En esta novela de Arthur
Machen vamos a acompañar a un matrimonio, los Darnell, en un momento muy
importante de sus vidas, en aquel Londres de principios del siglo XX. En el
primer capítulo, la acción comienza con el marido despertando una mañana de un
sueño perturbador, pues acaba de regresar de un mundo ideal plagado de parajes
de una naturaleza exuberante, de una belleza superior y a la vez misteriosa, y
habitado por seres mitológicos, muy alejado de ese mundo real que le ha tocado
vivir. Esa escena inicial simboliza el significado de toda la novela, que
podríamos decir, es el relato de un despertar. Tenemos al matrimonio protagonista
atrapado por varias servidumbres: la familia, los amigos, un trabajo en la City
de Londres (muy insatisfactorio), y sobre todo, la servidumbre del dinero que
vence a la libertad y a las apetencias de los protagonistas… Y el marido sólo
parece tener como vía de escape sus recurrentes sueños de un mundo onírico,
plagado de jardines del edén, unicornios y mundos maravillosos, como antítesis
de lo que le aguarda a este lado, en el mundo real, cuando despierte.
Tras cada despertar, el señor Darnell le cuenta a su mujer en
varias etapas un viaje que emprendió por Londres y sus alrededores durante unas
vacaciones antes de conocerla. Se trata de un viaje fantástico y maravilloso,
donde de nuevo lo onírico transforma la realidad del señor Darnell. Y su mujer
está encantada y le pide que cuente más historias como esa. Los dos parecen
sentirse a gusto en ese mundo irreal para escapar de su vida cotidiana.
En “Un fragmento de
vida”, Arthur Machen va
alternando un tono realista (sobre todo al principio para narrar el absurdo día
a día), con otro tono como de encantamiento y cuento de hadas, que hacia el
final de la novela adquiere ya un protagonismo absoluto. Constantemente va
mezclando estos dos tonos para reflejar el contraste de los valores de la
sociedad burguesa de principios del siglo XX, con aquellos otros que simbolizan
la vida ideal, arquetípica. Ambos mundos, ambos códigos de valores, son
experiencias totalmente contrapuestas.
Este mundo de los sueños, de los mitos oníricos, dulcifica y
da sentido a sus vidas. Es como una vía de escape que les ayuda a sobrellevar
el día a día sin preocuparse de plantear cuestiones profundas que atañen a su
forma de vida.
El resumen de lo que siente el protagonista y lo que opina
acerca de la vida está plasmado en la página 122, con esta contundente
reflexión:
“Darnell había
recibido lo que se llama una sólida formación comercial y por tanto le habría
resultado muy difícil poner en palabras articuladas cualquier pensamiento que
mereciera ser pensado… Se imponía en él la firme creencia de que toda la
urdimbre de la vida en que él se movía hallábase sumida, hasta lo inimaginable,
en el más craso de los absurdos; de que él y todos sus amigos, conocidos y
compañeros de trabajo se interesaban en asuntos en que el hombre jamás tendría
por qué haberse interesado, perseguían fines que jamás deberían haber
perseguido, verdaderamente eran como hermosas piedras de un altar utilizadas
para construir una pocilga. La vida, según le parecía, era una gran búsqueda
de… no sabía qué.”
El último capítulo es una amalgama de fragmentos de
doctrinas herméticas, claves crípticas… todo con la sensación de estar
inacabado. Esa es la impresión que transmite. Pero en realidad, y si atendemos al movimiento artístico en que
se encuadra este texto, el simbolismo, Arthur
Machen con este final no desea que la narración se cierre y alcance el
carácter de “completo” para satisfacer al lector. Porque en ese final, los
protagonistas se encaminan hacia una vida nueva y verdadera. Y como tal, ésta
no puede ser representada pues sólo tiene sentido si es experimentada, vivida. Queda
por tanto en manos del lector darle una interpretación a ese camino que nos
muestra el autor. Y es que tanto el romanticismo como el simbolismo consideran
el arte como una dimensión de la experiencia, por la que la vida se abre hacia
lo desconocido.
Quizá sea por este aspecto que se considere a Arthur Machen como un autor de
literatura de terror que abre una nueva puerta: el terror arquetípico. El
elemento ominoso deja de ser sobrenatural y pasa a ser algo anclado en la
naturaleza. Una línea que seguiría explorando posteriormente Lovecraft.
Pero que nadie piense que va a encontrar en “Un fragmento de vida” una narración de
terror. Ni mucho menos. Aquí el único terror, si acaso, lo provoca el retrato
absurdo y sin sentido de la sociedad inglesa que nos muestra el autor. Eso sí
que da miedo.
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