino que
forma parte de lo que Baricco nos
cuenta: es parte de la estructura. Como hace con el personaje de Baldabiou, que
promete dejar de contar una historia cuando el manco le gane una partida de
billar. Al final lo consigue y deja de contarla.
Son muchas las influencias que podrían haber servido al
autor de Seda. Por el tipo de
historia, se me ocurre por ejemplo, la serie de novelas de Italo Calvino, “Nuestros
antepasados”, formada por la trilogía: “El
barón rampante”, “El caballero inexistente” y “El vizconde demediado”. Otro libro suyo también resuena: “Las ciudades invisibles”. Estas novelas
de Calvino están contadas a la manera clásica con algo de fantasía. A
diferencia de “Seda”, que no tiene
elemento fantástico, aunque sí se respira un aire de maravilla. Y eso Baricco lo consigue mediante lo
exótico.
Otra influencia clara, desde mi punto de vista, sería el García Márquez de “Cien años de soledad”. Sobre todo en el dibujo de ciertos
personajes, muy del estilo de García
Márquez. Porque los hace hablar muy sentenciosamente, de forma tajante,
nada superfluo, como de realismo mágico. Esto se ve también en el tono “cuentero”.
“Seda”, en el
fondo, es una novela que habla del deseo. Lo hace mediante muchas pistas. El
deseo es lo que hay que buscar al fin del mundo y más allá. Lo que uno desea no
está en el mundo. Se está en permanente búsqueda. Nada más empezar la historia,
subraya algo importante: que la ocupación del protagonista trasluce un ligero
aire femenino. Lo dice en la primera página y coloca al protagonista en la
posición en la que no tiene algo. El goce, por tanto, se encuentra en el
movimiento constante en busca de ese deseo.
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