domingo, 2 de febrero de 2014

Almas grises



Estamos ante una novela negra, negrísima, cuyo título dulcifica bastante el color de las almas que pretende retratar. Con esto ya estoy diciendo bastante. Pese a todo, o precisamente por eso (y esto es una maldad mía), ha sido una novela muy reconocida en Francia: ya que ganó el Premio Renandot y fue elegida Libro del Año por los libreros franceses y por la revista cultural Lire.

En principio, Philippe Claudel, hace un planteamiento que sugiere una historia muy atractiva y llena de matices. Ambientada en el norte de Francia, en plena Primera Guerra Mundial, “Almas grises” arranca con la aparición del cadáver de una niña salvajemente asesinada, flotando en un canal. Este hecho conmociona a un pueblo que es sacudido a diario por los cañonazos del frente de batalla, que retumban en la distancia para, si cabe, dar una ambientación más angustiosa al escenario. También el olor a pólvora impregna las calles. Ese crimen va a resucitar los viejos rencores, las sospechas y alterará todavía más (por si la guerra no era suficiente) el orden y la convivencia en el pueblo. A medida que la investigación va avanzando, todos los implicados (fiscal, policía, juez, los vecinos e incluso un par de desertores del campo de batalla) irán enfrentándose a una realidad que ha estado demasiado tiempo enterrada en el fango de un convencionalismo social aceptado por todos. Pero la comodidad, o falsa paz de ese pacto silencioso, va a saltar por los aires con la investigación, la condena del sospechoso y la posterior investigación que lleva a cabo la policía 20 años después de haberse hecho justicia.

Como ven, se trata de una historia que abre muchas posibilidades para el lucimiento de los recursos de un buen escritor: buena dosis de intriga (con un giro inesperado cerca del final que no gustará a los más quisquillosos), perfiles psicológicos ambiguos y una ambientación histórica bastante convincente. Philippe Claudel demuestra ser un buen escritor, porque además aprovecha la historia para hacer una severa crítica a la sociedad. Una sociedad, la francesa de aquella época, que debería encarnar los valores históricos de libertad, justicia e igualdad, y que se supone mejor que esa otra a la que se enfrenta en el campo de batalla. Por lo que nos cuenta el trasfondo de la novela, el autor no lo cree así. Y es legítimo.

Pero dicho esto, uno espera con cualquier lectura de nivel un muestrario de luces y sombras, un elenco de personajes con sus cosas buenas y malas, es decir un reflejo de la vida misma. Y sin embargo, en “Almas grises” todo es negro, no hay esperanza, nada hay de luz, ningún personaje, ninguna actitud nos hace pensar en el lado bueno de las cosas, que sí, que lo hay, aunque la historia se desarrolle en medio de una guerra, aunque se trate de aclarar un crimen. Existen también en la vida cosas buenas, gente buena, aunque haya nihilistas que se nieguen a aceptarlo. Es por eso que esta lectura, con ese clima tan asfixiante no se me hace real. No me la creo porque la vida no es como la pinta Philippe Claudel.  En la novela no hay un punto de fuga, un asidero al que agarrarse, un personaje que por su carácter o sus defectos sea digno de acunar, o tan siquiera de que le regalemos un mínimo de empatía. Hasta los escasos ramalazos de humor, que en teoría servirían para distender, nos dejan un poso de amargura.

No quisiera parecer demasiado duro, pero es que recordando ahora el inicio de “Almas grises”, no veo en ese primer pasaje el escenario del crimen, o a los personajes que pueblan la ciudad, ni tan siquiera a la víctima… No, la escena inicial arranca con el fiscal, con el juez y el comisario, compitiendo a ojos del narrador por ver quién tiene el perfil más torvo y pérfido, quien se muestra más miserable y ajeno al dolor. Precisamente quienes tienen la misión de poner orden o de investigar hasta descubrir al culpable, quienes tienen que canalizar la justicia y velar por el orden, la paz y la tranquilidad.
Ese inicio predispone mucho a la hora de enfrentarse a la novela. Al final sólo la muerte parece aliviar el dolor de todos los personajes, una muerte que une sus destinos como único canal de liberación. Un final nihilista que hace diferente (e irritante) esta novela de otras de un perfil similar que diseccionan también el alma humana, pero cuya lectura se hace mucho más real y por tanto más llevadera.

Ante el rumbo que ha tomado cierta forma de entender el arte y la cultura, como reflejo de lo que entienden que es la vida, no me extraña en absoluto la ristra de premios que ha cosechado esta novela en Francia. Sólo falta que el director de cine Michael Haneke cierre el círculo y tome esta historia entre sus manos para llevarla a la pantalla. Los premios le lloverán, no lo duden, y gran parte de la crítica besará el suelo que pisa el pobre Michael... No se rían, es que ya lo hemos visto.