miércoles, 26 de enero de 2011

Vida o muerte en la mar. 37 días a la deriva.


Rebuscando en el fondo de las estanterías del desván de la casa Usher me topé con este libro polvoriento y ajado de moho. Lo abrí con curiosidad, llamado por la fuerza de su título, y rápidamente repasé sus páginas para aspirar el aroma de los libros viejos, de las historias que estimulan nuestra imaginación y enriquecen el conocimiento; esas por las que merece la pena sentarse y disfrutar con su lectura. Así lo hice y ciertamente no malgasté mi tiempo. Se diría que al abrir sus páginas he rescatado al libro de un naufragio de olvido. Y eso es precisamente lo que ha protagonizado la familia Robertson: un rescate milagroso en alta mar con el relato de esta increíble aventura, que iba encaminada a un desenlace fatal. Contado en primera persona este relato detalla la odisea de una familia al completo para lograr sobrevivir durante 37 días a la deriva en mitad del océano.
Dougal Robertson era un granjero escocés y amante del mar; de hecho fue marino mercante en su juventud. Pero cansado tras casi veinte años de vida dedicada a la ganadería decidió vender su granja y adquirir un yate con el propósito de realizar con su familia un crucero alrededor del mundo. Revivía de esa manera su deseo de juventud. Pero en mitad de su viaje el yate fue atacado por ballenas orcas en el Pacífico y se hundió en 60 segundos. Tuvieron el tiempo justo para lanzar la pequeña balsa de salvamento y subirse las 6 personas y los pocos víveres que pudieron rescatar del yate. Puestos en la situación que vivió esta familia se nos hace difícil imaginar lo que hubiésemos hecho nosotros en su lugar. En su periplo, hubieron de comer carne cruda de tortuga y beber su sangre, además de alimentarse con los peces voladores que caían en la balsa como caídos del cielo. Bebieron el agua de la lluvia para no perecer de sed y soportaron la mar agitada y ataques de tiburones. Con el cuerpo cubierto de quemaduras por el sol, con los granos y las llagas producidas por la humedad y el contacto con la fibra de vidrio de la balsa, con la debilidad física derivada de una alimentación deficiente y con el agotamiento psicológico por la incertidumbre y los momentos de tensión, fueron rescatados al fin por un mercante japonés cerca de las costas de Panamá después de vagar 37 días a la deriva.
Una vez leído el libro puedo decir sin temor a equivocarme que quizás no hubiesen podido sobrevivir de no haber concurrido una serie de circunstancias que jugaron en su favor: un padre con mucha experiencia en alta mar, sólidos conocimientos de las estrellas y una gran capacidad de liderazgo; una madre que antes del viaje había trabajado como enfermera muchos años y una balsa lo suficientemente grande como para albergar a 6 personas, además de enseres e instrumental básico de supervivencia (cuerdas, cuchillos, anzuelos, hilos, cubetas, remos, bengalas y hasta una vela). Además, dentro de la desgracia, tuvieron la “suerte” de zozobrar en aguas tranquilas y con alimento en abundancia (de hecho, las tortugas se acercaban a la balsa quizá creyendo que eran congéneres).
En lo estrictamente literario, mostrar el día a día de una familia que lucha por sobrevivir en unos pocos metros cuadrados, podría enfangar la historia en los lodazales del tedio: son 265 páginas de letra menuda. Pero Dougal Robertson lo evita con notable eficacia. Este libro recupera el sabor de las grandes historias de aventuras, donde no importa tanto el estilo o la forma de contar, como el fondo y los conocimientos de la mar de que hace gala el autor. En este sentido, la historia tiene la fuerza y el interés de otra grandísima aventura vivida en primera persona: “Papillón”, de Henri Charriere. Ambas historias se centran en la superación de los límites del sufrimiento en el ser humano, no sólo físico sino también psicológico, que es tan importante o más. Unos límites que sólo podemos alcanzar en situaciones extremas, aquellas que ponen a prueba nuestro instinto de supervivencia.
A la fuerza ahorcan.

jueves, 20 de enero de 2011

Esperpento babélico


A partir de ahora los senadores (sí, esos representantes de la cámara alta que durante los descansos de las sesiones piden el café en castellano), van a gastarse 12.000 Euros por sesión para traducirse unos a otros y hacerse entender. Así, el señor Montilla, senador catalán nacido en Córdoba, hablará en catalán para que a través del "pinganillo", el señor Arenas, paisano suyo de nacimiento, pueda entender lo que dice. Mi duda reside en el caso de que un gallego hable a un vasco: ¿Se hace traducción directa, o primero traducen al castellano y de allí al vascuence? ¿Y cuando hable otro catalán? ¿Se lo traducirán también al señor Montilla, dada su condición de andaluz? ¿Y qué pasa con los senadores del valle del Pas? ¿Tienen o no derecho a usar su propia habla para diferenciarse de los demás senadores cántabros?... Deben aclararlo. Como todo esto es un lío, he intentado analizar los 5 motivos que les han llevado a dar este paso.

a) Reírse un rato entre ellos durante las sesiones del senado.

b) Exprimir todavía más la teta del erario público.

c) Insultar nuestra inteligencia.

d) Incidir en lo que nos separa, pretendiendo con ello debilitar a la nación española (con perdón).

e) Rendir un clarísimo homenaje a Valle-Inclán, Jardiel Poncela y Gómez de la Serna.

Yo quisiera pensar (romántico que es uno) que han elegido la opción e). Pero lo dudo, porque es posible que más de medio senado desconozca la obra de tan ilustres autores.
Por eso yo me inclino más bien por que se trata en realidad de una conjunción de las demás opciones.

Señores senadores, por favor, hasta la perversión precisa de un mínimo de sutileza.

viernes, 7 de enero de 2011

Marianne Faithfull



En 1964 una jovencísima Marianne Faithfull (18 años) debutó con “As tears go by”, primera canción que escribieron juntos Mick Jagger y Keith Richards. A este éxito siguieron otros cinco discos hasta el final de la década, al tiempo que iniciaba también su carrera de actriz. Pero tras una tortuosa relación con Jagger y debido a sus problemas con las drogas, tuvo que retirarse para regresar a los escenarios a finales de los 70. Como curiosidad, diré que Marianne Faithfull es baronesa de Sacher-Masoch, apellido que inspiró la palabra masoquismo. (Un antepasado suyo fue el escritor austríaco Leopold von Sacher-Masoch, autor de “La Venus de las pieles”).

domingo, 2 de enero de 2011

El túnel de Aquistán


Cuentan que el coche tomó el desvío hacia una carretera secundaria antes de llegar a la capital, y que por eso no pasó por el pueblo. Así que nadie recuerda un Golf del 91, de color negro, ocupado por una joven pareja, vecina de Aguabella. Alguien los vio más tarde en una gasolinera en las estribaciones del puerto de Aquistán. Pero nadie supo de ellos después de que reanudaran la marcha, por aquella carretera que ascendía la montaña en curvas de herradura.
Quince días de vana búsqueda hicieron cundir el desánimo entre los vecinos de Aguabella, temerosos de que el túnel que corona el puerto hubiese saciado su apetito con un Golf del 91.
Cuentan que no era la primera vez que un coche desaparecía en las fauces del túnel para no volver a ver la luz.