Son muchas las satisfacciones que uno recibe al dedicarle buena parte de los ratos libres (y no tan libres) a la literatura. Estando de acuerdo con Borges en que uno se encuentra más orgulloso de las lecturas que de los libros que ha escrito, es indudable que se viven grandes momentos cuando un trabajo al que has dedicado buena parte de tu vida es reconocido con algún premio. Lo digo por experiencia: negarlo es de necios y de hipócritas. Pero creedme si os digo que hay otras alegrías que podrían situarse al mismo nivel. Son las alegrías que proporcionan esos descubrimientos de los que uno se siente especialmente orgulloso. Este es el caso de Ana Belén Rodríguez Patiño, que ganó la primera edición del premio “Mujer al viento”, que convoca la editorial Playa de Ákaba junto con el ayuntamiento de Torrejón de Ardoz, y en el que participé como jurado. Siempre es difícil en un certamen decantarse por una obra u otra, por temor a ser injusto. Pero en mi caso lo tuve muy claro: “Todo mortal” fue la mejor novela con diferencia y no sólo eso, sino uno de los veinte mejores libros que he leído en los últimos años.
Todo mortal narra varias historias paralelas que se sitúan
en diferentes escenarios de la España de mediados del siglo XIX. Por un lado
cuenta la historia de Emilio Bravo, que regresa a Luanco (Asturias) como un
indiano rico a disfrutar su inmensa fortuna después de 30 años recorriendo
buena parte de América. La acción se desarrolla también en Sevilla e incluso
París y tiene a otro de los personajes como referente de la novela: un
adolescente Gustavo Adolfo Bécquer,
cuyo espíritu planea a lo largo de todo el texto. Emilio Bravo es coleccionista
de reliquias, objetos raros y libros de ocultismo. Llevado por la desesperación
por hallar una cura para una rara enfermedad tropical que le impide dormir por
las noches, Emilio quiere conseguir para su colección el libro “Filosofía oculta”. Piensa que ese libro
prohibido guarda las claves para su sanación. Para conseguirlo entra en
contacto con Federico Urtubi, un industrial vizcaíno y coleccionista de este
tipo de libros. El azar involucrará entonces a Emilio Bravo en un viaje (mitad
búsqueda, mitad aventura) donde coincidirá en Sevilla con bibliófilos,
coleccionistas de arte y también con Manuela Monnehay, una misteriosa e
influyente aristócrata francesa afincada en Sevilla y tutora del joven Bécquer,
que debe velar por su futuro al quedar huérfano. Manuela Monnehay será otro de
los personajes fundamentales de la novela.
Con este planteamiento, Ana
Belén Rodríguez Patiño teje un tapiz plagado de misterio, amores
soterrados, falsas identidades, gusto por lo oculto, objetos exóticos que
evocan mundos desconocidos, visitas a cementerios a medianoche, sueños por
cumplir, viajes… ingredientes todos ellos de la mejor tradición folletinesca al
servicio de una trama que encaja en los cánones de la literatura de misterio y
aventuras del romántico más genuino. “Todo
mortal” ha conseguido despertar el recuerdo de esos relatos de Stevenson, Dickens, Robert E. Howard o Defoe que leí en la adolescencia.
También con su estilo creo que ha logrado conectar con el espíritu de las
leyendas de Bécquer. Es difícil encontrar hoy día autores que escriban con una
prosa acorde a la estética del mundo que representan. Ese mundo en el que
conviven los avances médicos de la época, la fascinación por los globos
aerostáticos o los balbuceantes inicios del ferrocarril, con una sociedad
todavía dominada por la superstición y las convenciones sociales más
tradicionales.
Destaco hacia el final de la novela un diálogo que mantienen
Manuela Monnehay y Gustavo Adolfo Bécquer, que se podría interpretar como un
diálogo entre la madrina y el ahijado, entre la madurez y la juventud, entre la
razón y el corazón, la realidad y el sueño. Ese diálogo sintetiza el espíritu
de una época que vive la lucha permanente entre la realidad y las quimeras con
que todavía es capaz de soñar el romanticismo, que está viviendo ya sus últimos
coletazos como movimiento estético y como forma de ver el mundo.
Y muy sugerente me ha parecido también esa especie de
reunión clandestina en París de escritoras europeas (las hermanas Brönte, George Sand, Elisabeth Gaskell,
Carolina Coronado, Cecilia Bohl de Faber) para hacer oír la voz de la mujer
a las puertas del siglo XX. Me ha parecido ver en el personaje de Manuela
Monnehay un trasunto de Emilia Pardo
Bazán, escritora de la época, primera mujer en presidir la sección
literaria del Ateneo de Madrid y gran agitadora cultural. Por cierto, fue
además una prolífica autora de cuentos: se estima que escribió más de 500
(Personalmente prefiero la Pardo Bazán cuentista, a la novelista). Y aunque no
se la menciona, pues Pardo Bazán apenas era una recién nacida cuando tiene
lugar esa escena, he creído ver un claro homenaje a la autora gallega en la
novela.
Si mantiene el nivel de “Todo
mortal” en el futuro, habrá que estar atentos a los próximos libros de Ana Belén Rodríguez Patiño,
especialmente con la continuación de la historia, que creo no tardará en salir.
Promete muy buenos momentos de lectura.
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