Hay escritores que encarnan como pocos a toda una generación. Escritores que han sabido plasmar en su obra los acontecimientos históricos que dieron paso a una nueva época. Este podría ser el caso de Joseph Roth, autor austríaco de ascendencia judía y nacido en Galitzia, esa región situada entre Polonia y Ucrania y escenario de los peores dramas humanos vividos en el siglo XX. Escrita en 1923, cuando no tenía ni 30 años, “La tela de araña” nos cuenta la historia de Theodor Lohse, un teniente del ejército alemán que al acabar la Primera Guerra Mundial debe regresar a la vida civil. No sólo debe asumir la derrota, sino que además debe enfrentarse a una sociedad y a una familia, incapaces de ofrecerles el estímulo para empezar una nueva vida. Al contrario, lo que encuentra es un ambiente hostil e ingrato, un panorama muy diferente del que esperaba hallar a su regreso. Basta transcribir un párrafo para expresar la enorme frustración del protagonista de la novela: “Un hijo muerto siempre hubiera sido el orgullo de la familia. Pero un teniente desmovilizado y víctima de la revolución no era más que un lastre para aquellas mujeres (su madre y hermanas). Vivía Theodor con los suyos como un viejo abuelo, a quien se honraría si se hubiese muerto, pero se menospreciaba porque seguía vivo.”
El propio Joseph Roth
debió vivir ese mismo sentimiento, pues él también participó en la Primera
Guerra Mundial con el ejército austríaco. Su derrota y posterior caída del
imperio austrohúngaro tuvieron una gran repercusión para él, pues interiorizó
un sentido de pérdida de la patria, que estaría presente en gran parte de su
obra. Un sentimiento de pérdida que se sustentaba en un doble eje: por un lado,
en aquello que se perdía como referencia cultural e histórica; y por otro, en
la sustitución de los valores que la vertebraban por otros totalmente ajenos y
que, a la postre, implicaba la descomposición de lo que existía.
No sólo era ese el sentimiento que dominaba la familia del
protagonista. También el propio Theodor Lohse veía el problema, cuando en un
momento de la novela se quejaba diciendo que la revolución había sido un camelo
y la República había acabado siendo un aigo más de los judíos.
Y aquí viene la consecuencia de la derrota: la identificación
de los culpables. Ese resquemor hacia los judíos empezaba a cobrar una nueva
dimensión al finalizar la guerra. No era una apreciación personal. Existía en
la sociedad, entre las élites intelectuales ese sentimiento de odio. Mentes
preclaras como las Wilhelm Tieckmann, el catedrático Koethe, el adjunto
Bastelmann, el físico Lorranz o el etnólogo Mannheim sostenían y demostraban el
carácter pernicioso de la raza judía. Como consecuencia, esos mensajes llegaban
a los estratos más bajos de la sociedad; mensajes que exteriorizaba el padre
del protagonista cuando advertía a sus hijas que en las clases de baile no
frecuentasen a los jóvenes judíos. El caldo de cultivo ya estaba preparado para
lo que habría de venir después.
“La tela de araña”
le sirve a Joseph Roth para hablar
de una sociedad en descomposición, que es el otro eje que vertebra ese sentido
de pérdida de la patria del que hablábamos. En un pasaje de la novela el
príncipe abusa sexualmente del protagonista y le premia a cambio integrándolo
en una sociedad secreta de espionaje, al servicio de un incipiente movimiento
de inspiración nazi. Poco a poco va ganando relevancia y escalando en la
organización mientras exhibe una falta total de escrúpulos. A mayor cota de
poder, mayor ignominia. Su odio va extendiéndose a judíos, polacos y
comunistas. Todo lo que había sido su patria, lo que significaba antes de la
guerra, los valores que lo sustentaban volaron por los aires. Y sólo quedaba
una sociedad frustrada, el odio y la humillación. El que esa sociedad acabara
de entregarse al nazismo era cuestión de tiempo.
En la novela, Joseph
Roth no hace concesión alguna al sentir europeo, al que identifica como
gran culpable de lo que alumbró Alemania. Como ejemplo, ojo a cómo describe la
boda del protagonista: “Era aquella una
boda europea por excelencia; estaba allí casándose un individuo que había
matado irresponsablemente, que había trabajado atolondradamente, que no conocía
ideales y que engendraría unos hijos que, a su vez, volverían a ser igual de
homicidas, europeos, asesinos, crueles, cobardes, belicosos, nacionalistas,
sangrientos, cumplidores de los deberes religiosos y crédulos seguidores del
Dios europeo rector de la política.”
Resulta curioso que siendo Joseph Roth judío coincidiera con Chesterton, católico furibundo, en muchos de sus artículos, cuando
señalaba a la sociedad burguesa capitalista como origen de muchos de los males
de la época. No deja de ser paradójico también que el propio Roth acabara
convirtiéndose al catolicismo en su exilio de Paris en los años 30, una vez que
los nazis llegaron al poder. Tal vez lo hiciera por convicción (puede ser), o
por añoranza de los tiempos del imperio (que también), o como una manera de
rebelarse ante el estropicio que los nazis estaban haciendo en su país. Quién
sabe…
El caso es que Joseph
Roth escribió con “La tela de araña”
una interesante visión de la sociedad alemana de la época. Y anticipó la
persecución de los judíos que se generalizaría una década después.
Escalofriante es la escena en la que describe la caza a los judíos. Parece
premonitorio. La novela fue escrita en 1923, y ya entonces Joseph Roth anticipaba lo que sucedería en la noche de los
cristales rotos.
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