viernes, 18 de diciembre de 2015

Lo que ha quedado del Imperio de los Zares


El libro del que hablaremos hoy es una crónica periodística que emprendió Manuel Chaves Nogales en París durante los meses de enero y febrero de 1931 en el diario “Ahora”. Recordemos que aún no había llegado la II República y Alfonso XIII aún tardaría 50 días en salir huyendo hacia Roma. Pero ya en el mundillo periodístico, los más influyentes simpatizaban clarísimamente con la revolución bolchevique. Hasta el punto de que se organizaron viajes de periodistas a Moscú para loar los avances de la revolución. Manuel Chaves también viajó allí pero no le gustó en absoluto lo que vio. Y prefirió compensar ese exceso de entusiasmo de sus colegas con un viaje a París, donde se encontraría con la mayor parte del exilio ruso que hubo de abandonar su país. Porque eso es algo que a menudo se olvida: la revolución bolchevique trajo consigo una guerra civil en Rusia que duró varios años y una cruenta represión posterior que llevó al exilio a más de dos millones de rusos a establecerse en toda Europa. Y todo eso, antes de que llegara Stalin al poder, el mayor genocida de la historia. Francia fue el país de acogida más generoso. Y allí se fue Manuel Chaves Nogales a hablar con esa otra parte de Rusia, a escuchar sus experiencias y sus sentimientos. En esa época emprender esa tarea era optar por la valentía y la independencia. Y lo pagó.

Manuel Chaves se entrevistó con todo tipo de rusos: descendientes de la aristocracia y de la familia Romanov, militares, políticos, empresarios, con artistas, escritores… Gran parte de la crónica la dedica a entrevistar a aspirantes a heredar el trono del zar. Cuenta uno de ellos: “El día de mañana la reconstrucción de Rusia será posible gracias al heroísmo callado de esos compatriotas que hoy se privan de todo y en medio de la dispersión del mundo se aíslan para no confundirse, para no dejar de ser rusos nunca, para que siga habiendo una ciencia rusa, un arte ruso, una cultura rusa, en fin.” Un fenómeno curioso que cuenta con gracia Manuel Chaves es que debido a la gran cantidad de exiliados de abolengo, antiguos señores y gente aristocrática y acomodada, se aprovechó alrededor de este cortejo de grandes señores venidos a menos, una tropilla de pseudoaristócratas, comerciantes judíos, viejos burócratas, antiguos servidores y aventureros, que por curiosa paradoja son los más celosos defensores de los prestigios de clase que en realidad no disfrutaron nunca. Son esos tipos de arribistas de la grandeza caída en desgracia, como los llama Manuel Chaves, los que más envilecen la clase. Pero hasta en este detalle grotesco se ve el orgullo de pertenencia, de ser parte de la herencia rusa que les impidió diluirse en los países de acogida, un legado al que no renunciaron pese a estar en el exilio.

Llama la atención que gran parte del exilio ruso, al menos la que siente la responsabilidad de liderarlo tuvieran muchas esperanzas en un regreso cercano: “El innegable fracaso de las utopías comunistas irá debilitando poco a poco el monopolio político del partido bolchevique” , augura uno de estos líderes. No hace falta decir que se equivocaron. Aún tendrían que esperar casi 70 años para ver caer el muro.
Otros testimonios nos hablan del momento de la huida, patético, de vida o muerte. Es el caso de Kerenski, que desalojó del palacio a la familia Romanov en marzo de 1917 y luego fue laminado en octubre de ese mismo año por los bolcheviques, que tomaron el poder. Manuel Chaves define a Kerenski como “un hombre sensato, realista y valiente, aferrado a sus convicciones intelectuales… Procuraba en vano mantenerse en el fiel de la balanza, queriendo ser ecuánime cuando se habían desatado las fuerzas del mal y la ecuanimidad era un delito.” Leyendo este perfil del personaje, uno puede ver en el espejo de Kerenski la imagen del propio Manuel Chaves en la España de entonces. Y creo que él mismo se veía así.
Otra huida sonada y de película fue la que protagonizó La Balachova, bailarina de fama mundial y primera bailarina del Gran Teatro Imperial de Moscú. Tuvo que salir huyendo disfrazada y esconderse en el bosque varios días para salvar el pellejo. Su casa de Pretschinskaya, que era al mismo tiempo un palacio y un museo fue ocupada por Isadora Duncan, la bailarina roja, su gran rival en los escenarios. Como una especie de ironía o como si se tratase de una revolución hecha a escala, Duncan se dedicó a destruir todo lo que era del agrado de La Balachova, muebles de lujo, tapices de gran valor artístico, cuadros…
Otro tanto podría decirse de la familia de Irene Nemirowski, escritora a la que también entrevistó y que sólo había publicado hasta entonces la novela “David Golder”, pero ya había llamado la atención del mundo literario, pese a su juventud. Irene Nemirowski personificó como nadie los tiempos más duros del siglo XX: después de huir del régimen soviético, acabó sus días en el campo de concentración de Auschwitz, del régimen nazi.
Al exilio fueron a parar también los nacionalistas ucranianos y militares y líderes de las repúblicas del Cáucaso. También fueron objeto de atención en su reportaje, aunque no eran rusos propiamente dichos. Pero huyeron igualmente, pues no fueron bien tratados por las autoridades bolcheviques, ni antes tampoco bajo el poder despótico del zar.

Manuel Chaves Nogales fue un periodista independiente en la España de los años 30, con lo que ello supone. Fue mirado con recelo por los dos bandos más exacerbados de la España de entonces. Considerado de izquierdas por el bando nacional y de derechas o al menos desafecto a la España republicana por el frente popular, lo que habla muy bien de él. El precio que ha tenido que pagar por ello es haber estado en el olvido hasta hace pocos años, desde que murió en 1947 en el exilio de Londres. Han tenido que pasar más de 50 años para que su labor como cronista de su tiempo fuera reconocida como merece, y para que viera la luz, entre otros, su libro de relatos “A sangre y fuego”, basado en hechos reales de la guerra civil. Un testimonio de primera mano, que debería ser de lectura obligada en los institutos. Pero tampoco vamos a pedir peras al olmo, dirán ustedes: Estamos en España. Y tienen razón. Pero trataremos en la medida de nuestras posibilidades de que libros como este, “Lo que ha quedado del imperio de los zares”, no queden en el olvido. Intentémoslo, al menos.

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