lunes, 19 de noviembre de 2012

De las Checas de Barcelona a la Alemania Nazi (Veinte años de una vida)


            El acantilado nos ofrece con este título un libro de memorias que se podría encuadrar en la llamada literatura del exilio. En su caso, Otilia Castellví (Gijón, 1907 -Canet de Mar, 2000) no sólo sufrió el exilio al salir de España poco antes de terminar la guerra civil, sino que iba a seguir sufriendo sucesivos exilios de los distintos países europeos por los que deambuló, y de los tuvo que huir antes de establecerse definitivamente en Venezuela a mediados de la década de los 40 del pasado siglo. Hay muchos ejemplos a lo largo de la historia de testimonios verdaderamente estremecedores, vividos por sus protagonistas que cuentan en el fondo la capacidad del ser humano para infligir dolor y al mismo tiempo la capacidad de superación, si no para sobrevivir a él, sí al menos para exponerlo públicamente. Algo que ya de por sí es un paso importante. Este del que hablamos, “De las checas de Barcelona a la Alemania nazi” es además un testimonio de una intensidad que emociona.
            Otilia Castellví trabajó como modista en una empresa textil de Barcelona, un sector industrial de los más importantes en la Cataluña de esos años. Estamos a finales de la década de 1920, época de constantes algaradas anarquistas, huelgas de obreros y reivindicaciones nacionalistas. En medio de ese ambiente, Otilia Castellví sintió desde muy joven la necesidad de participar de forma activa en la política, lo que la llevó a afiliarse al Partido Obrero de Unificación Marxista (POUM). Como ella misma confiesa, no lo hizo por una aspiración política de ocupar puestos dentro del partido, sino por pura bisoñez idealista. Con ese espíritu libertario participó en la fallida revolución del 34 y en huelgas y otras acciones más contundentes, (como la toma de edificios oficiales), que tenían como objetivo poner contra las cuerdas al gobierno legítimo de la república.
            En “De las checas de Barcelona a la Alemania nazi”, Otilia Castellví no ofrece un testimonio de adoctrinamiento político (lo que es de agradecer), sino un libro de memorias donde relata los hechos que vivió y cómo le afectaron a ella y a su entorno. Sin embargo, a lo largo del libro sólo hay un pasaje en que se salta este guión y hace una especie de ajuste de cuentas político: es el que hace referencia a la depuración del POUM por parte de agentes soviéticos al inicio de la guerra civil por no someterse a la línea estalinista. Otilia Castellví fue encarcelada por ello en las checas de Barcelona junto a muchos de sus compañeros de partido, mientras sus dirigentes, como fue el caso de Andreu Nin, fueron ejecutados. Un episodio, el asesinato de  Nin, que ha sido tratado por Ignacio Martínez de Pisón en su obra “Enterrar a los muertos”, libro de lectura obligada según palabras de Rosa Montero.
Además Otilia se lamenta de la falta de apoyo de las democracias europeas a la causa republicana, mientras el bando nacional sí contaba con la ayuda de Alemania e Italia. Tras pasar gran parte de la guerra encerrada en las checas, Otilia consigue finalmente salir de España hacia Francia. Pero lo que le aguardaba al otro lado de la frontera iba a ser una lucha desesperada por la supervivencia que parecía no tener fin. Nada más llegar fue recluida en el campo de concentración de Argeles, en la costa francesa, rodeada de inmundicia, de enfermedades y muerte. Su condición de extranjera hacía casi imposible su vida fuera del campo de concentración y de eso se queja amargamente Otilia Castellví: los franceses (como nación y como personas) les dispensaron a los refugiados españoles un trato humillante y vejatorio. Pasó después varios meses en la cárcel de Dijon simplemente por ser extranjera y huyó en una peripecia que la llevó a refugiarse en el barrio portuario de Lyon, en compañía de braceros, contrabandistas y prostitutas. Allí encontró el apoyo y el calor de otras personas que, como ella, se sentían proscritas en una Francia inquieta por la inminente ocupación nazi. Poco a poco fue habituándose a vivir en la clandestinidad, sobreviviendo con trabajos esporádicos y siempre en permanente huida junto a un compañero del partido con quien se encontró en su periplo. De Francia pasaron después a Luxemburgo con un pasaporte falsificado, al amparo de una familia judía; y más tarde a Alemania, gracias al contacto que Otilia aún mantenía con una alemana, amiga de su familia desde hacía varios años. Allí vivieron en primera persona los bombardeos de la aviación aliada en los momentos más duros de la 2ª Guerra Mundial. Una vez terminada la guerra regresaron a Francia con la esperanza de rehacer sus vidas y de volver pronto a Barcelona, un sueño que Otilia Castellví no había abandonado desde que huyó de las checas. Pero de nuevo, pese a un horizonte que ya se vislumbraba sin guerras, volvieron a sufrir su condición de extranjeros, condenados a ser personas de segunda. Ante este panorama y en vista de que en España la dictadura de Franco no había hecho más que empezar, decidieron huir a Sudamérica, donde se establecieron definitivamente.
Durante toda la narración la autora desliza varios guiños a su amor por la naturaleza, lo que ayuda a distender un poco el tono desgarrado de su vida. Desde joven, ella era muy aficionada a las excursiones al aire libre, e incluso en los momentos más dramáticos, (como cuando están intentando ponerse a salvo de los bombardeos aliados en Alemania atravesando un bosque), no desaprovecha la ocasión de admirar la belleza del paisaje. El libro se cierra con un epílogo escrito por su hijo, donde cuenta brevemente la vida que llevaron sus padres desde que se establecieron en Venezuela en 1946. El deseo de Otilia Castellví de regresar a su querida Barcelona pudo más que las dificultades que podría encontrarse en la España franquista. Otilia regresó en 1959, dejando atrás a su marido y aparcando sus devaneos políticos de juventud.
Estas memorias, “De las checas de Barcelona a la Alemania nazi”, que ya tenía listas a principios de los años 80, no verían la luz sin embargo hasta casi 15 años después. Habiéndolas leído de un tirón, con el corazón en un puño y en muchos momentos con un nudo en la garganta, uno no se explica por qué hubo reticencias de algunos editores en que esta historia se diera a conocer. ¿Por qué se deben hurtar a los lectores estas memorias? ¿Qué hay de malo o incómodo en ellas? 
Esta lectura debería ser obligatoria en los institutos. No digo más.

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