jueves, 27 de octubre de 2011

David Roas gana el VIII Premio Setenil


El jurado del VIII Premio Setenil al Mejor Libro de Relatos Publicado en España 2011, reunido el día 26 de octubre, ha acordado conceder el galardón a David Roas por su libro Distorsiones, publicado por la editorial Páginas de Espuma (Madrid). El jurado, compuesto por Fernando Iwasaki, Antonio Parra Sanz, Gontzal Díez y Manuel Moyano, eligió esta obra de entre las 64 presentadas por editoriales y autores de toda España.

El escritor galardonado, David Roas (Barcelona, 1965) es profesor de Teoría de la Literatura y Literatura Comparada en la Universidad Autónoma de Barcelona. Entre sus obras se cuentan la novela Celuloide sangriento (1996), el volumen de cuentos y microrrelatos Horrores cotidianos (2007) y el libro de crónicas humorísticas Meditaciones de un arponero (2008). Especialista en literatura fantástica, ha publicado diversos ensayos y antologías sobre el género.

El jurado del VIII Premio Setenil considera que el libro ganador, Distorsiones, que reúne 19 piezas de dispar extensión, ''se caracteriza tanto por su frescura y agilidad, como por los riesgos narrativos que asume su autor, conteniendo varios relatos memorables que tienen la fantasía y el humor como rasgos principales''.

El acto de entrega del VIII Premio Setenil tendrá lugar el 13 de diciembre de 2011.

Los ganadores de las anteriores ediciones del Setenil, considerado uno de los premios más importantes de cuento en el panorama literario nacional, han sido Alberto Méndez, por Los girasoles ciegos, Juan Pedro Aparicio, por La vida en blanco, Cristina Fernández Cubas, por Parientes pobres del diablo, Sergi Pàmies, por Si te comes un limón sin hacer muecas, Óscar Esquivias, por La marca de Creta, Fernando Clemot, por Estancos del Chiado, y Francisco López Serrano, por Los hábitos del azar.

viernes, 14 de octubre de 2011

El ahorcado: Cuentos de espanto


Ediciones B, en su colección de Zeta Bolsillo, nos presenta en este libro una antología de relatos de Orson Scott Card, autor norteamericano especializado en terror y ciencia ficción. Y como especialista del género, ha explorado todas las vertientes.
En una interesantísima introducción, Scott Card diserta sobre el sentido de escribir cuentos de miedo. Dentro de este género diferencia claramente entre espanto, terror y horror. Aunque para el profano en la materia puedan parecer términos similares, Scott Card sostiene que el espanto es la forma de miedo más sugerente y la más poderosa. Porque lo identifica con esa tensión, ese compás de espera que se produce cuando sabemos que hay algo que temer pero aún no lo hemos identificado con algo concreto. Según él, otra vertiente del miedo es el terror, que es el que sentimos cuando ya vemos y le hemos puesto cara a aquello que tememos. Así, terror sentiríamos al ver al intruso que nos ataca con un cuchillo, o cuando vemos los faros de un coche que se nos echa encima… es decir, sabemos lo que podemos esperar. Y por último queda la otra vertiente, el horror, que es la más débil de todas, que identifica con las consecuencias, con los vestigios, una vez que ha ocurrido lo que temíamos: un cadáver despedazado o víctimas que ya han dejado de ser personas.
El autor concluye esta introducción haciendo una encendida defensa del cuento de espanto, que es el verdadero arte del miedo: lograr que el público se identifique con un personaje hasta el punto de compartir sus temores. Desde luego, en términos de Orson Scott Card, este libro es claramente una colección de cuentos de espanto. Son cuentos que hablan de la culpa, que surgen a partir de pesadillas o de situaciones cotidianas que ha vivido el propio autor.
En este sentido, “Criadero de gordos” tiene tintes autobiográficos, como en realidad casi todos los cuentos, como él mismo justifica en una apostilla al final del libro.
En “Sepulcro de canciones”, el autor se nos muestra en su estado más desgarrado. Esa historia de una adolescente sin brazos ni piernas, condenada a vivir en una silla de ruedas, que contagia alegría y vida, conmueve desde la primera página. Y más aún si sabemos que en la realidad el propio autor vive una situación similar con uno de sus hijos. Como él mismo asegura al final del relato, una vida es digna de vivirse si brinda algún bien a los demás y recibe alguna alegría de ellos.
Esas experiencias parecen tener también algo que decir en otros cuentos como “Euménides en el lavabo del cuarto piso”, “Niños perdidos”, “Ejercicios de respiración profunda” o “Finiquito”, donde el peso de la culpa atenaza el proceder del protagonista en el día a día y es capaz incluso de seguir estando presente en sus sueños y de torturarlo.
Sin embargo, “Juegos de carretera” tiene otra cadencia. En él, el protagonista lleva una vida aparentemente normal, integrado en la sociedad, pero se convierte en una especie de monstruo cuando se sienta al volante de un coche. Y acosa en la carretera a otros conductores que han cometido pequeñas infracciones, pero no saben que sufrirán fatales consecuencias por ello. Se lee a ritmo de road movie, con carreras, frenazos y justicieros sobre ruedas. Se respira en el ambiente del relato una angustia latente que va creciendo hasta llegar a un final apocalíptico.
En definitiva, estamos ante un libro que en ciertos momentos me ha recordado al mejor Stephen King (hablo de “Eclipse total”, de "La zona muerta" o “Misery”), un autor que sugiere más de lo que muestra. Como el propio Scott Card sostiene: “Vosotros, los lectores, presos del espanto, imaginaréis cosas mucho peores de las que yo podría mostrar”. Lean “El ahorcado. Cuentos de espanto” y quizás le den la razón.

domingo, 9 de octubre de 2011

Dalida



Yolanda Giglioti (Dalida) nació en El Cairo, de familia italiana. El título de Miss Egipto en 1954 le sirvió de trampolín para el cine y la música. Se trasladó a París, donde fue telonera de Charles Aznavour y disco de oro en 1957. Lectora voraz e interesada en la filosofía, fue adquiriendo una imagen de artista elegante y sofisticada. Sin embargo, su vida se vería marcada por un trágico suceso: en el festival de San Remo de 1967 participaba con la canción “Ciao Amore”, compuesta por Luigi Tenco que era su pareja de entonces. Al no conseguir el premio, Luigi montó en cólera y acusó al jurado de manipulación y a la organización de venderse por dinero. Para mayor escándalo, esa misma noche Luigi se suicidó en su habitación del hotel. Meses más tarde, y aún destrozada, Dalida quiso seguir sus pasos. Afortunadamente fracasó y en 1971 nos dejó esta “Le temps des fleurs”, adaptación de una canción tradicional rusa. Por desgracia, otra ingestión de barbitúricos sí conseguiría acabar con ella en 1987… ¡Qué obsesión con la química!