El juez escuchó el alegato final de la defensa, mientras repasaba los argumentos de la acusación. El abogado defensor se había empleado con rigor y profesionalidad, pero no había nada que hacer. Las pruebas eran tan contundentes que no había resquicio para dudas o interpretaciones. Conforme a la ley, debía dictar sentencia de muerte.
Así que cuando ordenó levantar la sesión con su golpe de maza, supo que ya no volvería a ver a su propio hijo con vida.