sábado, 21 de noviembre de 2015

La piel


Al principio mi cuerpo pesaba como un revestimiento de plomo invisible sobre mi piel. Caminaba como si cada paso estuviese legitimado por el peso de una decisión de vida o muerte, igual que el Cristo que sobrelleva en sus hombros la cruz de la culpa universal, con el mismo compromiso, con idéntica resignación.

Al principio achacaba mi peso desproporcionado a una estructura ósea más propia de alguien cercano a los seis pies de estatura, pues aunque no soy bajo, mis medidas se diluyen en lo convencional. Luego comprobé que los motivos del exceso había que buscarlos más cerca de la superficie, concretamente en los diez centímetros de espesor de mi epidermis. Con ella me sentía a salvo de todo cambio de temperatura, invulnerable a los golpes, protegido como la morsa que retoza en aguas gélidas, encapsulado como el feto en el limbo amniótico.

Nunca fui consciente de mi problema hasta que la acumulación de piel en los párpados me impedía observar el mundo exterior sin tener delante un obstáculo de pliegues. Fue entonces cuando me enfrenté a la disyuntiva de elegir entre mi revestimiento cutáneo o mi novia, harta de verme acolchado y sin forma. Como uno procura siempre hacer propósito de enmienda para estar bien avenido en el mundo que le rodea, decidí cambiar de aspecto a toda costa. Así que aprovechando un padrastro incipiente en el pulgar de la mano izquierda, tiré de él con paciencia de artesano. El experimento funcionó, pues con cada tirón conseguía ahondar hasta los estratos más íntimos. Al cabo de los tres días me desprendí por completo de una corteza de veinte kilos, dejando al descubierto hasta los rincones del alma.

Pero ahora que mi figura se aproxima a los cánones de belleza que nos gobiernan, ahora que he accedido a un sacrificio de dolor, ahora que he comprado el amor al precio de mi salud, me siento rechazado y perseguido como un paria que asume el rol de una casta inferior.
Mi novia ya no quiere acercarse a mí porque ahora mi piel resbala como la de un sapo y se ha cubierto de pústulas que supuran un humor verdoso y pestilente. Tampoco puedo vestirme pues el contacto prolongado con cualquier superficie me produce urticaria, fiebres y calcificación en las articulaciones, motivo por el que ya me he habituado a dormir de pie. Es evidente que ya no encajo en el mundo de los humanos puesto que ya no puedo pasar desapercibido ni ejercer de persona, aunque mi nombre siga engrosando el censo de mi ciudad.

Afortunadamente hay una charca en la finca de mi novia, pequeña, cenagosa y acogedora que voy a convertir en mi nuevo hogar. Así podré estar cerca de ella porque en el fondo sé que aún me quiere.

sábado, 7 de noviembre de 2015

Emilio Gavilanes gana el XII Premio Setenil 2015


La semana pasada conocimos el veredicto del jurado del premio Setenil 2015. El premio ha recaído en "Historia secreta del mundo", de Emilio Gavilanes y publicado por Ediciones La Discreta. Recordemos que esta ha sido la edición del premio con mayor participación (97 aspirantes) desde que se convoca este certamen. El libro reúne numerosos relatos de corta duración que recorren la historia de la humanidad para contarnos los hechos más significativos pero también los más secretos e íntimos, y en apariencia intrascendentes. Pero precisamente por eso nos muestran la humanidad en su más pura esencia.
Emilio Gavilanes, con una decena de libros publicados, tiene una dilatada trayectoria literaria desde que Seix Barral publicara en 1991 su primera novela "La primera aventura". Quizá no sea demasiado conocido pero varias de sus obras han sido reconocidas con importantes galardones como el Tiflos de novela en 2014 por "Breve enciclopedia de la infancia", o "La tabla del dos", que fue Premio NH de relatos en 2003. También fue finalista del premio Setenil en 2005 por "El río", también publicado por La Discreta. Enhorabuena, Emilio, leeremos tu libro con mucho interés y de paso te conoceremos más a fondo.

Reconforta saber que este tipo de galardones, el más importante de cuento en España, está abierto a todo tipo de autores y editoriales, lo que lo hace imprevisible, dinámico y no me atrevería a decir que justo para no levantar suspicacias a los organizadores de otros premios, pero sí al menos podemos tener la garantía de que todos los autores son tratados en igualdad de condiciones, aunque no publiquen en las grandes editoriales ni su nombre esté entre los más conocidos por la crítica y los lectores. Esto anima a que algunos en España sigamos apostando por escribir cuentos... Y a otros, me imagino, los animará a levantar editoriales que los publiquen. Titánica labor.