domingo, 4 de diciembre de 2016

La sangre y el ámbar


En la obra de todo gran escritor suele haber uno o varios títulos dedicados a la literatura llamada “de viajes”. Supongo que es una especie de examen de calidad, que aprueba todo aquel que tenga bien abiertos los sentidos a todo aquello que le rodea y sepa aunar en un texto las experiencias, los sentimientos, las descripciones del lugar y la exposición de los hechos históricos más significativos o los menos conocidos, para dejar por escrito un viaje a lo desconocido y a la vez una aventura que tienda al enriquecimiento interior del escritor, pues de eso se trata en última instancia. Si dejamos a un lado a esos escritores que han hecho del viaje su forma de vida y así lo han reflejado en sus obras (estoy pensando en Paul Theroux, Rychard Kapucinski, Bruce Chatwin, Paul Bowles, o en España, escritores como Javier Reverte, Fernando Sánchez Dragó o Jesús Torbado), lo que se nos podría ofrecer a estas alturas del siglo XXI ya no es el hambre de conocimiento de culturas lejanas, como hacían estos autores y otros muchos en siglos precedentes, algo que carece de mucho sentido en un mundo globalizado donde casi ya no queda región por explorar. Ahora la literatura de viajes para un escritor “no viajero” tiene sentido si mantiene vivo el espíritu con que nació la literatura en los tiempos remotos de Homero. Es decir, si se mantiene el vínculo entre el viaje y la aventura con la narración oral (como ocurrió en sus inicios) o con la narración escrita, como se ha hecho desde Heródoto.

Y en este sentido es como entiendo el libro “La sangre y el ámbar”, de David Torres, un autor, por cierto, que es gran amante y conocedor de la cultura griega clásica. El país escogido para esta narración viajera es Polonia, que para David ha tenido siempre un cierto encanto por su agitada historia, por el carácter de su gente, tan diferente del alma mediterránea, pues como suele decirse, en los polos opuestos se encuentra también la atracción. Pero sobre todo le ha movido el conocimiento como parte de la aventura, de la búsqueda de una cultura en su más amplio sentido. Un viaje a sus orígenes, en cierto modo, si entendemos como tal la búsqueda de sus referentes literarios o musicales, en las figuras de los escritores Stanislaw Lem o Joseph Conrad. David Torres también es gran amante y entendido en música clásica. Y no podía faltar tampoco al encuentro de  Chopin o Pendercki, e incluso hacer una visita al compositor Karol Szymanowski.

Pero incluso, puestos a encontrar otros vínculos sentimentales con Polonia, David Torres los encuentra también en el alpinismo, deporte del que es aficionado y que ha servido de base para la escritura de algunos de sus primeros libros, como “Nanga Parbat” o “Los huesos de Mallory”. Con un sentimiento contenido nos cuenta las gestas de Jerzy Kukuczka y de Wanda Rutkiewicz, la primera mujer en ascender las grandes cotas del Himalaya y que encontró en esas montañas un final trágico y poético a la vez.    
“La sangre y el ámbar” no podía haber visto la luz sin la inestimable ayuda de Aska, una bella polaca que hizo de guía e intérprete durante el viaje y que acompañó a David por todo el país. Con un lenguaje cercano al lector y un estilo que invita a la complicidad, David se sirve de anécdotas divertidas, a veces grotescas, para hablarnos de los caracteres de las gentes polacas, por lo general agrios y grises, como descendientes del funcionario soviético que todavía parece estar presente como una sombra, y que choca con la forma de ver las cosas que tiene David. Tampoco podía faltar el vodka y hasta un pequeño estudio del bigote polaco.

Pero también en su viaje por Polonia, David Torres hace un recorrido por la historia del país, llena de asesinatos y sangre, (no podía faltar una visita a los campos de concentración nazi de Auschwitz y Treblinka). Una historia en permanente amenaza de exterminio por sus vecinos alemanes y rusos, que siempre vieron en las grandes llanuras polacas una tierra natural por donde extender sus dominios. Destaca también la importancia de las figuras de Lech Walesa y Juan Pablo II, por los momentos históricos que supieron encabezar. Aunque es un empuje, el del pueblo polaco, que para David parece haber perdido fuelle frente a la gran vitalidad que demostró tener durante los últimos años del comunismo, apenas veinte años antes de su viaje. Y este detalle le lleva a un cierto desencanto.
Y no quisiera terminar sin hacer referencia a la bellísima metáfora del pueblo polaco que David representa en la estampa del bisonte europeo, un animal milenario, ancestral, que aún permanece sobreviviendo al tiempo y a las circunstancias adversas propiciadas por el hombre y el clima.

En definitiva, un libro de viajes, “La sangre y el ámbar” escrito con mucho sentimiento y sin alharacas, y con una claridad expositiva que es de agradecer, muy alejado de ese estilo un tanto pesado y artificioso que caracterizó algunos de sus primeros libros, como “Donde no irán los navegantes” o “El gran silencio”, obras que situaron a David en el mundo literario a principios de la pasada década. Con “La sangre y el ámbar”, escrito en 2007, y con su carrera ya consolidada, David no necesitaba demostrarnos que es capaz de escribir bien. Eso que ganamos sus lectores.


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