“La metamorfosis”
es probablemente la novela fantástica más leída desde que Borges la comentara y la descubriera para el resto del mundo en
1938, 14 años después de la muerte de Kafka,
y por cierto, bastantes años antes de que en Francia se le diera el mérito que
tiene. No es de Borges, sin embargo,
la traducción que tradicionalmente se le atribuye, pues ya existía una, la
primera traducción de la novela a un idioma extranjero, que se hizo en torno a 1925.
Al margen de estas y otras paternidades, lo que sí debemos tener presente es la
gratitud perpetua que debemos a Max Brod,
el amigo/editor de Kafka, que
desoyendo el deseo del escritor no destruyó a su muerte los manuscritos que
tenía sin publicar. ¿Qué hubiese sido de la historia de la literatura si “El proceso”, “El catillo” o “Carta al padre” no hubiesen visto la
luz? ¿Habría tenido la obra de Kafka
la dimensión que se le da hoy día? Probablemente no… O tal vez sí, pues en “La metamorfosis” se evidencian muchas
de las obsesiones que caracterizan la obra de Kafka. Lo iremos viendo poco a poco después de apuntar otros
detalles formales que son interesantes, y que lo acercan más al cuento que a la
novela.
Y lo primero que llama la atención es la contundencia con la
que arranca la novela. Si alguien está acostumbrado a leer cuentos sabe que
éstos suelen tener una fuerza y una precisión de las que carecen las novelas en
general. No es nada habitual empezar una novela con este nivel de intensidad: “Al despertar Gregorio Samsa una mañana,
tras un sueño intranquilo, encontróse en su cama convertido en un monstruoso
insecto. Hallábase echado sobre el duro caparazón de su espalda y, al alzar un
poco la cabeza, vio la figura convexa de su vientre oscuro, surcado por
curvadas callosidades, cuya prominencia apenas si podía aguantar la colcha, que
estaba visiblemente a punto de escurrirse hasta el suelo”. Otro aspecto interesante
de esta narración, que la hace muy buena para entender los rudimentos de la
narrativa es la profusión de detalles palpables con los sentidos. Si nos
fijamos con atención, en cualquier escena o secuencia intervienen la vista, el
tacto, el oído… Kafka consigue
mantener el interés del lector hasta el final, porque una vez presentada la
situación inverosímil del protagonista convertido en insecto, nos lo hace
cercano y creíble, lo hace carnal. Lo humaniza (algo importantísimo), porque
además sigue pensando como una persona. Y ahí interviene la empatía del lector,
que hace suya la angustia de Samsa y asiste en tiempo real a su dura batalla
por aceptarse en su nuevo estado… Y por que los demás lo acepten.
Y este es el verdadero meollo de la historia. A Kafka no le interesa el motivo de la
transformación. No se pregunta si un experimento científico, o tal vez una
maldición ha intervenido en el extraño fenómeno. No es un planteamiento
cientifista o sobrenatural el que le lleva a escribir esta historia, y que lo
acercaría del campo de la ciencia ficción. A Kafka le interesa el drama que hay
detrás, la angustia de un personaje que se ve fuera de la sociedad, que no
puede comunicarse con nadie, que no lo aceptan como es, pese a sus esfuerzos.
El protagonista de la novela no está a gusto con su trabajo
de viajante de comercio. Trabaja ahí porque se siente cohibido por sus padres.
No se atreve a plantarles cara y decirles que esa no es la vida que quiere para
él. La escena inicial en la que él está intentando incorporarse y no puede,
pero oye la conversación entre el gerente de su empresa (que se ha presentado
en casa) y los padres y su hermana, parece un debate en su propia conciencia:
sabe lo que debe hacer, lo que los demás esperan que haga, pero no puede
responder ni dar una explicación de su estado. Nadie lo ha visto pero no pide
ayuda. Se siente preso.
Al final del primer capítulo se produce el encuentro de Samsa
en su nuevo estado con su padre, que le hace frente con el bastón y un
periódico, con el que pretende espantarlo. Llama la atención la forma de
hacerlo: dando pisotones en el suelo y emitiendo un silbido especialmente
desagradable para el protagonista, que antes de su metamorfosis ya ha
experimentado. Es decir, parece querer decirnos que el padre no distingue a su
hijo del escarabajo en que se ha convertido. Un tema recurrente, el choque con
el padre, que es común en toda la obra de Kafka.
Un detalle interesante en “La metamorfosis” es la relación del protagonista con su hermana. Se
establece un vínculo especial de comunicación con ella, que es quien lo
mantiene conectado a la vida y al mundo. Como no puede hablar, se comunican con
gestos, a distancia. Ella abre o cierra la ventana más o menos, desplaza los
muebles para que él se sienta a gusto, pone o quita sábanas para que se pueda
tapar.
Mediada la novela, la vida parece haberse estabilizado.
Incluso su familia ha alquilado una habitación a tres huéspedes. Las tensiones,
las angustias, todo aquello que ha generado un constante conflicto parecen
haberse olvidado. Durante ese período nuevo dejan abierta un poco la puerta de
la habitación de Samsa para que pueda ver lo que ocurre alrededor. Y lo que ve,
es a su familia durante la cena, o leyendo el periódico, o enfrascados en
tareas de costuras, mientras el padre duerme en el sillón. Pero es una situación
engañosa. La vida se muestra apacible en apariencia, como si no pasara nada,
como si no echaran de menos a Samsa, como si él no existiera.
Y con esta sensación abordamos el desenlace. Sólo comentaré
que es clave la evolución de la relación que mantiene Samsa con su hermana, que
al principio es de complicidad o como mucho de comprensión, o tal vez lástima
(quizá obligada por ser su hermana menor); y luego se vuelve hostil: ella ya no
aguanta más la farsa y propone a sus padres deshacerse de él. Cabe pensar que
ha llegado a la edad adulta y por tanto ha endurecido su carácter. Ha entrado
en la vida que sus padres quieren para ella. Debe casarse. La última frase de
la novela parece corroborar la pesadilla: “Y
cuando al llegar al término del viaje, la hija se levantó la primera y estiró
sus formas juveniles, pareció cual si confirmase con ello los nuevos sueños y
sanas intenciones de sus padres”.
¿Se convertirá ella en otro insecto?... Podemos pensar que
sí.